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jueves, 9 de marzo de 2017

- UN PASEO POR ÉVORA Y EL ALENTEJO (II) -


- 25-02-2017 -

Tras un opíparo desayuno, Portugal es Portugal, muy temprano salimos en dirección a Marvao y algunos aprovechamos para dormir algo por el camino. La distancia no era precisamente corta y de ahí el madrugón. Para hacernos una idea, había que ir de nuevo hacia el este, pasar de nuevo muy cerca de Elvas para seguir bordeando la frontera hacia el norte hasta llegar a la altura de la provincia de Cáceres, más o menos en la latitud de Valencia de Alcántara y en pleno corazón de la Sierra de San Mamede. Allí nos esperaba nuestro primer destino.


Escudo de Marvao

Bandera de Marvao


Como excepción en el Alentejo, cuya altura media sobre el nivel del mar no supera los trescientos metros, Marvao se encuentra a más de ochocientos metros y quizá por eso, con la tendencia a la exageración que caracteriza a nuestros vecinos, fue llamada "Nido de Águilas". La verdad es que, una fortaleza construida en ese lugar permitía dominar con la vista un amplio territorio posibilitando, además, la comunicación visual con otras fortalezas de la zona para intercambiar señales en caso de avistar algún peligro que primero fue musulmán y luego proveniente de la siempre temida España, pesadilla recurrente de Portugal y que hizo que prefirieran ser casi una colonia británica en vez de formar parte de la nación a la que naturalmente pertenecieron desde tiempos remotos.

Una entrada de la muralla de Marvao.
Marvao apenas cuenta en la actualidad con cuatro mil habitantes pero se la ve un lugar que hace no muchos años dejó atrás la secular pobreza portuguesa y que ahora su economía se defiende muy bien con la agricultura, el turismo y la artesanía. La verdad es que bien pocas viviendas existen fuera de sus imponentes murallas y han tenido el buen gusto de no adosar casi ninguna a ellas por el exterior, con lo que la vista del lugar es magnífica según se aproxima el viajero por aquellas empinadas cuestas. Por supuesto que el autobús no puede penetrar en el recinto y debe aparcar a cierta distancia obligando al visitante a hacer un buen esfuerzo para subir a pulmón libre por aquellos caminos pavimentados de piedras de tortura. Pero merece la pena el esfuerzo, doy fe.
Segunda entrada de la muralla de Marvao.
Obsérvese el añadido posterior de la garita.

Lo primero que se encuentra el visitante es una tosca muralla de sillarejo que revela a las claras las reformas a que fue sometida durante siglos para adaptarla a los sistemas defensivos de cada época, así como también los gustos arquitectónicos que fueron modelando sus puertas en todos esos años. Es normal: de fortaleza de ancestral antigüedad, quizá prehistórica o protohistórica, conserva huellas romanas, visigodas, musulmanas, góticas -modificadas éstas luego por el Renacimiento como se ve en los accesos- acompañadas por algunos añadidos tardorrenacentistas y también de le época barroca, como da fe alguna que otra garita de vigilancia sobre el arco de un acceso; pero el interior conserva gran parte de la esencia de lo que fue.

Marvao. Fuente al pie de la muralla.
No debió tener Marvao problemas con el suministro de agua, talón de Aquiles de cualquier fortaleza o ciudad amurallada como lo prueba la fuente que, al pie de la muralla, sigue manando en la actualidad; así que su conquista fuera poco menos que imposible con una guarnición mediana y los medios militares de aquellos tiempos. De esta forma se explica que tuvo un cierto auge económico hacia los siglos XV y XVI como lo proclaman algunos palacetes que conservan magníficas rejas de fina forja de la
Reja de balcón de forja, quizá del siglo XV.
época y la existencia de un seminario que hoy sigue perteneciendo a la Iglesia y es usado como casa de meditación. Desde luego que el lugar no puede estar mejor elegido; pero nosotros, los visitantes, seguíamos subiendo y subiendo por aquellas cuestas. Una iglesia parroquial muy modificada con gusto dudoso y en la plazuela de la misma un pequeño monumento que nos indicaba que Mourao fue tierra de señorío; y de señorío importante.

El llamado pelourinhoo picota de Marvao.
Es el momento para dedicar tiempo a este tipo de monumentos que se encuentran por casi todas partes en Portugal y en muchos sitios de Castilla. Me refiero al llamado allí pelourinho y aquí picota o rollo de justicia, según categorías del señorío. Sobre una pequeña elevación con tres o cuatro peldaños se erigía una columna labrada y rematada con la simbología que eligiera el señor del lugar. En lo alto de la columna sobresalen algunos garfios de hierro, cuatro en este caso, que ya nos están sugiriendo cosas bastante siniestras. En efecto: El pelourinho o picota fue usado durante muchos siglos para indicar que el lugar estaba regido por un señor de los llamados de horca y cuchillo. Los garfios servían para ahorcar condenados o para exponer en ellos sus cabezas cortadas; la columna para atar en ella a los reos de azotes mientras eran flagelados y, en caso de ser delitos menores, para dejarlos atados allí un determinado tiempo expuestos a la vergüenza pública y que todo el que pasara pudiera insultarlos o tirarles inmundicias. Es curioso que estas columnas fueran frecuentemente verdaderas obras de arte, pero es que también eran un signo del poder del señor feudal en nombre del Rey.

Antiguo seminario de Marvao.
Hoy casa de meditación para sacerdotes.
Había que descansar un poco y allí había un par de pequeños bares acogedores que hasta tenían algunas mesitas en la calle. Como no me agrada demasiado tener problemas digestivos en medio de un viaje de tan denso contenido no se me ocurrió pedir café por precaución y pedí un chá preto; en español, un té negro. Y aprovecho para explicar por qué en inglés se dice tea y en español té a la infusión de unas hojas de arbusto cuyo verdadero nombre es el de cha o chai que usan los portugueses. Como todo el mundo sabe, desde el tratado de Tordesillas se dividió el mundo en dos zonas, según longitud geográfica, correspondiendo la más oriental a Portugal. En consecuencia, fueron quizá los primeros
Marvao. Palacete con ventana esquinada.
europeos en conocer esta infusión de hojas y en darla a conocer al mundo. Más tarde, con sus convenios británicos pudieron conservar el monopolio del comercio del té y lo exportaban en cajas de madera con la inscripción de
Transporto Erbas Aromáticas. Los británicos se aprendieron el acrónimo de "TEA" y lo popularizaron por todo el mundo. Y es por eso por lo que el nombre original de la planta del chá o chai sólo es usado en Portugal y Brasil, tomando los derivados de tea en el resto de Occidente.

Salimos de Marvao. Poco más que decir de su castillo porque, más allá de las murallas, no existe nada parecido. Era una ciudad fortificada y sólo eso; más que suficiente como lo demostró su historia. Ahora nos vamos a comer a un lugar muy cercano llamado Portagem (peaje o portazgo en español) porque por allí pasaron en 1492 parte de los judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos; y Portugal no pudo por menos que aprovecharse de su desgracia cobrando por la entrada. La Historia es así.

La comida, a orillas del río Sever fue memorable: Unos entremeses suficientes y exquisitos precedieron a una crema de no sé que, pero muy buena para preparar el estómago, seguida de una ternera con patatas fritas y vino a discreción que, como creo haber dicho antes, los alentejanos ya han aprendido por fin a hacer buen vino. Abundancia y sabor a raudales. Una gozada que, para colmo, el responsable del lugar se paseaba por allí con una gran bandeja repleta en la mano ofreciendo repeticiones. Casi se me caen las lágrimas al rechazar la segunda ración pero sabía que aun quedaba una tarde muy activa y, de comer más, me hubiera sido imposible seguir despierto. Volvemos al bus y emprendemos de nuevo el camino. Esta vez hacia el sur y, de nuevo, casi bordeando la frontera. Nuestro destino es Vila Viçosa, nombre que no expresa un lugar lleno de vicios sino que en lenguaje medieval español y portugués significa alegre y exuberante.

Plaza del Palacio Ducal de Vila Viçosa con la
estatua ecuestre del Rey Juan IV,
Duque de Vila Viçosa.
A pesar de ser pequeña con sus apenas nueve mil habitantes, Vila Viçosa está llena de lugares idóneos para visitar. Nosotros, siempre faltos de tiempo, tendremos que conformarnos con su impresionante Palacio Ducal que, guardando las distancias en tamaño y magnificencia, nos recuerda irresistiblemente al resto de palacios barrocos europeos. Además, está lleno de obras de arte entre las que no faltan pinturas firmadas por la mano del propio Rey Fernando II, llamado el Artista con toda justicia y que reinó entre 1837 y 1853, si bien fue un caso anómalo de la monarquía portuguesa parecido al nuestro de Felipe el Hermoso porque, entre 1837 y 1844 sólo fue rey iure uxoris o por matrimonio, ya que la verdadera Reina en teoría era María II, última representante de la dinastía agotada de la casa de Braganza que dejó paso en 1853 a la de Braganza Sajonia-Coburgo y Gotha. Sí, ya lo sé; un lío esto de los Reyes de Portugal; en eso se distinguen muy poco del resto de las monarquías.

Entramos en el palacio y ya en el recibidor contemplamos una impresionante escultura clásica de mármol de un anciano desnudo cuyo autor no nos fue aclarado pero que era un verdadero artista. Algunas señoras más atrevidas que las demás se hicieron fotos con la mano en el pene de la talla. Supongo que le encontrarían la gracia porque, al menos, estaba duro. Algo es algo para consolarse en la vejez.

El Palacio Ducal es, en realidad, un palacio real desde la subida al trono del Duque de Braganza en 1640. Tal monarca entró en la Historia con el nombre de Juan IV, pero el pueblo siguió llamando palacio ducal a su casa. Su dinastía se extinguió en 1853 dejando paso a la última dinastía portuguesa, como ya se ha explicado. Como ya podemos suponer, el tal palacio está cargado de historia y joyas artísticas firmadas por Fernando II, como por otras que son de la propia mano del desdichado Carlos I de Portugal; excelente dibujante y buen pintor. Aparte de mobiliario, tapices, cerámica decorada por los dos reales artistas citados, azulejos, cubertería, lámparas, frescos, mármoles, orfebrería y un sin fin de objetos suntuosos bien dignos de un Rey. Pero es el momento de detenernos a contar la historia del fin de la monarquía portuguesa para comprender mejor el inmenso monumento que estamos visitando.

A veces hemos citado de paso que Portugal era una especie de protectorado británico que evitaba su absorción por España pero, durante muchos años, tanto Gran Bretaña como Portugal y la misma España se cuidaron mucho de mantener las formas para que pareciera que todas ellas eran naciones independientes y soberanas. La realidad era muy distinta y el poderío británico crecía sin cesar. Tanto crecía que ya no le bastaba a sus empresas con permitir que Portugal mantuviera determinados monopolios comerciales y plantearon a su protectorado encubierto el terrible ultimátum de abandonar sus colonias más ricas en la mayor parte de África. En 1890, un débil Portugal tuvo que ceder a las apetencias inglesas y abandonar los actuales territorios de Zambia, Zimbawe y Malawi, puentes entre Mozambique y Angola que sí les permitieron conservar para guardar las apariencias.

El pueblo portugués tiene su orgullo hasta en la peor de sus miserias y aquel golpe no le fue perdonado al Rey Carlos I. Las ideas republicanas se extendían por todo el país haciendo repugnante la sola mención a una monarquía ya sentenciada. La noche del 31 de Enero de 1908 fue la última en la vida de Carlos y la pasó en el Palacio que estábamos visitando. Al día siguiente, tras cruzar el Tajo y desembarcar en Lisboa, iba en coche descubierto saludando a su pueblo en compañía de su esposa, la bella francesa Amelia de Orleáns (1) y de su hijo Luis Felipe cuando un par de republicanos, antiguos militares y tiradores con experiencia llamados Alfredo Costa y Manuel Buiça lo mataron en el acto de un disparo; su hijo, también alcanzado, sobrevivió veinte minutos más en los brazos de la Reina Amelia quien trataba de defenderse golpeando a los asesinos con un ramo de flores. Si queréis saber qué pasó después, Carlos fue sucedido por Manuel II hasta que la revolución republicana lo depuso en 1910. Si continúo con lo que pasó luego en Brasil sería meternos en otra historia diferente. El resultado fue que Portugal es una república desde el 5 de Octubre de 1910.
Asesinato en la Plaza del Comercio
de Lisboa del Rey Carlos y su hijo
Luis Felipe, según un diario de la época.
Volviendo al Palacio Ducal impresionan desde sus suelos; a veces alfombrados y a veces pavimentados con muchas clases de losetas, hasta sus techos; a veces con casetones pintados, otras con casetones reales y otras con frescos. A cada paso vemos chimeneas de mármol portugués de muy bellas trazas y tallas. Azulejos de diferentes colores y épocas que dan para un estudio histórico de su fabricación y evolución. Mobiliario impresionante destacando bargueños, mesas y armarios de todo tipo, casi todos de taracea bien de marfil o bien de maderas de diferentes colores. Las paredes adornadas con tapices, cuadros del Rey Fernando II el Artista y dibujos del propio Carlos de los que sobresale un autorretrato excelente. Los platos decorados por ambos reyes son una maravilla y vemos detalles de cortés delicadeza hasta en la confección de los menús -¿se dice así?- escritos y dibujados a mano por el Rey Carlos y su esposa Amelia, de quien nos ha quedado un retrato ecuestre montada a la amazona que ya quisieran tener esa figura y esa elegancia muchas de nuestras modelos actuales. Me ahorro hablar de la distribución que, aunque irracional para nuestra época, era la normal de los palacios de antes de existir la luz eléctrica y cualquiera que haya visitado Versalles sabe a lo que me refiero: esa sucesión de habitaciones sin más intimidad que la que pueda proporcionar el dosel de una cama o la oportuna cortina. Salimos al exterior por el patio de caballerizas y de ahí a la calle. También la portada de la entrada de carruajes era digna de un rey. Se trataba de una de las muchas puertas de nudos que hay en Portugal pero, esta vez, las cuerdas figuradas que sujetan las falsas dovelas del arco estaban talladas como maromas de barco que llevaban hasta moluscos incrustados. Una maravilla de la que lamento no poner fotos porque estaba prohibido hacerlas en todo el recinto.

Dintel de la puerta de nudos
de las caballerizas del Palacio Ducal.
La gente quería ir de compras y aun quedaba una hora de sol. La plaza principal de Vila Viçosa, cerrada por el Palacio Ducal y el convento de san Agustín no dejaba lugar a tiendas; así que el amable chófer nos llevó a Estremoz para que fueran a hacer su oportuno shopping a un lugar repleto de antigüedades que hasta alguna había que no era falsificada. Mi lumbalgia se puso impertinente y decidí esperar en un chiringuito con una cerveza que me costó barata pero que el camarero zombi, buen alentejano, no se dignó servirme y tuve que volver al interior a servírmela yo ¡Y encima, pedirle un vaso porque el muy guarro quería que me la bebiera a morro! Por cierto, amada Portugal ¿Qué has hecho con tu Sagres, ayer cerveza y hoy lejía gasificada con trocitos de papel de lija dentro? ¿Te ha obligado la pérfida Albión a estropearla o ha sido la no menos pérfida Holanda por la competencia con su sopa flojucha amarilla a la que llaman cerveza?

Se acabó el día. Regreso al hotel. Cena maravillosa y descanso. Mañana toca ir a Monsaraz, la última de las maravillas medievales a visitar en este viaje.

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(1Amiga de la infancia de la eterna Reina Victoria. Con esos amigos ¿quién necesita enemigos?

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