Desde que
tengo recuerdos y algo de uso de razón, siempre había oído decir
de María Magdalena que había sido prostituta hasta que,
arrepentida, decide unirse al cortejo del Señor donde es aceptada
sin reparos, como una muestra más de la magnanimidad de Jesús.
Siempre lo tomé como un dicho de la ignorancia popular, hasta que,
estudiando Historia me encontré con que tal creencia era general ya
que desde el Renacimiento, sobre todo algo después del Concilio de
Trento, se anima a los artistas a representar a la pobre chica en
actitud de penitencia por sus pecados pasados. Se anima así a crear
la leyenda de una pobre prostituta que no es admitida a compartir
caminos, mesa y fatigas con Nuestro Señor hasta que expía sus
pecados con una dura retirada penitencial al desierto y, a partir de
ahí, la imaginación de nuestros antepasados se desata y se inventan
las aventuras de la Magdalena penitente.
Señoras y
señores. Es mentira. En la Sagrada Escritura no hay ni una palabra
que ponga en entredicho el pasado de la pobre mujer. Sí se la cita
por todos los Evangelistas quiénes, excepto San Mateo, nos explican
que había sido curada por Jesús de una múltiple posesión
demoníaca.
No obstante lo dicho, no hay que excluir la posibilidad de que
una mujer algo ligera de cascos, aun sin formar parte del cortejo de
Jesús era muy amiga suya. No me refiero a la Magdalena sino a María de Betania, la hermana de Lázaro
que prefería quedarse sentada escuchando al Señor mientras su
hermana Marta preparaba la comida y protestaba por la actitud de su
hermana. En efecto: los cuatro evangelistas nos hablan de la unción
en Betania, en casa de un fariseo llamado Simón, curado de la lepra
por Jesús cuando invita al Salvador a comer con él y una mujer
entra y unge al Señor con un carísimo ungüento de nardo que Judas
Iscariote valora en unos trescientos denarios (Mt.
26:6,12 Mc. 14:3,8) San Lucas nos habla de
esta mujer como pecadora (Lc. 7:38,50)
y hace de su presencia un pretexto para un hermoso sermón con
parábola incluida: “A quien se quiere
más, se le perdona
más”. Finalmente, San Juan nos la
identifica como María, la hermana de Lázaro (Jn.
11:2) y, poco después, lo aclara más
todavía (Jn. 12:3).
Esta sospecha se acrecienta más, dado que el suceso tiene lugar en
Betania, lugar de residencia de Lázaro y de sus dos hermanas.
Así
que, ya saben. La pobre María Magdalena no hizo nada, que sepamos,
para merecerse el sambenito de prostituta y servir luego de pretexto
para que, a partir del Siglo de Oro, los artistas hicieran bellísimas
pinturas y esculturas eróticas a su costa. Pero también tenemos
elementos de juicio para, al menos, sospechar de la presencia en el
entorno del Maestro de una mujer en esas circunstancias. Aunque no
formara parte de su séquito habitual como la Magdalena.
Las referencias a María Magdalena son: Mt.
26:1, 27:56 y 27:61, Mc. 15:40, 15:47, 16:1 y 16:9, Lc. 24:10,
Jn.19:24, 20:1 y 20:11,18. En ninguna se
habla mal de ella ni se pone en entredicho su pasado.
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