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domingo, 23 de agosto de 2009

MI TESTIMONIO ANTE UN CRIMEN

No me gusta mezclar churras con merinas y nunca quise hacer de este blog un espacio para hablar de política y mucho menos con la que está cayendo con los sucesivos gobiernos de mierda que llevamos padecidos en España desde hace cientos de años. Pero este asunto clama al cielo y rebosa mi conciencia; además, aunque se considere un asunto político y la basura de políticos que tenemos se empeñe en regularlo para estropearlo más aun, no creo estar diciendo ninguna barbaridad al afirmar que el aborto ni puede ni debe estar regulado por ley. Si queremos regular algo referente a ello, admito que se regule el tratamiento dado a las responsabilidades que pudieran derivarse de la práctica del hecho, tanto en agentes como en pacientes.

Tampoco quiero ponerme lírico, que podría hacerlo, apelando a la dignidad de ser madres, a la emoción de tener un hijo y todo el sinfín de etcéteras bien intencionados que se leen y oyen por ahí. Simplemente quiero decir que matar deliberadamente a un ser humano en cualquier fase de su desarrollo o edad, es un crimen con todas las letras. Ya sé lo que viene tras este razonamiento: "Como tú eres varón no tienes derecho a opinar", "Nosotras parimos, nosotras decidimos", "Apartad vuestros incensarios de nuestros ovarios" y un largo etcétera de frases que denotan esa destilada sabiduría que derraman las feministas aborteras y los partidos políticos que sacan tajada de sus votos. Y aquí que no me venga ningún imbécil a rasgarse las vestiduras porque en los ocho años de gobierno de Aznar nadie movió una pezuña para acabar con esa odiosa lacra y seguimos pagando cientos de miles de estos crímenes con el dinero de nuestros impuestos.

Ahora nos vienen con la milonga de legislar el aborto libre hasta el final del embarazo. Las niñas de dieciséis años podrán mandar reventar al hijo que llevan en sus entrañas sin consultarlo más que con las amiguetas de su edad o, a lo más, con alguna bruja del barrio. ¡Seriedad, por favor! Los condones se reparten gratis en los colegios y en los mítines destinados a los jóvenes e, incluso, se venden en los supermercados sin ningún tapujo a precios razonables a pesar del dineral que cuesta su publicidad. Pero vamos a hacer Historia, como siempre:

Hasta no hace demasiados años existían legalmente los conceptos de hijo legítimo e hijo ilegítimo. El primero era el concebido en el seno del matrimonio y el segundo fuera de él. Los ignorantes de siempre achacan esta diferenciación a la influencia de la Iglesia porque no saben, o si lo saben se hacen los suecos, que esos conceptos ya existían en el Derecho Romano mucho antes del nacimiento de Jesús y de ahí los hemos heredado. Pues bien, tampoco hace demasiados años que una madre soltera solía ser expulsada de su familia sólo por el hecho de serlo y que su destino era el de malvivir abandonada de la sociedad y la familia. En mi generación se luchó contra esta aberración y podemos estar orgullosos de haber acabado con esa bestial costumbre. Ahora todas las madres, solteras y casadas, tienen idéntica consideración social y sus hijos también porque no existe el concepto de hijo ilegítimo en nuestro ordenamiento jurídico, gracias a Dios y a nuestros esfuerzos. ¿A qué, pues, abortar? Los niños son un coñazo, me dirá alguna. Puede ser, diré yo; pero también son un coñazo los miembros del Gobierno, los diputados, los senadores, los parlamentarios autonómicos, los presidentes de Diputaciones, los alcaldes y concejales, los liberados sindicales; en fin, toda esa panda que, junto con sus miles de asesores chupópteros, vacían nuestros bolsillos a cambio de no hacer nada bueno. Y a ninguno de nosotros se nos ha ocurrido -hasta ahora- exterminarlos, por más inútiles y molestos que sean.

Pero lo que me ha llevado a incluir esta nota en el blog ha sido la noticia de la Agencia EFE que ha salido hoy, 23 de Agosto de 2009, en la que se nos cuenta que:

"La Policía Nacional de Valencia ha detenido a un trabajador del hospital La Fe de la capital valenciana tras sufrir un accidente de tráfico y descubrir que transportaba en el maletero de su coche varios fetos, según han manifestado fuentes policiales."

Evidentemente no eran fetos de cerditos ni de llamas andinas, sino humanos. A tenor de la noticia, alguien me preguntó qué significado podía tener tan siniestro transporte y le respondí que, descartando por muy improbables los actos de magia negra, todos sabemos que los laboratorios de cosmética pagan buenos precios por los fetos y las placentas humanas, pudiéndose dar el horripilante caso de que una mujer se embadurne la cara con una crema elaborada días antes con los restos de su propio hijo.

Sé que es repugnante pero es verdad. ¡Ea! Ya he dado mi testimonio.

sábado, 9 de mayo de 2009

LAS VÍCTIMAS DE LA INQUISICIÓN... ESPAÑOLA

Con mi gratitud a don Stéfano Salvadore.

Ayer mismo entré a echar un vistazo al blog de César Vidal en Libertad Digital y me encontré con un mensaje de un visitante venezolano que decía llamarse Stéfano Salvadore en el que expresaba, según su información, el número de víctimas de la Inquisición Española. Daba, o pretendía dar, sólo datos de los primeros años de su historia; pero las cifras que manejaba eran, cuando menos, delirantes. Hablaba de muchas decenas de miles de judíos quemados vivos; cantidad que, de ser medianamente aproximada, doblaría con creces la población judía existente en España entre 1484 y 1510.

Ante semejante absurdo, algunos de los usuarios de tal blog se percataron de la naturaleza del error de don Stéfano; error muy frecuente entre quienes aun creen en la muy malintencionada obra Historia Crítica de la Inquisición Española que publicó en París un traidor llamado Manuel Llorente hacia 1820, obra que fue uno de los orígenes de la Leyenda Negra. Así se lo hicieron saber y don Stéfano optó por desoír la información que se le ofrecía.

Como las circunstancias que llevaron a Llorente a escribir la sarta de mentiras que escribió están expuestas en mi obra Otra Historia de las Religiones y por tanto no las voy a repetir aquí, basta para el propósito de este artículo exponer los datos reales que fueron constatados en los años setenta del pasado siglo por historiadores de la talla de Henry Kamen y que fueron publicados en su obra La Inquisición Española; obra imprescindible para no hacer el ridículo más espantoso al hablar de este espinoso tema.

Un servidor se ha tomado la molestia de tabular esos datos y aquí los expongo en el convencimiento de servir para algo y de evitar patinazos como el descrito del citado don Stéfano:


































Bien; pues no era tan difícil. Sólo bastaba con investigar un poco. Alguien había confundido el total de penitenciados durante toda la historia con el de muertos durante los cuatro primeros años. Los muertos fueron 2558 en total.

No es cifra para estar orgulloso pero no llega a la centésima parte de las víctimas de las otras inquisiciones de la "civilizada" Europa.

miércoles, 22 de abril de 2009

SANTA ELENA Y LA VERA CRUZ

Artículo dedicado a mi hermano cuyo nick es FERROJOTA


Santa Elena fue una tabernera serbia (o cróata) de la que se encaprichó el Emperador romano Constancio Cloro -llamado así por su color blancuzco-verdoso más feo que el demonio- y le hizo un retoño casi tan feo como él mismo y con ojos saltones a quien pusieron de nombre Constantino. Cuando el niño tuvo edad, su espantoso papá se lo llevó para educarlo y lo hizo bastante bien porque el nene salió más listo que nadie y, a base de reservar sus fuerzas y dejar que sus adversarios las desgastaran, pudo hacerse con el cetro del Imperio en el 312 cuando obligó a suicidarse a Maximiano y ganó la batalla de Puente Milvio. Como es natural, Elena, su madre y esposa repudiada del difunto Constancio Cloro, adquirió el rango de emperatriz y mangoneó lo que quiso en Jerusalén y Roma hasta el fin de sus días en el 329.

Del bautizo de Constantino existen muchas leyendas porque en Roma te dirán que se bautizó allí en la iglesia de San Pablo Extramuros y en Turquía te contarán lo mismo de Ancycrona. Vale. Los mal pensados sostenemos que se bautizó en su lecho de muerte en esta última ciudad. A partir de él, todos los emperadores fueron cristianos con la sonada excepción de Juliano, llamado el Apóstata por eso mismo y que, tras bautizarse y recibir una educación monástica, renegó de sus antiguas penitencias para dedicarse a vivir lo mejor posible. En 361 renegó del cristianismo y murió ensartado por una lanza en una batalla en 363. Sus últimas palabras fueron: "¡Venciste, Galileo!" Pero volvamos al tema que nos ocupa.

Una vez el feísimo Constantino acepta el cargo de manos del Senado, permanece poco tiempo en la ciudad porque sabía que, de establecerse allí, iba a durar menos que la promesa de un político. Marcha, pues, a Milán en donde firmaría su famoso edicto relativo a los cristianos. Se fue de Roma y no volvió más, sí; pero les dejó a los romanos un fócido regalito envuelto en púrpura y oro: su santa madre Elena. Imagínate a una extabernera con los modales propios de su dignísima y divertida profesión, investida del respeto que impone el poder imperial. Me entran escalofríos al pensarlo. La buena mujer se propone traer a Roma todas las reliquias que pueda de Jerusalén y, a tal efecto, marcha hacia allá con toda la pompa, esplendor y boato corespondiente a su rango. Una vez allí, reúne al Sanedrín -o a lo que quedaba de él- y exige la entrega inmediata de la cruz donde Jesús murió. Me imagino a la foca, de morros y con los brazos en jarras sobre su espléndida clámide y me entran ganas de esconderme bajo la mesa. Trescientos años después de la tragedia del Gólgota era imposible que ningún miembro de aquella sombra de Sanedrín supiera dónde rayos estaba aquella Cruz y así se lo hicieron saber a la señora con toda la cortesía y humildad de la que eran capaces. Pero Elena no se dio por satisfecha y ordenó encerrar a todos los miembros de aquella corporación y no darles de comer hasta que dijeran dónde se hallaba la preciada reliquia.

Pero los judíos son judíos, no tontos; por tanto, pidieron permiso a la señora para que uno de los cautivos -el más anciano- quedara en libertad para ir a buscar la Cruz e indicarle a ella luego el lugar exacto. Elena, generosa ella, concedió tal permiso y el buen anciano se dio toda la prisa que pudo y la encontró. ¡Vaya si la encontró! Y no una, sino las tres cruces del Viernes Santo. Incluso le dio tiempo a preparar el paso siguiente de la farsa que le montó a la buena señora. Llegados al lugar indicado por el judío, los soldados excavaron un poco y dieron con las tres cruces. Ahora quedaba la duda: ¿Cuál era la de verdad? El judío se lo puso fácil cuando los llevó junto a un enfermo acostado en su cama y muy malito él. Puesta sobre el enfermo una de las cruces, éste empeoró; lo que indicaba que esa era la cruz de Gestas. La segunda de las cruces alivió algo su estado: era la cruz de Dimas. Por fin, la tercera cruz sanó al enfermo; teniéndose como cierto que aquella era la Verdadera o Vera Cruz. ¡Así se hacían las cosas en aquellos tiempos!

La Cruz, junto con un buen montón de reliquias falsas o verdaderas más, fue llevada a Roma por santa Elena y algunas se repartieron por todo el mundo conocido de entonces. Pero el culto a las reliquias que aquello propició fue tal que se convirtió en un culto idolátrico que ha durado hasta hace bien poco. Y como todo el mundo quería tener su trocito de la Cruz, se inventaron tantas cosas y salieron tantas cruces falsas que, al decir de Lutero y esta vez con razón, si juntáramos todos esos trozos podríamos construir una buena flota de barcos. Ubi veritas?

Pero no le tomes manía al nombre de Elena o Helena; literalmente: la Griega. Fonéticamente es muy bonito y romántico. Santa Elena fue elevada a los altares por culpa de los modos de su tiempo. Ella no tuvo nada que ver con esa culpa ni debemos hacerla responsable porque "Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano".

Un abrazo

miércoles, 4 de marzo de 2009

UNA PROFECÍA PAGANA. BUCÓLICA IV DE VIRGILIO

La llegada de Jesús al mundo no pasa desapercibida fuera del ámbito de Israel. En la propia Escritura se nos habla de la adoración de unos desconocidos magos que, procedentes de oriente, ofrecen al recién nacido oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como a hombre. Este episodio, por sabido, no lo comentaré. Pero, aparte de algunas leyendas de marineros mediterráneos que no tienen más base que las creencias populares, sí ha llegado hasta nuestros días un poema que, pasto de falsos eruditos, no todos han querido ver en él lo que realmente significa. Fue escrito cuarenta años antes del nacimiento de Jesús y comienza así:

¡Oh musas de Sicilia! Elevemos un poco el tono de nuestros cantos. No todo el mundo ama las arboledas y los humildes tamarindos. Si cantamos las selvas, que al menos sean dignas del cónsul. Ha llegado la edad anunciada por la sibila de Cumas. Todo empieza de nuevo y he aquí que empieza una nueva serie de siglos. He aquí, asimismo, que vuelven la Virgen y el reino de Saturno y que baja una generación nueva de las alturas del cielo. Dígnate amparar ¡oh casta Lucinia! la cuna del niño cuyo nacimiento significará el fin de la raza de hierro y hará surgir en el mundo la raza de oro. Reine ya en adelante tu hermano Apolo. Es justamente bajo tu consulado ¡oh Polión! cuando va a iniciarse esta edad gloriosa y, bajo él, cuando los meses del Año Grande van a abrir su curso. Si alguna huella quedase de nuestro crimen, no tendrá efecto alguno y su desaparición librará a la tierra de un terror perpetuo. Este niño tomará existencia divina, verá mezclados los héroes con los dioses, le contarán éstos como uno más de ellos y gobernará el universo pacificado por las virtudes de su padre (...) Todo rebosa alegría por el honor del siglo que llega. ¡Ojalá pudiera ver prolongarse mis últimos días! ¡Ojalá tuviese espíritu bastante para celebrar tus magnos hechos!...

No busquen este texto en la Biblia. El autor es Virgilio y el poema es su Bucólica IV (algunos cursis la llaman égloga) y, bajo mi punto de vista no puede ser más significativo. Cierto es que el cónsul Polión era su mecenas y que su mujer estaba embarazada por aquellas fechas pero, por muy pelota que fuese Virgilio, si esto es un elogio al futuro hijo de Polión se nos antoja desmesurado y su propio mecenas lo podría mandar crucificar por adulador descarado. Además, el esperado hijo resultó ser una niña. A mi humilde modo de ver, es una profecía mesiánica escrita en la Roma pagana del siglo I antes de Cristo.

En la Divina Comedia, Dante hace de este poeta su guía en los infiernos. Por algo será.

miércoles, 18 de febrero de 2009

UN SACRIFICIO HUMANO EN LA BIBLIA. LA HIJA DE JEFTÉ

Algunos pensaban que, con Abraham, se habían acabado los sacrificios humanos en el Pueblo Elegido. Por desgracia no fue así del todo. Este trágico episodio apenas deja lugar a los comentarios, salvo por el hecho de haber dado lugar a numerosas leyendas en Europa y en todo el mundo. Ocurrió en la oscura y anárquica época de los jueces de Israel y, por respeto, me limito sólo a transcribir el texto de una batalla y sus consecuencias (Jueces 11: 29-39).

El espíritu de Yavé fue sobre Jefté, y pasando por Galad y Manasés, llegó hasta Masfa de Galad, y de Masfa de Galad pasó a retaguardia de los hijos de Ammón. Jefté hizo voto a Yavé, diciendo: “Si pones en mis manos a los hijos de Ammón, el que a mi vuelta, cuando yo vuelva en paz de vencerlos, salga de las puertas de mi casa a mi encuentro será de Yavé y se lo ofreceré en holocausto”. Avanzó Jefté contra los hijos de Ammón y se los dio Yavé en sus manos, batiéndolos desde Aroer hasta según se va a Menit, veinte ciudades, y hasta Abel Queranim. Fue una gran derrota y los hijos de Ammón quedaron humillados ante los hijos de Israel.

Al volver Jefté a Masfa, salió a recibirle su hija con tímpanos y danzas. Era su única hija, no tenía más hijos ni hijas. Al verla rasgó él sus vestiduras y dijo: “¡Ah, hija mía, me has abatido del todo y tú misma te has abatido al mismo tiempo! He abierto mi boca a Yavé sobre tí y no puedo volverme atrás”. Ella le dijo: “Padre mío, si has abierto tu boca a Yavé, haz conmigo lo que de tu boca salió, pues te ha vengado Yavé de tus enemigos, los hijos de Ammón”. Y añadió: “Hazme esta gracia: Déjame que por dos meses vaya con mis compañeras por los montes llorando mi virginidad”. “Ve”, le contestó él, y ella se fue por los montes con sus compañeras y lloró por dos meses su virginidad. Pasados los dos meses volvió a su casa y él cumplió en ella el voto que había hecho. No había conocido varón.

Demasiado terrorífico para hacer más comentarios, pero así está escrito.

martes, 10 de febrero de 2009

¿PODRÍA SEVILLA QUEDARSE FUERA DEL LIBRO?



No se me escandalicen. Lo que voy a decir es muy gordo. Pensé callarme pero no resisto la tentación de contarlo. Tampoco sería de recibo que, como amante del estudio de la Historia, no revelara ciertas cosas que, aunque sabidas ya, han sido silenciadas por aquello de lo políticamente correcto. Lo que sigue puede escocer. Lo siento, pero es verdad. Tiene Sevilla un extraño destino que la ha hecho intervenir voluntaria o involuntariamente en muchos de los grandes acontecimientos de la Historia [1]. A veces de manera feliz y otras de forma trágica. Éste es el caso al que nos enfrentamos.

Cuando veo el paso de la Sentencia, miro a Pilatos que se lava las manos y me imagino que dirige un guiño de complicidad a la multitud que, sin saber nada, aplaude y jalea. ¡Qué lejos están, casi todos, de saber que quizá Sevilla tuviera en la Pasión un protagonismo desconocido y, sobre todo, no deseado!

Se sabe que Poncio Pilatos era hijo de un general a quien Julio César encargó la pacificación de Asturias (la Astúrica romana) y que, por ello, vivió en Astorga durante diez años. Bien pudiera ser, por tanto, que Pilatos fuera español. Fuese o no fuese español, lo cierto es que debía tener muy buenas relaciones con algunas de las ciudades que jalonaban el eje occidental Norte-Sur de la península, conocido después como Ruta de la Plata. Ahora veremos por qué.

Según nos cuenta el historiador judío romanizado Flavio Josefo, Pilatos fue elegido para el cargo de pretor en el reinado de Augusto, en el año 26 de nuestra era. Se ganó la enemistad del pueblo judío por haber introducido estatuas e insignias romanas en Jerusalén, nada más llegar[2], y por la dura represión que llevó a cabo cuando el pueblo se sublevó por ello. Aunque a Roma no le hizo mucha gracia la cosa, no sería tan malo en el desempeño de su función cuando fue confirmado en su cargo tres veces más [3] y sólo fue destituido a raíz de una revuelta de los samaritanos en el año 36 que también reprimió con más sangre de la acostumbrada. Desterrado a la Galia por Calígula, el resto de su historia se nos pierde entre leyendas confusas que se salen del objeto de este trabajo, pero que son tomadas como verdades de fe por coptos y griegos.

En los tiempos de Cristo, los pretores y gobernadores romanos llevaban consigo una legión bien entrenada y armada, tanto para su protección personal como para hacer cumplir las leyes y decretos dimanados de la autoridad central. Como, tanto los pretores como los soldados eran gente bastante corrupta y amiga de latrocinios en las colonias romanas – Pilatos no era ninguna excepción – era bastante frecuente que los soldados asesinasen a sus superiores para quedarse con todo el botín. Para evitar estas cosas, los pretores solían rodearse de sus propios paisanos, a los que conocían muy bien y, de alguna manera podían asegurarse represalias en casos de irregularidades.

Oficialmente, las legiones o cohortes romanas no tenían nombre y eran identificadas sólo con un número, pero se les conocía popularmente por el nombre de la región, ciudad o provincia de donde procedían la mayoría de sus componentes, así que era fácil saber el origen de ellos por el nombre de la unidad militar donde servían. Aunque la cohorte que entonces prestaba servicio en Judea no estaba a las órdenes directas de Pilatos, sino a las del gobernador de Cesárea, Pilatos llegó a disponer en momentos de peligro de revuelta de hasta cuarenta y cinco centurias de esa legión.

Y ahora viene lo más gordo: si conocemos el nombre de la legión que acompañaba a este subgobernador de desdichada memoria, podemos saber casi con certeza el origen de los soldados que hicieron el trabajo más sucio de toda la Biblia; es decir: el de torturar y crucificar a Jesús. Aunque también, todo hay que decirlo, hicieron exacto el cumplimiento de las profecías. Si hemos podido situar en la Historia la cronología del mandato de Pilatos (26 – 36 d. J. C.) y, entre esas fechas identificar el nombre de esa cohorte, ya tenemos la respuesta. San Lucas, en sus Hechos de los Apóstoles, nos da la solución al enigma en el capítulo 10:

Había en Cesárea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica

Ni quito ni pongo. Escalofría pensar que, hasta las conclusiones del Concilio Vaticano II, el sambenito de deicidas que durante casi dos mil años llevaron los judíos nos correspondía, en realidad, a nosotros. Que Dios nos perdone.


[1] Ahora ya no pinta nada excepto para toros, fútbol y puñetas.

[2] Los judíos tenían prohibidas las representaciones de arte figurativo. La presencia de estatuas romanas cercanas al Templo era considerada como una blasfemia.

[3] La duración del mandato de un pretor era de tres años.

domingo, 1 de febrero de 2009

LOS CUERNOS DE MOISÉS



Como casi todo el mundo, un servidor conocía por fotos la estatua de Moisés que Miguel Ángel Buonarotti talló para la tumba del Papa Julio II y que nunca llegó a terminar las otras cuarenta y siete estatuas que iban a formar el conjunto de tan magna obra pero, cuando la ví de cerca por primera vez, no pude resistirle la mirada.


Éste no es momento para hablar de las impresiones subjetivas que el espectador recibe ante la obra de arte, máxime ante una de esta categoría, por lo que me voy a referir a un detalle curioso que llama la atención en esa estatua. Me refiero a dos cuernecillos que se asoman sobre la frente del Profeta y que no pueden referirse a nada irreverente dado el contexto histórico en el que se desarrolló esta escultura. Veamos, pues, el origen de esos cuernos.


Es sabido que san Jerónimo de Estridón, allá por el 382 de nuestra Era y por encargo del Papa Dámaso I, tradujo al latín de la época los textos bíblicos que había, escritos en hebreo, arameo y griego y por aquello de su traducción al latín de uso común o vulgar, se llamó a su obra Biblia Vulgata. Pero una obra tan ingente desarrollada por un sólo hombre, era imposible que estuviera exenta de errores y, como se descubrió mucho después, algunos bastante serios. No obstante, ahora nos vamos a referir a uno de ellos que fue el que dio origen a los cuernos de Moisés.


Es sabido también que las lenguas semitas no usan vocales en su escritura por lo que, salvo que se conozca muy a fondo el idioma, es muy fácil confundir bastantes palabras que, aunque se escriben de la misma forma, se pronuncian de manera distinta y su significado sólo se puede saber en función del contexto de la frase. Pues bien, en el pasaje del libro del Éxodo 34:29-35 que describe la bajada de Moisés del monte con las tablas de la Ley en la mano, dice que de su cabeza salían “karan ohr” o rayos de luz en hebreo, el santo traductor confundió la voz “karan”, rayos, con otra degrafía idéntica pero de pronunciación algo distinta “keren”, que sólo se distingue por el contexto de la frase y significa cuernos.


Así que ya sabemos por qué el Moisés de Miguel Ángel tiene cuernos aunque, todo hay que decirlo, en la época de Buonarotti ya se conocía esa circunstancia y estoy seguro que el artista, que era cultísimo, estaba al tanto de ella pero usa el juego de palabras como recurso artístico para captar mejor la atención del espectador.

domingo, 25 de enero de 2009

ARTABÁN. EL CUARTO MAGO



Me he decidido a colgar este artículo en el blog porque hoy ha llegado Artabán a casa y quiero hacerle un homenaje público para que no se pierda del todo su memoria. Por primera vez -espero que no sea la última- voy a tratar de una leyenda en lugar de los temas tan serios que he tratado hasta ahora y, como es una leyenda, me he permitido novelarla pero sin salirme lo más mínimo de su sentido original.

La costumbre de la venida de Artabán a mi casa data de muchos años atrás, desde que supimos de este personaje como supuesto Rey Mago que se retrasó en su llegada al portal y, desde entonces, sin fecha fija pero siempre después del 6 de Enero, conservamos la costumbre de regalarnos algo en su honor. Regalos no muy grandes, como corresponde a un Rey Mago retrasado, pero sí dignos de gratitud y, en cualquier caso, un pretexto como otro cualquiera para una celebración.

Yo pensaba erróneamente que la leyenda de Artabán era prácticamente desconocida pero, hace unos años, me encontré dos barquitos gemelos amarrados en sendos puertos de Asturias, llamados Artabán II y Artabán III -bueno, en su rótulo no lucía la tilde pero lo interpreté como una más de las horripilantes consecuencias del analfabetismo derivado de la funesta LOGSE- Esta circunstancia me hizo pensar que hay más gente de la que parece que conoce su leyenda. Leyenda que, por cierto, aprovechó un pastor protestante llamado Henry van Dyke para escribir en 1896 un relato con ella.

Pero ahora voy a exponer la mía en la que el protagonista habla en primera persona. Espero que les guste.


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En algún lugar de este mundo, o del otro, a 25 de Enero de 2009 de la Era Cristiana

Como mago que soy, conozco que este año de gracia, algunos nuevos miembros se incorporarán a la loable tradición de conmemorar mi paso por este mundo físico en el que, por la gracia de Dios, fui elegido para una misión que empezó en fracaso pero que terminó por hacerme el único de los Magos que pudo ver el éxito final del Plan Divino para contarlo a las generaciones futuras.

Por si acaso los recién llegados no conocen mi historia, me apresuraré a contar un resumen de la misma, ya que el anfitrión de esta reunión no está dispuesto a dar detalles de palabra de una historia que no conoce demasiado bien y que, para él, supone un gran trabajo adicional de investigación con resultados más que dudosos. Para aliviarle de semejante tarea, yo mismo os contaré algo que ha permanecido casi oculto hasta hoy, pero que cada día conoce más y más gente para bien de la Humanidad.

Hace más o menos unos dos mil años – tampoco puedo precisar demasiado por los caprichos de los calendarios humanos – una estrella muy especial cruzó el cielo de este mundo y nos anunció a los que esperábamos esa señal que un Niño Divino había nacido de una Virgen en un perdido rincón del mundo en donde Oriente se junta con Occidente y ambos se contaminan con ello. Como miembro que soy de la Hermandad de Sabios, supe inmediatamente que, pasara lo que pasara, mi deber era acudir urgentemente al punto de reunión para, desde allí, ir a adorar al Niño y a ofrecerle los dones que sólo los sabios podemos dar. El resto de mis hermanos magos tenían sobre mí la ventaja de vivir en lugares más cercanos a donde se produjo el trascendental acontecimiento, pero las reglas de la Hermandad los obligaban a dirigirse al punto de reunión y esperar un tiempo prudencial a que llegáramos los que vivíamos mucho más lejos, como era mi caso, para después ir todos juntos en busca del Niño anunciado por la estrella.

Partí pues, de mi tierra, heredera de Tartessos y llamada Turdetania apenas doscientos años atrás en que las locuras púnicas y romanas convirtieran su nombre en poco más que una leyenda, camino del punto de reunión que, aunque fuera un secreto entonces, ahora se puede revelar y estaba situado en las ruinas de la antigua ciudad de Ur, dentro del actual Iraq y casi a un tiro de piedra del lugar de nacimiento del Niño; allí debería aguardarme el resto de los miembros de la Hermandad al mando de aquel que no conocíamos su verdadero nombre, pero al que llamábamos Melchor que, en lenguaje semita, significa “Llave de la Ciudad”. Pese a lo que cuentan algunas historias malévolas que se placen en presentarme como jinete de un camello cojo y con muy pocos pertrechos, mi equipaje era regio como correspondía a mi rango y mis medios de transporte no eran camellos, sino espléndidos caballos criados y domados en las marismas de aquel gran río que formaba aquel impresionante estuario que los romanos llamaban Lago Ligustino. Y ¿qué decir de los regalos que llevaba para el Niño? Constaban de un gran diamante de África Occidental, tallado con la mayor finura por los artífices de mi tierra y engastado en oro puro del que se halla en el lecho del río que ahora se conoce como Guadaira; un rubí también africano trabajado por el mismo artista y que, engastado también en oro, estaba rodeado por pequeñas esmaraldas. Finalmente, un trozo de jaspe oriental iridisado que, por sí solo, ya valía el precio del rescate de un rey. Naturalmente, entre mis regalos no podía faltar el mejor caballo de mis cuadras y también lo llevé conmigo sin cargarlo para que llegara fresco y descansado a las manos del Divino Infante.

No tenía cuidado por mi tardanza ya que, a pesar de la lejanía, mis medios de transporte eran más del doble de rápidos que los de mis compañeros - ¡con aquellos caballos era capaz de llegar a Ur antes que los que vivían en la misma Babilonia! – y, además, era el más joven y el más fuerte de todos los hermanos magos convocados ¿Qué podía temer?

Con aquellos medios, decidí hacer el viaje por tierra, al no fiarme de los bandidos medio piratas que se ofrecían a llevarte en sus barcos hasta Antioquía, pero que las más de las veces acababas en un mercado de esclavos. Así las cosas y, aunque los romanos habían destruido muchas civilizaciones además de la mía, a cambio habían impuesto algo de seguridad en los caminos por lo que, encaminándome hacia el norte, salí de la Bética y, pasando por la Tarraconensis llegué a la Galia Narbonensis y a la Cisalpina, las que crucé sin más problemas que los derivados del salvajismo de sus habitantes; poca cosa para un mago como yo. Desde allí, pasé a lugares más civilizados como Dalmacia, Macedonia y Tracia, donde los problemas sólo venían de los muy astutos comerciantes que, si te descuidabas, te dejaban en la ruina. En muy pocas jornadas alcancé y crucé Bitinia y Galacia y me interné en Siria camino del lugar de la cita.

Cerca de Damasco, estaba pensando que podía perder camino si llegaba hasta el lugar de la cita, porque el lugar de nacimiento del Niño estaba a muy poca distancia hacia el sur y quizás fuera mejor mandar aviso al resto de los magos para esperarlos en algún lugar de Judea en vez de llegar hasta Ur, bastante más al oriente. Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos al salir de un desfiladero del camino y ver en el valle los restos de una caravana recién asaltada: hombres y animales muertos o agonizantes y restos de fardos de mercancías ya inutilizadas por el fuego era todo lo que los bandidos habían dejado tras de sí.

Interrumpí mi marcha y me detuve para confortar en lo posible a los heridos moribundos. Todos murieron menos a uno que, a pesar de su avanzada edad y a una impresionante herida en la cabeza, se empeñó en vivir y lo consiguió. Gasté mis reservas de agua y comida en cuidar de él hasta que, una semana después, estuvo en condiciones de ser trasladado y lo llevé a Damasco para que pudiera ser mejor cuidado; una vez allí, le busqué posada y me quedé con él hasta que se curó completamente; además, le dejé al posadero el diamante para resarcirlo de los gastos que pudiera ocasionarle el herido durante el resto de su vida. Habían pasado más de dos meses desde que me hice cargo de él y, como en el asalto había perdido toda su fortuna, le dejé todos los caballos que yo llevaba, excepto el que yo montaba. Tuve que cargar mi equipaje en el caballo que llevaba como regalo y reemprendí mi camino hasta llegar a Ur, al lugar de reunión, donde me encontré con una nota de Melchor en la que se me decía que no podían esperarme más y que partían hacia Judea si mí.

Pero yo había recorrido medio mundo para adorar al Niño y no iba a volver a casa sin haberlo hecho. Me encaminé a Judea y busqué al títere que Roma había puesto como reyezuelo de allí sin el menor respeto por la familia real, cuyos miembros vivían como ciudadanos corrientes. Allí me encontré con el espantoso espectáculo de soldados matando niños por orden de ese títere y pude llegar a tiempo de parar a uno de ellos en el momento de ir a degollar a un crío arrancado de los brazos de su madre. A cambio de la vida del niño le ofrecí el rubí y la madre pudo llevarse sano y salvo a su hijo; pero un oficial nos sorprendió. Se llevaron al soldado y a mí me encerraron en una mazmorra de Jerusalén sin explicaciones ni proceso. Por suerte, no me registraron y pude conservar el jaspe que traía oculto entre mis ropas.

Podrá parecer mentira pero estuve encerrado cerca de treinta y tres años. Perdí casi todos mis dientes y mi cabello, antes negro y recio, se volvió ralo y blanco. Durante los últimos tres años llegaban a mi mazmorra noticias de un Hombre, al parecer un Profeta, que resucitaba muertos y hacía toda clase de milagros. En mi fuero interno sabía que ese Hombre era el Niño a quien mis hermanos magos y yo habíamos ido a adorar tantos años atrás.

Estuve encerrado hasta que un día pude hacer amistad con un guardia que me pasó recado de escribir y pude redactar un memorial y enviárselo al reyezuelo de turno, también llamado Herodes como el que me encarceló. Éste nuevo títere, al leer la misiva consideró que un hombre que llevaba tanto tiempo en la cárcel ya no podía ser un peligro para nadie y que, en libertad, tampoco era un gasto para el erario, por lo que mandó ponerme en la calle aprovechando la Pascua de aquel año.

La mañana de aquel día, catorce de Nisán en el calendario judío, dejé a mis espaldas la puerta de la cárcel para encontrarme dentro del mercado de esclavos donde estaban subastando a una chica para pagar las deudas de su padre. No lo pensé y entregué al subastador el jaspe, lo único que me quedaba como fortuna, para liberar a la joven. Seguí andando y topé con una multitud que acompañaba a tres hombres que iban a crucificar. Dos de ellos llevaban a cuestas sus maderos como mandaba la tradición romana; pero el tercero, vestido con una túnica de gran precio y que irradiaba majestad a pesar del tremendo deterioro físico que le había supuesto una noche de tormento, no cargaba con su cruz porque no podía y, en su lugar, lo hacía un hombre que no estaba condenado. Pregunté a la gente por aquel extraño reo y me contaron su historia: era de la familia real de Israel y estaba condenado por haberse autoproclamado Rey de los Judíos y Mesías. Al instante comprendí que mi destino se había cumplido y que mi viaje no había sido en vano.

Y el divino Reo me miró y, sin decir palabra, afirmó con su cabeza.

……………..

La costumbre de celebrar la llegada de Artabán, el retrasado cuarto Rey Mago, es nueva pero espero que terminará por imponerse. Su historia es bastante más que una leyenda y cualquier investigador serio puede rastrear sus huellas con la misma o mayor fidelidad que la de los tres clásicos Melchor, Gaspar y Baltasar.

miércoles, 21 de enero de 2009

LA RAZA NEGRA EN LA GENEALOGÍA DE JESÚS

A pesar de la tendencia endógama del pueblo de Israel, reforzada por las leyes favorables a ella y penalizadoras de lo contrario, a veces no se duda en recurrir a sangre extraña para refrescar la raza. En esta ocasión nos encontramos con un caso espectacular, ya que el protagonista se trata de un miembro de la propia tribu de Judá, descendiente de Tamar, nuera de Judá y viuda de Onán, quien para tener descendencia, se hizo pasar por prostituta para engatusar a su suegro y quedarse embarazada de él. Y el elemento extraño es nada menos que una moabita, quizá de raza negra como todas las etíopes, quien ingresa en el selectísimo círculo de la ascendencia de David. Aquí empezamos a darnos cuenta de que se está cociendo algo grande en medio de tantas casualidades.

La genealogía de David arranca, como ya se ha dicho, de la unión de Judá con Tamar quien parió a Fares. El resto de la línea, por vía paterna, es: Esrom, Aram, Aminabad, Nasón, Salmón, hasta llegar a Boz, de quien nos ocupamos ahora mismo.

En Belén de Judá vivía un hombre llamado Elimelec quien, casado con Noemí, tenía dos hijos llamados Majalón y Quelyón. Ya sabemos desde casi el principio del libro cómo se las gastaba la sequía por aquellas tierras y, en consecuencia, a causa de una de ellas emigra Elimelec con toda su familia a la tierra de Moab. Muere allí el cabeza de familia y sus hijos toman por esposas a dos moabitas, llamadas Orfa y Rut. Al cabo de diez años fallecen también éstos quedando viudas las tres mujeres. Noemí, entonces, pensando en volver a su ciudad natal, envía a sus dos nueras de vuelta a casa de sus padres. Tras algunas protestas de compromiso accede Orfa, pero Rut se niega con obstinación y dice a su suegra: (Rut 1:16)

No insistas en que te deje y me vaya lejos de tí; donde vayas tú, iré yo; donde mores tú, moraré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; donde mueras tú, allí moriré y seré sepultada yo.”

Emociona leer este párrafo lleno de piedad filial con una suegra, tan alejado de la leyenda negra actual que rodea a éstas. Pero lo importante para el relato es que Noemí, seguida de Rut, regresa a Belén, llegando justo cuando comenzaba la siega de la cebada. La casualidad, nuevamente, hace que Rut se vaya a espigar al campo de un pariente cercano de Elimelec, llamado Boz, quien estaba al corriente de la fidelidad de la muchacha, por lo que ordena a sus criados que le den un trato digno y, no sólo la dejen espigar al uso de las leyes que Moisés les había dado en el desierto (1), sino que dejen más de la cuenta en el campo para que ella lo recoja.

Enterada Noemí de quién es el dueño del campo donde ha sido Rut tan bien tratada y siendo Boz pariente de su difunto marido, hace que la muchacha reclame a su amo el derecho del levirato y éste, hombre honrado que era, sabiendo que existe otro pariente más cercano a Elimelec, no hace uso de tal derecho hasta obtener la renuncia al mismo, ante testigos, por parte de tal pariente. Una vez obtenida la renuncia, un encantado Boz algo entrado en años, desposa a la joven Rut quien, a su tiempo, parirá a Obed, abuelo paterno de David.

No me resisto a recomendar vivamente la lectura de esa pequeña joya que es el Libro de Rut. En medio de la Biblia, este librito de apenas cuatro páginas es una corriente de aire fresco que se agradece mucho.

(1) La Ley ordenaba que los segadores no recogieran toda la cosecha, sino que dejaran en el campo una pequeña parte para las viudas y huérfanos pobres. Esta costumbre pasó después a la cristiandad, estando aquí en España muy mal visto que los segadores arrebañaran la mies. Algún ejemplo de ello hay recogido y ha llegado a la actualidad. (Recuérdese el estribillo del coro de la zarzuela Las Espigadoras: "En memoria de mi segador/no arrebañes los campos de mies/que detrás de las hoces voy yo")

jueves, 15 de enero de 2009

UN EDICTO DEL PROFETA MAHOMA

PARA LOS MUSULMANES OLVIDADIZOS

Rebuscando entre los cientos de documentos que tengo recopilados sobre Historia de las Religiones, he topado con este curioso edicto de Mahoma del que conocía su existencia, pero que daba por perdido. Dice así:

"He escrito este edicto bajo la forma de una orden para mi comunidad y para todos aquellos musulmanes que viven dentro de la cristiandad, en el Este y en el Oeste, cerca o lejos, jóvenes y viejos, conocidos y desconocidos. Quien no respete el edicto y no siga mis órdenes obra contra la voluntad de Allâh y merece ser maldito, sea quien sea, sultán o simple musulmán. Cuando un sacerdote o ermitaño se retira a una montaña o a una gruta, o se establece en la llanura, el desierto, la ciudad, la aldea, la iglesia, estoy con él en persona, junto con mi ejército y mis súbditos, y lo defiendo contra todo enemigo. Os abstendréis de hacerles ningún daño. Está prohibido arrojar a un sacerdote de su iglesia, a un ermitaño de su ermita. No se ha de quitar ningún objeto de una iglesia para utilizarlo en la construcción de una mezquita o de casas de musulmanes. Cuando una cristiana tenga relaciones con un musulmán, éste debe tratarla bien y permitirle orar en su iglesia, sin poner obstáculo entre ella y su religión. Si alguien hace lo contrario, será considerado como enemigo de Allâh y su Profeta. Los musulmanes deben acatar estas órdenes hasta el final del mundo"

Ahora que me vengan algunos listos a pedir indemnizaciones a España.

LA VENIDA DE JESÚS ANUNCIADA POR VIRGILIO

La llegada de Jesús al mundo no pasa desapercibida fuera del ámbito de Israel. En la propia Escritura se nos habla de la adoración de unos desconocidos magos que, procedentes de oriente, ofrecen al recién nacido oro como a Rey, incienso como a Dios y mirra como a hombre. Este episodio, por sabido, no lo comentaré. Pero, aparte de algunas leyendas de marineros mediterráneos que no tienen más base que las creencias populares, sí ha llegado hasta nuestros días un poema que, pasto de falsos eruditos, no todos han querido ver en él lo que realmente significa. Fue escrito cuarenta años antes del nacimiento de Jesús y comienza así:

¡Oh musas de Sicilia! Elevemos un poco el tono de nuestros cantos. No todo el mundo ama las arboledas y los humildes tamarindos. Si cantamos las selvas, que al menos sean dignas del cónsul. Ha llegado la edad anunciada por la sibila de Cumas. Todo empieza de nuevo y he aquí que empieza una nueva serie de siglos. He aquí, asimismo, que vuelven la Virgen y el reino de Saturno y que baja una generación nueva de las alturas del cielo. Dígnate amparar ¡oh casta Lucinia! la cuna del niño cuyo nacimiento significará el fin de la raza de hierro y hará surgir en el mundo la raza de oro. Reine ya en adelante tu hermano Apolo. Es justamente bajo tu consulado ¡oh Polión! cuando va a iniciarse esta edad gloriosa y, bajo él, cuando los meses del Año Grande van a abrir su curso. Si alguna huella quedase de nuestro crimen, no tendrá efecto alguno y su desaparición librará a la tierra de un terror perpetuo. Este niño tomará existencia divina, verá mezclados los héroes con los dioses, le contarán éstos como uno más de ellos y gobernará el universo pacificado por las virtudes de su padre (...) Todo rebosa alegría por el honor del siglo que llega. ¡Ojalá pudiera ver prolongarse mis últimos días! ¡Ojalá tuviese espíritu bastante para celebrar tus magnos hechos!...

No busquen este texto en la Biblia. El autor es Virgilio y el poema es su Bucólica IV (algunos cursis la llaman égloga) y, bajo mi punto de vista no puede ser más significativo. Cierto es que el cónsul Polión era su mecenas y que su mujer estaba embarazada por aquellas fechas pero, por muy pelota que fuese Virgilio, si esto es un elogio al futuro hijo de Polión se nos antoja desmesurado y su propio mecenas lo podría mandar crucificar por adulador descarado. Además, el esperado hijo resultó ser una niña. A mi humilde modo de ver, es una profecía mesiánica escrita en la Roma pagana del siglo I antes de Cristo.

En la Divina Comedia, Dante hace de este poeta su guía en los infiernos. Por algo será.

miércoles, 14 de enero de 2009

LA VIRGEN MARÍA EN EL ISLAM

Hace unos días, a indicación de un buen amigo, seguí el blog de César Vidal en Libertad digital. Por allí apareció un ser indefinible dotado de, al menos, dos personalidades que decía llamarse Walid Haddad, ser sirio y haber sido imán hachemita, pero que lucía una esplendorosa falta de conocimiento del Corán. A él va dedicado este texto extraído de una conferencia que estrené en la Navidad de 2003.

LA VIRGEN MARÍA EN EL ISLAM

En líneas generales, a veces el estudio de la Historia nos trae sorpresas que, agradables o no, derriban mitos e ideas preconcebidas y, por tanto, nos libran de prejuicios y apreciaciones que, durante generaciones, se han tomado a la ligera y han sido aceptadas sin más análisis por nuestra parte, dando por buenas algunas opiniones anteriores que, desinformadas o interesadamente distorsionadas, nos han transmitido verdaderos errores de bulto. Si esto es cierto en líneas generales, como ya he dicho, es mucho más cierto cuando se profundiza un poco en el estudio de la Historia de las Religiones, tema delicado por excelencia y sujeto en todas partes a manipulaciones tendentes a hacernos considerarlas algo así como compartimentos estancos para no hacernos caer en la tentación de compararlas. Parece como si los dirigentes de todas ellas tuvieran miedo de que sus fieles pudieran sentirse atraídos por creencias ajenas hasta extremos que los lleven a abandonar las que tenían abrazadas desde su nacimiento; tal vez olviden o no quieran tener en cuenta el consejo evangélico del mismo Jesús quien nos anima a buscar la Verdad porque sólo la Verdad nos hará libres.

Toda esta confusión es particularmente lamentable en nuestro país que, habiendo sufrido una invasión islámica que casi destruyó por completo nuestra raíz cristiana primitiva, al día de hoy existe una gran desinformación sobre la religión de los invasores, a pesar de haber sido practicada en España durante más de setecientos años; desinformación que nos lleva a considerar al Islam como algo totalmente ajeno a nuestras creencias y costumbres, sin que podamos sospechar que existen unos lazos de unión mucho más estrechos de lo que nos imaginamos. Seguramente, a lo largo de esta charla les voy a pedir alguna vez que no se escandalicen y para que, en lo posible, quien no quiera fiarse de mis palabras pueda tener a mano las mismas fuentes de información que he tenido yo mismo, antes de empezar diré que las he tomado de una de las ediciones del Corán más cuidadas que se hayan hecho en castellano, concretamente la publicada por Visión Libros, en Barcelona en 1979. En este mismo libro también figuran algunas de las cartas que envió Mahoma a dirigentes políticos de su época instándoles a su conversión al Islam y que nos darán alguna que otra sorpresa de las que ya les había advertido al principio.

Mi curiosidad por investigar estas grandes afinidades de pensamiento entre el Islam y el cristianismo vino cuando, hace muchos años, esa casualidad que nos hace tropezar con las cosas que realmente importan en esta vida, trajo hasta mis manos una carta que Mahoma dirigió al entonces cristiano emperador de Etiopía, con quien tenía una deuda de gratitud por haber refugiado en su reino a parte de los primeros seguidores del Islam, salvándolos de las matanzas que sus enemigos perpetraban en La Meca. En esta carta, en la que se le pide al Negus Annayaxi que se convierta a la nueva religión, Mahoma escribe:

Reconozco que Jesús, hijo de María, es el espíritu de Dios y su Verbo. Él lo hizo descender de María, virgen bienaventurada e inmaculada y ella lo concibió…”

La sorpresa que me llevé al leer esta carta fue mayúscula. Reconozco que soy uno de los pocos afortunados que, educado en un colegio religioso católico, me fue inculcado un profundo respeto por Mahoma y el Islam desde una edad tan tierna como la de los doce o trece años que era cuando se estudiaba la Historia de la Iglesia en el tercer curso del Bachillerato de entonces. Allí no se me presentaba a Mahoma como un monstruo ávido de sangre cristiana, como era costumbre de la época en la mayoría de los sitios sino, más bien, como un brillante político y guerrero que logró la hazaña de unificar en una sola nación y en una sola creencia a miles de tribus idólatras dispersas por el inmenso territorio de la península de Arabia y que, hasta su llegada, se dedicaban al robo de caravanas y a hacerse la guerra unas a otras. Los monstruos ávidos de sangre cristiana llegaron después de su muerte, cuando los burgueses de La Meca instigaron y pagaron el asesinato de su yerno Alí, marido de su hija Fátima, al que siguió toda la serie de acontecimientos que derivaron en la escisión de las dos grandes ramas del Islam actual y que se salen, con mucho, de los límites de esta charla.

En estos tiempos que corren y, tras los últimos acontecimientos históricos en los que parece que se azuza de nuevo el odio entre musulmanes y cristianos, considero un deber hacer lo que tanto me gusta, como es poner a cada cual en su sitio y no dejarme llevar por instintos de venganza ni por habladurías de ignorantes más o menos interesados de ambos bandos. Porque lo cierto es que, a pesar de tantos siglos de guerras y enfrentamientos por causa de la religión, a estas alturas de la Historia y mirando los antecedentes con la debida serenidad, es preciso reconocer que tales graves desavenencias sólo son debidas a cuestiones políticas y, naturalmente, económicas porque en toda la predicación de Mahoma, que duró desde el año 610 hasta su fallecimiento en 634, no se advierte la menor traza de odio contra los cristianos; más bien todo lo contrario. Sólo sus sucesores, en su afán de ganar poder y riquezas, se dedicaron a meter cizaña entre ambas creencias y a intentar imponer las suyas por la fuerza con las consecuencias que todos conocemos y que, desgraciadamente, continúan al día de hoy derramando sangre inocente. La verdadera opinión de Mahoma sobre los cristianos podemos leerla en su libro sagrado, el Corán, en la sura 5, aleya 821:

Juro que hallarás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los idólatras; en cambio, hallarás que quienes están más próximos del afecto de los creyentes son los que dicen: “En verdad somos cristianos” porque tienen sacerdotes y monjes que no se enorgullecen.”

Retomando el tema, la carta que Mahoma envió al Negus Annayaxi me animó a investigar el Islam en, al menos, la profundidad a la que puede llegarse leyendo su texto sagrado por excelencia: El Corán. Y digo sagrado por excelencia, porque los musulmanes también veneran como libros revelados a los de la mayoría del Antiguo Testamento y, por supuesto, a los del Evangelio aunque consideren al Corán como el último y más perfecto de todos ellos. En este libro sagrado encontré verdaderas perlas que ustedes mismos van a descubrir ahora y que, como dijo el propio Negus cuando acogió en su reino a los seguidores de Mahoma: “La diferencia entre vosotros y nosotros es más estrecha que una línea. Sed, por tanto, bienvenidos”.

Para empezar, sorprende que un pueblo semita como el árabe, acostumbrado a nombrar la genealogía paterna de cualquier personaje cuando se le cita, en el caso de Jesús no se le llama hijo de José o descendiente de David, como hicieron sus paisanos los judíos, sino que es llamado “Isa ben Mariam”, lo que quiere decir: Jesús, hijo de María. Caso único entre semitas de citar a la madre, en vez de al padre, en el nombre de un hijo, indicándonos así que creen firmemente, igual que nosotros, en la encarnación de Jesús en María sin la intervención humana. Abundando en el tema, tienen los musulmanes una curiosa costumbre: en sus funerales, al igual que hacen con Jesús, se nombra al difunto por su matronímico2 en vez de por su patronímico en señal de respeto al que consideran el mayor profeta de todos los tiempos, detrás de Mahoma naturalmente; pero, acerca de su Madre y adentrándonos en su Libro, nos encontraremos con muchas más cosas.

Para empezar, rara es la sura o capítulo del Corán, sobre todo en sus primeras tres cuartas partes, que no haga alusión a Jesús, María o a ambos; contar las citas coránicas alusivas a María es una labor titánica ya que, sólo los párrafos completos dedicados a Ella son treinta y cuatro, de los que en veinticuatro aparece asociada también a Jesús; pero no sólo se alude de pasada, sino que toda la sura 193 está dedicada en exclusiva a la Virgen María y la sura 34 a su familia y nacimiento. María, refiriéndose a la madre de Jesús, es el único nombre de mujer que aparece en el Libro sagrado musulmán y, en todas las ocasiones, con el mayor de los respetos y con una veneración no disimulada por el propio Mahoma, quien defiende su virginidad a capa y espada anunciando espantosos castigos que caerán sobre aquellos que hablen contra ella (4,156)
Por un momento, vamos a dejar el Libro Sagrado musulmán para referirnos a las tradiciones admitidas por todos los teólogos del Islam. Para el mundo islámico, aunque la escritura sagrada por excelencia sea el Corán, también tienen muy en cuenta lo que llaman las Sunnas o dichos del Profeta, de las que fueron recopiladas unas mil quinientas en los años posteriores a su muerte; además, cuentan con lo que llaman las Hadits, o tradiciones que pueden estar o no relacionadas con las enseñanzas de Mahoma. Un triste ejemplo de tradición que contradice frontalmente al propio Corán es el de la lapidación de las adúlteras, cuando en el Libro (24,2) el peor castigo que el Profeta les impone a los adúlteros - a los dos, no sólo a la mujer - es el de cien latigazos a cada uno.

Pues bien, en una de estas tradiciones que sí se le atribuye al propio Mahoma, se nos dice que:

Todo hijo de Adán, es tocado por un demonio en el momento mismo de nacer. La criatura así tocada emite un grito. Solamente María y su hijo hicieron excepción de esta regla”.

Es de notar que el propio Mahoma, según esta tradición, reconoce estar tocado por el pecado original, así como el resto de profetas y santos que ha habido y habrá a lo largo de la Historia; sin embargo, libra de esta lacra a María y a Jesús.

A lo largo de la Historia, la Iglesia fue cobrando conciencia que María, llamada la “llena de gracia” en el Evangelio de San Lucas (1,28) había sido redimida desde su concepción por lo que, tras siglos de discusiones teológicas en las que, todo hay que decirlo, nuestra ciudad tuvo un papel protagonista, el Papa Pío IX definió como dogma la Inmaculada Concepción de María en 1854, asumiendo de una vez por todas que fue concebida sin la mancha del pecado original. Pero no se escandalicen porque, aunque parezca mentira, volviendo al Libro sagrado musulmán, Mahoma se le había adelantado nada menos que mil doscientos años cuando, como colofón a toda una serie de comentarios sobre el embarazo de Ana, madre de María y la dedicación al servicio del Señor de Joaquín5, su padre y de toda su familia, al relatar la Anunciación de Jesús, pone en boca del Arcángel Gabriel las siguientes palabras descritas en la sura 3, aleya 42 del Corán:

“¡Oh, María! Por cierto que Dios te eligió, te purificó y te prefirió sobre todas las mujeres del mundo

Y parece también que el propio Profeta invoca a María cuando, en 66,12, dice al ponerla de ejemplo:

Y con María, hija de Imran, quien conservó su castidad y en quien alentamos nuestro espíritu…”

Quizás no sea del todo cierto lo que voy a contar a continuación, pero lo he recogido de la tradición de los maestros sufíes de los que tan pródiga fue nuestra tierra. Cuentan estos maestros que, en la última de las batallas que Mahoma libró en Arabia, cuando entró triunfante en La Meca, su ciudad natal, fue al templete de la Caaba que estaba lleno de imágenes de ídolos y de santos de todas las religiones conocidas en su época y lugar. Iconoclasta como era, el Profeta destruyó o mandó destruir todas las imágenes que encontró pero, al ver una imagen bizantina de la Virgen con el Niño, la protegió con sus propias manos y la ocultó bajo su manto para salvarla de la destrucción, entregándola después a los cristianos para que recibiera el culto adecuado, alejada de los ídolos de los paganos. Verdad o no, así lo cuentan los sufíes y muchos otros maestros musulmanes. Otra versión, más moderna, nos asegura que la tal imagen aun permanece en el interior de la Caaba.

Pero, lo que sí es un hecho cierto es que en la ciudad de Éfeso, ahora en territorio de Turquía, país musulmán por excelencia, existe una casa en la que, según la tradición, habitaron la Virgen y San Juan cuando huyeron de Jerusalén en el año 44 a causa de aquella persecución de Herodes que le costaría la vida, entre otros, al propio Santiago y que está relatada en el Libro de los Hechos. Por tanto, no es de extrañar que esta casa sea, hoy día, un lugar de peregrinaciones diarias; pero lo que sí nos puede asombrar a nosotros, es que el noventa por ciento de los peregrinos que acuden a ella son musulmanes que acuden a rezar y a venerar a la Virgen. A mayor abundamiento y también en nuestra propia época, el poeta y maestro sufí turco Muzaffer Ozak, fallecido en 1985, en su obra “Bendita Virgen María”, propone la construcción en esta ciudad de una mezquita en su honor, en la que musulmanes y cristianos acudieran juntos a rezar para fomentar la unión entre ambas religiones.

Los teólogos musulmanes no se ponen totalmente de acuerdo en la categoría de la santidad de María, dividiéndose entre los que la consideran a la altura de los mayores profetas, como Abraham y Moisés, o quienes tan sólo la consideran la más santa de las mujeres y, por tanto, ocupando un lugar de honor en el Paraíso; pero todos, sin excepción, ante la cantidad de alabanzas que se vierten sobre ella en el Corán, reverencian su nombre y la llaman Sayyidatuna Maryam, cuya traducción exacta es "Nuestra Dama María". Y, para darnos una idea algo más exacta de la veneración musulmana a la Virgen María, tengo que contarles una historia que fue contemporánea para los que ya tenemos cierta edad y que ocurrió en la ciudad de El Cairo entre Abril de 1968 y 1973, en la iglesia cristiana copta de Santa María de Zeitung.

Por hacer algo de memoria, hay que recordar que, en aquella época, un Egipto humillado por la tremenda derrota de la Guerra de los Seis Días, acaecida apenas unos meses antes, entre los días 5 y 10 de Junio de 1967, acababa de exigir al general Gamal Abdel Nasser6, quien dimitió de la presidencia del país a raíz de aquel desastre, que volviera a ocupar su cargo. Repuesto en el poder, Nasser, ateo confeso, marxista convencido y aliado de la entonces Unión Soviética, estaba muy ocupado recabando ayuda de sus amigos del bloque del Este para construir la presa de Asuán que era el mayor de sus sueños. El resto del mundo estaba también muy ocupado con los problemas que causó la retirada francesa de Vietnam7 y la entrada en guerra de los Estados Unidos en el sureste asiático para frenar el avance comunista. Esta era la situación a grandes rasgos y he querido hacer hincapié en la condición de comunista de aquel gran dirigente egipcio, quien en su juventud había derrocado la corrupta monarquía de Faruk, por lo que vamos a ver ahora.

En aquella iglesia copta construida para conmemorar la huída a Egipto de la Sagrada Familia, tuvieron lugar una serie de supuestas apariciones que, regularmente se producían tres veces a la semana durante varios años, durando hasta 1973. Paralelamente, también se producían curaciones inexplicables en su entorno y, por primera vez en la Historia, se graban en vídeo las imágenes de las supuestas apariciones por parte de la televisión egipcia y son fotografiadas por todo aquel que dispone de cámara. También era la primera vez en la Historia que musulmanes y cristianos rezaban juntos, cantando los musulmanes el versículo 3,42 del Corán ya citado: “¡Oh, María! Por cierto que Dios te eligió, te purificó y te prefirió sobre todas las mujeres del mundo”.
El propio presidente Nasser fue testigo y así lo declaró - nobleza obliga - de unas apariciones que pudieron contemplar más de un millón de personas a lo largo de aquellos años. Las características de estas apariciones, las curaciones que propiciaron y su discusión final no vamos a tratarlas aquí; baste con decir que en España las noticias no fueron divulgadas por unos medios de comunicación afines a un régimen que no podía ver con buenos ojos unas apariciones marianas en tierra de infieles. El caso es que, tanto la iglesia copta de obediencia griega, la de obediencia egipcia y la Católica Romana, así como el Gobierno Egipcio8, hicieron sus investigaciones, de cuyas disquisiciones tampoco vamos a ocuparnos, pero sí de la conclusión final de la investigación de aquel gobierno marxista y oficialmente ateo, aunque lleno de musulmanes ortodoxos, emitida por la Oficina de Información General y Quejas de Egipto. Dice así y no agrego comentarios:

"Investigaciones oficiales han llegado a la conclusión que es un hecho innegable que la Santísima Virgen María ha venido apareciendo en la Iglesia de Zeitun en un cuerpo claro y luminoso visto por todos los presentes que estaban frente a la iglesia, ya fueran estos Cristianos o Musulmanes"

Quizás ustedes estén tan sorprendidos como lo estuve yo mismo cuando investigaba sobre las creencias religiosas del Islam y se pregunten por qué tanta división en medio de tanta coincidencia: para ellos, igual que para nosotros, María fue concebida sin pecado original y, después, virgen y madre. Tanto en la cristiandad como en el Islam, muchas mujeres llevan el nombre de María en su honor; Jesús o Isa ben Mariam como le llaman ellos, es el Mesías, el Espíritu de Dios o Ruhalá y su Verbo y aunque para ellos no sea Dios ni hijo de Dios y Mahoma se sitúe por encima de Él como último profeta, ambas religiones esperan su segunda y definitiva venida. La respuesta, en principio, ya la habíamos anticipado y tiene su origen en las ganas de buscar poder y dinero por parte de los sucesores de Mahoma quienes, de ninguna manera querían supeditarse a las religiones ya existentes, sino buscarse una parcela propia. Quizás si Mahoma hubiera encontrado un mejor maestro cristiano o judío en su viaje de juventud a Damasco, o si los judíos de La Meca lo hubieran acogido en lugar de despreciarlo, las cosas hubieran rodado de distinta forma y más feliz para todos, pero la Historia no siempre ofrece un camino fácil a la Humanidad.

A pesar de todo, la Divina Providencia es sabia e hizo que, de los siete hijos que tuvo Mahoma con su patrona y esposa Jadicha, Fátima, la menor y la favorita de su padre, fue y es casi tan venerada en el Islam como la propia María porque el propio Profeta, antes de morir, le dijo que ocuparía en el Paraíso un lugar sólo inferior al de la madre de Jesús. Era tan venerada y recordada por los musulmanes que, cuando los norteafricanos, que no los árabes como nos dicen algunos, invaden la Península Ibérica el año 711 y arrasan la precaria monarquía visigoda, llaman de esa manera a cierto lugar en las cercanías de Leiría en lo que hoy es Portugal, en honor de aquella hija menor de Mahoma. El nombre perduró durante los siglos y, a pesar de la Reconquista, se sigue llamando igual en la actualidad como otros tantos toponímicos de origen árabe o bereber como tiene nuestra geografía.

Como todos sabemos, del 13 de Mayo al 13 de Octubre de 1917 ocurren en aquel lugar una serie de acontecimientos que la Iglesia interpreta como verdaderas apariciones marianas, por lo que el encinar donde sucedió todo se transforma en una explanada con un santuario en honor de la Virgen que lleva el mismo nombre que le daba la tradición y que le impusieron los invasores; así, el nombre de Fátima ha pasado a ser igual de venerado por cristianos y musulmanes; los primeros por ser una advocación de la Virgen y los segundos por ser el nombre de la hija favorita de Mahoma y, en la actualidad, ante una mujer llamada Fátima no podemos saber si es de origen cristiano o musulmán sólo por el nombre.

Será muy difícil, por no decir imposible, que algún día se produzca la unión religiosa entre cristianos y musulmanes, pero al existir este punto en el que ambas religiones están casi de acuerdo, la figura de María será el paso obligado para llegar a un entendimiento más que razonable, en lugar de la casi guerra de religiones en la que ahora nos encontramos a causa de la cerrazón de algunos. Una vez más, entre tanta discordia y división, la santísima Virgen parece estar en medio para unirnos a todos.

NOTAS

1 Como es costumbre cuando se habla del Corán, palabra que no es de origen árabe sino de un antiguo idioma sirio que significa recitación, no se hacen las referencias a capítulos y versículos sino que se sigue la costumbre musulmana y se habla de suras y aleyas, sus sinónimos.

2 Por ejemplo: en el caso del propio Mahoma, en su funeral se le llamaría Muhammad Mustafá ben Amina, no Muhammad Mustafá ben Abdulá, como era su verdadero nombre.

3 La Sura 19 se compone de 98 aleyas y fue dictada en La Meca excepto las aleyas 58 y 71 que son medinenses.

4 La Sura 3, una de las más largas del Corán, tiene 200 aleyas.

5Ni los mismos comentaristas y exegetas musulmanes saben por qué, pero a Joaquín se le llama Imram en el Corán.

6 Gamal Abdel Naser (Asiut 15-1-1918 – 1970)

7 Muchos han olvidado que la llamada Guerra de Vietnam no fue empezada por los Estados Unidos, sino que se originó como un levantamiento popular de resistencia contra la ocupación colonial francesa apoyado desde la China comunista. Ante la impotencia de Francia para sofocar el levantamiento y, una vez perdida ya la mitad norte del país, los Estados Unidos tomaron el relevo y los franceses fueron tan hábiles en escurrir el bulto que casi todo el mundo cree que la responsabilidad de aquel horror corresponde en exclusiva a América, cuando fue Francia quien encendió la mecha.

8 La policía egipcia -¡menuda es!- rastreó la zona en un radio de quince millas alrededor de la iglesia para averiguar si existían proyectores u otros dispositivos ópticos que pudieran producir estos efectos.

UNA CURIOSIDAD ESTADÍSTICA


UNA CURIOSIDAD DE ESTADÍSTICA MATEMÁTICA
APLICADA A LA DEMOGRAFÍA ISRAELITA EN EGIPTO


Algún despistado exégeta1 del Libro Sagrado tacha de figura poética el número de israelitas que habitaban en Egipto al cabo de casi catorce generaciones. La Biblia dice que acompañaron a un arruinado, hambriento y anciano Jacob setenta y seis personas, sin incluir las mujeres de sus hijos y nietos y, partiendo de ese dato, me he permitido hacer una estimación en la que, incluyendo a estas mujeres más José, su esposa y sus hijos, asciende a unas cien personas. Haciendo un cálculo sencillo, para los no iniciados en matemáticas, suponemos, sin ser descabellado para la época, que estas cien personas se convierten en trescientas en treinta años. De ellas, restando las cien originales, nos quedan doscientas. Si repetimos el mismo cálculo con idéntico criterio de incremento vegetativo resulta que la población se nos dobla en cada generación y, estadísticamente, resulta la apabullante cifra de un millón seiscientas treinta y ocho mil cuatrocientas personas al cabo de catorce generaciones. No es de extrañar, pues, la cifra de seiscientos tres mil quinientos hombres mayores de veinte años y en condiciones de tomar las armas que, sin contar a la tribu de Leví, se menciona en Núm. 1:45 y se nos anticipa una aproximación en Éx. 12:37. Realmente era una cifra preocupante para un Faraón sólo preocupado por aumentar su poder y con un pueblo extraño viviendo en medio del suyo.

Para los no iniciados en Matemáticas, ahí va una tabla con los resultados de la evolución demográfica tras catorce generaciones:



1 Los exégetas parecen condenados siempre a meter la pata.

sábado, 10 de enero de 2009

JUDÍOS, NO RUBENITAS. EL PRIMER CARTEL DE TOROS DE LA HISTORIA.

Si Rubén fue el primogénito de Jacob, ¿por qué sus descendientes son llamados judíos y no rubenitas? Voy a contestar a esta pregunta, porque no es tan difícil y aunque parezca una barbaridad, empiezo esta historia hablando de tauromaquia ¿Qué tendrá que ver la fiesta de los toros con la Biblia? Paciencia, por favor.

Algunos expertos dicen que la costumbre de lidiar toros nace en Creta unos seiscientos años antes de Cristo, como atestiguan algunas pinturas; otros que es oriunda de España y que de aquí se extiende al resto del Mediterráneo. En realidad, tanto unos como otros no saben nada de su origen y, mucho menos de los nombres de los primeros lidiadores. Por desgracia para ellos, no conocen la Biblia.

Por otra parte, antes de seguir debo reseñar que hasta bien entrado el siglo XIX, antes de reglamentarse la lidia de toros en España, existía un lance quizá heredado de los cazadores prehistóricos en el que un torero distraía con un capote al toro mientras, sigilosamente, se le acercaban por detrás dos hombres armados con pesados machetes con cuchillas en forma de media luna y muy afiladas quienes, perfectamente sincronizados, descargaban sendos golpes sobre los talones de Aquiles del animal quien quedaba inválido de los cuartos traseros y a disposición de ser rematado a lanzazos. Este lance era conocido como el desjarretado y fue prohibido por su excesiva crueldad. El desjarretado de grandes animales era practicado en la India con elefantes y rinocerontes hasta la llegada de las armas de fuego.

Dejemos en paz a los toros, por el momento y sigamos. Podemos sospechar que un hombre como Jacob que, al menos tuvo cuatro mujeres, era sexualmente bastante activo y, al parecer, esa cualidad la transmitió a algunos de sus hijos, como Rubén quién recién muertos Raquel e Isaac, en una de las visitas que el hijo mayor hacía a la casa de su padre no se le ocurre otra cosa que acostarse con Bala, la esclava de Raquel y madre de sus hermanos Dan y Neftalí. A Jacob que se dio cuenta, naturalmente, no le hizo ninguna gracia pero hace la vista gorda y calla, por el momento. (Gén. 35:22)

Como todos los ascendientes de Jesús, los hijos de Jacob no eran gente dada a las bromas. Según el capítulo 34 del Génesis, Siquem, hijo de Jamor, príncipe de los jorreos, se enamora perdidamente de Dina, la hija de Jacob, la rapta y la viola. Su padre, Jamor, temeroso de la ira de Jacob que era ya un hombre muy poderoso, propone una alianza con éste que incluía el matrimonio de su hijo Siquem con Dina. Todos aceptan, pero Simeón y Leví, astutos y vengativos, exigen de Siquem y sus vasallos que se circunciden como ellos para sellar la alianza. Así lo hacen los siquemitas en masa y los dos hermanos aprovechan los días en que los varones de Siquem están doloridos por la operación para atacar su ciudad y pasar a cuchillo a todos ellos sin distinción de edades y, de paso, para quedarse con sus mujeres, sus ganados y sus riquezas. Ante tal demostración de crueldad, Jacob se escandaliza y pregunta a sus hijos por un proceder tan extremo, a lo que Simeón y Leví responden: (Gén. 34:31) “¿Y había de ser tratada nuestra hermana como una prostituta?”

Ya hemos hablado de Rubén, Simeón y Leví, los tres primeros hijos que Jacob engendró de Lía. Ahora le toca el turno a Judá, el cuarto hijo. Éste, apartándose de las tradiciones de su familia, conoce y toma por esposa a una mujer cananea de nombre Sué. Ésta le da tres hijos varones: Er, Onán y Sela. Al tener el primero edad para el matrimonio, es desposado con Tamar. Antes que el nuevo matrimonio pueda tener descendencia, muere Er con lo que, por la ley del levirato, Onán, por orden de su padre Judá, ocupa su puesto en el lecho de Tamar. El segundo hermano no estaba dispuesto a darle descendencia a su cuñada, por lo que eyaculaba fuera de ella (Gén. 38:9)(1). El resto de la historia de Judá no genera más hechos anecdóticos y, aunque es bastante interesante(2), vamos a dejarla aparte hasta la agonía de Jacob en Egipto.

Sabemos bastante de la historia de Jacob pero, por desgracia, ignoramos mucho más de lo que sabemos. Esto se ve muy claro en Gén. 49, cuando se despide de sus hijos en el lecho de muerte alude a unas hazañas guerreras que no recoge la Escritura. A punto de morir deja sin primogenitura a Rubén por haberse acostado con su madrastra y a Simeón y Leví, también los relega por su crueldad con los habitantes de Siquem y ¡agárrense! (Gén. 49:6) Por desjarretar toros.

Ya sabemos por qué los judíos toman su nombre del cuarto hijo de Jacob, Judá, así como los nombres del primer cartel taurino de la Historia, unos mil quinientos años antes de Cristo.


(1) Por desgracia, este episodio está hoy día tan inexplicablemente desconocido que, en general, casi todo el mundo llama onanismo a la masturbación, en vez de a la práctica de los hechos expuestos aquí que corresponden al denominado “coitus interruptus” o, en lenguaje llano, tirarse en marcha.

(2) Al final, es el propio Judá quien termina dejando embarazada a su nuera Tamar, en circunstancias rocambolescas, quien pare a Fares y Zaraj.

LA PARTIDA DE ABRAHAM


Según nos cuenta el Génesis en su capítulo 12, Dios manda a Abram -cuyo nombre significa "Padre Excelso" y le será cambiado más tarde por el de Abraham o "Padre de Multitudes"- hijo de Teraj, salir de Ur, su ciudad y de su tierra; el Patriarca obedece y se marcha con su esposa Sarai -"Princesa". También le será cambiado por el de Sara: "Azahar o Sonrisa"- su sobrino Lot, sus sirvientes, su ganado y sus posesiones en busca de un nuevo lugar para vivir. Pero vamos a comentar esta parte del relato bíblico porque pretendo incluirlo, bien en una nueva edición del libro que ya he presentado o en una obra posterior, ya que la interpretación que propongo es absolutamente original y nada descabellada o, al menos, eso creo.


A la vista del comportamiento futuro de Abram, según se desprende del resto del relato, nuestro Patriarca era un hombre bastante rico en ganado y propiedades y del número de gente que le seguía nos da una idea el Génesis en 14:14 cuando nos dice que estaba al mando de trescientos dieciocho hombres de armas. Respecto a su fortuna, en 13:2 "Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro". Entonces ¿qué le hace abandonar la comodidad de la vida ciudadana y cambiarla por el nomadeo? La respuesta habitual es la obediencia a la orden divina y no hay por qué pensar que fuera de otro modo pero, conociendo al género humano, estoy seguro que tendría que haber otra motivación adicional que desencadenara esa orden para que Abram la obedeciera sin rechistar.


Pero sigamos leyendo porque, a veces, cuando la respuesta la tenemos ante las narices nos resulta difícil verla. Es sabido que, en todos los pueblos de la Antigüedad, el tema del incesto era un tabú absoluto excepto para las personas de sangre real quienes, por su alcurnia y su pregonado parentesco divino, no podían o no debían tener descendencia con personas de rango inferior; si la tuvieren, estos descendientes no serían dignos de ocupar el trono con la debida dignidad. Este comportamiento incestuoso en la Antigüedad y enormemente endogámico hasta hace pocos años en las familias reales, ha traído las consecuencias que todos conocemos y que este no es lugar para comentarlo. El caso es que, si alguien cometía incesto por aquellas tierras y en aquellos tiempos, lo mejor que podía hacer era poner tierra por medio antes que los vecinos se dieran cuenta e hicieran justicia al estilo de la época (lapidación, enterramiento en vida, hoguera...)


Ahora se preguntarán ustedes ¿A qué viene todo este preámbulo? Pues muy fácil; vamos teniendo una pista en el capítulo 12 ya citado, en sus versículos a partir del 11, cuando Abram y Sarai están a punto de entrar en Egipto al que fueron huyendo de una sequía, leemos: "11 Estando ya próximo a entrar en Egipto, dijo a su mujer Sarai: «Mira, yo sé que eres mujer hermosa. 12 En cuanto te vean los egipcios, dirán: `Es su mujer', y me matarán a mí, y a ti te dejarán viva.13 Di, por favor, que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien por causa tuya, y viva yo gracias a tí.» 14 Efectivamente, cuando Abram entró en Egipto, vieron los egipcios que la mujer era muy hermosa. 15 La vieron los oficiales del Faraón, que se la ponderaron, y la mujer fue llevada al palacio del Faraón. 16 Éste trató bien por causa de ella a Abram, que tuvo ovejas, vacas, asnos, siervos, siervas, asnas y camellos. 17 Pero Yahvé hirió al Faraón y a su casa con grandes plagas por lo de Sarai, la mujer de Abram. 18 Entonces el Faraón llamó a Abram y le dijo: «¿Qué has hecho commigo? ¿Por qué no me avisaste de que era tu mujer? 19 ¿Por qué dijiste: `Es mi hermana', de manera que yo la tomé por mujer? Ahora, pues, aquí tienes a tu mujer: tómala y vete.» 20 Y el Faraón ordenó a unos cuantos hombres que le despidieran con su mujer y todo lo suyo."



Ya tenemos a un Abram de cornudo voluntario, pero forrado de dinero, meditando sobre sus acciones. Esta faena la repetirá otra vez en 20:2 y ss. con Abimelec, otro jerifalte de los alrededores pero, por no recrearnos en la cornamenta del Patriarca, vamos ya al meollo de la cuestión y lo encontramos en el mismo capítulo 20 cuando el ya llamado Abraham dice a Abimelec: "12 Pero es que, además, es cierto que es hermana mía, hija de mi padre, aunque no de mi madre, y vino a ser mi mujer. 13 Y desde que Dios me hizo vagar lejos de mi familia, le dije a ella: Vas a hacerme este favor: allá donde lleguemos dirás que soy tu hermano"



Bueno. Pues parece que ya tenemos clara la causa del destierro de nuestro padre Abraham.