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jueves, 30 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (y V)



- 2 de Octubre de 2014 -



Escudo de Cesky Krumlov.
Hoy toca levantarse más temprano de lo normal porque el viaje va a ser un poco largo. Anteayer viajamos hacia el oeste en busca de Karlovy Vary pero hoy nos vamos al sur, a muy pocos kilómetros de la frontera austríaca, a un lugar llamado Cesky Krumlov del que se dice que es el pueblo más bonito de la República Checa. Situado a unos ciento setenta y cuatro kilómetros de Praga, el tiempo de viaje da para aprender mucho y nuestro guía y profesor Radek no estaba por la labor de mantenernos con la mente ociosa. Así que aprovechó el camino para darnos otra lección o, mejor dicho, dos lecciones; una de Geografía y otra de Historia. Así volvíamos un poco menos brutos de este viaje.

Empezó hablándonos de la topografía e hidrología de las zonas que atravesábamos, todas ellas regadas por el Moldava y sus afluentes. Según nos contó, aquella región es un ejemplo de lo que puede hacer el ser humano para dominar la Naturaleza mejorándola porque, al ser todo aquello una gran llanura con muy pocas elevaciones y tener tantos cursos de agua, sus primitivos pobladores se encontraron con un inmenso pantano cenagoso que se anegaba a poco que hubiera crecidas de los ríos, a lo que se añadía lo insalubre de la zona pantanosa, verdadera fábrica de mosquitos y de las enfermedades que transmiten. Peo el ser humano, poco a poco, fue dominando las aguas durante el transcurso de generaciones y a día de hoy, esas mismas aguas antes traicioneras y mortíferas, se han convertido en fuentes de riqueza al ser encauzadas y aprovechadas para regadíos y una abundante pesca al prosperar en ellas las endémicas especies de carpas y lucios de la zona. De hecho, según nos contó, hay bastantes familias que viven casi exclusivamente de la pesca en un país cuya cultura gastronómica no se distingue precisamente por su consumo de pescado.

Acabada la lección de Geografía Económica e Hidrología, el siempre didáctico Radek nos contó algo que suele pasarse por alto dándolo como un hecho natural derivado del devenir de la Historia y, aunque es así, no está de más profundizar un poco en los motivos que desencadenaron la separación actual de las repúblicas de Chequia y Eslovaquia1 tras ochenta y cinco años de formar una misma nación.

Como es bien sabido, Checoslovaquia fue uno de los resultados de la fragmentación del Imperio Austrohúngaro en 1918. Por imposiciones de las potencias vencedoras, se creó una unión algo artificial de las regiones checas de Bohemia, Moldavia y Silesia2, antiguos ducados del Imperio, más Bratislava y otras siete regiones más o menos artificiales situadas en los Cárpatos. Como toda unión artificial basada en caprichosos criterios políticos y a pesar de la similitud de los idiomas checo y eslovaco, tal unión era un desastre económico desde el principio, ya que las tres regiones checas, industriales y mineras, aportaban casi el noventa por ciento del PIB de Checoslovaquia frente a unas regiones orientales recién desgajadas del desaparecido Imperio que no contaban más que con escasos recursos agrícolas, muy poca minería y casi ninguna industria.

El Moldava a su paso por Cesky Krumlov.
En principio, los checos se tomaron el asunto muy bien; extrañamente no fue así en la muy pobre Eslovaquia, quizá porque pensaran que aquellos ricos checos iban a ser los nuevos dominadores que sustituirían a los antiguos señoritos húngaros, austríacos y alemanes. Algo de razón llevaban en ello y se pasaron desde 1918 hasta los años treinta del pasado siglo haciéndoles la vida difícil a sus vecinos a la fuerza. Por su parte, los checos tampoco les hacían demasiado caso y tampoco realizaban esfuerzos para elevar el nivel de vida de Eslovaquia que apenas logró superar en riqueza a la tradicionalmente paupérrima Rumanía. Para colmo, nada más llegar Hitler al poder en Alemania, los eslovacos no perdieron oportunidad para echarse en brazos del partido nacional socialista, como se vio con descaro en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Claro que tal actitud consiguió facilitar las cosas a Hitler hasta el extremo que Checoslovaquia desmanteló sus muy bien construidas líneas de defensa para rendirse a los nazis sin disparar un tiro, lo que la salvó de los acostumbrados salvajes bombardeos alemanes que hubieran reducido a polvo su inmenso patrimonio.

La guerra acabó y la ya mencionada Conferencia de Yalta asignó a la URSS la tutela o colonización de Checoslovaquia, con lo que se acabaron las rivalidades regionales de momento y los nuevos amos se esforzaron dentro de lo posible en levantar algún tejido industrial en aquella zona tan deprimida tratando de igualar las condiciones de vida de checos y eslovacos. Poco a poco fueron consiguiendo su objetivo de repartir la miseria pero, al mismo tiempo, llevando a Eslovaquia los conceptos de la industrialización, hasta entonces desconocidos para ellos. Mientras duró la dominación comunista nadie se atrevió a decir una palabra sobre las diferencias nacionalistas3 que habían existido hasta entonces; pero se acabó el comunismo y se acabó el vivir del cuento, como ya hemos contado en crónicas anteriores. Ahora había que trabajar de verdad.

Muy pronto se puso de manifiesto que el intento comunista de igualar las economías había dado sus frutos. Apenas recién llegada la economía de mercado a Checoslovaquia, la región eslovaca ya era casi el setenta por ciento igual de rica que la checa y en esas condiciones resurgieron las antiguas tendencias nacionalistas que, al principio, sólo fueron folklóricas pero que iban tomando un cariz más serio conforme pasaba el tiempo. Desde Praga se intentó paliar un poco la situación a “la española”; o sea: subvencionando a diestro y siniestro todo lo subvencionable. Pero Eslovaquia, igual que nuestras regiones separatistas, era insaciable. Al fin, casi llegados ya al acuerdo de “tú me pagas y yo me callo”, Praga se hartó para escándalo de Eslovaquia4 y le tomó la palabra en serio a los separatistas quienes, pillados por sorpresa, no tuvieron más remedio que mantener el tipo y aceptar la separación amistosa de los dos estados que se consumó oficialmente el 1 de Enero de 1993 aunque siguieron durante unos meses usando la misma moneda hasta que el fundado temor de la República Checa a que la economía eslovaca lastrara su desarrollo, hizo que dos meses más tarde obligaran a Eslovenia a adoptar una moneda propia, la corona eslovaca que, como era previsible, al poco tiempo se devaluó en un treinta por ciento respecto a la corona checa.

Otro asunto fue el de la nacionalidad de ambos países. Existía y existe aun en Eslovaquia un elevado número de gitanos que antes tenían la nacionalidad checoslovaca y que, al separarse ambos países pidieron la nacionalidad checa. Tras algunos litigios de menor importancia, la República Checa aceptó con la única condición de admitir sólo a aquellos que carecieran de antecedentes penales, con
El Moldava. Al fondo la torre del Castillo
lo que la mayoría de ellos se quedaron como estaban y, a pesar de sus reclamaciones, aun siguen siendo eslovacos contra su voluntad. Seguro que si Eslovaquia fuera tanto o más rica que Chequia, nadie reclamaría nada. Esta es la causa de que apenas si se ven gitanos en Praga y en los lugares que visitamos y explica en gran parte la ausencia de delincuencia en la República Checa, donde tampoco se andan con muchas contemplaciones con los rumanos a pesar de las directrices europeas al respecto. Finalmente, ambos países, junto con Hungría, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Chipre, entraron en la Unión Europea en 2004 como miembros de pleno derecho. Eslovaquia se apresuró a entrar también en la zona euro pero Chequia, de economía mucho más potente, parece no tener prisa por ahora y sigue conservando sus coronas que, en la actualidad, se cambian a unas veinticinco por un euro, aproximadamente. Acabada la lección de Historia del profesor Radek aun tuvimos tiempo de echar una cabezada antes de llegar al precioso pueblo de Cesky Krumlov que, al igual que muchos otros lugares de la República Checa, está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y con toda justicia.

Al igual que en la pasada excursión a Karlovy Vary, tuvimos que dejar el autobús a las afueras del pueblo, ya que está prohibido el acceso de vehículos a motor en todo el pueblo salvo para residentes con garaje y clientes de hoteles que también lo tengan. Eso daba al lugar una gran libertad para moverse y se agradecía, porque las hordas de turistas eran agobiantes. No quiero imaginarme coches circulando por aquellas callejuelas entre aquella inmensa multitud que saturaba el pequeño lugar plagado de hoteles, pensiones y, naturalmente, joyerías al igual que en toda la República.

Cesky Krumlov es un lugar precioso de unos catorce mil habitantes, situado a orillas de un meandro del joven Moldava, lleno de edificios góticos, renacentistas y barrocos. Pero su principal atractivo es el castillo o, mejor dicho, el castillo-palacio ya que acabada su función defensiva en la época barroca, la fortaleza y ciudadela se transformaron en un conjunto palaciego de unos cuarenta edificios y cinco patios. Es el segundo mayor conjunto palaciego de Chequia y uno de los más grandes de Europa y en él residieron las tres grandes familias de propietarios desde su primitiva edificación en 1302 hasta la era comunista.

Emblema (de mal agüero) de la familia de los Pernstein
La primera de estas grandes familias, los Rosemberg, eran quizá los más ricos e influyentes de Bohemia y habitaron el castillo desde 1302 hasta 1602, año en el que tuvieron que venderlo al no poder hacer frente a los enormes gastos que conllevaba su mantenimiento. Pero no sólo dejaron su huella en el castillo sino que también hicieron que el pueblo se engrandeciera y se fuera llenando de construcciones de la época, tanto de viviendas como de iglesias y salas de espectáculos que la mayoría aun se conservan. Tantos años dominaron la comarca y tal huella dejaron que el escudo de Cesky Krumlov está coronado por la rosa de cinco pétalos, emblema de la familia(5). Por aquellos salones se pasearon el Canciller Pernstein y su esposa española María Maximiliana Manrique de Lara y Mendoza, aquella señora que llevó en su equipaje el famoso Niño Jesús de Praga del que ya hemos hablado y que falleció pocos años después de que la familia de su marido vendiera el conjunto palaciego. Quizá fuera una liberación para ella porque no soportaba el clima de Praga y, mucho menos, el de Cesky Krumlov, cosa muy natural para una española.

Como detalle curioso, sólo mencionar que las últimas generaciones de los Rosemberg hicieron un criadero de osos en el foso del castillo; criadero que aun se conserva y cuyos osos pueden ser vistos cuando están de buen humor, cosa poco frecuente en estos mamíferos encerrados. Cuando estuvimos debían estar haciendo la digestión de algún turista porque no se dignaron mostrarse a nuestros ojos.

A la familia Rosemberg la sucede la de Essemberg y a ésta, por extinción de su dinastía, la de los Shwartzemberg en 17196. Estos últimos fueron quienes montaron una famosa fábrica de cerveza que competía con las de la cercana Pilsen; también se encargaron de evitar una industrialización salvaje de la comarca introduciendo cambios graduales y no traumáticos que han permitido conservar ese ambiente del que disfrutaríamos hoy de no haber tanto agobio de chinos escupiendo y pegando codazos en los estómagos del prójimo para colarse ni de horteras rusos ostentando sus grandes fortunas. Pero volvamos a la visita al recinto.

El castillo-palacio de Cesky Krumlov no puede verse en unas horas porque necesita semanas para recorrerlo con detalle y, aun así, siempre se nos escaparía algo. Recorrimos en paciente manada algunas de sus estancias empezando por la coqueta y algo abandonada capilla palaciega, en la que los servidores ocupaban los bancos mientras que los señores estaban en lo que hubiera sido el coro en cualquier iglesia, aislados del frío por mamparas de cristal. En el altar mayor se conservan reliquias valiosas de las épocas en que descuartizar cadáveres de santos como si fueran pollos estaba muy de moda. Paso por alto tan macabra costumbre para contar que anduvimos por salones y estancias muy del gusto de la época y, en gran parte, alfombradas con pieles de oso pardo cuyas cabezas miran amenazantes a los turistas. El mobiliario nos daba una fiel idea de las costumbres de sus habitantes y la distribución de habitaciones también seguía la pauta de una época en la que el concepto de intimidad era “ligeramente” distinto al nuestro. Como anécdota diré que en uno de los dormitorios más nobles había una pequeña capilla que estaba cerrada al paso de turistas por un gran cristal y la guía del castillo nos contó que, en una visita de Carlos de Inglaterra, el muy torpe no se dio cuenta de la presencia de dicho vidrio y, queriendo meter la nariz en la estancia, se la rompió contra el susodicho cristal con el consiguiente susto de escoltas y cachondeo del resto de testigos de tan ridícula escena.

En una gran sala se exhibía como curiosidad la llamada carroza de oro. En realidad es una carroza de
La carroza de oro.
madera, muy lujosa ella, que está forrada entera de panes de oro y se usaba en Roma exclusivamente para llevar al embajador del Imperio el el acto de anunciar personalmente al Papa los nombres de los emperadores recién elegidos. En algún momento, estos embajadores imperiales dejaron de ser de la familia Shwartzemberg y la carroza cayó en desuso por lo que, desmontada, fue trasladada hasta Cesky Krumlov y vuelta a montar y restaurar allí en épocas recientes para ser exhibida. Pensé que, en aquel suelo de madera y con aquel clima, mejor no tocar la carroza que podía ser un excelente condensador eléctrico y darle algún buen susto al imprudente que lo hiciera sin tomar precauciones.

La Duquesa Eleonora Amalia y su hijo José,
ambos ataviados con trajes de caza.
Retrato de Max Hannel que desde 1727 cuelga
de una de las paredes de Cesky Krumlov.
Pero volvamos con la última familia propietaria del castillo-palacio porque hay una anécdota entre trágica y curiosa de la misma, sin mencionar la fama de bruja que tuvo una de sus antepasadas, Eleonora Amalia7, ganada a partir del rarísimo episodio para la época de quedarse embarazada, tras ritos y ceremonias mágicas, a los cuarenta años y parir en su palacio de Viena un hijo varón sano a quien llamó José, en Diciembre de 1722, muy pocos años antes de residir a orillas del Moldava tras la rehabilitación del ducado de Krumlov por el Emperador Carlos VI. Centrándonos en esa familia debo contar que el flamante Duque y marido de la madura y feliz madre, nombrado caballerizo mayor del Imperio, un mal día de 1732 acompañaba al Emperador en una cacería celebrada en Brandeis-an-der-Elbe, a la sazón coto de caza imperial. Persiguiendo a un ciervo, el Emperador cree tenerlo a tiro y dispara justo en el momento en que el Duque se cruza en su línea de fuego con el resultado del fallecimiento en el acto del ilustre caballerizo mayor del Imperio.

Apenado, Carlos VI acoge al huérfano José en su familia como un hijo más, recibiendo el niño una educación de príncipe imperial. Hasta el extremo que Carlos VI concede la Orden de Toisón de Oro al crío como regalo por su undécimo cumpleaños, además de numerosas mercedes favores, tierras, títulos, etc., un poco en compensación a su orfandad. Con esas premisas no es nada extraño que el castillo-palacio de Cesky Krumlov experimentara una nueva edad de oro durante la vida del Príncipe y Duque José I, quien se gastó una fortuna en muebles y decoración para su residencia principal. Fue la última época dorada del castillo-palacio de Cesky Krumlov porque unos cien años después en 1848, la familia se trasladó a un nuevo palacio en Hluboká dejando al de Cesky Krumlov relegado a la categoría de museo de la familia y raramente vuelto a visitar por sus propietarios(8).

El castillo-palacio también cuenta con un teatro barroco que no visitamos pero que, según lo visto en
Sala de Máscaras del Palacio de Cesky Krumlov.
fotografías, es una obra impresionante que también se debe a la familia Shwartzemberg y que muy pocos teatros de la época podían competir con él. Pero lo que sí pudimos visitar fue el gran salón de baile o salón de máscaras, también barroco y decorado por el pintor holandés Josef Lederer quien residió durante años en el pueblo y es autor de numerosas obras de interior y exterior.. El hombre tuvo la humorada de retratarse asomado a un balcón y con una taza de café en la mano, aparte de retratar también a su ayudante por detrás, mirándose en un verdadero espejo del salón y pintó la cara del muchacho en el cristal de dicho espejo. Sólo agregar que la biblioteca del palacio contiene bastantes obras del teatro español del Siglo de Oro que eran las que se representaban allí.

Finalmente, antes de despedirnos del castillo-palacio, nos mostraron por fuera las vías de salida del recinto, que eran una enorme red de pasadizos cubiertos que conectaban unos edificios con otros y, a su vez, estos con salidas al pueblo. La verdad es que casi seiscientos años de obras sucesivas dan para mucho si se tiene dinero.

Imagen de san Roque al pie de
la Columna de la Peste de Cesky Krumlov.
Era ya de salir de aquel lugar cargado de historia, bajamos la empinada rampa que conduce al centro con una breve parada en el foso pero los osos no estaban por dejarse ver. Por todas partes vimos edificios muy notables que abarcaban los siglos de esplendor de aquellas familias y, en muchos de ellos, se veía pintada en la fachada o grabada en piedra, la rosa de cinco pétalos emblema de los Rosemberg que dominaron el lugar durante trescientos años. Llegamos a la plaza principal, también llena de edificios muy interesantes, que tiene en el centro un curioso monumento barroco muy común en muchos lugares. Se trataba de la llamada Columna de la Peste(9) que, en este caso, era una cruz rodeada por una fuente presidida por la imagen del celestial abogado de la peste, san Roque, con sus atributos de manto, esclavina, bordón y sombrero de peregrino adornados con conchas, en actitud de mostrar sus llagas de una pierna y teniendo a su lado el perrito que le traía el pan cuando, gravemente enfermo de dicha peste, se refugió en una cueva hasta su curación antes de regresar a Montpellier. El atuendo del santo puede confundir a muchos, incluso al propio Radek quien nos explicó que era Santiago; pero, en un aparte y sin que nadie nos oyera, le enseñé la estatua y le hice ver los atributos diferenciadores de la pierna desnuda y el perrito con el pan en la boca, lo que le sorprendió y sirvió para aclarar su confusión. A estas alturas del día ya era la hora de comer y a ello fuimos en un mesón de la misma plaza.

Tras la comida dimos un paseo por el centro. Todo el pueblo estaba tomado al asalto por turistas y asombraba ver la cantidad de alojamientos que hay en un lugar de quince mil habitantes escasos. Cuando la plaza principal se despejó un poco, no demasiado, de horripilantes rusos horteras y de más horripilantes y horteras aun chinos escupientes y mal vestidos, en compañía de sus espantosos y gritones vástagos, pudimos sentarnos un rato ante la Columna de la Peste a disfrutar de la música. Observé que los conjuntos musicales guardaban civilizadamente su turno y no estaban demasiado tiempo monopolizando el sitio. Además, dada la tradición musical de toda Centroeuropa, hacían actuaciones que, sin ser geniales, eran muy agradables de oír. Me llamaron la atención por su originalidad dos chicas que formaban un dúo de arpa y violín y se acompañaban también de sus muy bien educadas voces. Llegada la hora señalada, todo el grupo se reunió y enfilamos hacia el aparcamiento de autobuses en cuya entrada había un kiosco que vendía las famosas obleas checas a la mitad de precio que en Praga y en Karlovy Vary, con lo que nos llevamos una caja de recuerdo. La vuelta a Praga transcurrió durante una gloriosa y merecida siesta. Aun quedaba la última actividad del día y del viaje.

Llegamos al hotel con el tiempo justo de ducharnos y vestirnos para la cena de despedida que, esta vez, sí mereció la pena su segundo plato. Nos llevaron en manada hasta la cervecería restaurante U Fleku; o sea, El Oso. En este enorme lugar se elabora una cerveza negra propia de la casa, de sabor suave y exquisita. No hablo del primer plato de la típica sopa anodina como las de siempre, pero sí del glorioso segundo plato consistente en un exquisito gulash húngaro servido en una fuente que, para rellenar, contenía también tres grandes rebanadas de pan de molde mojado y otro pedazo de pan también remojado en agua y de sabor dudoso. Pensé que si estas criaturas conocieran el aceite de oliva y tuvieran una leve idea del arte de freír, este y otros platos de U Fleku podrían ser de los de muchas estrellas Michelín. Pero estamos en Centroeuropa y aun les queda mucho que aprender de gastronomía. Rondaban por allí un par de acordeonistas y uno de ellos se atrevió a tocar Clavelitos y ¡Que viva España! con lo que nos alegró la cena el buen hombre. Tras la cena, retirada. Era nuestra última noche en la República Checa y había que levantarse temprano para coger el avión.

Renuncio a hacer la crónica del regreso porque todo fue de lo más normal. Si acaso, como anécdota, sólo contar que el hombre que se sentó a mi lado en el avión intercambió conmigo algunas palabras en inglés sobre si ponerse o no en el asiento de ventanilla que le había tocado. Tras acabar de hablar conmigo, todo muy amistoso, el tío saca el teléfono y lo primero que dice al establecer la llamada es: “¡Hola, cariño!”. Me acordé del chiste de los leperos en Londres, palabra. Viaje tranquilo amenizado por las pantallas que amablemente nos informan de todos los detalles del vuelo en tiempo real, cortesía de Czech Airlines, hasta llegar a la odiosa terminal cuatro de Barajas. Recogida de equipajes que milagrosamente llegó con pocos desperfectos y rumbo a Atocha para coger el AVE de regreso. En Atocha, un pequeño refrigerio para ir aguantando, en el que nos pegaron una infame estocada al cobrarnos más de cuatro euros por una cerveza servida con malos modos en una mesa que en vez de asientos tenía palos de gallinero. Sí, no cabía duda: Estábamos en España. Nos acomodamos en el AVE y nuevamente me dediqué a mi deporte favorito de dormir hasta llegar sin novedad a Santa Justa.

¡Mi caaaaaasa...!

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1 No confundir con Eslovenia, situada al sur de Austria.

2 La mayor parte de la región de Silesia actualmente está dentro de Polonia, pero sus nativos no olvidan que fueron un ducado de Austria más vinculado a Praga que a Budapest o a Varsovia. De hecho, el águila de su escudo forma parte del escudo de la República Checa.

3 ¿O debo decir “nacionaleras” acordándome de las catetadas de los separatistas españoles?

4 Seguramente pretendían seguir viviendo de chupar la sangre a los checos de por vida.

5 Los tiempos cambian mucho. Ahora, el apellido Rosemberg sólo me recuerda una cadena de restaurantes bastante grasientos y nada baratos que hay en las carreteras de Austria y Alemania.

6 Como verán, todos los propietarios llevaban en su apellido el sufijo que significaba “monte”

7 La vida de la duquesa Eleonora, su última enfermedad y su muerte daría para una monografía muy completa sobre las creencias en brujas y vampiros de la época. Aunque falleció en Viena, lo que quedaba de su cuerpo tras una chapucera autopsia, fue devuelto a Cesky Krumlov para ser enterrado sin grandes honras fúnebres -ni siquiera su hijo asistió a su funeral- bajo una sencilla losa en la capilla de San Jorge. Tras su muerte se desató una de las grandes oleadas de persecuciones de supuestos vampiros que asolaban Centroeuropa de vez en cuando. En realidad, la pobre duquesa falleció a causa de un enorme tumor intestinal con metástasis en la columna.

8 En 2007, el realizador austríaco Klaus Steindl dirigió un documental de éxito llamado La Princesa Vampira basándose en la vida de Eleonora.

9 La peste negra o peste bubónica asoló Europa en oleadas durante siglos y existía la costumbre de erigir un monumento votivo de acción de gracias cuando se la declaraba extinguida. En dicho monumento no podía faltar la imagen de san Roque.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Como profe de Historia no tienes precio.

Mª Inmaculada dijo...

Sr. Utrera:
Es usted un buen profesor se Historia, además de ameno y didáctico.
Un saludo.