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martes, 10 de febrero de 2009

¿PODRÍA SEVILLA QUEDARSE FUERA DEL LIBRO?



No se me escandalicen. Lo que voy a decir es muy gordo. Pensé callarme pero no resisto la tentación de contarlo. Tampoco sería de recibo que, como amante del estudio de la Historia, no revelara ciertas cosas que, aunque sabidas ya, han sido silenciadas por aquello de lo políticamente correcto. Lo que sigue puede escocer. Lo siento, pero es verdad. Tiene Sevilla un extraño destino que la ha hecho intervenir voluntaria o involuntariamente en muchos de los grandes acontecimientos de la Historia [1]. A veces de manera feliz y otras de forma trágica. Éste es el caso al que nos enfrentamos.

Cuando veo el paso de la Sentencia, miro a Pilatos que se lava las manos y me imagino que dirige un guiño de complicidad a la multitud que, sin saber nada, aplaude y jalea. ¡Qué lejos están, casi todos, de saber que quizá Sevilla tuviera en la Pasión un protagonismo desconocido y, sobre todo, no deseado!

Se sabe que Poncio Pilatos era hijo de un general a quien Julio César encargó la pacificación de Asturias (la Astúrica romana) y que, por ello, vivió en Astorga durante diez años. Bien pudiera ser, por tanto, que Pilatos fuera español. Fuese o no fuese español, lo cierto es que debía tener muy buenas relaciones con algunas de las ciudades que jalonaban el eje occidental Norte-Sur de la península, conocido después como Ruta de la Plata. Ahora veremos por qué.

Según nos cuenta el historiador judío romanizado Flavio Josefo, Pilatos fue elegido para el cargo de pretor en el reinado de Augusto, en el año 26 de nuestra era. Se ganó la enemistad del pueblo judío por haber introducido estatuas e insignias romanas en Jerusalén, nada más llegar[2], y por la dura represión que llevó a cabo cuando el pueblo se sublevó por ello. Aunque a Roma no le hizo mucha gracia la cosa, no sería tan malo en el desempeño de su función cuando fue confirmado en su cargo tres veces más [3] y sólo fue destituido a raíz de una revuelta de los samaritanos en el año 36 que también reprimió con más sangre de la acostumbrada. Desterrado a la Galia por Calígula, el resto de su historia se nos pierde entre leyendas confusas que se salen del objeto de este trabajo, pero que son tomadas como verdades de fe por coptos y griegos.

En los tiempos de Cristo, los pretores y gobernadores romanos llevaban consigo una legión bien entrenada y armada, tanto para su protección personal como para hacer cumplir las leyes y decretos dimanados de la autoridad central. Como, tanto los pretores como los soldados eran gente bastante corrupta y amiga de latrocinios en las colonias romanas – Pilatos no era ninguna excepción – era bastante frecuente que los soldados asesinasen a sus superiores para quedarse con todo el botín. Para evitar estas cosas, los pretores solían rodearse de sus propios paisanos, a los que conocían muy bien y, de alguna manera podían asegurarse represalias en casos de irregularidades.

Oficialmente, las legiones o cohortes romanas no tenían nombre y eran identificadas sólo con un número, pero se les conocía popularmente por el nombre de la región, ciudad o provincia de donde procedían la mayoría de sus componentes, así que era fácil saber el origen de ellos por el nombre de la unidad militar donde servían. Aunque la cohorte que entonces prestaba servicio en Judea no estaba a las órdenes directas de Pilatos, sino a las del gobernador de Cesárea, Pilatos llegó a disponer en momentos de peligro de revuelta de hasta cuarenta y cinco centurias de esa legión.

Y ahora viene lo más gordo: si conocemos el nombre de la legión que acompañaba a este subgobernador de desdichada memoria, podemos saber casi con certeza el origen de los soldados que hicieron el trabajo más sucio de toda la Biblia; es decir: el de torturar y crucificar a Jesús. Aunque también, todo hay que decirlo, hicieron exacto el cumplimiento de las profecías. Si hemos podido situar en la Historia la cronología del mandato de Pilatos (26 – 36 d. J. C.) y, entre esas fechas identificar el nombre de esa cohorte, ya tenemos la respuesta. San Lucas, en sus Hechos de los Apóstoles, nos da la solución al enigma en el capítulo 10:

Había en Cesárea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica

Ni quito ni pongo. Escalofría pensar que, hasta las conclusiones del Concilio Vaticano II, el sambenito de deicidas que durante casi dos mil años llevaron los judíos nos correspondía, en realidad, a nosotros. Que Dios nos perdone.


[1] Ahora ya no pinta nada excepto para toros, fútbol y puñetas.

[2] Los judíos tenían prohibidas las representaciones de arte figurativo. La presencia de estatuas romanas cercanas al Templo era considerada como una blasfemia.

[3] La duración del mandato de un pretor era de tres años.

2 comentarios:

pecador dijo...

Sr. Utrera:
He sabido de su blog por comentarios leídos en el blog del periodista César Vidal, en el que creo alguna vez ha intervenido usted, y donde parece que tiene más de un seguidor.

Sigo su blog desde el pasado enero con su artículo "LA VIRGEN MARÍA EN EL ISLAM"

Soy aficionado y seguidor de la historia de las religiones. Su obra "Otra historia..." la he podido leer en pdf. y ciertamente me gustó encontrar relatos diferentes, interesantísimos sus comentarios e interpretaciones acerca de episodios históricos siempre tan discutibles y sobre todo tan interpretables.
Como por ejemplo lo es la biografía del profeta Mahoma, y otros muchos.

Este último de los indígenas de Itálica (en lugar de los de Judea) como instigadores de la Pasión y Muerte de Nuestro Senor es para reflexionar. Como poco.

Por mi nombre de usuario comprenderá que me siento y soy cristiano, y católico por herencia, aunque muchas cosas de la jerarquía no me gusten.


Gracias por su trabajo.
Muchas felicidades, y sea más prolífico, siga publicando.

Reciba el saludo de un humilde lector.

Pi. dijo...

J. Antonio, al final no se ni como lo he conseguido, me gustan tus historias, en cuanto a esta como ya dije dónde tu sabes quizas esa sea la razón de que la Semana Santa de Sevilla sea de las más sentidas. Un abrazo

Pi