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viernes, 5 de diciembre de 2014

EL NACIMIENTO DE LA ALHAMBRA: SANTA MARINA DE SEVILLA (y II)


- EL ORIGEN -

Alcázar de Sevilla. Palacio del Yeso.
Una vez pasada la prueba de capacidad artística y técnica, los alarifes granadinos son autorizados a trabajar en la casa del Rey. Cierto que no están solos, ya que cuentan con la ayuda de sus correligionarios mudéjares sevillanos; además, los cristianos de Toledo tampoco son unos inútiles en el trabajo de la madera. Pero Don Pedro sigue de cerca los resultados de las obras y exige de ellos lo que nunca, hasta ahora, se les había pedido en Granada. El Rey quiere deslumbrar a cualquier visitante y, en especial a los extranjeros, de ahí su especial cuidado en la terminación  del Salón de Embajadores. En la casa del Rey no hay necesidad de mostrar humildad religiosa gallonando cúpulas; antes al contrario hay que dejar atónito al visitante y convertir el edificio en lo más hermoso y lo nunca visto.


Tordesillas (Valladolid)
Convento de las Clarisas.
Patio de don Pedro I.
Inspirándose mucho en el antiguo Palacio del Yeso, contiguo a lo que hoy conocemos como Sala de la Justicia del Alcázar, de la época almohade y cuyas formas y esplendor no conocían los nazaritas hasta su llegada a Sevilla y un poco en el Palacio Real de Tordesillas(1), éstos hacen de la decoración del Alcázar de Don Pedro la máxima de las joyas de la arquitectura hasta ese momento y al que están dedicados los versos de Fray Luis de León que encabezan este trabajo. La combinación del arte granadino, toledano y sevillano, unida a los deseos de grandeza e inmortalidad del Rey, logran este portentoso conjunto que no nos cansamos de admirar.

A indicación de Don Pedro, el Salón de Embajadores nos ofrece la combinación, considerada como mágica en su época, del cubo y la esfera. El primero como símbolo de la Tierra y la segunda como representación del cielo. Este salón es heredero directo de los palacios abasíes de Bagdag, así como de la Yalusía de Al-Hakem II de Medina Zahara de Córdoba y de la Turaiya de Al-Mutamid en el Salón de la Media Naranja del propio Alcázar de Sevilla, pero con mayor esplendor que todos ellos juntos. En este salón se resumen como nunca, hasta entonces, las ensoñaciones poéticas de Las Mil y Una Noches.

Alcázar de Sevilla. Palacio de Pedro I.
Cúpula del Salón de Embajadores.
Don Pedro I, el último Rey de las Tres Culturas,  último  de  los  sabios de una saga que comienza en San Fernando y acaba en él, el último de los reyes protagonistas de la Historia hasta la llegada de Isabel I, hace gala también de sus conocimientos,  sus temores  y sus esperanzas y las hace plasmar en la decoración de su palacio en los tres idiomas que dominaba como señor de súbditos tan dispares: En las inscripciones se muestra como Sultán para los musulmanes y Rey para cristianos y judíos. En una de las puertas del Salón de Embajadores ofrece, de cara al exterior, su imagen de felicidad haciendo grabar en caracteres cúficos frases relativas a ella y de alabanza a Dios a quien, por respeto al alfabeto empleado llama Alá, como sus súbditos musulmanes; en la otra puerta, también en el mismo idioma, se da la bienvenida a los ilustres personajes que lo visiten. No olvida el Rey por ello sus problemas internos: en estas mismas puertas, de cara al interior y escritos en latín aparece en una de ellas, incompleto, el Salmo LIV:

Arcada del Salón de Embajadores. Alcázar de Sevilla.
Sálvame ¡oh Dios! por el honor de tu nombre; defiéndeme con tu poder.
Oye ¡oh Dios! mi oración, da oídos a las palabras de mi boca.
Porque los soberbios se han levantado contra mí; poderosos que no tienen a Dios ante sus ojos ponen asechanzas a mi vida.
Pero es Dios quien me defiende; es el Señor el sostén de mi vida.
Vuelve el mal contra mis enemigos. ¡Por tu verdad, extermínalos!
Yo te ofreceré voluntario sacrificio; cantaré ¡oh Yavé! tu nombre, porque es bueno.

Proféticamente, falta en esta inscripción el versículo 9:

Me libró de toda angustia y pudieron ver mis ojos la ruina de mis enemigos.

No vieron los ojos de Don Pedro la ruina de sus enemigos sino que, desgraciadamente para él y para Castilla, fue al revés. En la otra puerta manda inscribir el comienzo del prólogo del Evangelio de San Juan:

Alcázar de Sevilla.
Puerta del Salón de Embajadores
del Palacio de PedroI.
Al principio era el Verbo,
y el Verbo estaba en Dios, 
y el Verbo era Dios.
Él estaba al principio en Dios.
Todas las cosas fueron hechas por Él,
y sin Él no se hizo nada de cuanto fue hecho.
En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz luce en las tinieblas
pero las tinieblas no la abrazaron.
Hubo un hombre
enviado de Dios,
de nombre Juan.
Vino éste a dar testimonio de la luz,
para testificar de ella
y que todos creyeran por él.

Los últimos versículos son una clara alusión a la ayuda que le estaba prestando el Príncipe de Gales, Juan el Negro(2), que sería decisiva en la batalla de Nájera en 1367.


No descuida Don Pedro el uso del agua y hace construir un gran aljibe subterráneo para regar el jardín a dos niveles que, plantado de naranjos quizá desde el tiempo de Ben Yusuf, hacían posible al visitante coger la fruta con sus manos, al estar ésta a su misma altura. Logra, en definitiva, crear el más bello palacio musulmán construido hasta el momento, para el disfrute de un rey cristiano.

En la puerta exterior y, como símbolo de la realeza, hace pintar la figura de un león (hoy sustituido por un azulejo) que sostiene una cruz con su garra derecha, mientras pisotea una bandera y porta una filacteria con el lema: “Ad utriumque” que, traducido algo libremente, en nuestro lenguaje actual significa: “Para lo que sea”.

En 1364 se inauguran las obras de la casa del Rey y, en este mismo año las pudo contemplar el historiador y filósofo judío Ibn Jaldún, quien había llegado a Sevilla como embajador de Granada a finales del año anterior y a quien Don Pedro intentó atraer a su servicio. Este ilustre personaje quedó maravillado  por  todo  lo  que  vio  y,  a  su  vuelta a Granada, contó a Muhammad V las maravillas del Alcázar, realizadas por los alarifes granadinos que había enviado el propio Sultán a Sevilla. Muhammad V no perdió el tiempo y, en cuanto pudo, se hizo invitar por el Rey de Castilla para visitar su nueva casa.

Zaragoza. Palacio de la Aljafería. Lado Norte.
Cuando el Sultán llega a Sevilla y ve la casa del Rey sufre un “shock” de envidia. ¿Cómo era posible que los artesanos que, hasta ahora, sólo habían hecho mediocridades en la Alhambra, hubieran podido labrar semejante obra monumental de arte? ¿Cómo se habían superado de tal manera sus súbditos? Por fortuna para ellos ya que si no, hubieran sido decapitados, la explicación estaba a la vista: A partir del modelo pre-almohade del Palacio del Yeso, residencia del Rey poeta Almutamid y contemporáneo de esa otra maravilla que es la Aljafería de Zaragoza, los granadinos habían superado con facilidad su decoración y su riqueza. El genio hispano se había manifestado de nuevo.

Pero lo mejor estaba aun por venir. Asombrado por lo que había visto ordena a sus alarifes la inmediata vuelta a Granada; al mismo tiempo ofrece salarios sustanciosos a los mudéjares y toledanos, súbditos de Don Pedro, que quisieran acompañarles.

Y el milagro se produjo.


- LA ALHAMBRA -

Alhambra. Techo del Mexuar
¿Alfarje toledano?
Ya tenemos en Granada la cuadrilla de artesanos recién entrenada en la obra del Alcázar de Sevilla. En sus mentes aun estaban frescas las imágenes de lo que acababan de abandonar y si Don Pedro era exigente, el Sultán tenía un monumental ataque de envidia por lo que acababa de ver. No hace falta ser adivino para imaginarse la mezcla de promesas de dinero y amenazas de muerte que el buen Muhammad V repartió entre los trabajadores. Hasta ese momento el palacio del Sultán era no más que una mediocridad que podía compararse con cualquiera de los palacios orientales de la época pero, a partir de ahora, debía dejar muy atrás al propio Alcázar y ser la obra más espléndida del arte musulmán en todo el mundo.

Alhambra. Patio de los Leones.
Se dispone la obra en dos partes muy bien diferenciadas: el palacio dedicado a la Administración, hoy conocido como Palacio de Comares; éste debía ser sólo suntuoso y otro más, destinado a residencia del Rey y para actos de gran solemnidad. Éste tenía que ser la mayor maravilla jamás vista. Sin reparos en los gastos ni en las invenciones y, como en el equipo figuraban también cristianos, tampoco se pondrían trabas al arte figurativo, cuya práctica estaba prohibida a los buenos musulmanes.

Aquellos artesanos se ponen manos a la obra. Bien pagados, mejor considerados y con total libertad de acción, a condición de trabajar sin parar logran lo que, seiscientos años después aun nos asombra por encima de todas las obras humanas. No quiere el Sultán repetir cánones seguidos por los arquitectos de sus ancestros, ya superados, y los constructores se afanan en ello. Se abandona el antiguo capitel decorado con motivos florales que había estado en auge hasta la época de su padre Yusuf I y se crea uno nuevo, más elegante, que reproduce en mármol el dibujo geométrico de la yesería que cubre paredes y techos. Si su amigo Don Pedro hizo una maravilla del techo del Salón de Embajadores, el techo del suyo tiene superarlo con creces y, además, el propio Salón debe disponer de pequeños habitáculos o nichos para que consejeros y secretarios pudieran estar ocultos a la escucha o, eventualmente, una guardia de hombres  armados  lista  para  la defensa. Para recreo de la vista del Sultán debe haber pinturas figurativas de escenas de caza, sin que esto ofenda las creencias musulmanas ortodoxas de nadie ni dé lugar a murmuraciones; estas pinturas se realizan decorando los techos de las tres pequeñas cámaras que, a modo de baldaquinos, cobijan el trono real.

Alhambra. Palacio de Comares.
Hornacina de perfumes en los baños.
La elegancia, la gracia y la belleza son las normas a seguir para superar las maravillas conseguidas por el Rey castellano. El uso del agua no se limita a los aljibes y pequeños regatos, sino que se construye un complicado sistema de fuentes para que la vista y el murmullo del agua relaje y su presencia refresque el ambiente. Muhammad V recuerda la pintura del león (hoy sustituida por un azulejo) que ha visto en la entrada del Alcázar de su amigo y ordena trasladar a su palacio la fuente con un pilar sostenido por doce leones que era el único vestigio de un palacio judío de época inmemorial, tal vez de principios del siglo XI, que había a poca distancia del suyo. Tampoco olvida el Sultán que sigue siendo tributario de Castilla y miembro destacado de la Orden de la Banda de Alfonso XI y manda reproducir su escudo en las paredes de la Alhambra, aunque sin la profusión de este mismo símbolo que ha visto en Sevilla y, al igual que su amigo, manda escribir por todas partes frases laudatorias a Alá. La tradicional hospitalidad musulmana no podía faltar en tan magnífico palacio. Así en Comares, en salas dedicadas a la Administración, se instalan algunas hornacinas bellamente decoradas, dispuestas como dispensadoras de perfumes y con pilas para lavarse las manos. Todo un ejemplo en aquella época de costumbres higiénicas algo más que dudosas.

Es difícil atribuir la autoría de las distintas partes de la obra a grupos determinados de albañiles y carpinteros, ya que todos se influyen entre sí y alternan alfarjes toledanos mezclados con carpintería mudéjar, azulejos granadinos con técnicas decorativas sevillanas y techos mudéjares que pueden ser de cualquiera de ellos. No importa; lo importante es que lo consiguieron. He sido testigo de ver árabes llorando en la Alhambra y no es para menos, aunque nunca fue suya. El propio Carlos V dijo al verla: “Qué desgraciado ha debido ser el hombre que ha perdido esto”.


- VOLVEMOS A LA HISTORIA -

Vista de Granada desde el Mexuar de la Alhambra.
Inclumplidos, como era de esperar, por parte de Aragón, los acuerdos firmados con la paz de Murviedro, entre los que se incluía la eliminación de Enrique de Trastámara, éste último se hace coronar Rey de Castilla con el apoyo de Francia y el propio Reino de Aragón, lo que provoca un nuevo enfrentamiento entre los hermanos que se saldaría con la última de las victorias de don Pedro en Nájera en 1367, ayudado por los mercenarios británicos del Príncipe Negro(3). Poco después, don Pedro visita la Alhambra y ve las obras en curso. Por desgracia para él nunca las vio terminadas; quizá por suerte para sus alarifes y carpinteros que hubieran sido decapitados de haberlas visto completas. Disfruta de la compañía y hospitalidad de su viejo amigo y se vuelve a Sevilla para gozar por muy poco tiempo de su nueva casa. Ya la muerte le rondaba: dos años después moriría asesinado por Enrique en la traidora cita celebrada en los campos de Montiel, en la tienda de Beltrán du Guesclin. Sólo Zamora y Carmona, de elevada población judía, permanecieron fieles a su memoria y ambas sufrieron terribles matanzas cuando cayeron ante el empuje de los mercenarios franceses a sueldo del bastardo.

Alhambra. Cúpula de la
Sala de Abencerrajes.
Muhammad V, hombre diplomático al fin y al cabo, firma un nuevo acuerdo con Enrique II en 1373 y, a salvo su Reino, se dedica a terminar y perfeccionar su grandiosa obra para que nosotros podamos también disfrutarla más de seiscientos años después. No intervendría gran cosa en los asuntos de Castilla a partir de la alevosa muerte de su amigo y moriría en paz en su cama en 1391.

Castilla cae inmersa en un marasmo del que sólo despertará con Isabel I. Sus  reyes nunca más serán protagonistas de la Historia del día a día, como hasta entonces, sino  que  serán  los  nobles guerreando entre sí quienes marcarán los destinos de las poblaciones. La cultura sufre un golpe del que, algunos pensamos que aun no se ha recuperado, ya que su iniciativa pasó de los Reyes a las manos de notables y funcionarios muy cuidadosos en complacer la demanda de sus patronos y en ser muy políticamente correctos, pero muy alejados de la realidad. Y lo más triste de todo: se acabó para siempre la convivencia pacífica y fecunda entre los fieles de las tres religiones del Libro; a partir de este momento la caza del judío y el morisco se convertirá en un deporte que acabará en la infamia de la institución de la Inquisición por parte de la última reina de los Trastámara y que aun hoy día se revela en muchas de nuestras actitudes, a pesar de nuestra pretendida democracia.

- Y UNA REFLEXIÓN FINAL -

Las palabras del siguiente párrafo no son mías y que las extracto de memoria de una alocución de don Enrique Pareja López a quien le debo casi todo lo poco que sé de Arte y de Historia (por cierto, descendiente de moriscos granadinos) cuando íbamos camino de Guadix. Más o menos decía lo siguiente:

"Se dice comúnmente eso de “somos moros”. Es mentira(4) como también lo es que estas obras monumentales y este arte grandioso son “cosas de moros”. Nuestro porcentaje medio de sangre árabe o magrebí no llega, en el mejor de los casos al cuatro por ciento. Estas obras asombrosas, jamás superadas en el resto del Islam, son el feliz resultado del mestizaje de culturas habido entre miembros de una misma nación y raza que ya tenía un sedimento cultural de corte clásico romano. Hubo  una época -la visigoda- de una enorme pobreza cultural en la que sólo se puede hablar algo de la “cultura del abalorio” por la confección de toscas joyas y algunas lámparas votivas. La invasión musulmana provocó un revulsivo social que consiguió llevar a las más altas cimas del arte las pequeñas y humildes muestras de lo que venía de Oriente y del norte de África."

Ahora sigo hablando yo. Nadie se escandalice, como es tan frecuente incluso entre los propios pueblos árabes y musulmanes, del hecho que el Islam haya estado en lo más alto y ahora haya caído en el estado en que se encuentra. Subió tanto cuando el Islam se afincó en España y fue adoptado como suyo por la población hispano romana. Al  marcharse de aquí le faltó el sustrato cultural en el que crecía y se desarrollaba y no pudo seguir su camino de evolución, repitiendo todavía y no con muy buena fortuna las formas arquitectónicas creadas y desarrolladas aquí.

Un ejemplo a la vista de todos: A la descomposición del Califato de Córdoba, los sevillanos llaman en su ayuda, primero a los almorávides, lo que le cuesta el trono al necio rey y gran poeta Almutamid en el año 1096 y, después, a los almohades. Ambos grupos eran guerreros bereberes sin civilizar del norte de África, con lo que fue peor el remedio que la enfermedad ya que, al ser sólo tribus salvajes que consideraban diabólica la belleza creada por el hombre, lo primero que hacen es destruir casi todas las bellas construcciones anteriores, incluida Medina Zahara y respetando sólo las mezquitas. Pues bien, noventa años después de la invasión almohade, en sólo tres generaciones, sus grotescas formas arquitectónicas evolucionan y se crea el minarete más singular y de más gracia y belleza de todos  los  que  existen  en   el  mundo: la Giralda de Sevilla. Cuando se van de aquí, siguen repitiendo este mismo modelo hasta nuestros días por todo el arco sur del Mediterráneo, desde Marruecos hasta Yemen. No han evolucionado, pues, desde hace ochocientos años.

Y ya termino. Muy pocos han reparado en que una humilde, aunque bella, iglesia de barrio, como es Santa Marina de Sevilla, haya podido ser la probeta de la Alhambra. Ustedes ya tienen la información.

No hagas poemas a la Alhambra. La Alhambra es el poema.


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(1El Palacio Real de Tordesillas fue construido entre 1340 y 1344 por Alfonso XI y algo remodelado por Don Pedro. Fue residencia de Doña Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI y de Doña María de Molina. Hoy es convento de clarisas por orden testamentaria del propio Don Pedro a su hija Beatriz.

(2) Llamado así porque lucía una armadura toledana pavonada en negro.

(3Esta batalla ha pasado a los anales de la historia militar. En ella el Príncipe de Gales emplea, por primera vez en el continente, la caballería ligera que, desprovista de la pesada impedimenta tradicional y apoyada por arqueros que usaban arcos muy especiales, arrasa la caballería enemiga y puede incluso permitirse actuar directamente contra la infantería. Fue una de las últimas en la que se empleó la caballería pesada.

(4) En el reinado de Yusuf I se hace un censo de Granada que arroja un resultado de unos doscientos mil habitantes. De ellos, sólo quinientos son descendientes de árabes y el resto son españoles puros, casi todos convertidos al Islam. Estudios científicos actuales, cuidadosamente elaborados, establecen como máximo en el cuatro por ciento el número de descendientes, tanto de árabes como de magrebíes, que quedó en España.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta mucho leer y aprender con usted.
Un abrazo.