También, en cuanto a la innovación decorativa en la arquitectura, aquellos bárbaros desconocedores del vidrio(1) e incapaces de labrar piezas de alabastro lo suficientemente finas para servir de tamizadores translúcidos de la luz, colocaron en sus ventanas celosías de piedra finamente labradas, auténticas precursoras de las placas de alabastro del románico y de las complicadas decoraciones de los rosetones góticos que empezarían a verse en Europa más de quinientos años después; por no hablar de las celosías de madera y yeso que utilizarían los musulmanes por todo el mundo cuando dejaron las jaimas y se asentaron en ciudades.
En lo poco que los historiadores de hace algunas generaciones han hecho justicia con los visigodos ha sido con la orfebrería. Aunque sus joyas no son, ni de lejos, de la calidad y finura de las romanas, fenicias y cartaginesas, su misma bárbara tosquedad en la elaboración de las mismas les da un toque de frescura y gracia que no pueden tener los orfebres de civilizaciones más desarrolladas. Así, estos historiadores se referían siempre a la cultura visigoda como "Cultura del abalorio" calificación totalmente injusta como seguiremos viendo a continuación.
Pensaba incluir en este artículo el sistema que permitía automatizar el martinete y el insuflado de aire en una fragua y que fue muy utilizado por los visigodos conservándose en vigor hasta hace unos cincuenta años (sí, cincuenta años tan sólo). Pero, al haber sido descrito ya por Vitruvio en el siglo I de nuestra Era en su tratado De Architectura, debo suponer que era usado por los romanos, aunque no se tenga demasiada constancia de ello aparte de lo mencionado en la obra citada. No obstante, hablando de Roma y de los visigodos, para terminar es obligatorio referirse a las últimas investigaciones, aun en fase de hipótesis, relativas a las obras públicas de estos supuestos bárbaros.
De siempre hemos oído decir que los visigodos se limitaron a usar las obras públicas romanas y que, en casos extremos se limitaron a arreglar sus desperfectos, pero sin aportar nada nuevo. Esta visión de las cosas dio un brusco vuelco en 1999 cuando el profesor y arqueólogo Luis Caballero, muy conocido en Mérida por haber participado en las excavaciones de Santa Eulalia y en otros yacimientos de la zona, publicó un trabajo en el que demostraba que las cinco presas que rodeaban el monasterio de Santa María de Melque, en Toledo, eran de época muy posterior a la romana y fueron construidas entre los siglos VII y IX, lo que les daba ya un claro origen visigodo.
Animado por este trabajo, el también arqueólogo Santiago Feijoó, cayó en la cuenta que la cota de agua de la presa de Proserpina es inferior a la del acueducto de los Milagros que llevaba agua a Mérida supuestamente desde dicho embalse. Esta circunstancia más que sospechosa le hizo investigar el embalse durante cinco años; tiempo en el que encontró los suficientes argumentos como para que, en 2005, y con motivo de la presentación en el salón de actos del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida del número 8 de la revista Monografías Emeritenses(2), expusiera por primera vez en público un trabajo(3) suyo recogido en dicha revista en la que se presentaba la hipótesis de que, tanto la presa de Proserpina como la también cercana de Cornalvo, no eran de origen romano, sino que su datación habría que situarla entre los siglos VIII y X con lo que, de ser demostrada la certeza de dicha hipótesis, al menos sus comienzos, serían visigodos.
Santiago Feijoo basa su trabajo en tres principios: el primero es el ya mencionado de la altura del agua; el segundo es que, según las recomendaciones del ya citado arquitecto e ingeniero romano Vitruvio, el agua para consumo humano no debía ser recogida de lugares abiertos, sino de manantiales y, efectivamente, varios de ellos han sido descubiertos en el lecho del embalse cuando la sequía de principios de los noventa hizo posible una investigación a fondo(4). El conocido como acueducto de Los Milagros fue una obra romana construida para recoger el agua de dichos manantiales y llevarla a la ciudad y el embalse se construiría en una fecha muy posterior para aprovechar su agua, en una época en la que las directrices de Vitruvio habían sido olvidadas y, por tanto, las epidemias de peste y cólera eran bastante frecuentes.
Finalmente, el tercero de los principios que enuncia este arqueólogo es que los sillares empleados no tienen las características de normalización de las piedras romanas sino que, aunque se observan paños en los que los sillares son muy parecidos en tamaño, la tónica general es que sea cada uno diferente de los demás; por otra parte, las juntas no tienen, ni de lejos, la precisión que caracteriza a las obras romanas sino que algunas llegan a tener varios centímetros cuando las romanas apenas llegaban al milímetro. En un artículo como este no debo extenderme más sobre el trabajo de Santiago Feijoó aunque se lo recomiendo a quien esté interesado.
Como he dicho antes, al buscar información sobre la época visigoda, casi siempre se encuentra un tratamiento algo despectivo sobre ella por parte de los historiadores de más renombre. Expresiones como: “Bueno, sí. Fue la época de la cultura del abalorio…” y otras por el estilo son frecuentes a la hora de hablar de aquel período de la Historia de España. No seré yo, pobre aficionado a la divulgación de esa Historia, quien trate de contradecir a estos maestros; más si cabe, teniendo en cuenta la verdad indiscutible del enorme desnivel cultural que separaba a estos recién llegados con las clases más o menos instruidas de la población hispano romana, por no hablar de esas mismas clases en la propia Roma. Es muy cierto que hallazgos como el del tesoro de Guarrázar, donde se encontró la corona votiva de Recesvinto que decoró en su día la iglesia de San Juan de Baños, colocan al pueblo visigodo en un lugar destacado en la producción de orfebrería.



Pero no debemos dejarnos engañar. Los visigodos no sólo se dedicaron a trabajar joyas y fíbulas de filigrana en casi cualquier clase de metal, ni se limitaron a pelearse en el plano teológico con la población autóctona por cuestiones como la del arrianismo; ni siquiera dejaron grandes huellas en la Historia por la cantidad récord de concilios que convocaron ni por su natural tendencia a asesinar reyes. Debieron hacer algo más, mucho más, para que personajes como Leandro e Isidoro de Sevilla encontraran un favorable ambiente intelectual en una época en la que, supuestamente, todo era de sequía de ideas. Ya hemos visto que revolucionaron los transportes y la civilización europea hubiera podido seguir avanzando con ellos de no ser porque el desmoronamiento del Imperio hizo muy difícil o imposible el intercambio de ideas y productos con la ya caduca Metrópolis y que sus propias disensiones internas los llevaran a propiciar una invasión musulmana que casi haría desaparecer a España de la Historia hasta la llegada de los Omeyas. A la vista de todo lo que acabo de exponer, siempre nos quedará la duda sobre qué juicio debemos dar a la actuación histórica de aquellos ¿bárbaros?
(1) Los romanos usaban cristales de yeso. La imposibilidad de cortar el mineral de yeso cristalino a las medidas exactas de las ventanas, los obligaba a usar parches de este material que unían con el mismo polvo de yeso. Curiosa técnica algo complicada de describir aquí para quienes no conozcan bien los estados alotrópicos naturales del sulfato cálcico anhidro.
(2) Esta publicación tiene difusión internacional.
(3) El título del trabajo es: Las Presas y los Acueductos de Agua Potable, una Asociación Incompatible en la Antigüedad: El Abastecimiento en Augusta Emerita.
(4) Los que hemos tenido la suerte de andar mucho por los alrededores de Proserpina, sabemos que hay muchos pequeños manantiales por allí. En la actualidad es una zona en la que, aparte de las horribles urbanizaciones modernas, existen muchos chalés aislados, seguramente construidos sobre antiguas quintas romanas, que cuentan con una pequeña presa sobre uno de los muchos arroyuelos que existen un poco por todas partes. Estas presas sí tienen toda la pinta de ser romanas y podían haber tenido un uso lúdico, o de regadío o como abrevaderos de ganado. Cuando se ve alguna de esas lujosas casas no puede uno evitar el recuerdo de la joven Santa Eulalia que vivía en una de ellas.
3 comentarios:
Sigo aprendiendo contigo. Saludos.
Toma ya !
Muy buen artículo! Felicidades!
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