- DOMINGO
DE RESURRECCIÓN -
El
entierro de Jesús se efectuó de noche, sin publicidad ni apenas
testigos en la tumba sin estrenar que le cedió José de Arimatea.
Por la proximidad de la Pascua no fue posible lavar ni embalsamar el
cadáver como era la costumbre. La tumba fue sellada por el Sanedrín
y Pilato permitió que colocaran una guardia en su puerta para evitar
el robo del cuerpo y que los discípulos dijeran que había
resucitado.
Pasó
la Pascua; y muy de mañana, María Magdalena, María la madre de los
hijos de Zebedeo y María Salomé fueron a la tumba llevando
ungüentos para embalsamar a Jesús. No tuvieron que molestarse en
mover la piedra porque la tumba estaba ya abierta y vacía con el
sudario y el velo cuidadosamente recogido sobre la piedra y, sentado
al lado, un joven vestido de blanco les dice que Jesús ha resucitado
y que transmita a los discípulos que vayan a su encuentro en
Galilea. Las mujeres huyen despavoridas ante la visión y callan
hasta que, muy poco después, Jesús se aparece a María Magdalena.
El resto es muy conocido hasta la Ascensión del Mesías a los
Cielos.
Para
finalizar, me fijo en las palabras de San Lucas “me
ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los
ciegos; para dar la libertad a los oprimidos”.
Cautivos,
ciegos, ¡libertad...! Palabras que en nuestro mundo actual tienen un
significado muy especial porque para nosotros, gentes del siglo XXI,
la Resurrección de
Jesús
lleva un mensaje adicional que ahora veo cada vez más claro: Aquél
que tenía todos los derechos se echó sobre sus propias espaldas
todas las obligaciones. En nuestros tiempos, en los que ya hemos
comprendido que la libertad es nuestro derecho más sagrado, tenemos
que aplicarlo a nuestra vida diaria y asumir que nadie debe tener
derechos sobre nadie y que todos debemos tomar como propias las
obligaciones y necesidades del prójimo. Ha terminado la esclavitud
entre nosotros: si Jesús nos ha liberado ¿quién será el insensato
que se atreva a quitarnos esa libertad sagrada?
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Nadie
pretenda imponer sus criterios caprichosos, que ya no hay amos ni
esclavos sino cristianos dichosos. Se acabe la prepotencia, se acabe
la tiranía, terminen los sinsabores, acabe la hipocresía, concluyan
los malos tratos y la sucia villanía de cobardes insensatos que
asesinan la alegría de sentirse Hijos de Dios.
Caminemos
por la senda de la igualdad sin reparos y del respeto hacia todos.
Nadie quiera prevalencia: no admito ningún tirano ni admito a los
opresores; no admito la fuerza bruta ni admito a quien no valore el
trabajo que, por ellos, realizan sus servidores; el que corta
iniciativas; quien se rinde ante los celos; quien envidia facultades
y desea mal por ello. No admito a quien quiera ser el primero en el
reparto; no admito a aquel que se encumbra sin méritos y trepando
sobre mentiras sociales y sobre prestigios falsos. Que Dios confunda
a los malos y que no oculten sus rostros. Que ya no hay amos ni
esclavos, que no hay dueños ni señores; sólo siervos de un Amor
que nuestras almas redime y nuestras vidas trasciende: el Amor de los
Amores.
Que
no venga ningún necio con burdas imposiciones ni cobardes
tradiciones de obediencias ancestrales, orígenes de los males de una
humanidad esclava que ni decide ni piensa. La libertad, esa intensa
llama que Dios nos ha dado; ese Dios que se ha inmolado para darnos
esa inmensa sensación de ser amados. Sin dejar de ser un Hombre, nos
ha enseñado el camino de la Libertad sagrada; puedo elegir mi
destino al ser la criatura amada de quien nos da regalada la chispa
de lo Divino: la Libertad deseada.
Gustosamente
aceptamos las normas de convivencia, pero también repudiamos que
fuercen nuestras conciencias -creyendo ser nuestros amos- quiénes
con más diligencia por ser quienes más amamos, nos imponen
exigencias abusando que les damos nuestras vidas y vivencias. Que
nadie abuse de nadie ni le imponga sus criterios; que sólo el amor
decida, que se destierre el desprecio. Que nunca habite en mi casa ni
duerma bajo mi techo quien quiera tener esclavos, hasta que no
rectifique y pida perdón por ello y pueda ser admitido a calentarse
en el fuego que sólo Dios ilumina. Que sólo Dios es mi Dueño.
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¿Entienden
ahora por qué la Semana Santa es una fiesta para Sevilla?
Ya
termino: Domingo de Resurrección, La Virgen de la Aurora volverá a
la iglesia de Santa Marina. Allí estará expuesta a nuestra
veneración en una capilla cuyo techo, para quien sepa interpretarlo,
también refleja una reconciliación humana. Pero esa es otra
historia.