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jueves, 19 de marzo de 2015

EL ARZOBISPO Y EL LEÓN O LA DIVERTIDA MEDICINA DEL RENACIMIENTO


Quienes me conocen saben que huyo en lo posible de escribir artículos locales y el presente lo es por derecho propio. No obstante, debo decir en mi descargo que voy a referirme a una época en la que mi ciudad era el ombligo económico del mundo; algo así como la Nueva York actual, salvando las distancias.

Tuvo Sevilla un Arzobispo de la orden dominica llamado fray Diego de Deza quien ocupó la sede hispalense desde 1504 hasta su fallecimiento en 1523 cuando iba camino de la sede primada de Toledo a tomar posesión de su nuevo cargo. Ambición no le faltaba al buen hombre y, por lo que vamos a ver ahora, tampoco ganas de hacer fantasmadas históricas; si bien, todo hay que decirlo, la fantasmada que voy a referir estuvo avalada por la Medicina de su época que, por lo que se ve, más tenía de diversión chistosa que de verdadera ciencia. Me ahorro contar su desastrosa etapa de Inquisidor General; etapa que fue abortada por Felipe el Hermoso en la quizá única intervención acertada que tuvo en su felizmente corto reinado.

Pues bien, resulta que el buen fray Diego no parece que fuera demasiado observante de la pobreza evangélica ni de la moderación en el comer y beber porque padecía de una enfermedad muy extendida por entonces entre reyes y grandes señores que podían permitirse dietas muy ricas en carne y generosa largueza en el consumo de vino. Me refiero, claro está, a la temible y dolorosísima gota, capaz de acabar con la paciencia del más templado a causa de los dolores que produce.

Como la Medicina de entonces era así de original además de inútil, algún médico le recomendó al pobre gotoso que reposara sus pies sobre la piel de una fiera viva y, ni corto ni perezoso, fray Diego se hizo traer de África un cachorro al que mandó capar, extraerle los colmillos y extirparle las garras. El pobre animalito se recuperó pronto de tales ofensas a su dignidad y creció y creció hasta convertirse en un enorme y majestuoso gatazo melenudo y mimoso que acompañaba al Arzobispo a todas partes; incluso se le podía ver en la Catedral echado a un lado del altar donde oficiaba su amo o sirviéndole de escabel cuando presidía alguna ceremonia. Se cuenta alguna anécdota de este león relativa a los caballos de las carrozas de los visitantes del Arzobispo, ya que el retozón "gatito" disfrutaba jugando con los caballos y viendo los intentos de escapar de los inofensivos ataques simulados que perpetraba con ellos y que incluso algún caballo llegó a morir de miedo allí mismo por la presencia del felino.

Antes de acabar esta entrada sobre tan singular personaje, sólo quiero citar de pasada que solía llevar sobre su hábito dominico al que nunca renunció, una cruz pectoral en la que destacaba un pedrusco de feldespato gris que se le llamaba "piedra del sol"  y que se empleaba para alejar el mal de ojo ¡Signos de los tiempos!


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, es verdad la ciencia y la medicina han avanzado una barbaridad José -la cirugía más-.
Sin embargo, al leer este artículo -como todos los tuyos, interesante y ameno-, me ha venido a la cabeza las chorradas que hoy en día hace la gente (homeopatía, brujería, medicina ayurvédica, parir en casa o en una bañera, etc...).
Antiguamente vale, pero hoy en día, año 2015 ... ... ... es como para darles hasta en el cielo la boca.
No soy un robot.

Anónimo dijo...

¡Uy! Qué olvido.
FELIZ DÍA DEL PADRE JOSÉ.

Que no soy un robot.

Gandalf dijo...

Se cree que los marinos vikingos podían orientarse entre las nieblas de los mares del norte gracias a una misteriosa " piedra del sol " , que muy probablemente no era más que un cristal de turmalina con la que se polarizaba la luz.

¿ Tiene algo que ver con la de fray Diego ?