Visitas

sábado, 13 de junio de 2015

UN CONCIERTO EN EL ALCÁZAR DE SEVILLA



Nadie piense que este artículo es una crítica musical porque no soy quién para osar atreverme a perpetrar algo en un terreno en el que sólo soy un pobre aficionado. Lo escribo con el único fin de hacer un homenaje a una agrupación musical algo olvidada a pesar de su rancio abolengo y de dejar constancia de una inolvidable y muy grata experiencia. En el mundillo de la música clásica sevillana es muy difícil destacar frente a nuestros dos grandes monstruos de fama mundial como son la Sinfónica y la Orquesta Barroca de Sevilla, o tres si contamos también con la multiétnica orquesta del Diván que fundó el ilustre sevillano de adopción Daniel Barenboin y que, de vez en cuando, nos depara alguna que otra bonita sorpresa. Esta vez no me refiero a ellas sino a la gran olvidada Orquesta Bética Filarmónica que fundó como orquesta de cámara nada menos que don Manuel de Falla para el estreno de El retablo de Maese Pedro y que, tras muchos altibajos, la primitiva agrupación de cámara devino en filarmónica a partir de 1961 bajo la batuta del gran don Luis Izquierdo.

Pues bien, la Filarmónica actual está formada por una inmensa mayoría de gente muy joven pero, como se dice ahora, sobradamente preparados y lo demostraron con creces el pasado martes 9 de Junio en el patio de la Montería de nuestros Reales Alcázares interpretando diversas piezas de la época de su ilustre fundador. Debo añadir que las condiciones acústicas del citado patio son tales que permiten hablar desde el escenario sin auxilio de megafonía y sin impostar la voz para ser oído en toda su extensión que, dicho sea de paso, no es nada pequeño.

Llegué de los primeros y pude elegir asiento, colocándome adrede un poco retirado a la derecha del escenario, ya que mi oído derecho sólo percibe claramente los sonidos graves; así que el izquierdo aprecia perfectamente los violines y, al estar algo desplazado, también puede cubrir violas y viento, dejando los chelos, contrabajos y la percusión directamente bajo el dominio del oído derecho.

No me arrepentí de haber llegado tan pronto, ya que el escenario se encontraba justo delante de la fachada del palacio de don Pedro I y pude recrearme a gusto con esa maravilla de fachada nunca suficientemente contemplada y tan poco comprendida. Es una maravilla de palacio musulmán hecho para el disfrute de un rey cristiano; y en su fachada se encuentra un compendio de Historia de la época y hasta se esbozan formas que más de cien años después aprovecharía el Renacimiento, como es el dintel de la puerta formado por dovelas acuñadas, perfectamente ajustadas para coronar con éxito la horizontal. No hay desperdicio en esa fachada desde el gran tejaroz con sus atrevidos mocárabes de impecable talla en maderas nobles y salpicado por los blasones de la Orden de la Banda, pasando por la balconada de columnas de mármol y descendiendo hasta la gran pared de la planta baja toda decorada de ataurique tallado en la misma piedra. Arriba, bajo el tejaroz y orlada por una cenefa con una leyenda descriptiva de su propietario y la fecha de construcción, se halla una monumental inscripción en árabe con caracteres esquemáticos que repite cuato veces el lema nazarita: "Y no vencedor sino Alá", como cortesía de don Pedro hacia su amigo Muhammad V de Granada quien le prestó los albañiles y yeseros que harían posible tal milagro y que, una vez entrenados en Sevilla, volvieron a Granada para rematar esa otra maravilla que es la Alhambra. Esta gran inscripción cuádruple tiene una particularidad que pasa por alto a casi todos los ojos de sus espectadores; y es que, esas cuatro repeticiones pintadas en caracteres azules sobre fondo blanco, tienen su imagen especular si la leemos mirando los caracteres blancos con el fondo azul. En efecto: Fue hecha para ser leída desde la tierra y desde el cielo. También llama la atención la fecha de la cenefa porque alude al año 1402 cuando todos sabemos que la obra es anterior a la nefasta llegada de la bastarda dinastía de los Trastámara; pero todo se explica sabiendo que don Pedro, como todos los reyes castellanos anteriores, databa sus documentos en la llamada Era Hispánica y no en la Era Cristiana como se haría después de la llegada de los Reyes Católicos. En nuestra Era Cristiana, el año 1402 de la Era Hispánica corresponde a 1364. Pero vamos a nuestro objetivo principal de la reseña del concierto.

Empezó el acto con las palabras de una ilustre dama de la Fundación Al-Ándalus en la que se nos animaba a ser una ciudad de grandes metas y no entretenernos en pequeñeces aldeanas. Proyectos como el dragado del río en profundidad para permitir el acceso de buques más grandes, la ampliación del puerto y de la zona franca, las nuevas líneas del metro, un nuevo puente y algunos otros proyectos más, corren el riesgo de irse por el sumidero con la ciudad en manos de un Ayuntamiento formado por miopes mentales del PSOE, IU y Podemos quienes, con casi total seguridad, se gastarán nuestro dinero en favorecer amigotes con corruptelas y cuchipandas, o algunas cosas peores, relegando a la pobre Sevilla a ser una ciudad cutre, cateta, sucia y atrasada para poder gobernarla mejor a base de repartir migajas entre los parados cuyas empresas cierran obligadas por estos que dicen representarnos.

Llega la orquesta y cada miembro ocupa su puesto en espera del Director. Nada menos que el muy ilustre Michael Thomas, británico de dilatadísima carrera que posee y utiliza un español casi perfecto, compositor, concertista y que hasta hizo los arreglos de la música de Paul McCartney para los funerales de su esposa Linda. Y empieza el concierto con Maurice Ravel y su Tombeau de Couperin que fue bordado en sus tres primeros movimientos y rematado con gran brillantez su final en un vibrante Rigoudon. Siguió con la Primera Rapsodia de Claude Debussy en la que el piano fue sustituido, con arreglos del propio Thomas, por un clarinete en las expertas manos de Pablo Barragán, jovencísimo marchenero que vive en Suiza y actúa de solista con muchas de las agrupaciones más importantes del mundo. Sigue la espléndida siciliana de Gabriel Fauré -dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno- en la que se sumó la elegante y grandiosa belleza de la corta composición al virtuosismo del oboe de la orquesta que tuvo su momento de gloria en esta interpretación. Otra pieza corta de Messageri arreglada, cómo no, por Thomas y llamada Solo de concourse que también tuvo de protagonista aBarragán con su clarinete, dejó paso a la final de lo programado: La muy gatuna obra de Fauré con arreglos de Thomas llamada Suite Dolly, con movimientos tan divertidos como el llamado Mi-a-ou y el Kitty Valse o Vals de la Gatita, culminando su quinto tiempo en algo tan nuestro como el Pas Espagnol, verdaderamente digno de su nombre.

Hasta aquí el programa oficial pero, sin llegar a la propina final, el Director tenía reservada una grata sorpresa al hacer subir como solista a uno de los muy jóvenes concertinos titulares de la agrupación quien, hasta ese momento, no había aparecido en escena. Ese pedazo de artista superdotado se atrevió a hacer algo tan espectacular como la durísima pieza del Sarasate llamada Zapateado, luciéndose en las diabólicas alternancias de arco y pizzicato que no se le hubieran ocurrido ni al mismísimo Giuseppe Tartini. El público, rendido, aplaudió a rabiar durante un buen rato hasta que don Michael mandó callar y sentó de nuevo a la orquesta para ofrecernos, de propina, la Sevilla de la Suite Iberia de Albéniz. Perfecta sin paliativos.

En fin, que pasaban las once y media de la noche y salimos de allí con las palmas de las manos rojas de aplaudir. Que se repita, por favor. Mi más sincera enhorabuena a la renovada Orquesta que ya, por derecho propio, figura entre las más grandes.

No hay comentarios: