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sábado, 21 de febrero de 2015

LIMPIEZA DE SANGRE

Como ocurre con todos los pecados, vicios y maldades individuales que son más criticados por los que adolecen de tales defectos que por quienes carecen de ellos -recuérdese el refrán "Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces"- también pasa lo mismo con esos defectos, pecados y vicios socilales, tal y como la propia Historia se encarga de demostrar. Véase, por ejemplo, el caso de la Inquisición Española, cuya trayectoria no exenta de infamia es un espejo de benevolencia y libertad si la comparamos con la francesa o si vemos las atrocidades que se cometieron en Centroeuropa en nombre de esta o aquella religión u ortodoxia de la fe que dejaban en pañales a las cometidas por el llamado Estado Islámico en nuestros días. Pero esta vez no voy a hablar de hogueras, sangre, tormentos y muerte sino de una costumbre que, a partir de 1450, se hizo muy común en toda España. Me refiero a la discriminación generada por la llamada limpieza de sangre.

En efecto: Todos los gremios, hermandades, corporaciones; y no digamos el ejército, la marina y las administraciones locales o nacionales, tenían muy a gala exigir a sus nuevos miembros una documentación que acreditara la ausencia de conversos moriscos o judíos entre sus antepasados de hasta cuatro generaciones atrás. Como es natural, tal práctica documental era un campo abonado al soborno puro y duro para que el funcionario de turno hiciera la vista gorda y dejara pasar por cristianos viejos y sin sospecha de arabismo o judaísmo a cualquiera que estuviera dispuesto a pagar a tanto el expediente; expediente cuyo soborno se encarecía de manera proporcional al número de apellidos sospechosos que contuviera.

Pero seamos sinceros y reconozcamos que en aquella España que estaba acabando su Reconquista y a punto de expulsar a los judíos por el solo hecho de serlo, nadie o casi nadie estaba libre de contar entre sus antepasados con algún converso de nuevo cuño, fuera israelita o ismaelita. De hecho, hacia 1560 reinado Felipe II, el Cardenal Pedro de Mendoza y Bobadilla (no confundir con el Cardenal Mendoza, quinto hijo del Marqués de Santillana, de tiempos de los Reyes Católicos) escribe un memorial en el que demuestra e ilustra que prácticamente todos los nobles castellanos y aragoneses tienen conversos moriscos y judíos entre sus ascendientes. Este memorial fue llamado El Tizón de la Nobleza y su divulgación fue prohibida por el mismo Felipe II a causa del escándalo que se pudo organizar. Para el curioso, se puede consultar la obra en la red o bajársela completa para su mejor estudio, ya que es gratis y legal hacerlo.

Tampoco vamos a escandalizarnos por lo asegurado en el Tizón porque todos sabemos el valor que en esta España se le ha dado siempre a la fatuidad y a la ascendencia sin hacer caso de los méritos de la persona. Era y es mucho más importante descender del duque, marqués o conde, aunque fuera por línea bastarda, que descubrir la penicilina. Tenemos muchos ejemplos, incluso en la realeza, que hasta llegan a nuestros días. Sólo agregar que la exigencia del expediente de limpieza de sangre fue abolida de manera oficial por Isabel II; aunque los que ya peinamos canas aun conocimos casos de algo muy parecido para entrar en ciertos estamentos y hermandades de principios del siglo pasado, aunque las disfrazaban de otra cosa.

Pues ya podemos entrar en materia tras este largo preámbulo para descubrir, no sin sorpresa, que el asunto de la limpieza de sangre más o menos documentada, no es un invento cristiano sino la respuesta de la sociedad cristiana a prácticas idénticas que, desde tiempo inmemorial, se venían haciendo en esta España de mis desvelos por sus más antiguos y genuinos españoles, aunque también de importación. Me refiero a los judíos, presentes en nuestra vieja piel de toro, aunque suene cursi, desde la primera diáspora israelita de 586 antes de Cristo a causa de la conquista de Judá por Nabucodonosor.

No voy a extenderme sobre este asunto; tan sólo decir que los judíos habitaron España desde entonces y gozaron de una relativa paz manteniendo su religión y costumbres sin mezclarse con la población ibera de la época ni intervenir en las Guerras Púnicas. Su centro principal se ubicó en Granada y allí estuvieron viviendo en paz porque hasta fueron protegidos por el Imperio Romano hasta su caída. en otro momento hablaré de cómo se interrumpió dicha paz hacia el siglo IV y de cómo, a la postre, sus propios intentos de defenderse llevaron a la ruina a ellos y al resto de España durante casi ochocientos años. Ahora me voy a referir a un curioso documento de fines del siglo XIII, muy anterior a los expedientes cristianos que, citado por don Américo Castro que dice así:

"Sepan cuantos vieren esta carta autorizada con mi firma, que ciertos testigos han comparecido ante mi maestro Rabí Isaac, presidente de la audiencia, y han hecho llegar a él el testimonio fiel y legal de personas ancianas y venerables. Según éstos, la familia de los hermanos David y Azriel es de limpia descendencia, sin tacha familiar; David y Azriel son dignos de enlazar matrimonialmente con las más honradas familias de Israel, dado que no ha habido en su ascendencia mezcla de sangre impura en los costados paterno, materno o colateral. Jacobo Issachar."

Pero también abunda en el tema con más documentos:

Una judía de Coca (Segovia} mantenía relación de amor con un cristiano hacia 1319. Sobre el nefando caso poseemos una decisión de Rabí Aser de Toledo, muy importante por el fondo social que nos descubre Yehudá ben Wakar, médico del infante don Juan Manuel, quien fue con su señor a Coca en 1319, y allá supo cómo una viuda judía se hallaba encinta, de resultas de sus amores con un cristiano, al cual había cedido además buena parte de sus bienes. Los cristianos de Coca sometieron el caso a don Juan Manuel, quien resolvió que el tribunal judío era el competente. La judía dio a luz dos mellizos; uno murió, y otro fue recogido por cristianos para ser bautizado. Yĕhudá preguntó entonces a Rabí Aser:
"cómo había de obrar para que la ley de nuestra Tora no apareciera hollada a los ojos de la gente...Todos los pueblos de los alrededores de Coca hablan de ello, y las conversaciones sobre esa perdida han corrido por todas partes, con lo cual nuestra religión se ha hecho despreciable... Se me ocurre, siendo tan notorio el caso, cortarle la nariz a fin de desfigurarle el rostro con que agradaba a su amante."
Pues ya tienen mis muy queridos lectores tarea para meditar y, de paso, para mandar callar a tanto listo que achaca a los españoles todos los males. Termino diciendo que que amo a Israel, pero al César lo que es del César.

Cubierta de la obra de don Américo Castro titulada
Limpieza de sangre e Inquisición.
Editorial Gonzalo de Berceo.








2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jose, te juro que no soy un robot.
Otra cosa, me ha encantado esta entrada. Un montón.

Anónimo dijo...

Interesante artículo sobre el origen de la costumbre de exigir en determinados momentos de nuestra historia la tan traída y llevada “limpieza de sangre”.

Hoy, como bien dices, sustituida las más de las veces por sibilinas exigencias, que tratan de hacer una, digamos selección social disimulada.

Ya, Cervantes, en un delicioso entremés: “El Retablo de las maravillas”, se mofa de aquellos falsarios o inocentes que, pretendiendo ser del más puro origen tragaban cualquier muela de molino que algunos pícaros de la legua, para sacar provecho propio y conociendo bien el ambiente, les mostraban.
Y es Calderón, en su obra de ensalce de la milicia, en cuyos Tercios y para combatir no se pedía pureza de sangre alguna, titulada: “Para vencer a amor querer vencerlo”, en la escena XIV, hace célebre los versos siguientes, donde claramente se hace referencia a los linajes ganados, que no heredados:
Oye, y sabrás dónde estás:

Ese ejército que ves,
bajo el hielo y el calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda
sino por la que él adquiere;

porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira cómo procede.

Un abrazo maestro.

Me ha gustado mucho.

Eneas.