Visitas

jueves, 30 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (y V)



- 2 de Octubre de 2014 -



Escudo de Cesky Krumlov.
Hoy toca levantarse más temprano de lo normal porque el viaje va a ser un poco largo. Anteayer viajamos hacia el oeste en busca de Karlovy Vary pero hoy nos vamos al sur, a muy pocos kilómetros de la frontera austríaca, a un lugar llamado Cesky Krumlov del que se dice que es el pueblo más bonito de la República Checa. Situado a unos ciento setenta y cuatro kilómetros de Praga, el tiempo de viaje da para aprender mucho y nuestro guía y profesor Radek no estaba por la labor de mantenernos con la mente ociosa. Así que aprovechó el camino para darnos otra lección o, mejor dicho, dos lecciones; una de Geografía y otra de Historia. Así volvíamos un poco menos brutos de este viaje.

Empezó hablándonos de la topografía e hidrología de las zonas que atravesábamos, todas ellas regadas por el Moldava y sus afluentes. Según nos contó, aquella región es un ejemplo de lo que puede hacer el ser humano para dominar la Naturaleza mejorándola porque, al ser todo aquello una gran llanura con muy pocas elevaciones y tener tantos cursos de agua, sus primitivos pobladores se encontraron con un inmenso pantano cenagoso que se anegaba a poco que hubiera crecidas de los ríos, a lo que se añadía lo insalubre de la zona pantanosa, verdadera fábrica de mosquitos y de las enfermedades que transmiten. Peo el ser humano, poco a poco, fue dominando las aguas durante el transcurso de generaciones y a día de hoy, esas mismas aguas antes traicioneras y mortíferas, se han convertido en fuentes de riqueza al ser encauzadas y aprovechadas para regadíos y una abundante pesca al prosperar en ellas las endémicas especies de carpas y lucios de la zona. De hecho, según nos contó, hay bastantes familias que viven casi exclusivamente de la pesca en un país cuya cultura gastronómica no se distingue precisamente por su consumo de pescado.

Acabada la lección de Geografía Económica e Hidrología, el siempre didáctico Radek nos contó algo que suele pasarse por alto dándolo como un hecho natural derivado del devenir de la Historia y, aunque es así, no está de más profundizar un poco en los motivos que desencadenaron la separación actual de las repúblicas de Chequia y Eslovaquia1 tras ochenta y cinco años de formar una misma nación.

Como es bien sabido, Checoslovaquia fue uno de los resultados de la fragmentación del Imperio Austrohúngaro en 1918. Por imposiciones de las potencias vencedoras, se creó una unión algo artificial de las regiones checas de Bohemia, Moldavia y Silesia2, antiguos ducados del Imperio, más Bratislava y otras siete regiones más o menos artificiales situadas en los Cárpatos. Como toda unión artificial basada en caprichosos criterios políticos y a pesar de la similitud de los idiomas checo y eslovaco, tal unión era un desastre económico desde el principio, ya que las tres regiones checas, industriales y mineras, aportaban casi el noventa por ciento del PIB de Checoslovaquia frente a unas regiones orientales recién desgajadas del desaparecido Imperio que no contaban más que con escasos recursos agrícolas, muy poca minería y casi ninguna industria.

El Moldava a su paso por Cesky Krumlov.
En principio, los checos se tomaron el asunto muy bien; extrañamente no fue así en la muy pobre Eslovaquia, quizá porque pensaran que aquellos ricos checos iban a ser los nuevos dominadores que sustituirían a los antiguos señoritos húngaros, austríacos y alemanes. Algo de razón llevaban en ello y se pasaron desde 1918 hasta los años treinta del pasado siglo haciéndoles la vida difícil a sus vecinos a la fuerza. Por su parte, los checos tampoco les hacían demasiado caso y tampoco realizaban esfuerzos para elevar el nivel de vida de Eslovaquia que apenas logró superar en riqueza a la tradicionalmente paupérrima Rumanía. Para colmo, nada más llegar Hitler al poder en Alemania, los eslovacos no perdieron oportunidad para echarse en brazos del partido nacional socialista, como se vio con descaro en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Claro que tal actitud consiguió facilitar las cosas a Hitler hasta el extremo que Checoslovaquia desmanteló sus muy bien construidas líneas de defensa para rendirse a los nazis sin disparar un tiro, lo que la salvó de los acostumbrados salvajes bombardeos alemanes que hubieran reducido a polvo su inmenso patrimonio.

La guerra acabó y la ya mencionada Conferencia de Yalta asignó a la URSS la tutela o colonización de Checoslovaquia, con lo que se acabaron las rivalidades regionales de momento y los nuevos amos se esforzaron dentro de lo posible en levantar algún tejido industrial en aquella zona tan deprimida tratando de igualar las condiciones de vida de checos y eslovacos. Poco a poco fueron consiguiendo su objetivo de repartir la miseria pero, al mismo tiempo, llevando a Eslovaquia los conceptos de la industrialización, hasta entonces desconocidos para ellos. Mientras duró la dominación comunista nadie se atrevió a decir una palabra sobre las diferencias nacionalistas3 que habían existido hasta entonces; pero se acabó el comunismo y se acabó el vivir del cuento, como ya hemos contado en crónicas anteriores. Ahora había que trabajar de verdad.

Muy pronto se puso de manifiesto que el intento comunista de igualar las economías había dado sus frutos. Apenas recién llegada la economía de mercado a Checoslovaquia, la región eslovaca ya era casi el setenta por ciento igual de rica que la checa y en esas condiciones resurgieron las antiguas tendencias nacionalistas que, al principio, sólo fueron folklóricas pero que iban tomando un cariz más serio conforme pasaba el tiempo. Desde Praga se intentó paliar un poco la situación a “la española”; o sea: subvencionando a diestro y siniestro todo lo subvencionable. Pero Eslovaquia, igual que nuestras regiones separatistas, era insaciable. Al fin, casi llegados ya al acuerdo de “tú me pagas y yo me callo”, Praga se hartó para escándalo de Eslovaquia4 y le tomó la palabra en serio a los separatistas quienes, pillados por sorpresa, no tuvieron más remedio que mantener el tipo y aceptar la separación amistosa de los dos estados que se consumó oficialmente el 1 de Enero de 1993 aunque siguieron durante unos meses usando la misma moneda hasta que el fundado temor de la República Checa a que la economía eslovaca lastrara su desarrollo, hizo que dos meses más tarde obligaran a Eslovenia a adoptar una moneda propia, la corona eslovaca que, como era previsible, al poco tiempo se devaluó en un treinta por ciento respecto a la corona checa.

Otro asunto fue el de la nacionalidad de ambos países. Existía y existe aun en Eslovaquia un elevado número de gitanos que antes tenían la nacionalidad checoslovaca y que, al separarse ambos países pidieron la nacionalidad checa. Tras algunos litigios de menor importancia, la República Checa aceptó con la única condición de admitir sólo a aquellos que carecieran de antecedentes penales, con
El Moldava. Al fondo la torre del Castillo
lo que la mayoría de ellos se quedaron como estaban y, a pesar de sus reclamaciones, aun siguen siendo eslovacos contra su voluntad. Seguro que si Eslovaquia fuera tanto o más rica que Chequia, nadie reclamaría nada. Esta es la causa de que apenas si se ven gitanos en Praga y en los lugares que visitamos y explica en gran parte la ausencia de delincuencia en la República Checa, donde tampoco se andan con muchas contemplaciones con los rumanos a pesar de las directrices europeas al respecto. Finalmente, ambos países, junto con Hungría, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Chipre, entraron en la Unión Europea en 2004 como miembros de pleno derecho. Eslovaquia se apresuró a entrar también en la zona euro pero Chequia, de economía mucho más potente, parece no tener prisa por ahora y sigue conservando sus coronas que, en la actualidad, se cambian a unas veinticinco por un euro, aproximadamente. Acabada la lección de Historia del profesor Radek aun tuvimos tiempo de echar una cabezada antes de llegar al precioso pueblo de Cesky Krumlov que, al igual que muchos otros lugares de la República Checa, está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y con toda justicia.

Al igual que en la pasada excursión a Karlovy Vary, tuvimos que dejar el autobús a las afueras del pueblo, ya que está prohibido el acceso de vehículos a motor en todo el pueblo salvo para residentes con garaje y clientes de hoteles que también lo tengan. Eso daba al lugar una gran libertad para moverse y se agradecía, porque las hordas de turistas eran agobiantes. No quiero imaginarme coches circulando por aquellas callejuelas entre aquella inmensa multitud que saturaba el pequeño lugar plagado de hoteles, pensiones y, naturalmente, joyerías al igual que en toda la República.

Cesky Krumlov es un lugar precioso de unos catorce mil habitantes, situado a orillas de un meandro del joven Moldava, lleno de edificios góticos, renacentistas y barrocos. Pero su principal atractivo es el castillo o, mejor dicho, el castillo-palacio ya que acabada su función defensiva en la época barroca, la fortaleza y ciudadela se transformaron en un conjunto palaciego de unos cuarenta edificios y cinco patios. Es el segundo mayor conjunto palaciego de Chequia y uno de los más grandes de Europa y en él residieron las tres grandes familias de propietarios desde su primitiva edificación en 1302 hasta la era comunista.

Emblema (de mal agüero) de la familia de los Pernstein
La primera de estas grandes familias, los Rosemberg, eran quizá los más ricos e influyentes de Bohemia y habitaron el castillo desde 1302 hasta 1602, año en el que tuvieron que venderlo al no poder hacer frente a los enormes gastos que conllevaba su mantenimiento. Pero no sólo dejaron su huella en el castillo sino que también hicieron que el pueblo se engrandeciera y se fuera llenando de construcciones de la época, tanto de viviendas como de iglesias y salas de espectáculos que la mayoría aun se conservan. Tantos años dominaron la comarca y tal huella dejaron que el escudo de Cesky Krumlov está coronado por la rosa de cinco pétalos, emblema de la familia(5). Por aquellos salones se pasearon el Canciller Pernstein y su esposa española María Maximiliana Manrique de Lara y Mendoza, aquella señora que llevó en su equipaje el famoso Niño Jesús de Praga del que ya hemos hablado y que falleció pocos años después de que la familia de su marido vendiera el conjunto palaciego. Quizá fuera una liberación para ella porque no soportaba el clima de Praga y, mucho menos, el de Cesky Krumlov, cosa muy natural para una española.

Como detalle curioso, sólo mencionar que las últimas generaciones de los Rosemberg hicieron un criadero de osos en el foso del castillo; criadero que aun se conserva y cuyos osos pueden ser vistos cuando están de buen humor, cosa poco frecuente en estos mamíferos encerrados. Cuando estuvimos debían estar haciendo la digestión de algún turista porque no se dignaron mostrarse a nuestros ojos.

A la familia Rosemberg la sucede la de Essemberg y a ésta, por extinción de su dinastía, la de los Shwartzemberg en 17196. Estos últimos fueron quienes montaron una famosa fábrica de cerveza que competía con las de la cercana Pilsen; también se encargaron de evitar una industrialización salvaje de la comarca introduciendo cambios graduales y no traumáticos que han permitido conservar ese ambiente del que disfrutaríamos hoy de no haber tanto agobio de chinos escupiendo y pegando codazos en los estómagos del prójimo para colarse ni de horteras rusos ostentando sus grandes fortunas. Pero volvamos a la visita al recinto.

El castillo-palacio de Cesky Krumlov no puede verse en unas horas porque necesita semanas para recorrerlo con detalle y, aun así, siempre se nos escaparía algo. Recorrimos en paciente manada algunas de sus estancias empezando por la coqueta y algo abandonada capilla palaciega, en la que los servidores ocupaban los bancos mientras que los señores estaban en lo que hubiera sido el coro en cualquier iglesia, aislados del frío por mamparas de cristal. En el altar mayor se conservan reliquias valiosas de las épocas en que descuartizar cadáveres de santos como si fueran pollos estaba muy de moda. Paso por alto tan macabra costumbre para contar que anduvimos por salones y estancias muy del gusto de la época y, en gran parte, alfombradas con pieles de oso pardo cuyas cabezas miran amenazantes a los turistas. El mobiliario nos daba una fiel idea de las costumbres de sus habitantes y la distribución de habitaciones también seguía la pauta de una época en la que el concepto de intimidad era “ligeramente” distinto al nuestro. Como anécdota diré que en uno de los dormitorios más nobles había una pequeña capilla que estaba cerrada al paso de turistas por un gran cristal y la guía del castillo nos contó que, en una visita de Carlos de Inglaterra, el muy torpe no se dio cuenta de la presencia de dicho vidrio y, queriendo meter la nariz en la estancia, se la rompió contra el susodicho cristal con el consiguiente susto de escoltas y cachondeo del resto de testigos de tan ridícula escena.

En una gran sala se exhibía como curiosidad la llamada carroza de oro. En realidad es una carroza de
La carroza de oro.
madera, muy lujosa ella, que está forrada entera de panes de oro y se usaba en Roma exclusivamente para llevar al embajador del Imperio el el acto de anunciar personalmente al Papa los nombres de los emperadores recién elegidos. En algún momento, estos embajadores imperiales dejaron de ser de la familia Shwartzemberg y la carroza cayó en desuso por lo que, desmontada, fue trasladada hasta Cesky Krumlov y vuelta a montar y restaurar allí en épocas recientes para ser exhibida. Pensé que, en aquel suelo de madera y con aquel clima, mejor no tocar la carroza que podía ser un excelente condensador eléctrico y darle algún buen susto al imprudente que lo hiciera sin tomar precauciones.

La Duquesa Eleonora Amalia y su hijo José,
ambos ataviados con trajes de caza.
Retrato de Max Hannel que desde 1727 cuelga
de una de las paredes de Cesky Krumlov.
Pero volvamos con la última familia propietaria del castillo-palacio porque hay una anécdota entre trágica y curiosa de la misma, sin mencionar la fama de bruja que tuvo una de sus antepasadas, Eleonora Amalia7, ganada a partir del rarísimo episodio para la época de quedarse embarazada, tras ritos y ceremonias mágicas, a los cuarenta años y parir en su palacio de Viena un hijo varón sano a quien llamó José, en Diciembre de 1722, muy pocos años antes de residir a orillas del Moldava tras la rehabilitación del ducado de Krumlov por el Emperador Carlos VI. Centrándonos en esa familia debo contar que el flamante Duque y marido de la madura y feliz madre, nombrado caballerizo mayor del Imperio, un mal día de 1732 acompañaba al Emperador en una cacería celebrada en Brandeis-an-der-Elbe, a la sazón coto de caza imperial. Persiguiendo a un ciervo, el Emperador cree tenerlo a tiro y dispara justo en el momento en que el Duque se cruza en su línea de fuego con el resultado del fallecimiento en el acto del ilustre caballerizo mayor del Imperio.

Apenado, Carlos VI acoge al huérfano José en su familia como un hijo más, recibiendo el niño una educación de príncipe imperial. Hasta el extremo que Carlos VI concede la Orden de Toisón de Oro al crío como regalo por su undécimo cumpleaños, además de numerosas mercedes favores, tierras, títulos, etc., un poco en compensación a su orfandad. Con esas premisas no es nada extraño que el castillo-palacio de Cesky Krumlov experimentara una nueva edad de oro durante la vida del Príncipe y Duque José I, quien se gastó una fortuna en muebles y decoración para su residencia principal. Fue la última época dorada del castillo-palacio de Cesky Krumlov porque unos cien años después en 1848, la familia se trasladó a un nuevo palacio en Hluboká dejando al de Cesky Krumlov relegado a la categoría de museo de la familia y raramente vuelto a visitar por sus propietarios(8).

El castillo-palacio también cuenta con un teatro barroco que no visitamos pero que, según lo visto en
Sala de Máscaras del Palacio de Cesky Krumlov.
fotografías, es una obra impresionante que también se debe a la familia Shwartzemberg y que muy pocos teatros de la época podían competir con él. Pero lo que sí pudimos visitar fue el gran salón de baile o salón de máscaras, también barroco y decorado por el pintor holandés Josef Lederer quien residió durante años en el pueblo y es autor de numerosas obras de interior y exterior.. El hombre tuvo la humorada de retratarse asomado a un balcón y con una taza de café en la mano, aparte de retratar también a su ayudante por detrás, mirándose en un verdadero espejo del salón y pintó la cara del muchacho en el cristal de dicho espejo. Sólo agregar que la biblioteca del palacio contiene bastantes obras del teatro español del Siglo de Oro que eran las que se representaban allí.

Finalmente, antes de despedirnos del castillo-palacio, nos mostraron por fuera las vías de salida del recinto, que eran una enorme red de pasadizos cubiertos que conectaban unos edificios con otros y, a su vez, estos con salidas al pueblo. La verdad es que casi seiscientos años de obras sucesivas dan para mucho si se tiene dinero.

Imagen de san Roque al pie de
la Columna de la Peste de Cesky Krumlov.
Era ya de salir de aquel lugar cargado de historia, bajamos la empinada rampa que conduce al centro con una breve parada en el foso pero los osos no estaban por dejarse ver. Por todas partes vimos edificios muy notables que abarcaban los siglos de esplendor de aquellas familias y, en muchos de ellos, se veía pintada en la fachada o grabada en piedra, la rosa de cinco pétalos emblema de los Rosemberg que dominaron el lugar durante trescientos años. Llegamos a la plaza principal, también llena de edificios muy interesantes, que tiene en el centro un curioso monumento barroco muy común en muchos lugares. Se trataba de la llamada Columna de la Peste(9) que, en este caso, era una cruz rodeada por una fuente presidida por la imagen del celestial abogado de la peste, san Roque, con sus atributos de manto, esclavina, bordón y sombrero de peregrino adornados con conchas, en actitud de mostrar sus llagas de una pierna y teniendo a su lado el perrito que le traía el pan cuando, gravemente enfermo de dicha peste, se refugió en una cueva hasta su curación antes de regresar a Montpellier. El atuendo del santo puede confundir a muchos, incluso al propio Radek quien nos explicó que era Santiago; pero, en un aparte y sin que nadie nos oyera, le enseñé la estatua y le hice ver los atributos diferenciadores de la pierna desnuda y el perrito con el pan en la boca, lo que le sorprendió y sirvió para aclarar su confusión. A estas alturas del día ya era la hora de comer y a ello fuimos en un mesón de la misma plaza.

Tras la comida dimos un paseo por el centro. Todo el pueblo estaba tomado al asalto por turistas y asombraba ver la cantidad de alojamientos que hay en un lugar de quince mil habitantes escasos. Cuando la plaza principal se despejó un poco, no demasiado, de horripilantes rusos horteras y de más horripilantes y horteras aun chinos escupientes y mal vestidos, en compañía de sus espantosos y gritones vástagos, pudimos sentarnos un rato ante la Columna de la Peste a disfrutar de la música. Observé que los conjuntos musicales guardaban civilizadamente su turno y no estaban demasiado tiempo monopolizando el sitio. Además, dada la tradición musical de toda Centroeuropa, hacían actuaciones que, sin ser geniales, eran muy agradables de oír. Me llamaron la atención por su originalidad dos chicas que formaban un dúo de arpa y violín y se acompañaban también de sus muy bien educadas voces. Llegada la hora señalada, todo el grupo se reunió y enfilamos hacia el aparcamiento de autobuses en cuya entrada había un kiosco que vendía las famosas obleas checas a la mitad de precio que en Praga y en Karlovy Vary, con lo que nos llevamos una caja de recuerdo. La vuelta a Praga transcurrió durante una gloriosa y merecida siesta. Aun quedaba la última actividad del día y del viaje.

Llegamos al hotel con el tiempo justo de ducharnos y vestirnos para la cena de despedida que, esta vez, sí mereció la pena su segundo plato. Nos llevaron en manada hasta la cervecería restaurante U Fleku; o sea, El Oso. En este enorme lugar se elabora una cerveza negra propia de la casa, de sabor suave y exquisita. No hablo del primer plato de la típica sopa anodina como las de siempre, pero sí del glorioso segundo plato consistente en un exquisito gulash húngaro servido en una fuente que, para rellenar, contenía también tres grandes rebanadas de pan de molde mojado y otro pedazo de pan también remojado en agua y de sabor dudoso. Pensé que si estas criaturas conocieran el aceite de oliva y tuvieran una leve idea del arte de freír, este y otros platos de U Fleku podrían ser de los de muchas estrellas Michelín. Pero estamos en Centroeuropa y aun les queda mucho que aprender de gastronomía. Rondaban por allí un par de acordeonistas y uno de ellos se atrevió a tocar Clavelitos y ¡Que viva España! con lo que nos alegró la cena el buen hombre. Tras la cena, retirada. Era nuestra última noche en la República Checa y había que levantarse temprano para coger el avión.

Renuncio a hacer la crónica del regreso porque todo fue de lo más normal. Si acaso, como anécdota, sólo contar que el hombre que se sentó a mi lado en el avión intercambió conmigo algunas palabras en inglés sobre si ponerse o no en el asiento de ventanilla que le había tocado. Tras acabar de hablar conmigo, todo muy amistoso, el tío saca el teléfono y lo primero que dice al establecer la llamada es: “¡Hola, cariño!”. Me acordé del chiste de los leperos en Londres, palabra. Viaje tranquilo amenizado por las pantallas que amablemente nos informan de todos los detalles del vuelo en tiempo real, cortesía de Czech Airlines, hasta llegar a la odiosa terminal cuatro de Barajas. Recogida de equipajes que milagrosamente llegó con pocos desperfectos y rumbo a Atocha para coger el AVE de regreso. En Atocha, un pequeño refrigerio para ir aguantando, en el que nos pegaron una infame estocada al cobrarnos más de cuatro euros por una cerveza servida con malos modos en una mesa que en vez de asientos tenía palos de gallinero. Sí, no cabía duda: Estábamos en España. Nos acomodamos en el AVE y nuevamente me dediqué a mi deporte favorito de dormir hasta llegar sin novedad a Santa Justa.

¡Mi caaaaaasa...!

......................................................

1 No confundir con Eslovenia, situada al sur de Austria.

2 La mayor parte de la región de Silesia actualmente está dentro de Polonia, pero sus nativos no olvidan que fueron un ducado de Austria más vinculado a Praga que a Budapest o a Varsovia. De hecho, el águila de su escudo forma parte del escudo de la República Checa.

3 ¿O debo decir “nacionaleras” acordándome de las catetadas de los separatistas españoles?

4 Seguramente pretendían seguir viviendo de chupar la sangre a los checos de por vida.

5 Los tiempos cambian mucho. Ahora, el apellido Rosemberg sólo me recuerda una cadena de restaurantes bastante grasientos y nada baratos que hay en las carreteras de Austria y Alemania.

6 Como verán, todos los propietarios llevaban en su apellido el sufijo que significaba “monte”

7 La vida de la duquesa Eleonora, su última enfermedad y su muerte daría para una monografía muy completa sobre las creencias en brujas y vampiros de la época. Aunque falleció en Viena, lo que quedaba de su cuerpo tras una chapucera autopsia, fue devuelto a Cesky Krumlov para ser enterrado sin grandes honras fúnebres -ni siquiera su hijo asistió a su funeral- bajo una sencilla losa en la capilla de San Jorge. Tras su muerte se desató una de las grandes oleadas de persecuciones de supuestos vampiros que asolaban Centroeuropa de vez en cuando. En realidad, la pobre duquesa falleció a causa de un enorme tumor intestinal con metástasis en la columna.

8 En 2007, el realizador austríaco Klaus Steindl dirigió un documental de éxito llamado La Princesa Vampira basándose en la vida de Eleonora.

9 La peste negra o peste bubónica asoló Europa en oleadas durante siglos y existía la costumbre de erigir un monumento votivo de acción de gracias cuando se la declaraba extinguida. En dicho monumento no podía faltar la imagen de san Roque.

jueves, 23 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (IV)

- 1 de Octubre de 2014 -

Día de mucho andar y de recuerdos lejanos; tan lejanos que se remontan a 1953 cuando, recién aprendido a leer, me pasaba los larguísimos veranos matando el aburrimiento como podía. Mis amigos estaban en la playa o en el campo: Que si la casa de Chipiona o Rota, que si la casa del pueblo del abuelo... total, que me quedaba en Sevilla sin más compañía que la de mi familia en un inmenso caserón cargado de historia(1) y con una enorme biblioteca. Yo era sólo un niño, pero ya mi familia advirtió mi vocación de lector y había que darme lecturas para niños; y como me aburrían las tonterías al uso, de alguna parte salió la colección completa de una curiosa -y antigua para entonces- revista que dejó de editarse al día siguiente de iniciada la Guerra Civil por la incautación del periódico por el Frente Popular de atroz memoria. Se trataba de Gente Menuda, un suplemento infantil de Blanco y Negro que, a su vez, era el suplemento del ABC.

Niño al fin y al cabo, pero lector infatigable, me zampé muy pronto el contenido de aquellas publicaciones de las que guardo recuerdos muy diversos. Hasta pude ver algunos dibujos de un jovencísimo Antonio Mingote quien, en 1932, imitaba al dibujante López Rubio en sus interpretaciones gráficas del conejo Roenueces. Ahora dirán ustedes: ¿Qué tendrá que ver la República Checa con los delirios de la infancia de este anciano? Pues tengan la bondad de seguir leyendo y verán que las asociaciones de ideas nos gastan estas bromas. Porque aun voy a seguir relatando antecedentes de lo que pudimos ver en Praga en este día. Guárdenme el secreto ahora que no nos lee nadie: Fui a Praga tras las huellas del rabino Judah Loew ben Bazael y ahora les contaré más cosas.

En una de aquellas revistas infantiles leí el cuento de El aprendiz de brujo; una adaptación de un poema de Goete(2) en el que un mago ordena a su alumno, a quien dedicaba las tareas más pesadas, subir agua al castillo donde vivía. El aprendiz, harto de cortar leña, limpiar, fregar, barrer, limpiar establos y, por supuesto, subir cubos de agua, decide usar la magia para ello y hechiza a su escoba para la tarea. En efecto: A la escoba le crecen unos apéndices a modo de brazos y, cogiendo un par de cubos vacíos, va a por agua y la vierte en el pilón. Pero con lo que no contaba el aprendiz es que la escoba no podía parar de hacer esa tarea, así que traía agua y más agua hasta que el pilón está a punto de desbordarse. Entonces, el chico decide pararla, pero se da cuenta que no conoce el conjuro para acabar con aquello y la escoba sigue trayendo agua y más agua. El muchacho, desesperado, la emprende a hachazos con la escoba pero sólo consigue que, de cada pedazo roto, surja una nueva escoba que también se dedica a traer agua. El pilón se desborda, el sótano también y el agua amenaza a la gran biblioteca de su amo. El aprendiz se desespera y, a sus gritos, acude el maestro, quien deshace el conjuro de su torpe discípulo, restablece el nivel del agua por arte de magia y corre al desdichado chaval a escobazos nada mágicos.

             Abajo: Fotograma de Fantasía I de
               Walt Disney. Mickey en su papel
                       de aprendiz de brujo

Poco tiempo depués, mi padre me llevó a ver esa obra maestra de la animación que fue la película Fantasía, de Walt Disney con la participación de la Orquesta Filarmónica de Filadelfia dirigida por Leopold Stokovsky. Aunque la película era de 1940, siete años antes de yo nacer, tardó en llegar a Sevilla y tuvo aquí el mismo éxito que en todas partes, o sea: ninguno. Era demasiada obra de arte para aquellos públicos y aquellos tiempos y casi le cuesta el cierre a los estudios Disney por la ruina económica que supuso. Pues bien, en aquella maravilla, una de las piezas interpretadas era precisamente El aprendiz de brujo, de Paul Dukas; y el personaje del aprendiz era el ratón Mickey, lo que me hizo recordar el cuento que había leído años antes en el Gente Menuda de Blanco y Negro. Curiosamente, en la nueva Fantasía 2000, repetían esa misma obra en homenaje a la primera película a la que he aludido. No me quiero extender sobre la impresión que me produjo aquella película, salvo decir que me convirtió, ya en mi infancia, en un enamorado ferviente de la música clásica. Quizá era eso lo que mi padre pretendía en aquellos tiempos de penuria intelectual.

Pasaron los años, no demasiados años, mientras seguía explorando la bilioteca y encontrando tesoros cada vez más preciosos. Algo ayudaba mi memoria que nunca fue mala del todo y un buen día decidí hincarle el diente a las novelas contemporáneas. Me llamaron la atención algunos títulos y, un poco al azar, cogí una novela de William Somerset Maugham titulada El mago. Novela prácticamente olvidada pero interesantísima, en la que se hablaba de pasada de la leyenda del rabino Judah Loew ben Bazael y su creación del Golem, un muñeco de barro que se animaba al conjuro del rabino y era capaz de cumplir sus órdenes para defender el gueto. Según cuenta esa leyenda, un día su esposa le pidió que ordenara al Golem traer agua del Moldava y el rabino accedió, pero se marchó de viaje y el engendro siguió trayendo agua hasta que inundó la ciudad. Sólo es una leyenda, claro, porque las inundaciones por desbordamiento del Moldava no eran infrecuentes, pero lo cierto es que el rabino en cuestión es un personaje histórico y el Ayuntamiento de Praga le tiene dedicada una estatua como a uno de los más ilustres hijos de la ciudad(3). Recuerdos y más recuerdos; pero es que hoy tocaba una visita a lo que queda del barrio judío donde vivió y por el que paseó el ilustre rabino.

No se tienen constancias históricas de cuándo empezó el poblamiento judío en Praga, pero sí se sabe que las primeras persecuciones datan de finales del siglo XI cuando la Primera Cruzada y que, al término de las mismas y para evitar problemas de orden público, las autoridades deciden confinarlos a un barrio dentro de la ciudad. Barrio que estaba amurallado formando una especie de ciudadela propia de esa comunidad a cuyos miembros se les prohibió residir fuera de esta pequeña y laberíntica fortaleza. No debemos extrañarnos, ya que en la misma España esto era algo natural en la época. En este barrio regían las leyes judías, tenían ayuntamiento y cementerio propios y sólo en casos de pleitos con cristianos, tales pleitos se dirimían en los tribunales ordinarios. Por supuesto que existían sinagogas suficientes para atender a una población que, en tiempos de su máximo esplendor, llegaba a las ciento ochenta mil almas. No está mal si pensamos que por aquel entonces, Londres y París apenas llegaban a las cincuenta mil; y eso era sólo un pequeño barrio de Praga.

Pasaron los siglos y llegaron épocas de mayor libertad. Así que, en 1779 los judíos recibieron permiso para establecerse fuera del barrio y en 1781, el Emperador José II publicó el llamado Edicto de Tolerancia en el que se ratificaba tal permiso para todo el Imperio Austrohúngaro. No fue hasta 1850 cuando el barrio fue rebautizado por los rabinos como Josefov en checo y Josefstadt en alemán, en honor al Emperador que los liberó. Mucho antes, en la Edad Media, ya había vivido allí el rabino ben Bazael del que ya nos hemos ocupado.

Abajo: Vista del Barrio Judío antes de 1913   

El caso es que, ya por 1850, la población del barrio judío de Praga ya había mermado mucho, ya que sólo quedaban allí los muy pobres que no podían tener casa en otra parte, los muy ortodoxos que no querían dejar el barrio y -¡cómo no!- los okupas, carteristas, ladrones y sinvergüenzas que se metían en las desvencijadas casas abandonadas por sus anteriores propietarios. Con ello se generó otro problema grave de convivencia y las autoridades decidieron cortar por lo sano derribando las murallas y el barrio entero, salvo las sinagogas y el cementerio, para incorporarlo a la ciudad entre 1897 y 1913. Hoy día es una zona muy elegante de Praga, quizá la más exclusiva y en la que basta echar un vistazo a los edificios, comercios de lujo y coches aparcados por allí para darnos cuenta de que la presencia de Porsches, Ferraris, Rolls, Bugattis(4) y otras baratijas parecidas, nos indican que sus habitantes son cualquier cosa menos pobres de solemnidad. En el gran solar que quedó libre hicieron experimentos los arquitectos más o menos modernistas y eclécticos que consiguieron resultados a veces brillantes y a veces no tanto, pero siempre funcionales y, por supuesto, de viviendas y comercios de precios inaccesibles a la mayoría de la población. Pero ya era el momento de entrar en los lugares antiguos y más sagrados que aun siguen perteneciendo a la comunidad judía, aunque los pocos judíos que quedan en Praga procuran pasar desapercibidos en previsión de tormentas.

Comenzamos por la sinagoga Pinkas, fundada en 1479. Aunque no está abierta al culto en la actualidad, sigue perteneciendo a la comunidad judía y considerada como lugar sagrado por los recuerdos de los mártires que cayeron a manos de los nazis. Como tal lugar sagrado judío, los varones debíamos entrar cubiertos y los organizadores, por un módico precio, ponen a disposición del visitante unas ridículas kipas azules muy pequeñas y fáciles de caerse, por lo que preferí cubrirme con la capucha de mi cazadora, a pesar del calor que me daba. El edificio es modesto y su distribución y se corresponde con cualquiera de las sinagogas conocidas: una sala de oración en la planta baja, exclusiva de los varones, más una galería superior que ocupaban las señoras en las ceremonias, ya que estaba prohibido mezclarse ambos sexos en los cultos. Pero lo que más llama la atención es que prácticamente todas sus paredes están cubiertas con los nombres y las fechas de nacimiento y desaparición de los 77297 judíos de Praga que cayeron en la época nazi y de los que se tiene constancia que vivían allí. Tengamos en cuenta que, a principios de los años 30 del siglo pasado, vivían en Praga unos ciento veinte mil judíos; de ellos, unos treinta mil emigraron voluntariamente a raíz del triunfo de Hitler en las elecciones alemanas y su ascenso al poder en Enero de 1933, al imaginarse lo que se les venía encima. Con esas cifras ya sabemos que los que volvieron fueron pocos más de diez mil al acabar la guerra; y la mayoría de esos supervivientes, sabedores de la poca simpatía hacia los judíos mostrada por los nuevos amos comunistas, también emigraron después a países civilizados.

Estando prohibido hacer fotos en el interior, me paré a mirar nombres y fechas para descubrir con horror que muchas de esas víctimas no tenían ni catorce años en el momento de su desaparición. También me detuve ante unas vitrinas repletas de dibujos infantiles que describían la vida en los campos de exterminio. Entre dibujos más o menos ingenuos, había otros con la gente duchándose en público y otros más de uniformados armados con garrotes ante niños que los miraban aterrados. No quise ver nada más y salí a respirar. Pensé con asco en tantos y tantos millones de miserables malnacidos que niegan la realidad del Holocausto.


Ahora tocaba un paseo por el antiguo cementerio anexo  a  la  sinagoga.  Me sorprendió ver que el desnivel con respecto a la calle era de varios metros por encima. Tiene su explicación y es que, al ser el lugar de tan reducidas dimensiones y haber estado en servicio durante más de trescientos años, cuando se colmataba el terreno, se arrancaban las lápidas para echar tierra sobre las tumbas existentes y se empezaba a enterrar de nuevo. Se calcula que existen unas quince capas de enterramientos superpuestas y de ahí ese desnivel actual. La cantidad de lápidas existentes a la vista bien dan para un tratado de historia y costumbres de los judíos de Praga. Las inscripciones y figuras grabadas nos indican si se trata de una sepultura individual o de un matrimonio, indicada por dos arcos adosados; un hombre sabio, señalado por un racimo de uvas; un sacerdote, señalado por dos manos abiertas; y así muchos otros. Y sí, la encontré por fin: la lápida de la tumba del venerable rabino Loew ben Bazael que se distinguía sobre todas por su ornamentación. Allí me paré a dedicarle un recuerdo en silencio y sin hacer ningún comentario hasta el momento de escribir estas líneas.
         Lápida de la tumba del
           Rabino ben Bazael.
            Foto cortesía del
      Museo Judío de Praga                                                                                       Abajo: Cementerio y edificio de ceremonias

Al salir del cementerio nos encontramos con un curioso edificio que nos engañó a todos -y a mí el primero- sobre su antigüedad. A simple vista parece un pequeño castillo románico, pero se trata de una construcción muy posterior, de 1912, levantado para sede de la hermandad de enterradores y lugar de ceremonias fúnebres. Pero aun nos quedaba mucho por ver del barrio judío de Praga como, por ejemplo, la sinagoga Maisel construida a finales del siglo XVI y reconstruida, tras el incendio de 1689, en estilo barroco a fines del siglo XIX. La sinagoga Maisel no está abierta al culto y alberga desde 1960 una importante colección de objetos litúrgicos, vestiduras sacerdotales, documentos y libros.

La última de las sinagogas que visitamos por dentro es la llamada Sinagoga Española, aunque lo es sólo de nombre porque los judíos de Praga eran todos askenazis y no había sefarditas entre ellos. Se le llama así porque quiere imitar el estilo   morisco  parecido  al  nazarita,  aunque con muy poco 


              Abajo: Exterior de la Sinagoga Española
éxito. Aun usada para el culto, por fuera presenta en su fachada arcos de herradura que ya los nazaritas no usaban en su época y se remata el edificio con almenas de merlones escalonados al estilo almohade. Para completar el pastiche, la sala de oración recuerda bastante al Mexuar o Sala de Justicia de la Alhambra de  Jusuf I y tiene un bonito órgano, instrumento del todo ajeno a la liturgia judía, situado muy cerca de la hornacina donde se guarda el Pentateuco o Torá; para que se hagan una idea, está situado en el lado de la Epístola si aquello fuera una iglesia de culto católico. La Sinagoga Española tiene la curiosa particularidad de que, aun poseyendo una galería superior parecida al coro de nuestras iglesias, la sala de oración es compartida por ambos sexos, con el consiguiente escándalo de los judíos ortodoxos.            


Abajo: Sinagoga Staranova o Vieja-Nueva             

A continuación, echamos un vistazo al exterior de la llamada Sinagoga Vieja-Nueva que es la más antigua de las seis que se conservan en la ciudad. Fue construida hacia 1270 en estilo gótico y, como sustituyó a la sinagoga más antigua de todas que fue demolida por ruina, se le llamo Sinagoga Nueva. Andando el tiempo y con la construcción de nuevos templos judíos, algunos empezaron a llamarle Sinagoga Vieja. Para evitar discusiones y confusiones, se adoptó el nombre de Staranova o Vieja-Nueva con el que se la conoce en la actualidad. Al estar aun abierta al culto y ser sus fieles judíos ortodoxos, los gentiles tenemos vedado el acceso para curiosear y tuvimos que conformarnos con verla desde fuera. Dice la leyenda que en ella se guarda el cuerpo del mítico Golem del rabino ben Bazael en espera de ser llamado de nuevo a la vida. Como curiosidad, sólo decir que el reloj de su torre anda al revés que los nuestros, como los antiguos relojes judíos. Lo que no quiere decir que el tiempo no pase de la misma forma para judíos y para gentiles.


Nos despedimos de Josefov, aquel lugar que, sin conocerlo hasta este momento, me traía tantos recuerdos de mi juventud e infancia. Un paseo por la zona más elegante de Praga y pasamos por la calle de París donde están radicados los comercios más exclusivos, las viviendas más caras y donde los arquitectos de principios del XX y algunas generaciones posteriores trataron de lucirse con sus obras. De nuevo, vuelta a la Malá Strana a comer en el ya citado Korninna de anteayer en el que tuvieron a bien ponernos de postre una porción de la vienesa tarta Sacher que tanto éxito tiene en Centroeuropa y yo aun me pregunto la causa de su buena fama(5). Volvimos al hotel pasando por última vez ante la Torre de la Pólvora, lugar en el que se guardaban armas, municiones y efectos diversos de despanzurrar personas desde la Edad Media, tras lo que fuimos a descansar un rato al hotel. Aun nos  quedaba  la  tarde y, en ella, una función en el Teatro Negro o, por decirlo con más propiedad, The Black Light Teatre. La obra en cuestión es una adaptación de las caras de Alicia, ya representada en otras partes y se titulaba allí Aspects of Alice.

                      Praga. Torre de la Pólvora.

El teatro, situado en la Ciudad Vieja a un paso del Puente de Carlos, era acogedor, con una sala no muy grande que tendría unas trescientas localidades entre patio y primer piso. Me llamó la atención que el idioma utilizado en avisos era el español, aunque se usaba un poco el inglés; se notaba que los espectadores de esta tarde éramos argentinos en mayoría y unos cuantos españoles. Pero más me sorprendió que nuestro idioma era pronunciado con una total ausencia de acento, llegando a pensar que las locuciones estaban grabadas por un nativo de Castilla la Nueva o por un andaluz desprovisto del acento nativo. En cuanto a la obra, totalmente muda, trataba sobre la vida de Alicia, una chica judía nacida en Praga antes de la Segunda Guerra Mundial, que vive una infancia feliz entre fantasías un poco al estilo de las narradas por Lewis Carroll en su Alicia. La chica llega a la adolescencia, se enamora y termina cruzando el mar en busca de un nuevo país. La espectacularidad de la obra consistía en el uso de la iluminación y el vestuario, de ahí el nombre de Teatro Negro. Sobre un fondo negro y con la adecuada iluminación, era posible ocultar de la vista del espectador todo lo que no era indispensable para conseguir los efectos visuales deseados. Eso, unido a un armazón oculto bajo el vestido de la protagonista que le permitía ser colgada de la cintura para dar volteretas imposibles, hacían conseguir un espectáculo digno y una obra recomendable de ver.


Una escena de The Aspects of Alice

Al salir me fijé en los carteles publicitarios, también en español, de la entrada del teatro que se acompañaban de imágenes en pantallas. Para mi decepción varonil, ví secuencias de alguna escena en la que la protagonista salía cubierta sólo con un minúsculo tanga. Esta escena nos la escamotearon sustituyendo el tanga por un camisón corto. No sé si sería por la presencia de algún niño entre los espectadores argentinos. Quizá.

Tocaba regresar al hotel. Los organizadores habían querido tener un gesto de amabilidad al recogernos en el autobús para dejarnos en las cercanías del teatro pero -¡Ay!- quedaba la vuelta y el vehículo estaba aparcado en el quinto infierno esperándonos. Mi lumbalgia no me daba tregua a esas alturas del día y llegué como pude hasta el autobús, a punto de desmayarme de dolor. Llegué, me tiré literalmente en un asiento y esperé que pasara la crisis dolorosa sin poder siquiera hablar para contarlo. El trasto arrancó y, cuando quise darme cuenta, ya habíamos llegado al hotel. Mañana será otro día.

Entre los husitas, la leyenda del Golem, la cerveza y algunas cosas más, Praga se estaba adueñando ya de mí. La echaré de menos casi tanto como a Roma y París.

................................................

1 No me olvido que en el número 40 de la calle Castellar de la Sevilla de entonces, donde nací y viví mi primera juventud, Alfonso XI alojó a su amante Beatriz de Guzmán antes de trasladarla a Tordesillas. En mi casa nacieron los gemelos bastardos Fadrique y Enrique de Trastámara; este último, Rey de Castilla tras el asesinato de Pedro I a sus propias manos.

Quizá tomado de un cuento más antiguo, al igual que su Fausto. Probablemente lo tomara de la leyenda de Praga que contaré a continuación.

3 Otros autores, como el vienés Gustav Meyrink en 1915, también retomaron la leyenda del Golem para mostrarnos la diabólica potencia del inconsciente humano en general y de los judíos en particular. No es extraño que, ante ese ambiente antijudío, surgieran monstruos de la categoría de su paisano Adolfo Hitler.

4 ¡Y hasta coches de caballos con criados de uniforme!

5 Cualquier tarta de chocolate de nuestros supermercados le da cien vueltas a la Sacher. Por no hablar de las hechas en casa. Quizá sea por el romanticismo cursi de la época de Sissí en que fuera creada y popularizada por el restaurante del Hotel Sacher de Viena.

viernes, 17 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (III)

- 30 de Septiembre de 2014 -

Nota: Antes de seguir debo deciros que muchas de las fotos utilizadas, aparte de las mías y las de dominio público, están realizadas por María Dolores Montes Latorre, quien también estuvo en esta escapada a la República Checa. Dicho esto, seguimos con la crónica.

Hoy toca excursión al pueblo balneario de Karlovy Vary, lugar que como muchos de la República Checa, está declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Situada a unos 123 kilómetros hacia el este de Praga y unida por una carretera muy decente, el desplazamiento constituyó una bonita experiencia de paisajes nada montañosos. Como ayer se nos despidió nuestra guía Lucía, hoy la sustituye un señor llamado Radek, gran conocedor del país y de buena parte de España y poseedor de un dominio de nuestro idioma que ya quisieran la mitad de los españoles y casi la totalidad de los centro y sudamericanos. Se da la triste circunstancia que en español, salvo en el lenguaje puramente jurídico, el modo subjuntivo es maltratado y pisoteado sistemáticamente por la mayoría de la población; en cambio, Radek lo dominaba a la perfección y era una alegría escuchar un español tan excelente acostumbrado a tanta farfolla diaria. Todo tiene su explicación; y es que Radek se había licenciado en Filología Hispánica en la Universidad de Praga y, para colmo, había estado perfeccionando el idioma durante un año en la Complutense cuando ésta era una universidad y no el nido de basura que es ahora con Carrillo y sus secuaces.

Karlovy Vary significa en checo Los Baños Termales de Carlos; derivado de Vary o terma en idioma arcaico y Karlovy, genitivo de Karel o Carlos. Dicen que su fundación se debe a lo que explica una curiosa leyenda que nos cuenta que allá por 1350, andaba por allí de cacería el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos IV, el mismo del puente del que ya hemos hablado. Durante la persecución de un ciervo, éste dio un salto imposible de seguir y un perro se atrevió a hacer lo mismo cayendo al precipicio. Cuando se rescató al perro, en su piel presentaba quemaduras por agua caliente y así se descubrieron aquellas termas. La realidad parece ser que las tales termas eran conocidas desde tiempos muy anteriores y el Emperador Carlos IV, el 14 de Agosto de 1350, sólo hizo reconocer con su firma el estatuto de ciudad al poblamiento que ya existía en el lugar.

Poco a poco, la fama del balneario se fue extendiendo por toda Europa Central y del Este, con lo que recibía las visitas de personajes ilustres como zares, reyes, emperadores, artistas, escritores, músicos y de todos aquellos que podían permitirse ir a tomar los baños y beber sus aguas. Así quedan recuerdos del paso de Carlos Marx(1), Beethoven, la Emperatriz María Teresa de Austria y muchos otros más que sería excesivamente largo enumerar aquí. También allí se celebra anualmente un festival internacional de cine y se elabora el licor llamado Karlovarská Becherovka(2). Más cercano a la actualidad, otros visitantes ilustres del lugar han sido los primeros cosmonautas soviéticos quienes, a su regreso y tratados como héroes nacionales, eran premiados con estancias a todo lujo en este balneario para recuperarse de las secuelas de sus vuelos espaciales. Aun quedan recuerdos de Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova, entre muchos otros.

Pero el camino desde Praga a Karlovy Vary no era corto como ya hemos dicho y había que aprovechar el tiempo para seguir aprendiendo. Al fin y al cabo ¿para qué se viaja si no es para aprender? De modo que Radek aprovechó parte de ese tiempo para explicarnos un poco la Historia de la Checoslovaquia de la posguerra y de la vida en el paraíso comunista del que sus padres habían conocido el origen y él mismo había “disfrutado” en su infancia y juventud. Expongo un resumen de lo que nos contó sobre aquella época y lo completo un poco con mis recuerdos de juventud, formados por lo que leía en la prensa de Franco y contrastaba con las emisiones de Radio España Independiente para tener versiones de ambos bandos. Debo reconocer que la prensa franquista daba una información mucho más veraz que los hediondos panfletos comunistas.

Nos contó que, recién acabada la Segunda Guerra Mundial y en virtud del infame reparto que los canallas de Truman, Churchil y Stalin hicieron en Yalta(3), la entonces Checoslovaquia fue asignada a la Unión Soviética. Y, como es natural, los rusos no perdieron el tiempo en hacerse cargo de ella imponiendo un gobierno títere y sumiso a las órdenes de Moscú, formado por la flor y la nata del más inculto y borrico núcleo del Partido Comunista Checoslovaco apoyado por toda la eficaz maquinaria de propaganda soviética y, por supuesto, por el Ejército Rojo.

Hay que reconocer que empezaron adoctrinando bien a la gente. Se les convenció con buenas palabritas que el comunismo no venía a maltratar a nadie y que sólo algunas grandes empresas y algún banco serían nacionalizados o expropiados(4), según ellos. La gente se lo creyó y hasta aplaudió la decisión, pero muy pronto vieron que esas “expropiaciones” limitadas se iban extendiendo hasta que, en nada de tiempo, todos los negocios, empresas y bancos pasaron a las zarpas estatales con todas sus consecuencias.


                  Stalin, Truman y Churchill.
    Los amos del mundo en la conferencia de Yalta.

Otro asunto fue la religión y en especial la Católica Romana. Los comunistas no podían tolerar la influencia social de la Iglesia considerando que sólo podía tenerla la ideología dominante; en consecuencia, llevaron adelante una campaña que empezó por el desprestigio a base de calumnias y ya se sabe que una mentira repetida mil veces puede llegar a convertirse en una verdad para los tontos y crédulos. Para acelerar la caída de esa influencia y, de paso, aterrorizar a los creyentes, “encontraron” armas(5) en un confesonario y así tuvieron motivos para organizar un gran proceso en el que se juzgaron a varios obispos, sacerdotes y monjas. De los ocho que fueron procesados se dictaron cuatro sentencias de muerte y otras cuatro a largas penas de cárcel. La farsa de juicio fue retransmitida en directo a todo el país, especialmente a través de altavoces instalados ex profeso en plazas públicas y centros de trabajo. El resultado fue el esperado, la afluencia a los servicios religiosos oficialmente permitidos quedó en algo residual y con los asistentes marcados ante la sociedad. Ante ello, el nuevo régimen tuvo un excelente pretexto para vaciar y saquear monasterios e iglesias y destinar los edificios a graneros, almacenes, garajes y otras cosas por el estilo. Nada que no se hubiera dado antes en la felizmente extinta República Española. En una sociedad que garantizaba el pleno empleo, los creyentes eran excluidos de este beneficio y lo primero que preguntaban los empleadores del Estado al aspirante a un puesto era si el practicaba alguna religión o asistía a misa u otros oficios religiosos.

Por lo demás, lo que ya imaginamos. Si para realizar un trabajo se necesitaban diez personas, la nómina se inflaba hasta las cien y así se garantizaba que todos tuvieran un sueldo. Esto desmoralizaba a todos los que de veras trabajaban al ver que todos cobraban lo mismo independientemente de lo que hicieran.

El adoctrinamiento no acababa con el fin de las iglesias, los aburridos discursos oficiales y la pesada losa de la censura. A los alumnos de los institutos se les hacía perder un mes al año en una fábrica para imbuirse del espíritu de trabajo que reclamaban las autoridades. Radek contaba una experiencia personal en la que él y algunos de sus compañeros de aula fueron mandados a una fábrica en la que los recibió el comisario político quien les soltó un encendido discurso sobre el valor de aquellos jóvenes “voluntarios” que ya a su edad iban a trabajar a la fábrica para ayudar a la revolución proletaria. Tras ello, les presentó al Director de la fábrica y se volvió a sus habituales ocupaciones de irse de putas, juergas y borracheras, como buen comisario político de cualquier tendencia.

El Director, los recibió amablemente y les habló muy clarito. Les dijo que aquella fábrica tenía casi cien trabajadores y que apenas había trabajo para diez, así que no iba a complicarse la vida metiendo en el área de producción a una docena de chavales para que pudieran tener un accidente o estropear la miserable producción que tenía asignada. Los llevó a un despacho vacío y les dio permiso para charlar, leer, estudiar, jugar a las cartas o a hacer lo que les diera la gana. Sólo tenían que cumplir su horario, no armar escándalo, no traer bebidas alcohólicas y no fumar. Así pasaron su mes de “trabajo voluntario” y volvieron a su instituto con la satisfacción del deber cumplido con la gloriosa revolución proletaria que había salvado a la nación de las garras capitalistas.


Pero ¿todos los checoslovacos eran tan tontos para tragarse aquellos cuentos? Por supuesto que no. Existía, como en todas partes, un núcleo de inteligencia formado por profesionales universitarios cualificados; pero a estos se les vigilaba estrechamente y eran expulsados de sus trabajos tan pronto como expresaran la más mínima opinión crítica con el sistema, obligándoles a ejercer profesiones muy alejadas de aquellas para las que fueron formados. Radek nos contaba una anécdota de uno de los primeros presidentes de la República, quien llegó a su despacho por la mañana y vio a un fontanero arreglando el desagüe de un lavabo del Palacio Presidencial. Cuando salió a comer, aun estaba el pobre fontanero afanado en su trabajo, por lo que el presidente se acercó y le preguntó escandalizado:

- Camarada ¿En una mañana no te ha dado tiempo a arreglar un desagüe? - El pobre hombre, aterrorizado y pensando que iba a ser enviado a algún campo de concentración, le contestó:

- Le ruego me perdone, camarada Presidente. Es que aun salía una pequeña gota y me estaba esmerando en arreglarla del todo.

Comprensivo, el camarada Presidente se quitó la chaqueta, se arremangó, se arrodilló junto al lavabo y, usando las herramientas del buen hombre, arregló la avería en pocos minutos. Luego le dijo triunfante y orgulloso:

- No te asombres, camarada. Es que yo fui fontanero.- A lo que contestó el otro:

- No me extraña nada. Yo antes fui abogado.

Así funcionaban las cosas en la primera etapa del comunismo checoslovaco. Las purgas fueron tan exhaustivas que llegó a haber escasez de jueces. Para arreglarlo, no se les ocurrió otra cosa que ofertar cursillos de jueces de dos semanas de duración a los empleados de fábricas y oficinas sin pedirles ninguna formación previa. Quienes aceptaban se veían libres de horas de trabajo, a veces penoso y, de la noche a la mañana se encontraban en un despacho con calefacción, rodeados de todas las comodidades que ofrecía la República y, para colmo, tratados con un temor y respeto propio de señores de horca y cuchillo como eran en realidad ¡Así serían las sentencias...!


El tiempo pasaba y poco a poco se suavizaba la dureza del régimen a la par que se elevaba la formación académica de la población. En Enero de 1968 es nombrado Primer Secretario del Partido Comunista de la República un eslovaco llamado Alexander Dubcek que, aparte de haber sido un héroe de la resistencia eslovaca contra los alemanes, había estudiado Derecho Internacional en la URSS y no era ningún ignorante. Nada más acceder a su cargo, Dubcek comprende que la economía no podía seguir por esos caminos y que era necesario abrir el país a reformas que permitieran la iniciativa privada, así como reconocer la necesidad de permitir el intercambio de ideas y personas con Occidente. De su mano, nace así la que se llamó Primavera  de  Praga  y  que  él  mismo  llamó el
Socialismo de Rostro Humano. Es muy importante añadir que el entonces Presidente de la República, Ludvik Svoboda, estuvo de acuerdo en todo momento con él y sufrió una suerte parecida.

Poco duró tan loable intento. En Agosto de aquel mismo año, los atnques soviéticos aplastaron sangrientamente la Primavera de Praga. Dubcek y los suyos fueron apresados y conducidos a Moscú donde se les obligó, según palabras de la prensa de la época y que aun recuerdo, a “entrar en razón”. Checoslovaquia volvió al anterior camino de sombras, miseria, miedo e ignorancia. Dubcek sobrevivió a le “reeducación” y fue aclamado como héroe que era el 26 de Noviembre de 1989, en la Plaza Letna de Praga, una vez levantada la losa comunista. Falleció el 7 de Noviembre de 1992 tras un accidente de tráfico, en un hospital de Praga.


Arriba, Alexander Dubcek, Primer Secretario del Partido. A la derecha, Ludvik Svoboda, Presidente de la República.



Se cuentan algunas anécdotas chuscas de aquella infame invasión, como la de un tanque soviético que se despistó con la niebla y apareció frente a un pescador de carpas y lucios, preguntando su tripulación por dónde se iba a Praga. A la gente, en general, le sentó muy mal aquella “hazaña” soviética y a los pobres y asustados soldados rusos enviados allí les sentó peor aun haber sido víctimas del engaño de defender Checoslovaquia de una invasión americana y alemana, para encontrarse con verse obligados a derramar sangre inocente. A partir de ese momento, las entrevistas de trabajo incluían una pregunta más:

- ¿Qué piensa usted de lo que hizo Dubcek?- A lo que había que contestar:
- Pues que gracias a nuestros amigos de la URSS pudo nuestra gloriosa revolución librarse de sus enemigos capitalistas.

Pero no todo se ha explicado, ya que en el aire queda la pregunta de ¿cómo sobrevivían medio decentemente y con algunos bienes de consumo para ir tirando? Pues Radek nos contestó sin un titubeo que gracias a las corruptelas y el mercadeo de trueque. Por ejemplo, si yo trabajo en una empresa metalúrgica y necesito cuadernos, folios, lápices y bolígrafos para mis hijos en edad escolar, me pongo en contacto con un oficinista que necesite un martillo, una taladradora o herramientas para que él robe material de su oficina a cambio de robar yo lo que él necesite. La costumbre se extendió tanto que era costumbre acumulabar verdaderos stocks en las casas, procedentes de sustracciones en las empresas, para ser objetos de cambio por otros bienes cuando fuera necesario. Nos contaba Radek que un tío suyo, en la actualidad, aun guardaba en su garaje unos doscientos martillos y cantidades variables de taladradoras, llaves fijas, calibres, destornilladores, etc. Sin comentarios.

Con la caída del bloque soviético, un buen día volvió Checoslovaquia a la civilización. No fue fácil, porque el 17 de Noviembre de 1989 la policía reprimió con sangre una manifestación que reclamaba democracia, pero ya la suerte estaba echada y la dictadura comunista desapareció para no volver. La gente saludó entusiasmada la llegada de la democracia, aunque no todo iba a ser un camino de rosas.

Acostumbrados en su mayoría a cobrar sin dar golpe, los checoslovacos tuvieron que adaptarse a la nueva situación y lo hicieron con éxito. La industria heredada de la época soviética era obsoleta, cara y contaminante. La educación de base rusa ya no servía para la nueva época. Muchos se quedaron sin trabajo porque bien pronto se pusieron de manifiesto los criterios de rentabilidad. Y ahora, las entrevistas de trabajo no consistían en preguntar al aspirante por su ideología o religión sino que buscaban candidatos con verdaderos conocimientos relacionados con el trabajo a desempeñar. Ya no valía con saber ruso porque las exportaciones a la antigua Unión Soviética se vinieron abajo. Ahora había que vender al exterior y se valoraban los idiomas antes inútiles como inglés, alemán, francés o español; cosa para la que los mayores no estaban en absoluto preparados. Pero se adaptaron pronto y con entusiasmo a las nuevas circunstancias y la actual República Checa pasó de de golpe de una renta per cápita de 3100 dólares en 1990 a los más de 25000 en 2009, no tan alejado del nuestro que apenas supera los 30000 y con muchos más recursos.
Tras esta conferencia histórica, aun quedaba un trecho para llegar a Karlovy Vary; así que hicimos lo que él mismo llamó una parada técnico-hidráulica, o sea, para hacer pis, tras la que nos dejó dormir hasta la llegada. No sería ésta la única conferencia sobre la historia actual. La siguiente, Radek quiso dejarla para dentro de dos días. Pero volvamos al bonito pueblo Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO.


Una vista de Karlovy Vary desde el balcón del restaurante.

En un pequeño valle entre también pequeñas montañas, se alza este lugar lleno de edificios barrocos y neoclásicos con algunas excepciones de las que nos ocuparemos. Es un precioso conjunto, bastante cuidado, en el que aun se nota la afluencia de dinero de otras épocas. Como ya advertí en Praga, para la pequeñez del pueblo resulta escandalosa la cantidad de joyerías por unidad de superficie; pero allí, todas exhibían con orgullo carteles en ruso sin traducir al checo e, incluso, las ofertas de empleo de las mismas sólo estaban redactadas en ese idioma para asegurarse que los aspirantes podían lidiar con la gran cantidad de rusos cargados de dinero que ahora son casi mayoría entre los residentes de Karlovy Vary. Una pena, porque la mayoría de los artículos expuestos en esas joyerías pasaban con nota la calificación de horteras y ostentosos, muy acordes con tan “selecta” clientela, ya que los rusos ricos siguen considerando aquella nación como su antigua colonia. Me recordó con pena a Marbella, antes invadida por árabes horteras y ahora también por rusos no menos horteras. Pero todos cargados de dinero para blanquear y con muy pocos escrúpulos. No obstante, daba gusto contemplar aquel conjunto de edificios a cual más cuidado y bonito.

Uno de los primeros edificios en encontrarnos al paso fue el del Hotel Pupp, una impresionante edificación que alberga un hotel de cinco estrellas(6) en el que se alojan los actores que acuden al festival anual de cine. En el pavimento de la plaza que se abre ante el hotel, hay placas de latón con los nombres de muchos ilustres actores y directores; y me llamó la atención ver muchas de esas placas aun sin grabar. Quizá me estén esperando para poner mi nombre en una de ellas.

No tan visible al turista se encuentra la famosa fábrica de vidrio Moser, llamado también el vidrio de los reyes porque numerosas casas reales eran clientes de la misma. La familia Moser, judía, emigró a Estados Unidos al ponerse las cosas feas en Centroeuropa cuando la época nazi, no sin antes vender la fábrica que siguió activa. En la actualidad, aun sin tener relación económica alguna con ella, mantienen estrechos lazos de amistad con los actuales propietarios.


            Hotel Pupp de Karlovy Vary


Siguiendo el paseo por la calle principal al lado del río Teplá(7), vimos una buena serie de edificios cuidados al extremo. Muchos de ellos con placas de bronce sobre sus fachadas recordando la visita y alojamiento de algún personaje ilustre, aunque ocultan de la vista quizá por pudor, los nombres de los astronautas soviéticos. Todo repiraba paz y la vista se relajaba en la contemplación de su serena belleza cuando de pronto ¡Zas! Una bofetada al buen gusto nos hirió la vista. Se trataba del edificio que alberga las principales fuentes termales. Seguramente, este mismo edificio construido en despoblado sería algo digno de admirar, pero en medio de tantas bellezas, su arquitectura de hormigón y vidrio es un insulto a la estética por muy funcional que sea. Ni que decir tiene que fue construido en la época comunista, tiempo en el que parece que la entonces Checoslovaquia se olvidó de su tradicional buen gusto para sustituirlo por el adefésico estilo hórrido-hediondo de aquellos ignorantes. En su amplio y bien iluminado interior, existen muchas pequeñas tiendas de recuerdos que exponen sus productos típicos entre los que destacan las rosas petrificadas y las jarras de muy diversas formas especialmente diseñadas para tomar las aguas. Estas rosas petrificadas son, en realidad, rosas hechas de papel que se sumergen en las aguas termales durante una semana, cubriéndose así de las sales y sedimentos del agua, dejándose luego secar para conseguir un curioso efecto.
Dentro de este engendro, tiendas aparte, se halla un recinto con una cúpula también de cristal que encierra un géiser cuyo chorro de agua caliente asciende hasta unos dieciocho metros de altura, para lo que existe una cúpula que dobla la altura de la sala. Curiosamente, las autoridades checas se fían tanto del civismo de los visitantes que no tienen dispuestas medidas de protección frente a posibles quemaduras debidas a imprudencias. En la sala principal también hay cinco fuentes que manan agua a distintas temperaturas que los visitantes poeden tomar gratis en las mismas jarras típicas, mientras pasean esperando que se les enfríe. Estuve mirando la composición de los sedimentos del agua y aunque soy lego en Medicina, creo que cualquier enfermo de los riñones puede tener un serio problema si se atreve a beber esa agua con tanta concentración de sales minerales de dudosa eficacia curativa.





 











Edificio moderno de Karlovy Vary. Géiser y fuentes termales públicas.



Bajo el edificio, construido sobre un puente que cruza el arroyo Teplá, puede observarse la desembocadura de una de estas fuentes que, al unirse a dicho arroyo, genera una considerable nube de vapor consiguiendo un curioso efecto visual.

Llegó la hora de comer y tuvimos que trepar como cabras hasta un bonito restaurante típico que, en nuestro honor, había izado nuestra bandera. No fue vana la subida porque a medio camino nos encontramos con la bella iglesia barroca de Santa María Magdalena que, lamentablemente, no pudimos visitar por dentro porque había un concierto de música clásica de los muchos que se celebran todos los días y por todas partes en la República Checa. Otra vez será. De la comida, como es habitual y salvo excepciones, mejor no hablar.

Bajo estas líneas: Iglesia de la Magdalena

Tras la comida, tiempo libre hasta la hora de recogida del autobús. En Karlovy Vary no se permite la entrada de esos vehículos y hay que tomar uno público, la línea 20, gratis, hasta el aparcamiento que hay a la entrada del pueblo. Así que aproveché para disfrutar de las vistas y sentarme en uno de los muchos bancos que hay en la calle principal. La verdad es que mi lesionada columna no me daba mucha tregua y lo necesitaba. Me sorprendí al ver la obsesión por la escrupulosa limpieza de aquel lugar en el que los barrenderos van provistos hasta de pinzas para recoger colillas de entre los adoquines de las calles. Y todo en un respetuoso silencio. Igual que en Sevilla, claro...


Fuimos hasta la parada del autobús lanzadera y tuve suerte al poder sentarme para esperarlo mientras admiraba un edificio oficial de estilo neobarroco. Hordas de turistas embarcaban y desembarcaban y una hipopótama rusa vieja mal encarada se dirigió a mí con malos gestos y en su lenguaje nativo. La miré como quien mira a un marciano, acentuó su cara de indignación y me preguntó en alemán. Esta vez le contesté:

- Ich spreche kein Deutsch.

- Speak English? - Dijo al fin la tipa a punto de reventar de ira.

- A little.

- Well. Is here the bus-stop to general park?

- Yes

- What's the number the line bus to general park?

- Twenty

- What is te time frecuency of this bus?

- More or less, ten minutes.

Mi flema estaba a punto de agotarse cuando aquel ejemplar se volvió sin darme las gracias. Luego me imaginé que la ira de la “dama” se debía a que, al tomarme por checo, no le cabía en su limitado cerebro que una persona de mi edad no hablara ruso. Comprendí por qué los checos no pueden verlos ni en pintura.

Era ya la hora de volver a Praga y, embarcados en la lanzadera, llegamos sin novedad a nuestro autobús. Por suerte, iba con muchas plazas libres y me acomodé en uno de los asientos dobles de atrás donde pude echarme una gloriosa siesta casi hasta llegar al hotel. Llegada, ducha, cena y mañana será otro día.


 .................................................................

1 Al menos así tenemos constancia de que se bañó al menos una vez en su vida.

2 Bastante mediocre, por cierto.

3 Aunque aun no se ha dicho de forma oficial, España le tocó a Stalin pero éste, consciente de que le iba a costar tener que entrar por la fuerza y arrasando a sangre y fuego, dejó la invasión para otro momento. De buena nos libramos.

4 La llamada expropiación era un eufemismo. En toda expropiación se paga un justiprecio por el bien expropiado, pero en este caso el justiprecio era elegir entre entregar de buen grado a cambio de nada las riendas de los negocios o llevarse un tiro en la cabeza tras ser torturados. La elección era muy sencilla.

5 También en España la policía franquista “encontraba” armas bajo las sillas en las casas de quienes registraban bajo acusación izquierdismo.

6 Los antiguos hoteles de lujo eran, en realidad, un conjunto de dos hoteles: Uno de cinco estrellas para los ricachones y otro de tres o cuatro estrellas para su servidumbre. El Hotel Pupp no fue una excepción a esta regla pero, desde que los ricos empezaron a viajar sin séquito, hubo que reconvertirlos y ahora es todo de la más alta categoría, dándose la penosa circunstancia de ver un impresionante edificio neobarroco que convive con otro bastante más funcional y modesto teniendo ambos la misma categoría hotelera. Vivir para ver.

7 Nombre que significa, más o menos, río Caliente. Pero no nos engañemos porque, si bien es verdad que las fuentes termales vierten sus aguas en ese río, bien poco tardan en enfriarse, como lo prueban las poblaciones de carpas y lucios que viven y prosperan en sus aguas.