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domingo, 18 de diciembre de 2016

- JAÉN. RENACIMIENTO EN EL OLIVAR (III) -



- IV.- 27 DE NOVIEMBRE -

Último día del viaje y nada mejor para despedirnos de aquellas tierras que un paseo por la ciudad de Úbeda para que su vista nos haga el efecto de estar siempre deseando volver. Dos lugares tan cercanos como Baeza y Úbeda, ambos declarados Patrimonio de la Humanidad y ambos con un número similar de más de quinientos monumentos catalogados en cada una de ellas, reúnen entre las dos muchas más obras de arte que la gran mayoría de ciudades de mayor peso demográfico. Pero el viajero advierte una clara diferencia entre ambas. En efecto: la anteriormente descrita Baeza tiene un casco histórico más reducido, lo que obliga a que su cúmulo de edificios notables estén muy juntos; pero en Úbeda las cosas son diferentes porque al ser su recinto amurallado bastante mayor que el de su vecina permitió que su desarrollo urbano dispusiera de espacios para que la vista se pueda recrear en sus maravillas sin tanto agobio.
Úbeda. Patio del Hospital de Santiago.

Por aquellos tiempos del siglo XVI se fue haciendo costumbre que las grandes familias castellanas destinaran grandes sumas de dinero a la construcción de hospitales para atender a enfermos sin recursos. Y así, tomando como modelo al Hospital Mayor de Milán, se comienzan obras monumentales con esos fines caritativos. En Sevilla, hacia 1535, comienzan las obras del imponente Hospital de Las Cinco Llagas, hoy sede del Parlamento de Andalucía, bajo proyecto y dirección de Martín Gaínza con el patrocinio de don Fadrique Enríquez de Ribera1 por mandato testamentario de su madre doña Catalina de Ribera.
Úbeda. Bóveda de la escalera principal del Hospital de Santiago.

Pues bien; pocos años después de iniciarse las obras del actual edificio de Sevilla, en 1562 Andrés de Vandelvira recoge la idea del modelo milanés proyectando y ejecutando para Úbeda lo que conocemos como Hospital de Santiago, hoy dedicado a centro de exposiciones y congresos, biblioteca y usos culturales. Y, como siempre, Vandelvira no nos defrauda. Al contrario que el hospital sevillano, su construcción fue muy rápida para la época, ya que en el frontal de la escalera principal figura como terminado en 1575, lo que permitió la unidad en su estilo manierista que lo caracteriza, sin añadidos de otra clase. La obra fue posible gracias a don Diego de los Cobos, Obispo de Jaén, quien quiso destinarlo a hospital para pobres, así como a iglesia que incluía su propio panteón.

Por desgracia para nosotros, la visita fue necesariamente muy rápida porque nos esperaban muchas más cosas que ver. Aun así, tras el gran arco de acceso y tras cruzar el patio principal con columnas de mármol de Carrara, pudimos contemplar la monumental escalera decorada con frescos de la misma época de su construcción realizados por los mismos autores que decoraron el retablo mayor de la iglesia y que fue destruido durante la Guerra Civil, como tantas obras de arte. Apenas pudimos ver al paso la gran reja de forja, de tres hojas, que da acceso a la iglesia y que también su diseño fue de la mano del propio Vandelvira2.

Úbeda. Clave del dintel de la puerta oeste
de la Iglesia de San Lorenzo.
Salimos a buscar otras maravillas y la lluvia nos dio una pequeña tregua. Bordeamos la antigua muralla deteniéndonos a contemplar algunas de las curiosidades de su trazado y la puerta llamada del reloj, ante la que es tradición que Carlos V juró respetar los fueros de la ciudad antes de visitarla. Rodeando esta muralla llegamos a la Iglesia de San Lorenzo cuyo interior, completamente destruido durante la Guerra Civil, sirvió de refugio posteriormente a familias sin recursos hasta que se pudo pensar en restaurarla. Y, efectivamente, en su puerta hay un llamativo cartel anunciando: “Abierto por obras” lo cual es un buen reclamo para que el viajero pague gustosamente un euro para visitarla.

La Iglesia de San Lorenzo es un buen ejemplar renacentista erigido sobre una primitiva iglesia del siglo XIII y quizá, como muchos otros templos, sobre los restos de una mezquita que, a su vez, fue templo visigodo, antes romano y así perdiéndose en los tiempos su origen pero conservando siempre su objetivo de ser un lugar dedicado al culto. Su costado sur o lado de la Epístola3, se apoya directamente en la muralla de la ciudad. La portada primitiva luce un dintel perfectamente ajustado de una traza correspondiente a mediados o finales del XVI, cuya clave tiene grabada la parrilla símbolo del Santo y debajo una inscripción gótica ilegible de la que única palabra que descifro es la última de “mayordomo” Quizá la firma del administrador o arquitecto de las obras de nombre ilegible que figura más arriba.

Resulta interesante resaltar del interior la pequeña profundidad de las capillas laterales, lo que casi le da un aire de iglesia conventual, más los añadidos decorativos incorporados con el tiempo, la mayor parte de yesería muy deteriorada pero que conserva los típicos casetones almohadillados en el arco toral y los arcos de las capillas. El techo, salvo las pequeñas bóvedas del ábside y las capillas, es de un alfarje muy modesto; no sé si original o producto de alguna obra de reparación urgente tras la destrucción e incendio de 1936 que acabó con todas las obras de arte de la iglesia. Como era de esperar, bajo el suelo había cientos de enterramientos con alguno de los esqueletos aun engastados en los cimientos. Completa el conjunto un coro alto elemental, reconstruido en los últimos años. Nos despedimos de allí deseándoles suerte en las obras de restauración de este bello ejemplar, aunque me temo que la espadaña deberá ser demolida por el aspecto ruinoso que presentaba.

Seguimos rodeando la muralla hasta llegar a la antigua puerta de Granada. Ante el muro, un gran pilón con una fuente que supongo serviría como abrevadero de ganado. Y no resisto a contar una anécdota divertida relacionada con el nombre popular con el que se conoce. Se cuenta que, al poco de inaugurarse la Universidad de la vecina Baeza, dos estudiantes se fueron de juerga a Úbeda y bebieron hasta caerse dormidos. Al amanecer, la resaca hacía sus efectos y se fueron al pilón a beber y refrescarse. Uno de ellos era alto y el otro bajito. El alto bebió y se lavó la cara sin problemas, pero el corto de talla trataba de alcanzar el borde con mucho esfuerzo y, como eran estudiantes de la época, su idioma era el latín. El bajito le dijo al alto:

- Non posso (No puedo) - A lo que su compañero le contestó animándole:

- Si potes, si potes (Sí puedes, sí puedes)

En esto, el iletrado tabernero que los oyó, exclamó con aire de suficiencia:

- ¡Cipotes! ¡De Baeza tenían que ser!

Al lugar se le quedó para los restos el nombre de Fuente del Cipote.

Pero había que seguir que el tiempo apremiaba. Entramos de nuevo intramuros del casco urbano e hicimos un pequeño descanso para el café. El sol se había asomado y muchos estábamos hechos polvo. Apenas media hora pero fue suficiente porque Úbeda es un filón inagotable de maravillas y apenas habíamos empezado.

Úbeda. Una preciosa pieza del Museo Arqueológico.
Una corta visita al Museo Arqueológico instalado en una preciosa casa mudéjar. De acuerdo con su historia, Úbeda posee restos desde la más remota antigüedad y así pudimos echar un rápido vistazo a restos Neolíticos, cerámica y tallas iberas, algunas más que notables, lápidas sepulcrales romanas, vasijas de factura y decoración clásicas, lápidas con epigrafía árabe, arcos originales de los más diversos estilos y muchas otras obras que bien merecerían echarle una mañana a la visita. Se echaba de menos la presencia del muy rico arte ibérico que yo conocía de anteriores visitas, pero es que esas obras habían sido trasladadas al recién creado Museo Nacional de Arte Ibérico que está a punto de inaugurarse a las afueras y que promete ser tanto o más interesante que su homólogo romano de Mérida.

Poco tiempo nos quedaba de visita y apenas si habíamos empezado. Nos dirigimos a una de las plazas más bellas que recuerdo haber visto en mi vida: la 
plaza Vázquez de Molina donde se encuentra el Ayuntamiento y donde existe una concentración de monumentos más que sobresalientes. El propio edificio del municipio es ya una preciosa muestra del
Palacio de las Cadenas. Ayuntamiento de Úbeda.

más puro Renacimiento que si no fuera porque ya conocíamos el lugar sería una sorpresa encontrarse con un edificio totalmente italiano en el corazón de Andalucía. Llamado en su día Palacio de las Cadenas fue mandado construir para residencia particular por Juan López de Molina, secretario de Felipe II y sobrino de Francisco de los Cobos y Molina, de quien ya nos ocuparemos. Proyectado por el omnipresente Andrés de Vandelvira nos traslada al corazón de Florencia con ese gran palacio romano de tres plantas y una distribución también romana, con su patio central de columnas de mármol y piedra dorada. Fue edificado entre 1546 y 1565 y, al fallecer su propietario sin descendencia, fue reformado para adaptarlo a convento. Con la desamortización de 1873 fue destinado al uso que tiene ahora.

Las tres plantas tienen diferentes alturas, de mayor a menor, para lograr un mejor efecto visual desde el exterior. Falsas pilastras dividen la fachada en siete calles y, debido a la rapidez de su construcción consigue una gran uniformidad en su estilo típico de la fecha. Como es habitual en Vandelvira, las siete calles poseen otros tantos balcones alineados al eje de las ventanas y la puerta de acceso de la planta baja. En la segunda planta, los ojos de buey sustituyen a los balcones y ventanas de las plantas inferiores, soportando la cornisa cariátides y atlantes. A un lado de la fachada, una placa de bronce nos recuerda que Úbeda es Patrimonio de la Humanidad desde el 3 de Julio de 2003, junto con su vecina Baeza por la cantidad de edificios monumentales y su buen estado de conservación.

Úbeda. Capilla del Salvador.
Pero, ante este espléndido edificio, la vista se nos desvía irresistiblemente a la derecha en dirección a la antigua muralla, hoy casi derruida, que cierra la plaza. Y es que allí se encuentra una joya de mayor valor aun en la que Andrés de Vandelvira mostró su valía al sustituir como arquitecto al indiscutible Diego de Siloé al haber dejado plantada la obra este último para irse a realizar la Capilla Real de Granada. Se trata de la Capilla del Salvador, concebida y construida como panteón funerario del ya citado Francisco de los Cobos.

Merece la pena detenernos un poco en esta figura histórica, ya que fue un hombre de una tremenda honradez a pesar del delicado cargo de tesorero de Carlos V que ostentaba. El Emperador, sabedor de esa cualidad tan extraña en un cargo así, se fiaba totalmente de su administración y sus consejos y llegó a premiarle con el uno por ciento de todo el oro que viniera de Indias, con lo que la honradez del probo funcionario lo convirtió en inmensamente rico; honradez que inculcó a sus descendientes, quienes también ocuparon cargos de relevancia con Felipe II. A pesar de sus servicios y de la insistencia de Carlos, el buen don Francisco nunca quiso ser nobilizado y rogó al Emperador que los posibles títulos con que quisiera honrarle fueran para sus descendientes.

A la nada despreciable edad de cuarenta y cinco años, en 1522, se casa con una joven noble, María de Mendoza y Sarmiento quien contaba entonces con sólo catorce años de quien nacería su único hijo Diego de los Cobos y Mendoza4 que, por expreso deseo de su padre fue distinguido con el título de Marqués de Camarasa. Esta unión hizo que emparentara con una de las familias más poderosas del Reino y que su estirpe se perpetuara en la Administración.

Úbeda. Puerta de la sacristía de
la Capilla del Salvador.
Volviendo a la Úbeda monumental, don Francisco quería edificar allí mismo también su palacio particular, una universidad y una capilla funeraria, además de dotar suficientemente todas estas obras pero, a pesar de tener conseguida la bula papal de Pablo III que le autorizaba a la fundación universitaria, no le fue posible llevarla a cabo por fallecer antes ni tampoco le dio tiempo a edificar el palacio deseado; pero sí para dejarnos en aquella plaza dos importantes monumentos. Uno de ellos fue, precisamente, la capilla funeraria del Salvador destinada exclusivamente a mausoleo suyo y de su esposa.

Basada en el primitivo proyecto de Diego de Siloé, la fachada principal no recuerda en nada la función religiosa del edificio, ya que su decoración es totalmente pagana con figuras de dioses, héroes y seres legendarios de la mitología clásica. Igualmente, la proporción de sus dimensiones de anchura exactamente la mitad que la longitud, la hacen candidata idónea a la calificación de neopitagórica. Pero el remate interior, el retablo mayor de Berruguete y las bóvedas vaídas de Vandelvira hacen del conjunto una obra de arte de primer nivel del que me atrevo a destacar, como aficionado, el impresionante y largo arco esviado que comunica la capilla con su sacristía, así como su bellísima portada en L. Describir aquel conjunto da materia sobrada para una gruesa monografía y el viaje era sólo de turismo. Sólo contar que, en la actualidad, la propiedad de la capilla es del Ducado de Medinaceli quien se sigue ocupando de la continuidad del culto y del mantenimiento del edificio.

Pero aun no hemos acabado de hablar de las obras encargadas por don Francisco. Mirando a la fachada de la capilla se nos queda a la izquierda otro notable palacio también encargado por él. Quiso el mecenas que, para asegurar la continuidad en el tiempo de sus continuos funerales y misas en sufragio de su alma, que el sacerdote encargado de los mismos viviera sin estrecheces. Y aunque la titularidad de la capellanía era del Obispo de Málaga, éste designaba un deán de su catedral para que tuviera residencia permanente en Úbeda. Así que don Francisco ordenó construir un palacio al lado de la capilla que fuera digno del Obispo, pero que sería ocupado normalmente por su deán delegado5. Este palacio, llamado del Deán Ortega por ser éste quien lo ocupó por primera vez, también se atribuye a Vandelvira aunque sus columnas nazaríes me pongan en duda. De cualquier forma es una obra impresionante, digna de un genio y, desde 1930 se usa como Parador Nacional de Turismo.

Eran casi las dos de la tarde. Intentamos echar un vistazo rápido a la Sinagoga del Agua pero ya habían cerrado ¡Otra vez será! Comimos en un restaurante cercano y, con pena de abandonar aquellos conjuntos de maravillas, subimos de nuevo al autobús para volver a casa. Creo que todos nos prometimos volver muchas más veces porque tantas obras de arte están para disfrutarlas con tiempo.

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1Curioso personaje que nos ha dejado una de las primeras crónicas de un viajero que se hayan escrito. Con mucha sinceridad y buen sentido del humor relata su viaje a Tierra Santa con todo lujo de detalles y es una delicia leerlo.

2A diferencia de su coetáneo y admirado Diego de Siloé quien también esculpía como bien lo demostró en Granada y Toledo, Andrés de Vandelvira no era escultor ni pintor ni, mucho menos, herrero. Como buen arquitecto se limitaba a dibujar y a dirigir obras.

3Para un aficionado a la Historia, como este servidor, es de mucha ayuda saber que la gran mayoría de las iglesias antiguas siguen la orientación clásica Oeste-Este, quedando al norte el lado del Evangelio y al sur el de la Epístola. Con las debidas excepciones, a veces sonadas, la presencia de una iglesia de más de doscientos años de antigüedad sirve de brújula al viajero que conozca el secreto y en alguna ocasión me ha sacado de un apuro. Este asunto da para un artículo algo extenso.

4Nótese que en esa época, las leyes y disposiciones de Cisneros habían hecho su efecto y la ordenación de apellidos ya seguía la estructura que hemos conocido hasta los cambios permitidos por últimos gobiernos.


5Estoy seguro que los canónigos malagueños se disputaban el cargo a navajazos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Acabo de leer esta entrega y es tan buena como las anteriores.
Amena, ilustrativa, todo un placer.
Eso sí, no se pueden leer tus crónicas con prisa, no las paladeas bien. Por eso yo siempre lo hago cuando estoy tranquila y con tiempo por delante.
Si alguien pretende encontrar aquí algo superficial y rapidito se está equivocando de lugar.
Un abrazo.