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jueves, 12 de abril de 2018

- EL SAMBENITO DE MARÍA MAGDALENA -


Desde que tengo recuerdos y algo de uso de razón, siempre había oído decir de María Magdalena que había sido prostituta hasta que, arrepentida, decide unirse al cortejo del Señor donde es aceptada sin reparos, como una muestra más de la magnanimidad de Jesús. Siempre lo tomé como un dicho de la ignorancia popular, hasta que, estudiando Historia me encontré con que tal creencia era general ya que desde el Renacimiento, sobre todo algo después del Concilio de Trento, se anima a los artistas a representar a la pobre chica en actitud de penitencia por sus pecados pasados. Se anima así a crear la leyenda de una pobre prostituta que no es admitida a compartir caminos, mesa y fatigas con Nuestro Señor hasta que expía sus pecados con una dura retirada penitencial al desierto y, a partir de ahí, la imaginación de nuestros antepasados se desata y se inventan las aventuras de la Magdalena penitente.

Señoras y señores. Es mentira. En la Sagrada Escritura no hay ni una palabra que ponga en entredicho el pasado de la pobre mujer. Sí se la cita por todos los Evangelistas quiénes, excepto San Mateo, nos explican que había sido curada por Jesús de una múltiple posesión demoníaca.



No obstante lo dicho, no hay que excluir la posibilidad de que una mujer algo ligera de cascos, aun sin formar parte del cortejo de Jesús era muy amiga suya. No me refiero a la Magdalena sino a María de Betania, la hermana de Lázaro que prefería quedarse sentada escuchando al Señor mientras su hermana Marta preparaba la comida y protestaba por la actitud de su hermana. En efecto: los cuatro evangelistas nos hablan de la unción en Betania, en casa de un fariseo llamado Simón, curado de la lepra por Jesús cuando invita al Salvador a comer con él y una mujer entra y unge al Señor con un carísimo ungüento de nardo que Judas Iscariote valora en unos trescientos denarios (Mt. 26:6,12 Mc. 14:3,8) San Lucas nos habla de esta mujer como pecadora (Lc. 7:38,50) y hace de su presencia un pretexto para un hermoso sermón con parábola incluida: “A quien se quiere más, se le perdona más”. Finalmente, San Juan nos la identifica como María, la hermana de Lázaro (Jn. 11:2) y, poco después, lo aclara más todavía (Jn. 12:3). Esta sospecha se acrecienta más, dado que el suceso tiene lugar en Betania, lugar de residencia de Lázaro y de sus dos hermanas.

Así que, ya saben. La pobre María Magdalena no hizo nada, que sepamos, para merecerse el sambenito de prostituta y servir luego de pretexto para que, a partir del Siglo de Oro, los artistas hicieran bellísimas pinturas y esculturas eróticas a su costa. Pero también tenemos elementos de juicio para, al menos, sospechar de la presencia en el entorno del Maestro de una mujer en esas circunstancias. Aunque no formara parte de su séquito habitual como la Magdalena.

Las referencias a María Magdalena son: Mt. 26:1, 27:56 y 27:61, Mc. 15:40, 15:47, 16:1 y 16:9, Lc. 24:10, Jn.19:24, 20:1 y 20:11,18. En ninguna se habla mal de ella ni se pone en entredicho su pasado.


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