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miércoles, 18 de febrero de 2009

UN SACRIFICIO HUMANO EN LA BIBLIA. LA HIJA DE JEFTÉ

Algunos pensaban que, con Abraham, se habían acabado los sacrificios humanos en el Pueblo Elegido. Por desgracia no fue así del todo. Este trágico episodio apenas deja lugar a los comentarios, salvo por el hecho de haber dado lugar a numerosas leyendas en Europa y en todo el mundo. Ocurrió en la oscura y anárquica época de los jueces de Israel y, por respeto, me limito sólo a transcribir el texto de una batalla y sus consecuencias (Jueces 11: 29-39).

El espíritu de Yavé fue sobre Jefté, y pasando por Galad y Manasés, llegó hasta Masfa de Galad, y de Masfa de Galad pasó a retaguardia de los hijos de Ammón. Jefté hizo voto a Yavé, diciendo: “Si pones en mis manos a los hijos de Ammón, el que a mi vuelta, cuando yo vuelva en paz de vencerlos, salga de las puertas de mi casa a mi encuentro será de Yavé y se lo ofreceré en holocausto”. Avanzó Jefté contra los hijos de Ammón y se los dio Yavé en sus manos, batiéndolos desde Aroer hasta según se va a Menit, veinte ciudades, y hasta Abel Queranim. Fue una gran derrota y los hijos de Ammón quedaron humillados ante los hijos de Israel.

Al volver Jefté a Masfa, salió a recibirle su hija con tímpanos y danzas. Era su única hija, no tenía más hijos ni hijas. Al verla rasgó él sus vestiduras y dijo: “¡Ah, hija mía, me has abatido del todo y tú misma te has abatido al mismo tiempo! He abierto mi boca a Yavé sobre tí y no puedo volverme atrás”. Ella le dijo: “Padre mío, si has abierto tu boca a Yavé, haz conmigo lo que de tu boca salió, pues te ha vengado Yavé de tus enemigos, los hijos de Ammón”. Y añadió: “Hazme esta gracia: Déjame que por dos meses vaya con mis compañeras por los montes llorando mi virginidad”. “Ve”, le contestó él, y ella se fue por los montes con sus compañeras y lloró por dos meses su virginidad. Pasados los dos meses volvió a su casa y él cumplió en ella el voto que había hecho. No había conocido varón.

Demasiado terrorífico para hacer más comentarios, pero así está escrito.

martes, 10 de febrero de 2009

¿PODRÍA SEVILLA QUEDARSE FUERA DEL LIBRO?



No se me escandalicen. Lo que voy a decir es muy gordo. Pensé callarme pero no resisto la tentación de contarlo. Tampoco sería de recibo que, como amante del estudio de la Historia, no revelara ciertas cosas que, aunque sabidas ya, han sido silenciadas por aquello de lo políticamente correcto. Lo que sigue puede escocer. Lo siento, pero es verdad. Tiene Sevilla un extraño destino que la ha hecho intervenir voluntaria o involuntariamente en muchos de los grandes acontecimientos de la Historia [1]. A veces de manera feliz y otras de forma trágica. Éste es el caso al que nos enfrentamos.

Cuando veo el paso de la Sentencia, miro a Pilatos que se lava las manos y me imagino que dirige un guiño de complicidad a la multitud que, sin saber nada, aplaude y jalea. ¡Qué lejos están, casi todos, de saber que quizá Sevilla tuviera en la Pasión un protagonismo desconocido y, sobre todo, no deseado!

Se sabe que Poncio Pilatos era hijo de un general a quien Julio César encargó la pacificación de Asturias (la Astúrica romana) y que, por ello, vivió en Astorga durante diez años. Bien pudiera ser, por tanto, que Pilatos fuera español. Fuese o no fuese español, lo cierto es que debía tener muy buenas relaciones con algunas de las ciudades que jalonaban el eje occidental Norte-Sur de la península, conocido después como Ruta de la Plata. Ahora veremos por qué.

Según nos cuenta el historiador judío romanizado Flavio Josefo, Pilatos fue elegido para el cargo de pretor en el reinado de Augusto, en el año 26 de nuestra era. Se ganó la enemistad del pueblo judío por haber introducido estatuas e insignias romanas en Jerusalén, nada más llegar[2], y por la dura represión que llevó a cabo cuando el pueblo se sublevó por ello. Aunque a Roma no le hizo mucha gracia la cosa, no sería tan malo en el desempeño de su función cuando fue confirmado en su cargo tres veces más [3] y sólo fue destituido a raíz de una revuelta de los samaritanos en el año 36 que también reprimió con más sangre de la acostumbrada. Desterrado a la Galia por Calígula, el resto de su historia se nos pierde entre leyendas confusas que se salen del objeto de este trabajo, pero que son tomadas como verdades de fe por coptos y griegos.

En los tiempos de Cristo, los pretores y gobernadores romanos llevaban consigo una legión bien entrenada y armada, tanto para su protección personal como para hacer cumplir las leyes y decretos dimanados de la autoridad central. Como, tanto los pretores como los soldados eran gente bastante corrupta y amiga de latrocinios en las colonias romanas – Pilatos no era ninguna excepción – era bastante frecuente que los soldados asesinasen a sus superiores para quedarse con todo el botín. Para evitar estas cosas, los pretores solían rodearse de sus propios paisanos, a los que conocían muy bien y, de alguna manera podían asegurarse represalias en casos de irregularidades.

Oficialmente, las legiones o cohortes romanas no tenían nombre y eran identificadas sólo con un número, pero se les conocía popularmente por el nombre de la región, ciudad o provincia de donde procedían la mayoría de sus componentes, así que era fácil saber el origen de ellos por el nombre de la unidad militar donde servían. Aunque la cohorte que entonces prestaba servicio en Judea no estaba a las órdenes directas de Pilatos, sino a las del gobernador de Cesárea, Pilatos llegó a disponer en momentos de peligro de revuelta de hasta cuarenta y cinco centurias de esa legión.

Y ahora viene lo más gordo: si conocemos el nombre de la legión que acompañaba a este subgobernador de desdichada memoria, podemos saber casi con certeza el origen de los soldados que hicieron el trabajo más sucio de toda la Biblia; es decir: el de torturar y crucificar a Jesús. Aunque también, todo hay que decirlo, hicieron exacto el cumplimiento de las profecías. Si hemos podido situar en la Historia la cronología del mandato de Pilatos (26 – 36 d. J. C.) y, entre esas fechas identificar el nombre de esa cohorte, ya tenemos la respuesta. San Lucas, en sus Hechos de los Apóstoles, nos da la solución al enigma en el capítulo 10:

Había en Cesárea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica

Ni quito ni pongo. Escalofría pensar que, hasta las conclusiones del Concilio Vaticano II, el sambenito de deicidas que durante casi dos mil años llevaron los judíos nos correspondía, en realidad, a nosotros. Que Dios nos perdone.


[1] Ahora ya no pinta nada excepto para toros, fútbol y puñetas.

[2] Los judíos tenían prohibidas las representaciones de arte figurativo. La presencia de estatuas romanas cercanas al Templo era considerada como una blasfemia.

[3] La duración del mandato de un pretor era de tres años.

domingo, 1 de febrero de 2009

LOS CUERNOS DE MOISÉS



Como casi todo el mundo, un servidor conocía por fotos la estatua de Moisés que Miguel Ángel Buonarotti talló para la tumba del Papa Julio II y que nunca llegó a terminar las otras cuarenta y siete estatuas que iban a formar el conjunto de tan magna obra pero, cuando la ví de cerca por primera vez, no pude resistirle la mirada.


Éste no es momento para hablar de las impresiones subjetivas que el espectador recibe ante la obra de arte, máxime ante una de esta categoría, por lo que me voy a referir a un detalle curioso que llama la atención en esa estatua. Me refiero a dos cuernecillos que se asoman sobre la frente del Profeta y que no pueden referirse a nada irreverente dado el contexto histórico en el que se desarrolló esta escultura. Veamos, pues, el origen de esos cuernos.


Es sabido que san Jerónimo de Estridón, allá por el 382 de nuestra Era y por encargo del Papa Dámaso I, tradujo al latín de la época los textos bíblicos que había, escritos en hebreo, arameo y griego y por aquello de su traducción al latín de uso común o vulgar, se llamó a su obra Biblia Vulgata. Pero una obra tan ingente desarrollada por un sólo hombre, era imposible que estuviera exenta de errores y, como se descubrió mucho después, algunos bastante serios. No obstante, ahora nos vamos a referir a uno de ellos que fue el que dio origen a los cuernos de Moisés.


Es sabido también que las lenguas semitas no usan vocales en su escritura por lo que, salvo que se conozca muy a fondo el idioma, es muy fácil confundir bastantes palabras que, aunque se escriben de la misma forma, se pronuncian de manera distinta y su significado sólo se puede saber en función del contexto de la frase. Pues bien, en el pasaje del libro del Éxodo 34:29-35 que describe la bajada de Moisés del monte con las tablas de la Ley en la mano, dice que de su cabeza salían “karan ohr” o rayos de luz en hebreo, el santo traductor confundió la voz “karan”, rayos, con otra degrafía idéntica pero de pronunciación algo distinta “keren”, que sólo se distingue por el contexto de la frase y significa cuernos.


Así que ya sabemos por qué el Moisés de Miguel Ángel tiene cuernos aunque, todo hay que decirlo, en la época de Buonarotti ya se conocía esa circunstancia y estoy seguro que el artista, que era cultísimo, estaba al tanto de ella pero usa el juego de palabras como recurso artístico para captar mejor la atención del espectador.