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lunes, 1 de diciembre de 2014

EL NACIMIENTO DE LA ALHAMBRA: SANTA MARINA DE SEVILLA (I)

De labor peregrina una casa real vi, cual labrada
ninguna fue jamás por sabio moro,
la torre de marfil, el techo de oro...

(Fray Luis de León)

- INTRODUCCIÓN -

Santa Marina.
Imagen en piedra
de la portada principal
de la iglesia
Si le preguntan a cualquiera por la obra más representativa del arte hispano musulmán, la unanimidad de la respuesta está asegurada: La Alhambra de Granada. Ese monumento de mágica belleza cuyo número de visitantes supera al del Museo del Prado, para desgracia de quienes queremos disfrutarlo y, en ambiente recogido, gozar de su inigualable gracia. Desde el siglo XIV, durante el que se acometen las obras ordenadas por Yusuf I y Muhammad V pocos, quizá ninguno, hayan sido los artistas que al haberla conocido no se han sentido obligados a rendirle algún tributo. La Alhambra brilla con luz propia entre las obras de arte universales y todo cuanto podamos decir de ella en este trabajo quedaría muy eclipsado ante tanta poesía como ha generado y sigue generando.

Pero tal majestad, finura, elegancia y belleza, ni salen de la nada ni son el resultado de una improvisación. Ni tampoco, a esas alturas de la Historia, se puede hablar ya exclusivamente de “cosas de los moros”, sino del resultado de una feliz serie de ensayos y mestizajes que culminan en el impresionante monumento. En este trabajo pretendemos hablar de algunos de estos ensayos que nos hacen seguir el hilo que conduce a conocer y comprender mejor el origen de semejante maravilla.

La impresionante decoración de la Alhambra.
Detalle de un arco del Patio de Lindaraja.
Los orígenes de la Alhambra son muy modestos. Hacia 1237, el primer Rey de la dinastía nazarita, Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nasr, apodado Al-Ahmar (El Rojo) comienza los trabajos de reconstrucción de la antigua Alcazaba y los termina en un año, según cuentan las crónicas. Aquellos trabajos casi no tenían más fines que los puramente defensivos y las casas del rey y su corte debían ser tan poco importantes que, hasta bien entrado el siglo XIV, cada nuevo sultán derribaba todo o casi todo lo que había hecho  su  antecesor para construirse un palacio nuevo. Se suceden construcciones que, aunque nada desdeñables, pueden compararse con cualquiera de las conocidas hoy día en el mundo musulmán. Lo poco que nos queda de ellas nos indica que eran obras mediocres que, en absoluto sobrecogían, como lo hace hoy el inmenso esplendor de la Alhambra.


- EL ORIGEN DEL ORIGEN -

Poco antes de la época en la que se acometen estos trabajos de reconstrucción de la Alcazaba granadina, el genio político y militar de Fernando III el Santo, Rey de Castilla, al sitiar Jaén y rendirla por hambre, logra en marzo de 1246 que el Reino de Granada se le declare vasallo y tributario, haciendo de este Reino una especie de estado tapón para frenar el avance de Aragón por el sur del Mediterráneo y por la parte oriental de Andalucía. Con ello, Granada sufrió menos de lo esperado los vaivenes de fronteras de los tiempos de la Reconquista y pudo disfrutar de una relativa estabilidad exterior. Desgraciadamente para ella, no ocurrió lo mismo con las revueltas internas que estallaban, a veces, en la propia familia del sultán. Al ser reconocida Granada como tributaria, San Fernando le otorga un blasón castellano al que Al-Ahmar, algo mosqueado por su incómoda situación de vasallo de un Rey cristiano, le impone el lema: “Y no vencedor sino Alá”. Los historiadores, incluso los musulmanes, consideran este reconocimiento formal por parte de Castilla como el acta fundacional del Reino de Granada.

Planta de la iglesia de
Santa Marina de Sevilla
Gracias a este tapón interpuesto y a la no beligerancia de Granada contra Castilla, Fernando III el Santo conquista Sevilla en 1248 ante la impotente mirada de los nazaritas. En el acuerdo de capitulación se exige que la población musulmana abandone la ciudad, pero tal acuerdo sólo se cumple a rajatabla con los ricos y, en principio no se expulsa(1) a los demás. A pesar de ello, el exilio voluntario de una mayoría de ellos hace que la ciudad quede muy despoblada. El Rey Santo trata de poblarla con castellanos y, para hacer de la ciudad un lugar más acorde con sus costumbres, ordena la construcción de muchas iglesias, algunas de ellas en la calle real de aquel tiempo, hoy calle de San Luis. Estas iglesias fueron las de San Gil, Santa Marina y San Marcos. No vamos a extendernos en sus descripciones; sólo decir que estas iglesias fueron, contrariamente a lo que algunos han creído, de nueva planta y no fueron construidas aprovechando mezquitas antiguas, cuyas referencias como  tales figuran en los archivos de la época y estaban perfectamente localizadas. Pero vamos a fijarnos algo más en la segunda de las iglesias mencionadas.

Santa  Marina, junto con Santa Margarita, Santa Catalina y Santa Bárbara, son llamadas las cuatro vírgenes capitales y su culto se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Lo poco que se sabe de Santa Marina es que, siendo muy joven, su padre queda viudo y decide profesar de monje en un convento. Para no abandonar a su única hija la disfraza de varón y ambos ingresan como monjes. Todo transcurre por la vía rutinaria hasta que, algunos meses después, una muchacha del pueblo acusa de violación al joven monje Marín quien, por no descubrir el engaño de su padre, no se defiende de la acusación y acepta ser el “padre” de la criatura. Expulsada del convento, permanece cinco años a su puerta atendiendo y criando a su supuesto hijo; pasados esos años es admitida de nuevo a condición de realizar los trabajos más pesados y sucios, cosa que cumple ejemplarmente hasta su muerte y es, entonces, cuando al ser amortajada los monjes descubren su sexo, la verdad de la historia y su heroísmo. Se la representa vestida con hábito de monje, con un niño en brazos y quizá por culpa de esa representación, la gente la confundía con Santa Margarita de Antioquía, patrona de los buenos partos(2). La Iglesia, para no comprometerse demasiado con las costumbres populares, hacía que en las fachadas de los templos dedicados a Santa Marina, figuraran además, las otras tres vírgenes mencionadas(3).

Portada de la iglesia de Santa Marina.
El templo empieza a construirse en 1249, un año después de la conquista de la ciudad. Quizá porque el solar donde se edifica era diáfano y de buen tamaño, las proporciones de la iglesia son realmente armoniosas. De estilo gótico, adornado con decoraciones mudéjares, constituye un bello ejemplo de la arquitectura de la Reconquista y está incluida con toda justicia en las guías turísticas como un monumento del mayor interés. De planta de salón, al estilo impuesto en la época por la Orden de Cluny,  sólo presenta techo con nervaduras de piedra en la nave del presbiterio, mientras que el espacio destinado a los fieles, está cubierto en la nave principal por un bello alfarje de artesa de estilo mudéjar, mientras que las laterales se cubren a tabla lisa. Su torre, algo estropeada por una desafortunada restauración de finales del siglo XIX(4) presenta un bello trabajo de ladrillo agramilado similar a los de las iglesias contemporáneas de Córdoba y Sevilla que atestiguan la labor de los alarifes mudéjares que la construyeron. Por su trazado y por no haber líneas de interrupción en las hiladas de ladrillo de sus fachadas norte y sur a la altura de las dos capillas laterales cercanas al presbiterio, es de suponer que estas dos capillas formaron parte de la planta original y a ellas nos vamos a referir con más detalle. No así otras que se añadieron posteriormente. Las capillas originales de esta hermosa iglesia del siglo XIII nos reservan algunas sorpresas.

Santa Marina. Bóveda de la antigua capilla
de la Piedad, hoy de la Aurora (Lado Sur)
La primera de ellas nos la llevamos en la capilla del lado de la Epístola (sur) llamada en principio de la Piedad y hoy de la Aurora. Es la única bien documentada y sabemos que fue mandada construir como capilla funeraria por el Infante don Felipe, quinto hijo de San Fernando, discípulo de San Alberto Magno y compañero de pupitre, como se dice ahora, de Santo Tomás de Aquino en La Sorbona de París. Este Don Felipe fue Arzobispo de la ciudad desde 1249 hasta 1258, año en el que, por consejo de su hermano el Rey Alfonso X, renunció a la mitra y marchó de Sevilla para casarse con la princesa Cristina de Noruega. A pesar de otra lamentable restauración de 1676 en la que se quitó  la  clave de su bóveda para instalar una linterna, podemos observar el resto. Consiste en un impresionante trabajo de lacería mudéjar donde, en sus intersticios, aun se pueden apreciar restos de azulejos. Pero lo más curioso de la capilla es la parte inferior de esa bóveda: Las trompas en que se divide su planta cuadrada para ir formando un polígono de más lados cada vez hasta completar el círculo que origina la esfera de la bóveda, están cubiertas por una bellísima y elegante yesería de mocárabes completamente atípica en el lugar, fuera de época y, desde luego, nada mudéjar y nada cristiana. Esta bóveda, con su yesería, estuvo tapada hasta la restauración aludida.

Santa Marina. Bóveda de la Capilla
del Santísimo Sacramento (Lado norte)
La otra sorpresa la tenemos al cruzar la iglesia en la capilla del Santísimo Sacramento(5), situada en el lado del Evangelio (norte). Sabemos por los azulejos encontrados en ella que es de la misma época de construcción de la capilla de la Piedad, pero, aparte de algunos capiteles tardorromanos y uno visigodo, todos ellos de acarreo, llama la atención su bóveda que es gallonada, al estilo nazarí y recuerda vivamente la relativamente modesta y pobre que existe a la salida sur del Palacio de los Leones de la Alhambra de Granada, que es lo único que queda de lo edificado por Ismail I entre 1314 y 1325, año en que fue asesinado por su primo en la misma Alhambra.

Alhambra. Cúpula de
Ismail I a la salida
del Palacio de los Leones.
Algunos especulan con que las bóvedas de este tipo responden a un hecho curioso: al ser los príncipes de la Alhambra personajes cultos, versados en la filosofía clásica, saben por los escritos de Pitágoras que la esfera es la representación de la perfección y como la perfección sólo puede venir de Alá, ellos mandan construir estas bóvedas semiesféricas divididas en gajos (gallonadas) para que, como obra humana que son, no sean perfectas.

Está claro que, ni la yesería de la Piedad ni la bóveda gallonada del Santísimo Sacramento corresponden a la época de la construcción del templo. Tampoco concuerdan con las habilidades de los alarifes sevillanos, por muy musulmanes que fuesen. Dispuestos a admitir, admitamos que la yesería fuera un trabajo encargado por el armador sevillano Juan Martínez, quien tuvo capilla funeraria en Santa Marina, y realizado entre 1411 y 1415; aunque esto parezca muy arriesgado, pudiera ser. Aun así, nos queda el problema de la bóveda del Santísimo Sacramento. ¿De dónde viene ese estilo de construcción?


- LA HISTORIA -

Para comprender mejor este enigma necesitamos conocer algo más el entramado histórico de la época inmediatamente anterior a la del terremoto de 1356 que asoló Sevilla y que obligó a la reconstrucción de la Iglesia de Santa Marina. A partir de la toma de la ciudad, en 1248, relativamente pacificado el reino de Castilla y, cada vez más alejado el peligro de ataques musulmanes, los nobles terratenientes habían ido adquiriendo un mayor poder con cada generación que pasaba. El hecho que casi todos ellos vivieran alejados de los grandes núcleos urbanos hacía muy difícil que el Rey ejerciera un control sobre ellos y sobre sus ejércitos que campaban por sus respetos e imponían rentas y tributos a su capricho a una población dispersa, aterrorizada y dejada de la mano de Dios... Y de su Rey. Solamente los habitantes de las ciudades de un cierto peso, gozaban de una relativa libertad protegidos por la Corona.

Los sucesivos reyes que siguieron en la Historia de Castilla a San Fernando: Alfonso X el Sabio, Sancho IV el Bravo, Fernando IV el Emplazado y Alfonso XI el Justo vieron complicarse la cosa cada vez más. Ya en tiempos del reinado de este último, padre de Don Pedro I de Castilla, la situación se había hecho tan insostenible que, en un esfuerzo de imaginación, había instituido en 1330 la llamada “Orden de la Vanda (sic), del torneo e de la justa”. Esta orden caballeresca era un intento de revivir las virtudes míticas de los nobles en el Reino de Castilla quienes, por alcanzar su honroso distintivo y mantenerlo, debían renunciar a las tentaciones de traición y deslealtad, ya que se fundaba “sobre la caballería e sobre la verdad e sobre la lealtad”. Sólo podía concederla y retirarla el Rey a sus vasallos y no podían lucir la banda caballeros de otros reinos por muy leales que fuesen. Para hacernos una idea de sus reglas sólo diremos que, si se pillaba a uno de sus caballeros en mentira reiterada, éste era castigado a andar sin espada durante un mes, lo que constituía una deshonra - y un peligro añadido - de bastante calibre.

Corre el año de 1350 y muere Alfonso XI de peste bubónica durante el cerco de Gibraltar, subiendo al trono con sólo quince años Don Pedro I, único hijo varón legítimo de Alfonso XI y María de Portugal. Como sabemos, Alfonso XI también había tenido otros cinco hijos bastardos varones con Leonor de Guzmán: Enrique, Fadrique, Tello, Juan y Sancho, todos ellos aspirantes al trono de Castilla y que, a la larga, con la complicidad ¡cómo no! de Francia y Aragón, provocan la caída y asesinato de Don Pedro en los campos de Montiel en 1369. No tuvo Don Pedro un reinado fácil: enfrentado a la alta nobleza que temía perder sus privilegios y a la Iglesia que azuzaba el conflicto para obtener mayores prebendas, sólo contaba con la ayuda del pueblo llano, la pequeña nobleza burguesa de las ciudades y las más pequeñas aun comunidades de musulmanes y judíos que vivían y prosperaban en Castilla, ante el escándalo de los grandes señores y de los obispos que los querían ver reducidos a la esclavitud o a la condición de ciudadanos de tercera clase. Era tal la desfachatez y el descaro de los enemigos de Don Pedro que no dudaron en traicionar al entonces joven Rey y tenerlo encerrado una temporada en Toro (Zamora) de donde pudo escapar gracias a los sobornos hábilmente repartidos por su amigo y administrador Samuel Leví, en 1354.

Estatua orante de Pedro I de Castilla.
Museo Arqueológico de Madrid.
En este mismo año, libre ya el Rey y apenas después de la subida al trono del Sultán de Granada, Don Pedro I y Muhammad V confirman el tratado de vasallaje de este último a Castilla. El Rey castellano otorga al Sultán granadino la Orden de la Banda, cuyo blasón después veremos reproducido tanto en la Alhambra de Granada como en el Alcázar de Sevilla. Dos años después, en 1356, un terrible terremoto sacude la ciudad de Sevilla y destruye o arruina muchos edificios; entre otros, la iglesia de Santa Marina. El Arzobispo, Don Nuño, urge al Rey a reconstruir las iglesias devastadas y Don Pedro, hombre piadoso a pesar de su mala fama, destina grandes recursos del Reino a tal fin.

Pasan otros dos años y en 1358 estallan las hostilidades del conflicto larvado entre Aragón y Castilla y el bastardo Enrique de Trastámara, ansioso de pescar en río revuelto, se une a él. El Sultán Muhammad V, fiel aliado y amigo de Don Pedro, pone tres galeras bien equipadas  al servicio de  Castilla,  con  lo que se atrae la enemistad  de  Pedro  IV  el Ceremonioso, Rey de Aragón. Los puertos nazaritas, incluido el de Málaga, fueron puestos a disposición de la Armada castellana y, para ayudar por tierra a su aliado, Muhammad organiza un ejército preparado para entrar en Murcia. Era tal su entusiasmo por la causa castellana que se olvida de lo frágil de su situación en Granada, poniendo al servicio de Don Pedro a sus soldados más leales. Desguarnecida Granada, el 21 de Agosto de 1359 escapa vivo por los pelos de un atentado en la misma Alhambra, pudiendo llegar a Guadix al día siguiente; pero fue destronado y subió al trono su hermanastro Ismail, quien toma el nombre de Muhammad VI y traiciona el pacto de vasallaje a Castilla estableciendo relaciones diplomáticas con Aragón. El legítimo Sultán encuentra asilo en la corte de Fez.

Lema nazarita: "Y no vencedor sino Alá"
Friso de la Alhambra.
Don Pedro I, absorto por la guerra en la que se jugaba su propio trono no puede hacer nada de momento pero, una vez superada la primera fase del conflicto y en vías de preparación el acuerdo de paz de Murviedro que se firmará al año siguiente con Aragón, en febrero de 1362, se reúne con Muhammad V en Castro del Río (Córdoba) y, juntos, marchan sobre Granada que se rinde al ejército aliado. El 16  de  marzo  Muhammad  V  sube  de nuevo al trono, en el que iba a reinar sin dificultad hasta su fallecimiento en 1391. A partir de esa entrada victoriosa en Granada  del  Rey de  Castilla  como  aliado,  más que como señor de un reino tributario, Don Pedro, con humilde grandeza, adopta el mismo lema que sus vasallos nazaritas: “Y no vencedor, sino Alá” que hoy luce repetido ocho veces en la portada de su palacio sevillano(6). El usurpador huyó y fue muerto por los soldados de Don Pedro en los campos de Tablada el 25 de abril de 1362.

El Sultán Muhammad V era un hombre agradecido y, sabedor que su amigo y aliado se estaba construyendo un palacio nuevo en el Alcázar de Sevilla y que sólo contaba con carpinteros toledanos y alarifes sevillanos, le envía lo más florido de sus propios constructores, aquellos que daban forma a sus ideas en la propia Alhambra. Sabemos, pues, que fueron alarifes nazaritas ayudados por mudéjares sevillanos quienes decoran el Alcázar de Don Pedro I en Sevilla y quienes hacen posible esa otra maravilla del arte musulmán en un palacio cristiano, pero ¿iba Don Pedro a permitir que tales artesanos tocaran su casa sin antes ponerlos a prueba?

No creo estar especulando ni inventando nada. Los alarifes granadinos, antes de ser autorizados a trabajar en las obras del Rey de Castilla, son puestos a prueba enviándolos a echar una mano en los trabajos de decoración de alguno de los muchos templos arruinados por el terremoto de 1356 y está claro que su terreno de ensayo fue la Iglesia de Santa Marina. A partir de ahí, cuando Don Pedro ve el resultado de estos ensayos, queda complacido pero pide más. Su palacio debe ser el más espléndido de todos y sabe que puede pedirle a los granadinos un mayor esmero e imaginación. Al fin y al cabo es su casa la que deben decorar y allí se pueden permitir muchas más licencias que en un templo cristiano donde, queramos o no, hay que guardar mucho más las formas y no hacer demasiada ostentación de la cultura y la fe musulmana.


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(1No se hará hasta la revuelta mudéjar de 1258, reinando ya Alfonso X el Sabio. Aun así, debieron quedar muchos musulmanes en la ciudad ya que si no, no se explicaría la supervivencia del arte mudéjar. Además, en los censos aparecen algunos, empleados como albañiles.

(2Santa Margarita, según la historia, era una agraciada pastora en quien se fijó Olibrio, gobernador de Antioquía, que le solicitó sus favores sexuales. Al negarse la chica, fue arrojada a un foso donde había encerrado un dragón quien, dispuesto a devorarla, se asustó y huyó al ver la cruz que le mostró la muchacha. Hasta aquí la historia, pero la leyenda dijo que el dragón se la tragó y luego la expulsó sin daño, por lo que el pueblo prefirió la leyenda y la consideró una buena abogada de los nacimientos. ¡Cosas de la oscuridad de la época!

(3) Curiosa confusión que se amplía a más personajes y que se encuentra repetida en la Iglesia Mayor de Santillana del Mar con santa Juliana o santa Illana.

(4En aquel tiempo, el romanticismo y la maurofilia estaban de moda y D. José Gestoso, responsable de la restauración, no pudo resistir a la tentación de la época y consideró que la torre era el alminar de una antigua mezquita. En consecuencia, mandó colocar encima unas almenas de merlones escalonados, como se observa hoy día.

(5) Debo decir con orgullo que la vuelta al uso de capilla sacramental como fue concebida en el siglo XIII, ha sido debida a la insistencia de algunos entre los que me encuentro.

(6) Cuatro veces al derecho y cuatro al revés, para que pueda leerse desde la tierra y desde el cielo.

jueves, 30 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (y V)



- 2 de Octubre de 2014 -



Escudo de Cesky Krumlov.
Hoy toca levantarse más temprano de lo normal porque el viaje va a ser un poco largo. Anteayer viajamos hacia el oeste en busca de Karlovy Vary pero hoy nos vamos al sur, a muy pocos kilómetros de la frontera austríaca, a un lugar llamado Cesky Krumlov del que se dice que es el pueblo más bonito de la República Checa. Situado a unos ciento setenta y cuatro kilómetros de Praga, el tiempo de viaje da para aprender mucho y nuestro guía y profesor Radek no estaba por la labor de mantenernos con la mente ociosa. Así que aprovechó el camino para darnos otra lección o, mejor dicho, dos lecciones; una de Geografía y otra de Historia. Así volvíamos un poco menos brutos de este viaje.

Empezó hablándonos de la topografía e hidrología de las zonas que atravesábamos, todas ellas regadas por el Moldava y sus afluentes. Según nos contó, aquella región es un ejemplo de lo que puede hacer el ser humano para dominar la Naturaleza mejorándola porque, al ser todo aquello una gran llanura con muy pocas elevaciones y tener tantos cursos de agua, sus primitivos pobladores se encontraron con un inmenso pantano cenagoso que se anegaba a poco que hubiera crecidas de los ríos, a lo que se añadía lo insalubre de la zona pantanosa, verdadera fábrica de mosquitos y de las enfermedades que transmiten. Peo el ser humano, poco a poco, fue dominando las aguas durante el transcurso de generaciones y a día de hoy, esas mismas aguas antes traicioneras y mortíferas, se han convertido en fuentes de riqueza al ser encauzadas y aprovechadas para regadíos y una abundante pesca al prosperar en ellas las endémicas especies de carpas y lucios de la zona. De hecho, según nos contó, hay bastantes familias que viven casi exclusivamente de la pesca en un país cuya cultura gastronómica no se distingue precisamente por su consumo de pescado.

Acabada la lección de Geografía Económica e Hidrología, el siempre didáctico Radek nos contó algo que suele pasarse por alto dándolo como un hecho natural derivado del devenir de la Historia y, aunque es así, no está de más profundizar un poco en los motivos que desencadenaron la separación actual de las repúblicas de Chequia y Eslovaquia1 tras ochenta y cinco años de formar una misma nación.

Como es bien sabido, Checoslovaquia fue uno de los resultados de la fragmentación del Imperio Austrohúngaro en 1918. Por imposiciones de las potencias vencedoras, se creó una unión algo artificial de las regiones checas de Bohemia, Moldavia y Silesia2, antiguos ducados del Imperio, más Bratislava y otras siete regiones más o menos artificiales situadas en los Cárpatos. Como toda unión artificial basada en caprichosos criterios políticos y a pesar de la similitud de los idiomas checo y eslovaco, tal unión era un desastre económico desde el principio, ya que las tres regiones checas, industriales y mineras, aportaban casi el noventa por ciento del PIB de Checoslovaquia frente a unas regiones orientales recién desgajadas del desaparecido Imperio que no contaban más que con escasos recursos agrícolas, muy poca minería y casi ninguna industria.

El Moldava a su paso por Cesky Krumlov.
En principio, los checos se tomaron el asunto muy bien; extrañamente no fue así en la muy pobre Eslovaquia, quizá porque pensaran que aquellos ricos checos iban a ser los nuevos dominadores que sustituirían a los antiguos señoritos húngaros, austríacos y alemanes. Algo de razón llevaban en ello y se pasaron desde 1918 hasta los años treinta del pasado siglo haciéndoles la vida difícil a sus vecinos a la fuerza. Por su parte, los checos tampoco les hacían demasiado caso y tampoco realizaban esfuerzos para elevar el nivel de vida de Eslovaquia que apenas logró superar en riqueza a la tradicionalmente paupérrima Rumanía. Para colmo, nada más llegar Hitler al poder en Alemania, los eslovacos no perdieron oportunidad para echarse en brazos del partido nacional socialista, como se vio con descaro en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Claro que tal actitud consiguió facilitar las cosas a Hitler hasta el extremo que Checoslovaquia desmanteló sus muy bien construidas líneas de defensa para rendirse a los nazis sin disparar un tiro, lo que la salvó de los acostumbrados salvajes bombardeos alemanes que hubieran reducido a polvo su inmenso patrimonio.

La guerra acabó y la ya mencionada Conferencia de Yalta asignó a la URSS la tutela o colonización de Checoslovaquia, con lo que se acabaron las rivalidades regionales de momento y los nuevos amos se esforzaron dentro de lo posible en levantar algún tejido industrial en aquella zona tan deprimida tratando de igualar las condiciones de vida de checos y eslovacos. Poco a poco fueron consiguiendo su objetivo de repartir la miseria pero, al mismo tiempo, llevando a Eslovaquia los conceptos de la industrialización, hasta entonces desconocidos para ellos. Mientras duró la dominación comunista nadie se atrevió a decir una palabra sobre las diferencias nacionalistas3 que habían existido hasta entonces; pero se acabó el comunismo y se acabó el vivir del cuento, como ya hemos contado en crónicas anteriores. Ahora había que trabajar de verdad.

Muy pronto se puso de manifiesto que el intento comunista de igualar las economías había dado sus frutos. Apenas recién llegada la economía de mercado a Checoslovaquia, la región eslovaca ya era casi el setenta por ciento igual de rica que la checa y en esas condiciones resurgieron las antiguas tendencias nacionalistas que, al principio, sólo fueron folklóricas pero que iban tomando un cariz más serio conforme pasaba el tiempo. Desde Praga se intentó paliar un poco la situación a “la española”; o sea: subvencionando a diestro y siniestro todo lo subvencionable. Pero Eslovaquia, igual que nuestras regiones separatistas, era insaciable. Al fin, casi llegados ya al acuerdo de “tú me pagas y yo me callo”, Praga se hartó para escándalo de Eslovaquia4 y le tomó la palabra en serio a los separatistas quienes, pillados por sorpresa, no tuvieron más remedio que mantener el tipo y aceptar la separación amistosa de los dos estados que se consumó oficialmente el 1 de Enero de 1993 aunque siguieron durante unos meses usando la misma moneda hasta que el fundado temor de la República Checa a que la economía eslovaca lastrara su desarrollo, hizo que dos meses más tarde obligaran a Eslovenia a adoptar una moneda propia, la corona eslovaca que, como era previsible, al poco tiempo se devaluó en un treinta por ciento respecto a la corona checa.

Otro asunto fue el de la nacionalidad de ambos países. Existía y existe aun en Eslovaquia un elevado número de gitanos que antes tenían la nacionalidad checoslovaca y que, al separarse ambos países pidieron la nacionalidad checa. Tras algunos litigios de menor importancia, la República Checa aceptó con la única condición de admitir sólo a aquellos que carecieran de antecedentes penales, con
El Moldava. Al fondo la torre del Castillo
lo que la mayoría de ellos se quedaron como estaban y, a pesar de sus reclamaciones, aun siguen siendo eslovacos contra su voluntad. Seguro que si Eslovaquia fuera tanto o más rica que Chequia, nadie reclamaría nada. Esta es la causa de que apenas si se ven gitanos en Praga y en los lugares que visitamos y explica en gran parte la ausencia de delincuencia en la República Checa, donde tampoco se andan con muchas contemplaciones con los rumanos a pesar de las directrices europeas al respecto. Finalmente, ambos países, junto con Hungría, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Chipre, entraron en la Unión Europea en 2004 como miembros de pleno derecho. Eslovaquia se apresuró a entrar también en la zona euro pero Chequia, de economía mucho más potente, parece no tener prisa por ahora y sigue conservando sus coronas que, en la actualidad, se cambian a unas veinticinco por un euro, aproximadamente. Acabada la lección de Historia del profesor Radek aun tuvimos tiempo de echar una cabezada antes de llegar al precioso pueblo de Cesky Krumlov que, al igual que muchos otros lugares de la República Checa, está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y con toda justicia.

Al igual que en la pasada excursión a Karlovy Vary, tuvimos que dejar el autobús a las afueras del pueblo, ya que está prohibido el acceso de vehículos a motor en todo el pueblo salvo para residentes con garaje y clientes de hoteles que también lo tengan. Eso daba al lugar una gran libertad para moverse y se agradecía, porque las hordas de turistas eran agobiantes. No quiero imaginarme coches circulando por aquellas callejuelas entre aquella inmensa multitud que saturaba el pequeño lugar plagado de hoteles, pensiones y, naturalmente, joyerías al igual que en toda la República.

Cesky Krumlov es un lugar precioso de unos catorce mil habitantes, situado a orillas de un meandro del joven Moldava, lleno de edificios góticos, renacentistas y barrocos. Pero su principal atractivo es el castillo o, mejor dicho, el castillo-palacio ya que acabada su función defensiva en la época barroca, la fortaleza y ciudadela se transformaron en un conjunto palaciego de unos cuarenta edificios y cinco patios. Es el segundo mayor conjunto palaciego de Chequia y uno de los más grandes de Europa y en él residieron las tres grandes familias de propietarios desde su primitiva edificación en 1302 hasta la era comunista.

Emblema (de mal agüero) de la familia de los Pernstein
La primera de estas grandes familias, los Rosemberg, eran quizá los más ricos e influyentes de Bohemia y habitaron el castillo desde 1302 hasta 1602, año en el que tuvieron que venderlo al no poder hacer frente a los enormes gastos que conllevaba su mantenimiento. Pero no sólo dejaron su huella en el castillo sino que también hicieron que el pueblo se engrandeciera y se fuera llenando de construcciones de la época, tanto de viviendas como de iglesias y salas de espectáculos que la mayoría aun se conservan. Tantos años dominaron la comarca y tal huella dejaron que el escudo de Cesky Krumlov está coronado por la rosa de cinco pétalos, emblema de la familia(5). Por aquellos salones se pasearon el Canciller Pernstein y su esposa española María Maximiliana Manrique de Lara y Mendoza, aquella señora que llevó en su equipaje el famoso Niño Jesús de Praga del que ya hemos hablado y que falleció pocos años después de que la familia de su marido vendiera el conjunto palaciego. Quizá fuera una liberación para ella porque no soportaba el clima de Praga y, mucho menos, el de Cesky Krumlov, cosa muy natural para una española.

Como detalle curioso, sólo mencionar que las últimas generaciones de los Rosemberg hicieron un criadero de osos en el foso del castillo; criadero que aun se conserva y cuyos osos pueden ser vistos cuando están de buen humor, cosa poco frecuente en estos mamíferos encerrados. Cuando estuvimos debían estar haciendo la digestión de algún turista porque no se dignaron mostrarse a nuestros ojos.

A la familia Rosemberg la sucede la de Essemberg y a ésta, por extinción de su dinastía, la de los Shwartzemberg en 17196. Estos últimos fueron quienes montaron una famosa fábrica de cerveza que competía con las de la cercana Pilsen; también se encargaron de evitar una industrialización salvaje de la comarca introduciendo cambios graduales y no traumáticos que han permitido conservar ese ambiente del que disfrutaríamos hoy de no haber tanto agobio de chinos escupiendo y pegando codazos en los estómagos del prójimo para colarse ni de horteras rusos ostentando sus grandes fortunas. Pero volvamos a la visita al recinto.

El castillo-palacio de Cesky Krumlov no puede verse en unas horas porque necesita semanas para recorrerlo con detalle y, aun así, siempre se nos escaparía algo. Recorrimos en paciente manada algunas de sus estancias empezando por la coqueta y algo abandonada capilla palaciega, en la que los servidores ocupaban los bancos mientras que los señores estaban en lo que hubiera sido el coro en cualquier iglesia, aislados del frío por mamparas de cristal. En el altar mayor se conservan reliquias valiosas de las épocas en que descuartizar cadáveres de santos como si fueran pollos estaba muy de moda. Paso por alto tan macabra costumbre para contar que anduvimos por salones y estancias muy del gusto de la época y, en gran parte, alfombradas con pieles de oso pardo cuyas cabezas miran amenazantes a los turistas. El mobiliario nos daba una fiel idea de las costumbres de sus habitantes y la distribución de habitaciones también seguía la pauta de una época en la que el concepto de intimidad era “ligeramente” distinto al nuestro. Como anécdota diré que en uno de los dormitorios más nobles había una pequeña capilla que estaba cerrada al paso de turistas por un gran cristal y la guía del castillo nos contó que, en una visita de Carlos de Inglaterra, el muy torpe no se dio cuenta de la presencia de dicho vidrio y, queriendo meter la nariz en la estancia, se la rompió contra el susodicho cristal con el consiguiente susto de escoltas y cachondeo del resto de testigos de tan ridícula escena.

En una gran sala se exhibía como curiosidad la llamada carroza de oro. En realidad es una carroza de
La carroza de oro.
madera, muy lujosa ella, que está forrada entera de panes de oro y se usaba en Roma exclusivamente para llevar al embajador del Imperio el el acto de anunciar personalmente al Papa los nombres de los emperadores recién elegidos. En algún momento, estos embajadores imperiales dejaron de ser de la familia Shwartzemberg y la carroza cayó en desuso por lo que, desmontada, fue trasladada hasta Cesky Krumlov y vuelta a montar y restaurar allí en épocas recientes para ser exhibida. Pensé que, en aquel suelo de madera y con aquel clima, mejor no tocar la carroza que podía ser un excelente condensador eléctrico y darle algún buen susto al imprudente que lo hiciera sin tomar precauciones.

La Duquesa Eleonora Amalia y su hijo José,
ambos ataviados con trajes de caza.
Retrato de Max Hannel que desde 1727 cuelga
de una de las paredes de Cesky Krumlov.
Pero volvamos con la última familia propietaria del castillo-palacio porque hay una anécdota entre trágica y curiosa de la misma, sin mencionar la fama de bruja que tuvo una de sus antepasadas, Eleonora Amalia7, ganada a partir del rarísimo episodio para la época de quedarse embarazada, tras ritos y ceremonias mágicas, a los cuarenta años y parir en su palacio de Viena un hijo varón sano a quien llamó José, en Diciembre de 1722, muy pocos años antes de residir a orillas del Moldava tras la rehabilitación del ducado de Krumlov por el Emperador Carlos VI. Centrándonos en esa familia debo contar que el flamante Duque y marido de la madura y feliz madre, nombrado caballerizo mayor del Imperio, un mal día de 1732 acompañaba al Emperador en una cacería celebrada en Brandeis-an-der-Elbe, a la sazón coto de caza imperial. Persiguiendo a un ciervo, el Emperador cree tenerlo a tiro y dispara justo en el momento en que el Duque se cruza en su línea de fuego con el resultado del fallecimiento en el acto del ilustre caballerizo mayor del Imperio.

Apenado, Carlos VI acoge al huérfano José en su familia como un hijo más, recibiendo el niño una educación de príncipe imperial. Hasta el extremo que Carlos VI concede la Orden de Toisón de Oro al crío como regalo por su undécimo cumpleaños, además de numerosas mercedes favores, tierras, títulos, etc., un poco en compensación a su orfandad. Con esas premisas no es nada extraño que el castillo-palacio de Cesky Krumlov experimentara una nueva edad de oro durante la vida del Príncipe y Duque José I, quien se gastó una fortuna en muebles y decoración para su residencia principal. Fue la última época dorada del castillo-palacio de Cesky Krumlov porque unos cien años después en 1848, la familia se trasladó a un nuevo palacio en Hluboká dejando al de Cesky Krumlov relegado a la categoría de museo de la familia y raramente vuelto a visitar por sus propietarios(8).

El castillo-palacio también cuenta con un teatro barroco que no visitamos pero que, según lo visto en
Sala de Máscaras del Palacio de Cesky Krumlov.
fotografías, es una obra impresionante que también se debe a la familia Shwartzemberg y que muy pocos teatros de la época podían competir con él. Pero lo que sí pudimos visitar fue el gran salón de baile o salón de máscaras, también barroco y decorado por el pintor holandés Josef Lederer quien residió durante años en el pueblo y es autor de numerosas obras de interior y exterior.. El hombre tuvo la humorada de retratarse asomado a un balcón y con una taza de café en la mano, aparte de retratar también a su ayudante por detrás, mirándose en un verdadero espejo del salón y pintó la cara del muchacho en el cristal de dicho espejo. Sólo agregar que la biblioteca del palacio contiene bastantes obras del teatro español del Siglo de Oro que eran las que se representaban allí.

Finalmente, antes de despedirnos del castillo-palacio, nos mostraron por fuera las vías de salida del recinto, que eran una enorme red de pasadizos cubiertos que conectaban unos edificios con otros y, a su vez, estos con salidas al pueblo. La verdad es que casi seiscientos años de obras sucesivas dan para mucho si se tiene dinero.

Imagen de san Roque al pie de
la Columna de la Peste de Cesky Krumlov.
Era ya de salir de aquel lugar cargado de historia, bajamos la empinada rampa que conduce al centro con una breve parada en el foso pero los osos no estaban por dejarse ver. Por todas partes vimos edificios muy notables que abarcaban los siglos de esplendor de aquellas familias y, en muchos de ellos, se veía pintada en la fachada o grabada en piedra, la rosa de cinco pétalos emblema de los Rosemberg que dominaron el lugar durante trescientos años. Llegamos a la plaza principal, también llena de edificios muy interesantes, que tiene en el centro un curioso monumento barroco muy común en muchos lugares. Se trataba de la llamada Columna de la Peste(9) que, en este caso, era una cruz rodeada por una fuente presidida por la imagen del celestial abogado de la peste, san Roque, con sus atributos de manto, esclavina, bordón y sombrero de peregrino adornados con conchas, en actitud de mostrar sus llagas de una pierna y teniendo a su lado el perrito que le traía el pan cuando, gravemente enfermo de dicha peste, se refugió en una cueva hasta su curación antes de regresar a Montpellier. El atuendo del santo puede confundir a muchos, incluso al propio Radek quien nos explicó que era Santiago; pero, en un aparte y sin que nadie nos oyera, le enseñé la estatua y le hice ver los atributos diferenciadores de la pierna desnuda y el perrito con el pan en la boca, lo que le sorprendió y sirvió para aclarar su confusión. A estas alturas del día ya era la hora de comer y a ello fuimos en un mesón de la misma plaza.

Tras la comida dimos un paseo por el centro. Todo el pueblo estaba tomado al asalto por turistas y asombraba ver la cantidad de alojamientos que hay en un lugar de quince mil habitantes escasos. Cuando la plaza principal se despejó un poco, no demasiado, de horripilantes rusos horteras y de más horripilantes y horteras aun chinos escupientes y mal vestidos, en compañía de sus espantosos y gritones vástagos, pudimos sentarnos un rato ante la Columna de la Peste a disfrutar de la música. Observé que los conjuntos musicales guardaban civilizadamente su turno y no estaban demasiado tiempo monopolizando el sitio. Además, dada la tradición musical de toda Centroeuropa, hacían actuaciones que, sin ser geniales, eran muy agradables de oír. Me llamaron la atención por su originalidad dos chicas que formaban un dúo de arpa y violín y se acompañaban también de sus muy bien educadas voces. Llegada la hora señalada, todo el grupo se reunió y enfilamos hacia el aparcamiento de autobuses en cuya entrada había un kiosco que vendía las famosas obleas checas a la mitad de precio que en Praga y en Karlovy Vary, con lo que nos llevamos una caja de recuerdo. La vuelta a Praga transcurrió durante una gloriosa y merecida siesta. Aun quedaba la última actividad del día y del viaje.

Llegamos al hotel con el tiempo justo de ducharnos y vestirnos para la cena de despedida que, esta vez, sí mereció la pena su segundo plato. Nos llevaron en manada hasta la cervecería restaurante U Fleku; o sea, El Oso. En este enorme lugar se elabora una cerveza negra propia de la casa, de sabor suave y exquisita. No hablo del primer plato de la típica sopa anodina como las de siempre, pero sí del glorioso segundo plato consistente en un exquisito gulash húngaro servido en una fuente que, para rellenar, contenía también tres grandes rebanadas de pan de molde mojado y otro pedazo de pan también remojado en agua y de sabor dudoso. Pensé que si estas criaturas conocieran el aceite de oliva y tuvieran una leve idea del arte de freír, este y otros platos de U Fleku podrían ser de los de muchas estrellas Michelín. Pero estamos en Centroeuropa y aun les queda mucho que aprender de gastronomía. Rondaban por allí un par de acordeonistas y uno de ellos se atrevió a tocar Clavelitos y ¡Que viva España! con lo que nos alegró la cena el buen hombre. Tras la cena, retirada. Era nuestra última noche en la República Checa y había que levantarse temprano para coger el avión.

Renuncio a hacer la crónica del regreso porque todo fue de lo más normal. Si acaso, como anécdota, sólo contar que el hombre que se sentó a mi lado en el avión intercambió conmigo algunas palabras en inglés sobre si ponerse o no en el asiento de ventanilla que le había tocado. Tras acabar de hablar conmigo, todo muy amistoso, el tío saca el teléfono y lo primero que dice al establecer la llamada es: “¡Hola, cariño!”. Me acordé del chiste de los leperos en Londres, palabra. Viaje tranquilo amenizado por las pantallas que amablemente nos informan de todos los detalles del vuelo en tiempo real, cortesía de Czech Airlines, hasta llegar a la odiosa terminal cuatro de Barajas. Recogida de equipajes que milagrosamente llegó con pocos desperfectos y rumbo a Atocha para coger el AVE de regreso. En Atocha, un pequeño refrigerio para ir aguantando, en el que nos pegaron una infame estocada al cobrarnos más de cuatro euros por una cerveza servida con malos modos en una mesa que en vez de asientos tenía palos de gallinero. Sí, no cabía duda: Estábamos en España. Nos acomodamos en el AVE y nuevamente me dediqué a mi deporte favorito de dormir hasta llegar sin novedad a Santa Justa.

¡Mi caaaaaasa...!

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1 No confundir con Eslovenia, situada al sur de Austria.

2 La mayor parte de la región de Silesia actualmente está dentro de Polonia, pero sus nativos no olvidan que fueron un ducado de Austria más vinculado a Praga que a Budapest o a Varsovia. De hecho, el águila de su escudo forma parte del escudo de la República Checa.

3 ¿O debo decir “nacionaleras” acordándome de las catetadas de los separatistas españoles?

4 Seguramente pretendían seguir viviendo de chupar la sangre a los checos de por vida.

5 Los tiempos cambian mucho. Ahora, el apellido Rosemberg sólo me recuerda una cadena de restaurantes bastante grasientos y nada baratos que hay en las carreteras de Austria y Alemania.

6 Como verán, todos los propietarios llevaban en su apellido el sufijo que significaba “monte”

7 La vida de la duquesa Eleonora, su última enfermedad y su muerte daría para una monografía muy completa sobre las creencias en brujas y vampiros de la época. Aunque falleció en Viena, lo que quedaba de su cuerpo tras una chapucera autopsia, fue devuelto a Cesky Krumlov para ser enterrado sin grandes honras fúnebres -ni siquiera su hijo asistió a su funeral- bajo una sencilla losa en la capilla de San Jorge. Tras su muerte se desató una de las grandes oleadas de persecuciones de supuestos vampiros que asolaban Centroeuropa de vez en cuando. En realidad, la pobre duquesa falleció a causa de un enorme tumor intestinal con metástasis en la columna.

8 En 2007, el realizador austríaco Klaus Steindl dirigió un documental de éxito llamado La Princesa Vampira basándose en la vida de Eleonora.

9 La peste negra o peste bubónica asoló Europa en oleadas durante siglos y existía la costumbre de erigir un monumento votivo de acción de gracias cuando se la declaraba extinguida. En dicho monumento no podía faltar la imagen de san Roque.

jueves, 23 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (IV)

- 1 de Octubre de 2014 -

Día de mucho andar y de recuerdos lejanos; tan lejanos que se remontan a 1953 cuando, recién aprendido a leer, me pasaba los larguísimos veranos matando el aburrimiento como podía. Mis amigos estaban en la playa o en el campo: Que si la casa de Chipiona o Rota, que si la casa del pueblo del abuelo... total, que me quedaba en Sevilla sin más compañía que la de mi familia en un inmenso caserón cargado de historia(1) y con una enorme biblioteca. Yo era sólo un niño, pero ya mi familia advirtió mi vocación de lector y había que darme lecturas para niños; y como me aburrían las tonterías al uso, de alguna parte salió la colección completa de una curiosa -y antigua para entonces- revista que dejó de editarse al día siguiente de iniciada la Guerra Civil por la incautación del periódico por el Frente Popular de atroz memoria. Se trataba de Gente Menuda, un suplemento infantil de Blanco y Negro que, a su vez, era el suplemento del ABC.

Niño al fin y al cabo, pero lector infatigable, me zampé muy pronto el contenido de aquellas publicaciones de las que guardo recuerdos muy diversos. Hasta pude ver algunos dibujos de un jovencísimo Antonio Mingote quien, en 1932, imitaba al dibujante López Rubio en sus interpretaciones gráficas del conejo Roenueces. Ahora dirán ustedes: ¿Qué tendrá que ver la República Checa con los delirios de la infancia de este anciano? Pues tengan la bondad de seguir leyendo y verán que las asociaciones de ideas nos gastan estas bromas. Porque aun voy a seguir relatando antecedentes de lo que pudimos ver en Praga en este día. Guárdenme el secreto ahora que no nos lee nadie: Fui a Praga tras las huellas del rabino Judah Loew ben Bazael y ahora les contaré más cosas.

En una de aquellas revistas infantiles leí el cuento de El aprendiz de brujo; una adaptación de un poema de Goete(2) en el que un mago ordena a su alumno, a quien dedicaba las tareas más pesadas, subir agua al castillo donde vivía. El aprendiz, harto de cortar leña, limpiar, fregar, barrer, limpiar establos y, por supuesto, subir cubos de agua, decide usar la magia para ello y hechiza a su escoba para la tarea. En efecto: A la escoba le crecen unos apéndices a modo de brazos y, cogiendo un par de cubos vacíos, va a por agua y la vierte en el pilón. Pero con lo que no contaba el aprendiz es que la escoba no podía parar de hacer esa tarea, así que traía agua y más agua hasta que el pilón está a punto de desbordarse. Entonces, el chico decide pararla, pero se da cuenta que no conoce el conjuro para acabar con aquello y la escoba sigue trayendo agua y más agua. El muchacho, desesperado, la emprende a hachazos con la escoba pero sólo consigue que, de cada pedazo roto, surja una nueva escoba que también se dedica a traer agua. El pilón se desborda, el sótano también y el agua amenaza a la gran biblioteca de su amo. El aprendiz se desespera y, a sus gritos, acude el maestro, quien deshace el conjuro de su torpe discípulo, restablece el nivel del agua por arte de magia y corre al desdichado chaval a escobazos nada mágicos.

             Abajo: Fotograma de Fantasía I de
               Walt Disney. Mickey en su papel
                       de aprendiz de brujo

Poco tiempo depués, mi padre me llevó a ver esa obra maestra de la animación que fue la película Fantasía, de Walt Disney con la participación de la Orquesta Filarmónica de Filadelfia dirigida por Leopold Stokovsky. Aunque la película era de 1940, siete años antes de yo nacer, tardó en llegar a Sevilla y tuvo aquí el mismo éxito que en todas partes, o sea: ninguno. Era demasiada obra de arte para aquellos públicos y aquellos tiempos y casi le cuesta el cierre a los estudios Disney por la ruina económica que supuso. Pues bien, en aquella maravilla, una de las piezas interpretadas era precisamente El aprendiz de brujo, de Paul Dukas; y el personaje del aprendiz era el ratón Mickey, lo que me hizo recordar el cuento que había leído años antes en el Gente Menuda de Blanco y Negro. Curiosamente, en la nueva Fantasía 2000, repetían esa misma obra en homenaje a la primera película a la que he aludido. No me quiero extender sobre la impresión que me produjo aquella película, salvo decir que me convirtió, ya en mi infancia, en un enamorado ferviente de la música clásica. Quizá era eso lo que mi padre pretendía en aquellos tiempos de penuria intelectual.

Pasaron los años, no demasiados años, mientras seguía explorando la bilioteca y encontrando tesoros cada vez más preciosos. Algo ayudaba mi memoria que nunca fue mala del todo y un buen día decidí hincarle el diente a las novelas contemporáneas. Me llamaron la atención algunos títulos y, un poco al azar, cogí una novela de William Somerset Maugham titulada El mago. Novela prácticamente olvidada pero interesantísima, en la que se hablaba de pasada de la leyenda del rabino Judah Loew ben Bazael y su creación del Golem, un muñeco de barro que se animaba al conjuro del rabino y era capaz de cumplir sus órdenes para defender el gueto. Según cuenta esa leyenda, un día su esposa le pidió que ordenara al Golem traer agua del Moldava y el rabino accedió, pero se marchó de viaje y el engendro siguió trayendo agua hasta que inundó la ciudad. Sólo es una leyenda, claro, porque las inundaciones por desbordamiento del Moldava no eran infrecuentes, pero lo cierto es que el rabino en cuestión es un personaje histórico y el Ayuntamiento de Praga le tiene dedicada una estatua como a uno de los más ilustres hijos de la ciudad(3). Recuerdos y más recuerdos; pero es que hoy tocaba una visita a lo que queda del barrio judío donde vivió y por el que paseó el ilustre rabino.

No se tienen constancias históricas de cuándo empezó el poblamiento judío en Praga, pero sí se sabe que las primeras persecuciones datan de finales del siglo XI cuando la Primera Cruzada y que, al término de las mismas y para evitar problemas de orden público, las autoridades deciden confinarlos a un barrio dentro de la ciudad. Barrio que estaba amurallado formando una especie de ciudadela propia de esa comunidad a cuyos miembros se les prohibió residir fuera de esta pequeña y laberíntica fortaleza. No debemos extrañarnos, ya que en la misma España esto era algo natural en la época. En este barrio regían las leyes judías, tenían ayuntamiento y cementerio propios y sólo en casos de pleitos con cristianos, tales pleitos se dirimían en los tribunales ordinarios. Por supuesto que existían sinagogas suficientes para atender a una población que, en tiempos de su máximo esplendor, llegaba a las ciento ochenta mil almas. No está mal si pensamos que por aquel entonces, Londres y París apenas llegaban a las cincuenta mil; y eso era sólo un pequeño barrio de Praga.

Pasaron los siglos y llegaron épocas de mayor libertad. Así que, en 1779 los judíos recibieron permiso para establecerse fuera del barrio y en 1781, el Emperador José II publicó el llamado Edicto de Tolerancia en el que se ratificaba tal permiso para todo el Imperio Austrohúngaro. No fue hasta 1850 cuando el barrio fue rebautizado por los rabinos como Josefov en checo y Josefstadt en alemán, en honor al Emperador que los liberó. Mucho antes, en la Edad Media, ya había vivido allí el rabino ben Bazael del que ya nos hemos ocupado.

Abajo: Vista del Barrio Judío antes de 1913   

El caso es que, ya por 1850, la población del barrio judío de Praga ya había mermado mucho, ya que sólo quedaban allí los muy pobres que no podían tener casa en otra parte, los muy ortodoxos que no querían dejar el barrio y -¡cómo no!- los okupas, carteristas, ladrones y sinvergüenzas que se metían en las desvencijadas casas abandonadas por sus anteriores propietarios. Con ello se generó otro problema grave de convivencia y las autoridades decidieron cortar por lo sano derribando las murallas y el barrio entero, salvo las sinagogas y el cementerio, para incorporarlo a la ciudad entre 1897 y 1913. Hoy día es una zona muy elegante de Praga, quizá la más exclusiva y en la que basta echar un vistazo a los edificios, comercios de lujo y coches aparcados por allí para darnos cuenta de que la presencia de Porsches, Ferraris, Rolls, Bugattis(4) y otras baratijas parecidas, nos indican que sus habitantes son cualquier cosa menos pobres de solemnidad. En el gran solar que quedó libre hicieron experimentos los arquitectos más o menos modernistas y eclécticos que consiguieron resultados a veces brillantes y a veces no tanto, pero siempre funcionales y, por supuesto, de viviendas y comercios de precios inaccesibles a la mayoría de la población. Pero ya era el momento de entrar en los lugares antiguos y más sagrados que aun siguen perteneciendo a la comunidad judía, aunque los pocos judíos que quedan en Praga procuran pasar desapercibidos en previsión de tormentas.

Comenzamos por la sinagoga Pinkas, fundada en 1479. Aunque no está abierta al culto en la actualidad, sigue perteneciendo a la comunidad judía y considerada como lugar sagrado por los recuerdos de los mártires que cayeron a manos de los nazis. Como tal lugar sagrado judío, los varones debíamos entrar cubiertos y los organizadores, por un módico precio, ponen a disposición del visitante unas ridículas kipas azules muy pequeñas y fáciles de caerse, por lo que preferí cubrirme con la capucha de mi cazadora, a pesar del calor que me daba. El edificio es modesto y su distribución y se corresponde con cualquiera de las sinagogas conocidas: una sala de oración en la planta baja, exclusiva de los varones, más una galería superior que ocupaban las señoras en las ceremonias, ya que estaba prohibido mezclarse ambos sexos en los cultos. Pero lo que más llama la atención es que prácticamente todas sus paredes están cubiertas con los nombres y las fechas de nacimiento y desaparición de los 77297 judíos de Praga que cayeron en la época nazi y de los que se tiene constancia que vivían allí. Tengamos en cuenta que, a principios de los años 30 del siglo pasado, vivían en Praga unos ciento veinte mil judíos; de ellos, unos treinta mil emigraron voluntariamente a raíz del triunfo de Hitler en las elecciones alemanas y su ascenso al poder en Enero de 1933, al imaginarse lo que se les venía encima. Con esas cifras ya sabemos que los que volvieron fueron pocos más de diez mil al acabar la guerra; y la mayoría de esos supervivientes, sabedores de la poca simpatía hacia los judíos mostrada por los nuevos amos comunistas, también emigraron después a países civilizados.

Estando prohibido hacer fotos en el interior, me paré a mirar nombres y fechas para descubrir con horror que muchas de esas víctimas no tenían ni catorce años en el momento de su desaparición. También me detuve ante unas vitrinas repletas de dibujos infantiles que describían la vida en los campos de exterminio. Entre dibujos más o menos ingenuos, había otros con la gente duchándose en público y otros más de uniformados armados con garrotes ante niños que los miraban aterrados. No quise ver nada más y salí a respirar. Pensé con asco en tantos y tantos millones de miserables malnacidos que niegan la realidad del Holocausto.


Ahora tocaba un paseo por el antiguo cementerio anexo  a  la  sinagoga.  Me sorprendió ver que el desnivel con respecto a la calle era de varios metros por encima. Tiene su explicación y es que, al ser el lugar de tan reducidas dimensiones y haber estado en servicio durante más de trescientos años, cuando se colmataba el terreno, se arrancaban las lápidas para echar tierra sobre las tumbas existentes y se empezaba a enterrar de nuevo. Se calcula que existen unas quince capas de enterramientos superpuestas y de ahí ese desnivel actual. La cantidad de lápidas existentes a la vista bien dan para un tratado de historia y costumbres de los judíos de Praga. Las inscripciones y figuras grabadas nos indican si se trata de una sepultura individual o de un matrimonio, indicada por dos arcos adosados; un hombre sabio, señalado por un racimo de uvas; un sacerdote, señalado por dos manos abiertas; y así muchos otros. Y sí, la encontré por fin: la lápida de la tumba del venerable rabino Loew ben Bazael que se distinguía sobre todas por su ornamentación. Allí me paré a dedicarle un recuerdo en silencio y sin hacer ningún comentario hasta el momento de escribir estas líneas.
         Lápida de la tumba del
           Rabino ben Bazael.
            Foto cortesía del
      Museo Judío de Praga                                                                                       Abajo: Cementerio y edificio de ceremonias

Al salir del cementerio nos encontramos con un curioso edificio que nos engañó a todos -y a mí el primero- sobre su antigüedad. A simple vista parece un pequeño castillo románico, pero se trata de una construcción muy posterior, de 1912, levantado para sede de la hermandad de enterradores y lugar de ceremonias fúnebres. Pero aun nos quedaba mucho por ver del barrio judío de Praga como, por ejemplo, la sinagoga Maisel construida a finales del siglo XVI y reconstruida, tras el incendio de 1689, en estilo barroco a fines del siglo XIX. La sinagoga Maisel no está abierta al culto y alberga desde 1960 una importante colección de objetos litúrgicos, vestiduras sacerdotales, documentos y libros.

La última de las sinagogas que visitamos por dentro es la llamada Sinagoga Española, aunque lo es sólo de nombre porque los judíos de Praga eran todos askenazis y no había sefarditas entre ellos. Se le llama así porque quiere imitar el estilo   morisco  parecido  al  nazarita,  aunque con muy poco 


              Abajo: Exterior de la Sinagoga Española
éxito. Aun usada para el culto, por fuera presenta en su fachada arcos de herradura que ya los nazaritas no usaban en su época y se remata el edificio con almenas de merlones escalonados al estilo almohade. Para completar el pastiche, la sala de oración recuerda bastante al Mexuar o Sala de Justicia de la Alhambra de  Jusuf I y tiene un bonito órgano, instrumento del todo ajeno a la liturgia judía, situado muy cerca de la hornacina donde se guarda el Pentateuco o Torá; para que se hagan una idea, está situado en el lado de la Epístola si aquello fuera una iglesia de culto católico. La Sinagoga Española tiene la curiosa particularidad de que, aun poseyendo una galería superior parecida al coro de nuestras iglesias, la sala de oración es compartida por ambos sexos, con el consiguiente escándalo de los judíos ortodoxos.            


Abajo: Sinagoga Staranova o Vieja-Nueva             

A continuación, echamos un vistazo al exterior de la llamada Sinagoga Vieja-Nueva que es la más antigua de las seis que se conservan en la ciudad. Fue construida hacia 1270 en estilo gótico y, como sustituyó a la sinagoga más antigua de todas que fue demolida por ruina, se le llamo Sinagoga Nueva. Andando el tiempo y con la construcción de nuevos templos judíos, algunos empezaron a llamarle Sinagoga Vieja. Para evitar discusiones y confusiones, se adoptó el nombre de Staranova o Vieja-Nueva con el que se la conoce en la actualidad. Al estar aun abierta al culto y ser sus fieles judíos ortodoxos, los gentiles tenemos vedado el acceso para curiosear y tuvimos que conformarnos con verla desde fuera. Dice la leyenda que en ella se guarda el cuerpo del mítico Golem del rabino ben Bazael en espera de ser llamado de nuevo a la vida. Como curiosidad, sólo decir que el reloj de su torre anda al revés que los nuestros, como los antiguos relojes judíos. Lo que no quiere decir que el tiempo no pase de la misma forma para judíos y para gentiles.


Nos despedimos de Josefov, aquel lugar que, sin conocerlo hasta este momento, me traía tantos recuerdos de mi juventud e infancia. Un paseo por la zona más elegante de Praga y pasamos por la calle de París donde están radicados los comercios más exclusivos, las viviendas más caras y donde los arquitectos de principios del XX y algunas generaciones posteriores trataron de lucirse con sus obras. De nuevo, vuelta a la Malá Strana a comer en el ya citado Korninna de anteayer en el que tuvieron a bien ponernos de postre una porción de la vienesa tarta Sacher que tanto éxito tiene en Centroeuropa y yo aun me pregunto la causa de su buena fama(5). Volvimos al hotel pasando por última vez ante la Torre de la Pólvora, lugar en el que se guardaban armas, municiones y efectos diversos de despanzurrar personas desde la Edad Media, tras lo que fuimos a descansar un rato al hotel. Aun nos  quedaba  la  tarde y, en ella, una función en el Teatro Negro o, por decirlo con más propiedad, The Black Light Teatre. La obra en cuestión es una adaptación de las caras de Alicia, ya representada en otras partes y se titulaba allí Aspects of Alice.

                      Praga. Torre de la Pólvora.

El teatro, situado en la Ciudad Vieja a un paso del Puente de Carlos, era acogedor, con una sala no muy grande que tendría unas trescientas localidades entre patio y primer piso. Me llamó la atención que el idioma utilizado en avisos era el español, aunque se usaba un poco el inglés; se notaba que los espectadores de esta tarde éramos argentinos en mayoría y unos cuantos españoles. Pero más me sorprendió que nuestro idioma era pronunciado con una total ausencia de acento, llegando a pensar que las locuciones estaban grabadas por un nativo de Castilla la Nueva o por un andaluz desprovisto del acento nativo. En cuanto a la obra, totalmente muda, trataba sobre la vida de Alicia, una chica judía nacida en Praga antes de la Segunda Guerra Mundial, que vive una infancia feliz entre fantasías un poco al estilo de las narradas por Lewis Carroll en su Alicia. La chica llega a la adolescencia, se enamora y termina cruzando el mar en busca de un nuevo país. La espectacularidad de la obra consistía en el uso de la iluminación y el vestuario, de ahí el nombre de Teatro Negro. Sobre un fondo negro y con la adecuada iluminación, era posible ocultar de la vista del espectador todo lo que no era indispensable para conseguir los efectos visuales deseados. Eso, unido a un armazón oculto bajo el vestido de la protagonista que le permitía ser colgada de la cintura para dar volteretas imposibles, hacían conseguir un espectáculo digno y una obra recomendable de ver.


Una escena de The Aspects of Alice

Al salir me fijé en los carteles publicitarios, también en español, de la entrada del teatro que se acompañaban de imágenes en pantallas. Para mi decepción varonil, ví secuencias de alguna escena en la que la protagonista salía cubierta sólo con un minúsculo tanga. Esta escena nos la escamotearon sustituyendo el tanga por un camisón corto. No sé si sería por la presencia de algún niño entre los espectadores argentinos. Quizá.

Tocaba regresar al hotel. Los organizadores habían querido tener un gesto de amabilidad al recogernos en el autobús para dejarnos en las cercanías del teatro pero -¡Ay!- quedaba la vuelta y el vehículo estaba aparcado en el quinto infierno esperándonos. Mi lumbalgia no me daba tregua a esas alturas del día y llegué como pude hasta el autobús, a punto de desmayarme de dolor. Llegué, me tiré literalmente en un asiento y esperé que pasara la crisis dolorosa sin poder siquiera hablar para contarlo. El trasto arrancó y, cuando quise darme cuenta, ya habíamos llegado al hotel. Mañana será otro día.

Entre los husitas, la leyenda del Golem, la cerveza y algunas cosas más, Praga se estaba adueñando ya de mí. La echaré de menos casi tanto como a Roma y París.

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1 No me olvido que en el número 40 de la calle Castellar de la Sevilla de entonces, donde nací y viví mi primera juventud, Alfonso XI alojó a su amante Beatriz de Guzmán antes de trasladarla a Tordesillas. En mi casa nacieron los gemelos bastardos Fadrique y Enrique de Trastámara; este último, Rey de Castilla tras el asesinato de Pedro I a sus propias manos.

Quizá tomado de un cuento más antiguo, al igual que su Fausto. Probablemente lo tomara de la leyenda de Praga que contaré a continuación.

3 Otros autores, como el vienés Gustav Meyrink en 1915, también retomaron la leyenda del Golem para mostrarnos la diabólica potencia del inconsciente humano en general y de los judíos en particular. No es extraño que, ante ese ambiente antijudío, surgieran monstruos de la categoría de su paisano Adolfo Hitler.

4 ¡Y hasta coches de caballos con criados de uniforme!

5 Cualquier tarta de chocolate de nuestros supermercados le da cien vueltas a la Sacher. Por no hablar de las hechas en casa. Quizá sea por el romanticismo cursi de la época de Sissí en que fuera creada y popularizada por el restaurante del Hotel Sacher de Viena.