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lunes, 12 de diciembre de 2016

- JAÉN. RENACIMIENTO EN EL OLIVAR (II) -


- III.- 26 DE NOVIEMBRE -

El tiempo no suele ser el mejor amigo del viajero, así que embarcamos temprano en el autobús para dirigirnos a Jaén, esa bella desconocida que decía mi maestro Enrique Pareja. El programa de hoy no era tan intenso como el de ayer pero, aun así, no se podían desperdiciar las horas de luz diurna. Tampoco eran muchos los lugares a visitar que estaban previstos, pero sí muy entretenidos para verlos con un cierto provecho cultural y artístico.
Castillo de Santa Catalina.
Torre del Homenaje.

El autobús nos llevó directamente a las cercanías del Castillo de Santa Catalina, imponente fortaleza cargada de historia que domina toda la ciudad y que de sus murallas parten otras fortificaciones que antaño rodearon a Jaén. La obra que contemplamos hoy día fue rematada tras la reconquista cristiana entre los siglos XIII y XIV pero, como casi todas las fortalezas españolas, es la obra de generaciones y milenios de necesidades defensivas. Así que este castillo situado en las estribaciones de la Sierra de Jabalcuz, parece ser de origen ibero por los restos ciclópeos de aquella época que aun se pueden observar en algunos paños de sus murallas exteriores. Lo que sí conocemos por la Historia es que fue Aníbal quien ordenó construir una verdadera fortaleza, germen de la actual, para asegurar la defensa de Jaén ante posibles represalias romanas. Una vez perdida por Cartago la Segunda Guerra Púnica, Roma no sólo respetó la obra sino que la amplió y reforzó sirviendo su traza romana hasta la invasión islámica, ya que no se tienen noticias de ninguna intervención visigoda más allá del propio mantenimiento de la obra de Roma1.

Entrada al Castillo.
La invasión de los norteafricanos, en principio, tampoco modificó demasiado la fortaleza hasta la caída del Califato y la posterior invasión de almorávides y almohades. Estos últimos sí se ocuparon de reconstruir parte de las defensas y de levantar otras nuevas2 hasta alcanzar su tamaño definitivo poco antes de la Reconquista. Lo que vemos ahora del Castillo es una obra ya muy retocada por los cristianos que, al perder su uso defensivo fue abandonada y su interior se deterioró con el paso de los siglos hasta que fue restaurada en parte y reconstruido el resto para dedicarlo a Parador Nacional de Turismo desde 1965, uso con el que continúa en la actualidad.

Caminamos junto a la imponente muralla para ver las antiguas entradas defendidas por matacanes y las torres, en su mayoría exentas o albarranas. La Torre del Homenaje, impresionante por su tamaño, está situada dentro del recinto como mandan los cánones de la época y, al ser un lugar privado no pudimos visitarla pero sí admirar desde fuera lo poco que se veía. Sí pudimos contemplar desde cerca la torre gótica de Santa Catalina que alberga una capilla dedicada a la santa de Alejandría y que es lugar anual de romería el 25 de Noviembre.

Cruz del Cerro de Santa Catalina.
Acabamos la visita llegando hasta la cruz que se yergue sobre un espléndido mirador desde el que se domina toda la ciudad. Fue Fernando III quien ordenó en 1246 que hubiera siempre una gran cruz en aquel lugar y encomendó su construcción y mantenimiento a las monjas clarisas, cuyo establecimiento en Jaén también fue ordenado por el Rey. Como el lugar está continuamente azotado por la intemperie, poco duraban las cruces de madera o hierro que allí se erguían y fue preciso llegar hasta 1950 para que don Eduardo Balguerías hiciera erigir allí la actual, de hormigón armado, que aun se conserva en un estado excelente.

Poco más que decir de la historia del Castillo salvo que allí fue donde el joven rey Fernando IV, cuatro generaciones después de aquel genio militar que fue Fernando III, recibió como reos a los hermanos Carvajal, caballeros de la Orden de Calatrava, acusados sin pruebas del asesinato Juan de Benavides, amigo del Rey quien ordenó su ejecución tras tormento. Amputados sus manos y sus pies fueron arrojados en una jaula desde la peña de Martos el 7 de Agosto de 13123. Antes de morir emplazaron en un mes al Rey ante el tribunal de Dios para que Él mismo juzgara la causa. Bien por miedo a haber dictado sentencia injusta o bien debido a la casualidad, el caso es que Fernando IV falleció en Jaén el 7 de Septiembre siguiente, justo un mes después de aquella atrocidad y sin causa aparente; si bien había sufrido de diarrea una semana antes de la que ya estaba totalmente recuperado. Lo cierto es que pasó a la Historia como El Emplazado4 porque su muerte se atribuyó al emplazamiento que le hicieron los Carvajal. Abandonamos el Castillo tras un café para reponer fuerzas y recuperarnos del frío húmedo del día con llovizna, regresamos al autobús para seguir nuestra visita.


Jesús "El Abuelo" con su Cirineo.
Como debe ser en toda visita a una ciudad con arraigadas devociones, no es elegante llegar sin hacer una visita de cortesía al Señor de la Ciudad5, por lo hicimos una breve parada en el santuario de Jesús Nazareno6, antigua iglesia del convento de los carmelitas y actual sede de la Hermandad de penitencia de la que la imagen llamada de Jesús el Abuelo es una de sus titulares, para contemplar la imagen más venerada de Jaén y una de las más notables en el sentido artístico. El sobrenombre de Abuelo le viene por una leyenda que cuenta que la talla fue realizada en una sola noche por un pobre viajero anciano que, hospedado por caridad en casa de un comerciante, pagó su estancia esculpiendo en madera la famosa imagen. En realidad, la Historia nos cuenta que se realizó a finales del siglo XVI o principios del XVII y se le atribuye al escultor barroco Juan de Solís. La obra es una talla procesional de un Nazareno que, sobre su hombro izquierdo, porta la cruz ligeramente encorvado y ayudado por un cirineo, obra de Luis Montesinos. Como curiosidad, dicho cirineo fue donado a la hermandad por la congregación de soldados romanos y su propio capitán, Tomás Cobo Renedo, fue el modelo de la escultura. Una vez hubimos cumplimentado al Señor de Jaén reanudamos nuestro camino dirigiéndonos a la Catedral.


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Catedral de Jaén. Vista de la fachada principal.
Una de las cumbres del Renacimiento en España es la Catedral de Jaén, si bien tiene otros muchos e inevitables añadidos barrocos fruto del tiempo en el que se dilató su construcción. Concebida en el siglo XVI para sustituir al anterior edificio gótico tardío del XV del que se conservan algunas muestras7, su construcción se dilató durante siglos durando hasta mucho después de 1660 en que fue oficialmente consagrada; y aunque se trató de respetar la idea original no se libró de alteraciones y superposiciones de estilos fruto de las modas de las distintas épocas. De hecho, coexisten desde frisos góticos del XV hasta partes claramente neoclásicas, con el paso obligado del Renacimiento y el Barroco por sus venerables piedras.

Dedicada a la Asunción de la Virgen y con un proyecto inicial de Pedro de Vandelvira se inician las obras del nuevo templo sobre los muros del anterior en 1540 bajo la dirección del mismo proyectista y contando como destacado ayudante a su hijo Andrés. Al fallecimiento de Pedro en 1562, éste le sucede en sus trabajos que hacen considerar la Catedral de Jaén como su obra cumbre8, dejándonos la huella de su genio en bóvedas, capillas principales, la portada sur, la sacristía y muchos sitios más. Al fallecimiento de Andrés de Vandelvira en 1575 le sucede su discípulo Alfonso Barba, quien sigue con


Friso gótico de la Catedral de Jaén.
(Cortesía Wikipedia)
toda fidelidad el proyecto de su maestro hasta 1594. A partir de ahí la obra sufre una ralentización en su ritmo y es preciso esperar hasta 1635 en el que la llegada a la sede episcopal de Baltasar Moscoso y Sandoval quien contaba con influencias en Roma y en la Corte, lo que permite que, de nuevo, se reanude la construcción a buen ritmo a las órdenes del arquitecto Juan de Aranda Salazar, nombrado Maestro Mayor con ese fin. Al fallecer en 1654 ya estaban listos el presbiterio, la capilla mayor, la nave y portada septentrionales que siguieron fieles al proyecto original, pero otros muchos elementos como la cúpula y la decoración de las bóvedas ya manifestaban el avance del manierismo del Renacimiento final que desembocaría en el Barroco. Aun faltaba por realizar la fachada principal, ya barroca pero siguiendo la traza de Vandelvira; así como las torres gemelas cuyas obras acabaron a principios del XVIII a las órdenes de Miguel de Quesada.

Del interior cabe destacar los imponentes pilares con sus decoraciones, así como las soluciones dadas por Vandelvira para coordinar las distintas alturas de las bóvedas a base de jugar con la línea de impostas y conseguir un efecto visual único, verdaderamente digno de un genio. La sillería del coro, obra de diversos tallistas está realizada en el siglo XVI, con una ampliación posterior hasta 179 sitiales se acabó en 1736. Otra importante obra ya tardía, de un barroco casi neoclásico, es el trascoro realizado en 1791 y dedicado a la Sagrada Familia.

Una obra así requiere varios días para visitarla con un cierto detenimiento y nosotros sólo disponíamos de poco más de una hora. Además, resulta muy poco provechoso mantener tanta atención durante poco más de media hora porque empieza la mente a dispersarse y no asimilar. Así que, lamentándolo mucho porque el tiempo se nos echaba encima, salimos de aquella maravilla tan desconocida en general y, embarcando de nuevo en el autobús, regresamos al hotel para la comida. A la tarde nos esperaba Linares y la probabilidad de lluvia seguía amenazando.

El imponente trascoro de la Catedral de Jaén (Cortesía Wikipedia)
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En esta época no son muchas las horas de sol y llegamos a Linares con el tiempo justo de hacer una visita panorámica en la que pudimos tener algunas vistas de la ciudad para hacernos una idea de lo más importante. Al parecer, su nombre procede de un antiguo lugar cercano a Cástulo donde existió un santuario dedicado a la Luna que los romanos llegaron a conocer y le dieron el nombre de Altar de la Luna o, en su idioma, Lunae Ara; con el tiempo se había ido formando un pequeño núcleo de viviendas en su alrededor al que llamaron Linarium y de ahí su nombre actual.

Desde el abandono de Cástulo, Linares tomó el relevo en cuanto a la explotación de los recursos mineros cercanos y así fue hasta los años sesenta del siglo pasado en que se consideraron agotadas las minas por su falta de rentabilidad. Desde entonces, aprovechando la situación geográfica en el corazón de Sierra Morena, Linares vive del comercio y trata de mantener algo de industria agrupada en torno a lo que fue Santana Motor que se dedicaba a la fabricación de vehículos Land-Rover primero y Suzuki después. Al cerrar ambas marcas se intenta volver a la actividad industrial con la fabricación de aerogeneradores y vagones de metro y tranvía.

Tanto al acercarnos a la ciudad como en la visita panorámica pudimos ver restos de su antiguo esplendor minero, como ruinas de fundiciones y grandes grúas cabrías para el acceso a pozos que, en algún caso, han sido trasladadas al centro de rotondas como muestra del pasado linarense.

Portada de la verja del jardín del Hospital
de los Marqueses de Linares donde se aprecian
las cruces de cuatro brazos tan del gusto
de principios del XX.
(Pido disculpas por la horterada de la caja
de distribución eléctrica. Yo no la puse, palabra)
Linares nunca ha sido una ciudad monumental, lo que no quiere decir que carezca de edificios notables pero, como siempre, la falta de tiempo nos impidió detenernos y preferimos centrarnos en el que, con razón, muestran con orgullo a los visitantes. Se trata de una obra proyectada en 1905, cuando arranca el auge de la Arquitectura española que diera lugar a tantas obras tan conocidas como las firmadas por Antonio Gaudí, así como las de sus predecesores y seguidores; aunque en Andalucía se optó mayoritariamente por los estilos modernista y regionalista de la mano de genios de la altura de Aníbal González, Juan Talavera, la saga de Gómez-Millán, Espiau y tantos otros que nos legaron sus obras.

La obra a la que me refiero se enmarca más en el estilo del primero de los arquitectos mencionados. Se trata del Hospital de los Marqueses de Linares, obra de los arquitectos Francisco de Paula Casado y Arturo de Navascués, aunque este último en menor medida. Se construyó para atender las enfermedades profesionales de los mineros de la época, dada la precaria o nula cobertura sanitaria de la época y los estragos que causaban la silicosis y la plumbosis o saturnismo. La gran obra fue sufragada en su totalidad por el legado testamentario de dichos marqueses, así como también se dotó al hospital con todo lo necesario para realizar su función. También hizo de hospital general y en su relativamente corta historia9 cuenta con que entre sus muros falleció Manolete en Agosto de 1947
Entrada al Hospital.

El edificio, de fachada neogótica muy del gusto de la época, está cercado por una gran verja de hierro forjado que también abarca su gran jardín. Y ya se advierte la fecha de su construcción en los pilares de la entrada principal de dicha verja por el remate en cruz tridimensional o de cuatro brazos tan usada por Gaudí en sus obras. A través del jardín se accede al edificio que, al estar siendo usado como residencia de ancianos en la actualidad, tan sólo es posible visitar la capilla, también neogótica, así como la cripta donde se halla el imponente mausoleo de los marqueses. Mausoleo que, por sí solo necesitaría de una descripción más compleja, pero que intentaré extractar en lo posible.

Obra del escultor Lorenzo Collau Valera10 realizada en mármol de Macael y bronce es un gran túmulo sobre el que descansan las excelentes tallas yacentes de don José y doña Raimunda, los fundadores del Hospital. Llama la atención especialmente la delicadeza de la talla en este material tan difícil de trabajar por su dureza muy superior a la del conocido mármol de Carrara. Los frisos representan en bajo relieve personajes pobres y enfermos de la época y, en las esquinas de la cabecera, lucen dos grandes medallones de bronce con las figuras alegóricas de la Fe y la Esperanza. Centrado a los pies del sepulcro otro medallón algo más grande, podría ser una alegoría de la Caridad si tenemos en cuenta que representa a una dama que protege bajo sus brazos a los pobres y necesitados mientras amamanta a un niño; pero hay algo en lo que no terminan de ponerse de acuerdo los estudiosos porque la alegoría de la Caridad como virtud principal de la que dice la Escritura que sin ella no valen nada las otras dos, puede quedarse algo corta. Y creo que este cronista aficionado al arte, pero algo viajado, puede aportar la respuesta: Está bien la representación del medallón y se queda corta adrede para hacer reflexionar al visitante, pero quien busca más a fondo no tarda en darse cuenta que la verdadera alegoría de la Caridad es el Hospital en sí mismo11.
Medallón de, quizá la Caridad, al pie del sepulcro
de los Marqueses de Linares.

Termino la crónica del segundo día. La noche había cerrado, la lluvia ya era muy molesta y estábamos cansados, por lo que volvimos al autobús para regresar al hotel y mañana será otro día. Nos esperaba la tremenda belleza de Úbeda.


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Ábside de la capilla del Hospital de los Marqueses de Linares.


1 Es curioso observar que el definitivo asentamiento visigodo en la Península no produjo ningún daño ni desmantelamiento de las construcciones de Roma. Los visigodos veían las obras romanas con un respeto cercano al temor supersticioso. Por desgracia, los musulmanes hicieron todo lo contrario destrozando los edificios de aquella civilización para, en el mejor de los casos, utilizar los materiales para sus propias construcciones. Véanse los dos tercios de los capiteles de la Mezquita de Córdoba.

2 La invasión almorávide, con ser violentísima, no tuvo nunca vocación de permanencia sino sólo de saqueo con pretextos religiosos; y con su retirada propiciaron la aparición de las llamadas segundas taifas. Situación que cambiaría drásticamente a la llegada de los almohades.

3 La lauda sepulcral de la tumba de los hermanos, situada en la iglesia de Santa Marta de Martos, cita el año de 1310; pero todas las crónicas hablan de 1312 A. D. (Calendario actualmente usado en Occidente) o la de 1350 (Era Hispánica)

4 El Romancero dice: “Hízoles cortar los pies / hízoles cortar las manos / y mandóles despeñar / de aquella peña de Martos” Hoy día, en el lugar que la tradición dice que la jaula se detuvo con los despojos de los Carvajal está marcado con una cruz a la que en Martos llaman la Cruz del Llanto.

5 Tampoco es elegante venir a Sevilla y no saludar al Señor del Gran Poder.

6 La leyenda surgió mucho después, en la época del Romanticismo en la segunda mitad del siglo XIX. La verdad es que aquella época hizo mucho daño a la Historia en toda Europa, aunque también diera lugar a inolvidables obras de arte.

7 La remodelación de la Catedral fue debida al derrumbe del cimborrio gótico en 1525.

8 Aunque después de conocer el templo-mausoleo de El Salvador de Úbeda tengo mis dudas sobre esa apreciación porque, aunque este último fuera una obra de juventud, el detalle del arco esviado de paso a la Sacristía ya es más que digno de la consagración de un Maestro.
9Hablar de cien años en la Historia de España es indicar un período muy corto.

10 También autor del monumento a Bécquer del Parque de María Luisa de Sevilla.


11 Recordé una curiosa anécdota que viví hace algunos años en el castillo de Bunratty, en Irlanda. El responsable del castillo advirtió nuestra nacionalidad, a pesar de no hablar una palabra de español y amablemente nos enseñó a otro del grupo y a mí una gran mesa rescatada de un barco español naufragado. La mesa, claramente de la sala de oficiales, era una pieza muy grande adornada con algo de taracea. De seis patas, lucía las dos centrales talladas con las alegorías de la Fe y la Esperanza. El buen hombre se dirigió a mí preguntándome:

- Here is the Faith and the Hope but, where is the Charity? - Le contesté sin un titubeo:

- On the table, sir.

Se emocionó hasta las lágrimas con la respuesta y, tras la hora del cierre, nos condujo por lugares muy interesantes y no visitables, como la capilla y la azotea ¿Dónde iba a estar, si no, la Caridad? Pues donde hay que demostrarla: Sobre la mesa, señor.



lunes, 5 de diciembre de 2016

- JAÉN. RENACIMIENTO EN EL OLIVAR (I) -




I.- INTRODUCCIÓN.


Organizado por la Asociación de Prejubilados, Jubilados y Desvinculados de Telefónica de Sevilla y de la mano de Halcón Viajes, durante los días 25 al 27 de Noviembre de 2016 hemos disfrutado de un paseo por el corazón de Andalucía en el que hemos podido disfrutar de una pequeña parte del inmenso patrimonio histórico y cultural de nuestra tierra. Tierra que, como todos sabemos, es muy vieja y sobre la que se han asentado tantas culturas que sería imposible o demasiado arriesgado hacer una reseña detallada de todas las que la Historia ha guardado en sus registros, más otras de las que tenemos noticia de su existencia y muy pocos conocimientos de ellas; pero tampoco pretendemos aquí extendernos demasiado sino sólo fijar los hitos más importantes de este recorrido.

No podría dejar de citar en esta introducción el comportamiento del grupo de viajeros. Todos sabemos que cuando se viaja en grupo es muy difícil no encontrarse con algunos de sus miembros que, por la circunstancia que sea, retrasan o estorban el viaje por motivos de impuntualidad o, simplemente, caprichos personales. No ha sido este el caso: el grupo, formado por personas hechas toda la vida a una disciplina de trabajo, funcionaba  como un buen reloj y sin voces discrepantes, cosa que es muy de agradecer y que contribuyó de manera decisiva al éxito del periplo respecto al provecho cultural obtenido. La cortesía y la camaradería fueron tónica dominante todo el camino y ojalá que todos los grupos de viajeros supieran comportarse como el que tuvimos la fortuna de formar entre los que proveníamos de Sevilla y los que llegaron desde Almería para unirse a nosotros ya en la provincia de Jaén.

El programa era denso y la previsión del tiempo no demasiado halagüeña. No obstante pudimos librarnos de lluvias intensas que nos estropearan la excursión y la climatología fue relativamente benévola con nosotros permitiéndonos cubrir todos los objetivos previstos, aunque bien es cierto que la inmensa riqueza patrimonial de los lugares visitados hubiera requerido mucho más tiempo para sólo visitar a fondo lo más importante y el propio programa sólo nos permitió ver pinceladas que nos siguieran despertando las ganas de profundizar. Pero pinceladas suficientes para hacernos una idea de la enorme cultura depositada por los siglos en esta tierra tan privilegiada y, al mismo tiempo, tan injustamente tratada por propios y extraños.

Pero basta ya de preámbulos y entremos en materia.

Actual oficina de Turismo de Baeza. Antes, sede de los escribanos.



- II.- 25 DE NOVIEMBRE -


A las ocho de la mañana del día 25 nos recogió el autocar de la Agencia de viajes en la glorieta de El Cid, en la misma puerta del Pabellón de Portugal. Una vez embarcados los equipajes y distribuidos los asientos emprendimos la marcha y tras alguna breve parada nos encaminamos directamente a la Almazara Santa María, situada en la carretera de Jabalquinto muy cerca de Linares. Allí nos atendió su propietario y responsable máximo con una gran amabilidad y quiso la climatología ser generosa con nosotros para permitirnos ver el proceso de elaboración y extracción del aceite de oliva, del que Jaén es la primera provincia de España en producción, lo que equivale a decir que supera con creces a cualquier otra unidad geográfica del mundo en cantidad y ¿por qué no decirlo? también en calidad.

Merece la pena detenernos un poco en la importancia histórica del olivar. El árbol en estado natural, el acebuche, es muy abundante en las dos laderas del Mediterráneo, pero no adquirió la importancia actual hasta que los fenicios domesticaron las variedades aptas para la explotación comercial de su fruto dando lugar al olivo que conocemos actualmente. Poco o nada sé de aquella explotación salvo que estos comerciantes trajeron a la Península los primeros plantones cultivables y aquí se cultivó con todo éxito esa variedad del extremo oriental del Mare Nostrum. Sabemos que la dominación romana propició su cultivo más o menos intensivo, sobre todo de variedades de aceituna de mesa muy apreciadas en la dieta de todas las clases sociales; variedades que se exportaban masivamente a todos los puntos del Imperio. No pensemos que este fruto era exclusivo de las clases altas porque, si bien las más selectas y caras alcanzaban precios muy elevados, existían muchas calidades que permitían su consumo para todas las fortunas. Y como me gustan mucho las cosas de la llamada Intrahistoria, o Historia dentro de la Historia, me voy a permitir ilustrar este relato con un par de curiosidades.

La primera es que la aceituna de mayor tamaño, bastante cara, aparte de las mesas de la aristocracia formaba la base de la alimentación de los gladiadores y sus entrenadores y propietarios se gastaban sus buenos dineros en cuidar a sus pupilos a sabiendas de que una buena alimentación les permitiría afrontar mejor sus peleas que, si bien en las provincias solían ser, con excepciones, más o menos farsas no sangrientas, en la propia Roma sí que se jugaban la vida en cada combate. De ahí que el precio de un gladiador experimentado era astronómico y muy pocos se podían permitir la pérdida de sus vidas, salvo que el patrocinador del espectáculo amortizara esas bajas.

La segunda curiosidad es de aspecto más lúdico. Los teatros romanos tenían sus localidades divididas en tres categorías, como podemos comprobar en los que aun se conservan. La primera y más cercana al escenario y al espacio llamado orchestra, era la llamada Cavea Ima y estaba reservada a la clase patricia. La segunda, a media altura, se llamaba Cavea Media y allí se sentaban los ciudadanos libres sin fortunas apreciables. Finalmente, la más alta, se llamaba Cavea Summa y estaba destinada a sirvientes libres y a los esclavos. Era costumbre de la época, tanto en la Roma republicana como en la imperial, que estos últimos se llevaran aceitunas al teatro para divertirse en algo, ya que apenas podían entender lo que se desarrollaba en la orchestra por la lejanía de la misma. La diversión era comerse las aceitunas y arrojar los huesos sobre los cogotes de los patricios sentados en las primeras filas(1).

Siguiendo con la Historia, los romanos nunca usaron el aceite de oliva para cocinar. Si leemos autores de la época como Caius Apicius no encontraremos referencias a ningún aceite en sus recetas y sí el abuso de grasa de cerdo y montañas absurdas de especias violentas de importación, carísimas para la época. Por suerte para ellos, la plebe se conformaba con lentejas, habas, alubias de varias clases, aceitunas y frutas diversas que acompañaban con algún pescado asado y bien asado por aquello de la más que dudosa frescura en tiempos en los que no había nociones del frío para conservar. Todo ello con la gloriosa excepción del atún en salmuera y el popular garum, pasta hecha con los desperdicios machacados del mismo pez conservados en vinagre que se servía de aperitivo en las tabernae vinariae(2). El aceite de oliva en Roma era usado como combustible de lámparas, para usos medicinales en heridas y para cubrir los cuerpos de luchadores y hacerlos resbaladizos al adversario.

Tampoco los visigodos, con sus aportaciones más que notables a la tecnología del transporte y la metalurgia como el tonel, el estribo y el martinete hidráulico, entre otras varias, apreciaron el aceite de oliva para su rudimentaria cocina, casi más primitiva aun que la romana y los olivos se usaban como un cultivo marginal sin apenas importancia. La invasión musulmana no mejoró demasiado las cosas, ya que apenas empezaban a darse cuenta del valor nutritivo del olivo aunque, no obstante, aprovecharon la cultura visigoda del uso de la fuerza motriz de las corrientes de agua para desarrollar molinos de trigo y, por supuesto de aceitunas, en sus famosos azudes o presas de arroyos y ríos menores.

Poco a poco, muy lentamente, las terroríficas razias musulmanas contra los pobres pueblos cristianos de más allá del Duero en las que robaban todo lo aprovechable, mataban o esclavizaban a quienes no se escondían a tiempo y quemaban el resto de las cosechas, forzó al genio de los cristianos a usar ese despreciado aceite de las lámparas para cocinar las sobras que aquellos desalmados les habían dejado. Con ello nació nuestra cultura del aceite de oliva. 

Así, poco a poco, el jugo del fruto del árbol de Atenea fue conquistando las cocinas hispánicas. Nacido de la escasez, el hambre y la necesidad iba reclamando su puesto culinario y extendiéndose su uso hasta el punto de que, hacia el final de la Reconquista ya ocupaba lugares de honor en la Península y hasta los musulmanes lo adoptaron enseñándolo a usar a sus hermanos magrebíes; lo que aun se conserva y hace de la cocina marroquí la delicia que todos conocemos. La Historia avanzó y con ella los medios de transporte y almacenamiento; estos permitieron extender su uso hasta zonas antes impensables. Por último, la llegada del ferrocarril incentivó la demanda y abarató los precios al consumidor final. El resto ya lo estamos viendo.

Ahora volvamos a la Almazara Santa María.

Entrada a la Almazara Santa María.
Allí, en la almazara, se nos explicó que de la aceituna, al igual que del cerdo, se aprovecha todo y nada se tira. Desde la hoja que pueda llevar adherida en el proceso de vareo o vibrado del olivo, hasta el hueso; pasando por la pulpa y los residuos más modestos. El aceite constituye, dependiendo de la variedad y la cosecha, entre un ocho y un veinte por ciento del peso del fruto; el resto está formado por hueso, agua, piel y pulpa que recibe diversos usos que van desde combustible de biomasa hasta pienso para el ganado y abono para las plantas y la almazara es la encargada de separar y aprovechar esa  otra  fuente  de  riqueza.  Todo  muy  trabajado,  muy estudiado  y muy medido porque, salvo los 
grandes envasadores que nos toman el pelo en los supermercados con sus etiquetas fraudulentas, nadie se hace rico sólo con la extracción de aceite de oliva. Para que nos hagamos una idea, saber que de la extracción del aceite en almazara sólo se obtienen tres variedades: Virgen Extra, Virgen y Lampante o aceite para lámparas. Dejando de lado la complicación -y el posible soborno- que conlleva la primera calificación y la segunda que es la que no pasa la muy subjetiva calificación de Extra, el lampante es comprado por envasadores que lo someten a procesos químicos a temperaturas altas para convertirlo en neutro e insípido; a esa pócima siniestra le añaden productos saborizantes y colorantes con una pequeña parte de Virgen Extra de verdad y lo etiquetan como Virgen Extra. Las multas son ridículas: 5000 euros a El Corte Inglés y 20000 a Hipercor. Sale rentable la gamberrada, pero ustedes ya están advertidos.

Todo listo para el proceso de lavado, deshojado y molturación.

Tras las explicaciones llegó la cata de tres variedades que después averiguamos que se trataban de aceite en rama de primera extracción -exquisito aun sin decantar- aceite Virgen Extra certificado -excelente- y otra cosa insípida o casi insípida que recordaba al aceite. Mereció la pena la experiencia; y mucho más porque fue el aperitivo de una excelente comida que se nos anunció como ligera pero en la que sobró de todo. Lo de ligera sería porque no había nada caliente y estábamos comiendo de pie ante las muy bien surtidas mesas. No me atrevo a enumerar los platos porque fueron muchos, muy buenos y muy variados, así como las bebidas. La verdad es que mereció la pena la experiencia y nos despedimos agradecidos por la lección que nos dieron aquellos amabilísimos anfitriones que Dios bendiga. Volvimos al autobús y continuamos viaje.


Tras el primer proceso de extracción, el oro líquido comienza a fluir. Este es el único

momento en el que el aceite en rama tiene contacto con el aire atmosférico.

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Cambiamos algo los planes para evitar que el tiempo nos jugara una mala pasada y nos fuimos hacia las ruinas de Cástulo. Y para empezar a hablar de aquel lugar, como siempre, tenemos que echar mano de la Historia de España y la de -cómo no- Roma. Como decía mi admirado maestro Enrique Pareja, la Historia de España no se entiende sin la Historia de Roma, la de Francia y, añadía con cierta guasa, la de Inglaterra. No nos engañemos. Tampoco la Historia de Roma se entiende sin las Historias de los territorios romanizados aunque algunas de las civilizaciones anteriores fueran condenadas por el dominador a la pena de la Damnatio memoriae; o sea, condenados a perder el recuerdo de las obras de sus antepasados como muy bien demostraron los mismos romanos condenando a muerte por descuartizamiento al rey de Alba Longa y destruyendo la civilización etrusca. Con la civilización ibera ocurrió algo parecido porque sólo se salvaron vestigios en los asentamientos que se abrieron sin lucha a la entrada de una Roma republicana sedienta de las riquezas mineras de la Península. Este sería el caso de la ciudad que nos ocupa ahora.

El asentamiento humano descrito por Plinio el Viejo en el siglo I de nuestra era con el nombre latino de Cástulo -Castillito en latín- era una ciudad varias veces milenaria por entonces, ya que se tienen vestigios desde épocas prehistóricas en esa zona cercana a Linares y muy rica en minerales de cobre, plomo y plata. Civilizaciones que iban surgiendo en la entonces Turdetania fueron ocupándola y moldeando su distribución haciéndola cada vez más urbana en el sentido que le damos hoy día a esa palabra. Mediaba el siglo III antes de Cristo cuando los fenicios asentados en estas tierras fueron cediendo el testigo a sus parientes tunecinos de Cartago quienes tampoco andaban sobrados de recursos mineros. Como nos cuenta la Historia, unos cartagineses que hasta el momento habían sido aliados de la naciente Roma pasaron a ser enemigos de la República por un pretexto romano de la naciente potencia italiana celosa de su poderoso vecino del sur. Cástulo no iba a quedarse al margen porque ya tenía de residentes a cartagineses que comerciaban con sus productos y se alió con la potencia africana. El resultado de la primera Guerra Púnica fue la teórica victoria romana pero, como ya sabemos, fue un desastre para la recién nacida República y Cástulo se aseguró la seguridad por unos años bajo el amparo cartaginés.

Una original manera de señalización de los
romanos para ciertos establecimientos lúdicos.


Roma era tenaz, muy tenaz. Apenas una generación después del desastre, Cartago cometió el error de intentar librarse de los pequeños tributos derivados de su relativa derrota e intentó romper el yugo romano privándole de sus fuentes de minerales metálicos. Empezó la segunda Guerra Púnica y Cartago trató de llegar a Italia atravesando nuestra Península. Con esta campaña, iniciada hacia el 218 antes de Cristo y para asegurarse la lealtad de los hispanos, el propio Aníbal sella la alianza con Cástulo tomando por esposa a Hímilce, hija del reyezuelo del lugar y emprende su histórico viaje a través de los Alpes con el resultado conocido de su desastre, derrota y huida pocos años después.

Ruinas de Cástulo en proceso de excavación.
Al fondo una de la dos torres que aun se conservan,
"decorada" por algún imbécil.

Triste hubiera sido el fin de Cástulo de haber mantenido la alianza pero, el discurrir de la guerra hizo recapacitar a sus notables quienes, al ver libre su territorio de las tropas africanas, se apresuraron a hacer alianzas con Roma. La aplastante victoria de esta última libró de una masacre sin piedad a Cástulo; y sus habitantes siguieron dedicándose al comercio minero bajo el amparo de la potencia vencedora y conservando todos los privilegios y derechos de los ciudadanos de la República. Poco a poco, siglos después, esa República transformada en Imperio y, en fiel cumplimiento del testamento de su adorado tío abuelo Julio César, fue otorgada por el inolvidable Octavio Augusto(3) la ciudadanía romana a todos los habitantes de la ya denominada Hispania. Cástulo florecía de nuevo con Roma.

Cástulo. Mosaico de los Amores (Wikipedia) El autor ha usado esta foto porque la perspectiva en la que puede tomarse ahora no es la más idónea para los fines didácticos de esta publicación. Doy las gracias a Wikipedia, de la que me honro en ser  un modesto contribuyente en lo económico. Que cunda el ejemplo.

Roma cayó y con los inevitables choques con los bárbaros, la ciudad siguió su curso para volver a asentar su vigor económico bajo la dominación visigoda. Siendo los visigodos unos expertos en metalurgia no es difícil suponer que cuidaran a Cástulo y sus minas como a las niñas de sus ojos; así como que respetaran al máximo las obras de una extinta Roma a la que admiraban por su esplendor y cultura. Así, Cástulo siguió su vida sin grandes complicaciones y sin entrar demasiado en las intrigas toledanas. Pero la Historia seguía y una nueva amenaza se cernía sobre la sufrida Hispania.

Año 712. Año de la peor de las tragedias sufridas por nuestra Historia. Tarik desembarca en la Península al mando de una espantosa horda de magrebíes comandados por una docena de árabes y sirios. Es falso hablar de la invasión árabe porque los árabes fueron sólo la élite de los miles o cientos de miles de bárbaros africanos que cruzaron el Estrecho y no dejaron títere con cabeza. Fue una invasión de lo peorcito que daba el Magreb: antiguos cristianos mal evangelizados y seducidos por esa religión del desierto que les autorizaba a tener muchas esposas y destruir vidas y haciendas de los infieles al Corán. En estas tierras se quedaron en estado salvaje hasta que Fernando III y sus descendientes lograron civilizar lo que aun quedaba de musulmanes, costando demasiada sangre devolverlos a su lugar. A pesar de todo, Cástulo sobrevivió y hasta se permitió edificar fortificaciones para reforzar su antigua muralla. Una característica del Califato de Córdoba fue siempre la escasez de metales (4) y Cástulo se aprovechó de su abundancia de plata y cobre durante algunos siglos consiguiendo llegar a ver la bajada triunfal de Fernando III por el valle del Guadalquivir, ya a salvo de entradas peligrosas del siempre rival Reino de Aragón gracias al genial establecimiento por Fernando del incipiente Reino musulmán nazarita de Granada, tributario de Castilla.

Para 1248 todo estaba ya estabilizado y Cástulo podía respirar tranquila. Es un misterio de la Historia que a partir de esa fecha comienza su decadencia y su abandono. Lo cierto es que, apenas dos siglos más tarde, Cástulo desaparece del mapa. Un par de intentos de repoblación fallidos y la ciudad pasó a formar parte del archivo muerto de la Historia para dar paso al auge de la muy cercana aun incipiente Lunae Ara o Altar de la Luna, que ahora conocemos como Linares.

Cástulo no fue una ciudad sin importancia. Aparte de su venerable antigüedad contaba en la época imperial con unas muy buenas fortificaciones, varias termas, tres acueductos y un teatro. Poseía ceca propia y acuñaba moneda como queda patente en los hallazgos arqueológicos. Los siglos de abandono han propiciado el casi total expolio de sus restos, un poco esparcidos por todos los alrededores, de los que se han beneficiado casi todas las ciudades circundantes. Aunque estudiada en una relativa profundidad en los últimos cincuenta años, apenas quedan en pie los restos de dos torres de sus murallas, los incaustos de algunas termas y, lo mejor de todo lo visitable: un espléndido mosaico de doce por seis metros, de teselas finas y excelente colorido, que se halla protegido de la intemperie por una cubierta de nueva construcción. Las dos escenas centrales representan el juicio de Paris y el mito de Selene y Endimión(5), ambos enmarcados en figuras de amorcillos que representan escenas de caza y con figuras de las cuatro estaciones en las esquinas.

Aparte de estos elementos, en las ruinas de Cástulo está todo por hacer. Aunque estudiada por la Arqueología, el expolio sistemático de siglos hace necesaria una excavación en profundidad para sacar a la luz los trazados de sus calles, los restos del foro, los depósitos de agua, los cimientos de los acueductos y lo poco que pueda quedar del teatro, así como sus palacios y templos que, a tenor con la calidad del mosaico citado, debían ser de lo mejor de la antigua Roma.

Apenas quedaba ya luz solar cuando abandonamos las ruinas de Cástulo para embarcar en el autobús y dirigirnos a hacer una visita muy rápida a la ciudad de Baeza.

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Fuente de los Leones en la
Plaza del Pópulo de Baeza.

Declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad y situada justo en el centro de la provincia de Jaén, la ciudad de Baeza fue una de las primeras en ser reconquistadas por Fernando III en su triunfal campaña por el valle del Guadalquivir en la primera parte de esa campaña, allá por 1227, cuando apenas empezaba a despuntar el arte gótico en la Península y se continuaba desarrollando su antecesor románico.

Nombrada en el Romancero como “Nido real de gavilanes” hacía honor a su nombre desde la antigüedad, ya que la posesión de su fortaleza hacía de este lugar una de las llaves de Andalucía y, por supuesto, del enorme valle. Esto hizo que muchas familias nobles se asentaran en ella y empezaran a construir sus palacios; a su vez, la presencia de estas familias, su numerosa servidumbre y sus ejércitos privados, fue asegurando su economía y su esplendor. Como en todo proceso urbanístico, al principio con cautela y luego, con la seguridad garantizada por la caída del reino nazarita en 1492, fecha que casi coincide con el inicio del Renacimiento, estas mismas familias ya asentadas en sus nuevas residencias comienzan una especie de competición para construir o reconstruir sus palacios siguiendo la nueva moda arquitectónica. Por supuesto que recurrieron a los servicios del muy insigne arquitecto Juan de Vandelvira -toda la provincia de Jaén y parte de la de Granada está llena de arte con su firma- quien se encargó de muchas de las obras admirables que contemplamos ahora. Nos puede parecer imposible que un hombre que jamás pisó Italia, con sólo la lectura de los famosos libros de Vitruvio (6) fue capaz de crear estas obras, recuerdos de la Antigüedad Clásica, sin desviarse de sus cánones pero creando un estilo propio que hubiera podido ser la envidia del mismo Vitruvio.
Baeza. Puerta de Jaén.

Entramos en la Baeza monumental por la llamada Plaza del Pópulo y nos tropezamos con la famosa Fuente de los Leones al pie de la antigua muralla que aun conserva algún arco gótico de notables proporciones llamado Arco de Villalar y otro más pequeño, formando ambos la Puerta de Jaén. La fuente se embellece con una estatua femenina que algunos estudiosos sostienen que representa a la princesa Hímilce de Cástulo, flanqueada por cuatro leones ibero-romanos quizá de la misma procedencia. No podemos aventurar mucho más porque nos contaron que la dama en cuestión fue colocada allí procedente de Cástulo y que había perdido la cabeza entre las ruinas, por lo que la cabeza que vemos ahora es una invención muy posterior. Según miramos de frente a la estatua, a la izquierda nos hallamos con el primer edificio renacentista: se trata de las antiguas carnicerías reales; edificio que, hasta los años sesenta del siglo pasado, estaba situado intramuros y que fue necesario un gigantesco esfuerzo para trasladarlo piedra a piedra y reconstruirlo en el nuevo emplazamiento para reconvertirlo en sede de los Juzgados; sobre este traslado y acondicionamiento también habría para una monografía llena de curiosidades, pero el resultado fue de una belleza espectacular. Al fondo, el también bello edificio antaño usado por los escribanos y hoy oficina municipal de turismo, flanquea la antigua muralla que cierra la plaza por la derecha con el inevitable añadido de algunas casas de escaso mérito artístico.

Aun estábamos extramuros y Pedro, nuestro infatigable guía, nos hizo cruzar la muralla y subir por esas empinadas calles que conservan el empedrado medieval característico y que hace necesario el uso de calzado recio. El sol ya se había ocultado, lo que nos permitió disfrutar de la belleza de aquellos edificios iluminados mientras subíamos. Circundamos la Catedral(7) de la Natividad de Nuestra Señora, donde pasó la sede episcopal de Cástulo a la jurisdicción de Baeza en 1227, en tiempos de Alfonso VII.
Catedral de Baeza. Puerta mudéjar
con rosetón gótico.

La obra, edificada sobre la antigua mezquita aljama, apenas conserva elementos de sus épocas musulmana  y gótica primitiva. Su diseño actual plateresco en su interior se lo debemos a Andrés de Vandelvira, como tantas otras edificaciones notables de Jaén y Granada. Del exterior pudimos admirar una bellísima portada mudéjar coronada por un rosetón gótico, así como la llamada Puerta del Perdón, ya de un gótico tardío muy isabelino y de finales del siglo XV con restos de inscripciones desgraciadamente ilegibles. Pero llaman la atención las callejuelas que rodean al edificio en las que destacan un par de pasadizos a modo de puentes que comunicaban las casas de los canónigos con la Catedral. Aunque no pudimos entrar, quien esto escribe ya la había visitado en varias ocasiones y son muy dignas de destacar las huellas de Vandelvira, como la presencia de algunas bóvedas vaídas o de pañuelo y su traza plateresca en general que contrasta con las nervaduras góticas del ábside y el barroco de su Altar Mayor. Una obra testigo de los siglos con huellas de los muchos maestros que la llevaron a cabo, tanto en arquitectura como en orfebrería y artes decorativas. Para quienes puedan llegar en los horarios adecuados, también merece admirar la gran Custodia procesional de Núñez de Castro terminada en 1714. Tampoco podemos olvidar, sobre todo este cronista porque admiro profundamente su obra de forja, la espléndida reja del maestro Bartolomé de Jaén situada a los pies del templo y realizada para el cierre del coro, hoy desaparecido.
Baeza. Callejón de los Canónigos.
Portada de la Iglesia de Santa Cruz. Baeza (Wikipedia)

Seguimos nuestro paseo y nos encontramos, casi marginalmente, con uno de los muy escasos ejemplares del Románico en Andalucía: se trata de la iglesia de la Santa Cruz edificada apenas reconquistada la ciudad en 1227. No es la única iglesia románica de Baeza, ya que se conservan en buen estado las de San Pedro, San Juan Bautista y El Salvador, pero un poco alejadas del circuito que realizamos.

Frente a Santa Cruz el Palacio de Jabalquinto, uno de los más bellos de España, mandado edificar en la segunda mitad del siglo XV por don Juan Alfonso de Benavides Manrique, primo segundo de Fernando el Católico. Su traza primitiva  se  debe,  bien  a  Juan  Guas  o  a  Enrique  Egas, que  en  esto  no se ponen de acuerdo los estudiosos.


Después pasamos a la sede primitiva de la antigua Universidad de Baeza, hoy también integrada en la institución antedicha. Fundada a principios del XVI empezó siendo un colegio de primera enseñanza pero, hacia 1538 y a instancias de san Juan de Ávila, entre otros, el Papa firma una bula para su conversión en universidad, siendo una de las cuatro primeras de Andalucía junto con las de Sevilla, Granada y Osuna. Con sus grados de Bachiller, Licenciatura y Doctorado en Artes y Teología; más las ramas de Retórica, Gramática, Griego, Filosofía y Teología Escolástica añadidas en 1565,  funcionó como tal hasta que en 1824, razones demográficas y el odio de Fernando VII a todo lo que supusiera la difusión del saber, obligaron a cerrarla. De todas formas, a la vista de las dimensiones de su Paraninfo(8), no parece que su número de estudiantes fuera nunca ni la mitad de los registrados en las de Granada o Sevilla.

Fachada principal del Palacio de Jabalquinto. Baeza.

El edificio principal fue destinado en ese mismo año de 1824 a Colegio de Humanidades y después a Instituto libre, para pasar en 1875 a Instituto de Bachillerato, antecedente de llamado después Instituto de Enseñanza Secundaria Santísima Trinidad en el que Antonio Machado impartiría sus clases de Francés entre 1912 y 1919. Aun se conserva y se puede visitar el aula en la que el poeta enseñaba donde se exponen algunos de sus recuerdos de aquella etapa de su vida.

Salimos del venerable recinto para contemplar la fuente de Santa María, levantada en 1564 como culminación conmemorativa de la traída de aguas a la ciudad. Su autor, el arquitecto local Ginés Martínez, quiso darle la forma de un triple arco triunfal romano, muy a la moda de la época para ciertos monumentos.
Baeza. Fuente de Santa María.

El día había sido muy denso y los viajeros estábamos razonablemente cansados, por lo que tuvimos que dejar la visita con pena; la misma pena que este cronista siente al abandonar esos lugares cargados de historia y belleza. Abajo, extramuros, nos esperaba el autobús que nos condujo al hotel donde apenas tuvimos algo de tiempo para ducharnos y bajar a cenar. Aun nos quedaban dos días intensos y el tiempo no presagiaba clemencia.



Baeza. Entrada al claustro de la antigua Universidad.
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Notas:

1.- Quisiera pensar que esa costumbre se ceñía sólo a los teatros de las ciudades. Existían otros teatros, más lujosos, más pequeños, alejados de poblaciones y en medio de la nada, que se destinaban a representar obras de contenido iniciático o religioso. Un magnífico ejemplo tenemos bastante cerca de Ronda en el teatro de Acinipo. Obras que eran algo así como los Autos Sacramentales de nuestra época barroca. Nihil novum sub sole, dirían los romanos: Nada nuevo bajo el sol.

2.- Nuestra palabra taberna habla de tienda de vinos, algunas comidas elaboradas, cerveza, licores y poco más. En latín, taberna-ae designaba cualquier clase de establecimiento de venta de cualquier cosa; como nuestra palabra tienda, ya que el establecimiento de bebidas era llamado taberna vinaria en singular o tabernae vinariae en plural. Habría que esperar a los siglos X y XI para que la palabreja adquiriera su significado actual.

3.- La vida, obras y andanzas de Cayo Octavio Tiberino, llamado luego Augusto por la Historia, daría para una monografía muy extensa.

4.- Véase la ínfima calidad de sus monedas: Los cequíes del Califato eran apenas una fina lámina de plata con un muy deficiente cuño en que la cara inferior se reflejaba en la superior.

5.- La Mitología clásica cuenta que Endimión era nieto de Zeus que llegó a alcanzar el trono de Elida pero, destronado, se refugió en el monte y sobrevivió como pastor de cabras. Allí se enamoró de Selene -la luna- y sin que él lo supiera, fue correspondido por ella todas las noches mientras dormía. Una noche se despertó y descubrió que su amada dormía feliz a su lado. Tan feliz se sintió que le pidió a su amada que usara su poder divino para no envejecer y disfrutar siempre de su amor. Ésta recurrió a Zeus, quien concedió a Endimión no envejecer mientras dormía y sólo hacerlo mientras estuviera despierto.

6.- De Architectura Libri Decem (c. 25 a. C.)

7.- La Catedral comparte la sede con Jaén. La diócesis original de 1227 no está extinguida oficialmente y se encuentra a disposición de la Santa Sede, aunque la sucesión episcopal de Baeza se interrumpe en 1249 al ostentar su titular la sede de Jaén. En la actualidad, la titularidad más teórica que efectiva, se suele otorgar a obispos de la Iglesia de Europa oriental bajo obediencia romana, siendo el Obispo polaco Wieslav Smigiel quien, desde el 24 de Marzo de 2011, ostenta el cargo aunque sin residencia. Lógicamente es el Deán quien se encarga de la administración y de la rendición de cuentas al Ordinario de Jaén.

8.- Es curioso observar que muy pocas personas conocen el origen de la palabra paraninfo y creo necesario aclararlo. En latín se llamaba “para ninfae” al que camina al lado de la novia; o sea, al padrino de la boda. Como en toda la civilización romana, el padrino era quien corría con todos los gastos y pagaba las consiguientes celebraciones, así que con el tiempo se asoció la palabra paraninfo con la fiesta correspondiente, fuera de boda o de bautizo y más adelante con el lugar de celebración confundiendo el continente con el contenido. Así, en nuestros días, el Paraninfo de la universidad es el lugar donde se celebran los actos más importantes, festivos o no.




lunes, 25 de julio de 2016

- SANTIAGO Y CIERRA, ESPAÑA -

En el día de hoy es obligatorio hacer mi pequeño homenaje a las tradiciones. Y fíjense que voy a mezclar Historia con leyendas, lo cual es muy peligroso y, por supuesto, muy alejado de la ortodoxia; pero ¿qué quieren que les diga? Me chifla saltarme la ortodoxia cuando las cosas no están meridianamente claras y aquí hay de todo un poco, aunque les advierto que sí me voy a ceñir a las certezas y avisaré cuando hable de leyendas. Que son bonitas, por cierto.

Antes de empezar; y para el lector avisado que son todos los que se dignan acceder a este ignorado lugar, decir que la coma insertada en el título del artículo no es casual. Los mal llamados progres, que son más rancios que los fascistas baratos de los alrededores de 1930, abominan de la frase: "Santiago y cierra España". Es natural porque, al ser analfabetos funcionales en su inmensa mayoría, no saben el significado antiguo de palabras que hoy han cambiado de sentido simplemente porque la Historia ya no hace necesario cierto uso. Así, la citada frase que estos orcos que presumen de humanos, la interpretan como que al invocar a Santiago también se pretende cerrar España de influencias externas. Los animalicos se limitan a rascar en la superficie sin ver que "cerrar" significaba cerrar filas para el ataque y era una expresión muy utilizada durante la Reconquista y la conquista de América. Se concluye así que significa: Santiago y ataca, España. Expresión muy oportuna en tiempos en los que España sólo era un conjunto de reinos casi siempre mal avenidos. Pero ahora vamos a la Historia; sí, esa Historia que los de siempre ponen en cuestión pero que los hechos están ahí.

Corrían los oscuros tiempos de fines del siglo VIII cuando en Asturias reinaba un tal Mauregato; de quien se conocen muy pocas cosas antes de subir al trono que ocupó  entre 783 y 788. Se explica esa laguna de conocimientos por la bastardía del Rey, quien hizo todo lo posible para borrar su pasado antes de ceñir la corona. Pero, dada la debilidad del entonces su pequeño Reino, la crecida morisma cordobesa aprovecha para humillar más aun a los cristianos, exigiendo el impresentable y racista emir Abderramán I la entrega de cien doncellas vírgenes cristianas a su no menos impresentable y sobrepublicitado emirato de pésimo recuerdo. Mauregato cede y empieza a pagar el infame tributo hasta que un par de condes, Arias y Oveco, a quienes les correspondía entregar a sus hijas, le aplican el antiguo remedio del "morbus gothorum"; o sea, que me lo dejan clavado a puñaladas en su trono porque bien merecido se lo tenía. Sube al trono Alfonso II el Casto y liquida en batalla al enviado de Abderramán, un tal Mugait, con lo que el asunto queda parado. De momento.

Pero la cosa no acaba ahí. Si bien con la desaparición de Mauregato se acabó esa infame práctica, no tardó el emirato en volver a reclamar semejante canallada -al fin y al cabo eran lo que eran- y aprovecha otro momento de debilidad cristiana en tiempos de Ramiro I para que Abderramán II, no menos cabestro que su antecesor, vuelva a reclamar su lascivo y degenerado tributo. Ramiro, acojonado por la fuerza militar cordobesa, cede y ordena a cada población entregar un número de chicas vírgenes proporcional a su población. Casi todas ceden; pero Simancas, de ahí su nombre, entrega a las siete que le correspondían... con la mano izquierda amputada.

Ya está armada de nuevo. El cabrón de Abderramán monta en cólera, devuelve el tributo y apresta a sus orcos para la batalla. Tras una serie de tanteos siempre a su favor porque a sus fuerzas se había unido lo peorcito de África, el encuentro definitivo tiene lugar en Albelda el año 844 aunque, como siempre, la progresía rampante y de barrigota llena, niega los hechos. Allá ellos. El caso es que la morisma acaba en desbandada y el infame tributo anulado para siempre... Hasta ahora, que nunca se sabe.

Vamos con la leyenda de Santiago porque la víspera de la batalla final corrió la voz entre las tropas cristianas, bastante apaleadas el día anterior, de que Santiago iba a ayudarles. Y, en efecto, muchos creyeron verlo a lomos de un caballo blanco; blanco para variar, cortando cabezas morunas a destajo.

Leyendas; sí, claro. También es leyenda que el cuerpo del Apóstol se encuentra enterrado en la ciudad de su nombre y las misteriosas luces que vieron aquellos campesinos sobre el que fue llamado Campus Stellae donde ¡qué casualidad! parece que fue enterrado el heresiarca Prisciliano, obispo de Ávila y decapitado en Tours siglos atrás.

El resto me lo reservo para no escandalizar, pero aquí queda mi homenaje al Patrón en su día.

miércoles, 8 de junio de 2016

- REMONTANDO EL RÍO -


Algo que siempre quise hacer y lo iba posponiendo durante muchos años, por fin lo he logrado: Quería hacer el viaje en barco desde Sanlúcar de Barrameda hasta Sevilla. Así que haré una crónica rápida de mis impresiones.

Empezaré diciendo que, para muchos, cinco horas metido en un barco fluvial puede ser muy aburrido. No fue así para mí porque, más que mirar, prefiero ver. Siempre me acuerdo del aforismo de Antonio Machado refiriéndose a esos que no saben ver:

Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra
hartos de mirar sin ver.

Ático del retablo principal y bóveda central
de la Iglesia de San Jorge,hoy del Rocío,
de Sanlúcar de Barrameda.
Con ese objeto, el domingo 5 de Junio me fui a Sanlúcar en autobús en un viaje concertado y multitudinario. Salía bastante más barato que organizar una expedición para mí solo y tuvo que ser así. La mañana transcurrió en visita turística a la villa para volver a ver por fuera los palacetes de la época dorada de los Montpensier, algunos de ellos muy bien conservados. También tenía curiosidad por entrar en la actual iglesia del Rocío porque, al haber sido construida por británicos en tiempos de Enrique VIII y su hija Isabel I, así como por estar dedicada a san Jorge, dicen las crónicas que tuvo el único ejemplar de alfarje Tudor de la Península que, además, en honor de su santo patrón, estaba tallado imitando las escamas draconianas de la leyenda de dicho Santo. Por desgracia, cuando el edificio fue entregado por la Iglesia Católica de Inglaterra a la Hermandad del Rocío, dicho alfarje desapareció y hoy día, salvo el retablo mayor, bien poco se conserva de su estado original. Para mayor desgracia, ese retablo del que acabo de hablar está casi tapado por un simpecado rociero que le pega al conjunto como dos revólveres al cinto de un Crucificado. Sin comentarios.




El bello gótico tardío de las Covachas de Sanlúcar.
(En restauración)
También subí a lo que fue la fortaleza, sobre todo para echar un vistazo a las covachas -hoy en feliz restauración ¡Ya era hora!- y al palacio de los Montpensier, aunque no pude entrar por estar cerrado y por la premura de tiempo. Un vistazo rápido a las portadas góticas de la iglesia de la O y vuelta a la parte llana para comer.

La comida no fue mala, pero muy lejos de lo que se puede esperar en Sanlúcar. Un arroz algo seco que llamaban caldoso -nada que ver con el de Bajo de Guía- y un pescado frito que tampoco tenía que ver con el de la tierra: En vez de las esperadas acedías te servían gallos pequeños de los que despectivamente llamamos tapaculos en esta tierra y te los acompañaban con tiras de chocos foráneos de Dios sabe dónde más un extraño adobo no identificable. Lo más blasfemo fue el vino: Una cosa llamada de Gredos pero que procedía de Lérida y había que mezclar con gaseosa para poder tragarlo. Si querías manzanilla de la tierra la pagabas aparte ¡La madre que los parió! Pero todo sea por la cultura. Tenía hambre y ninguna gana de armar el más que merecido escándalo.

Acabó la cosa y nos dirigimos a la playa. Allí nos recogió una gabarra porque, al no haber embarcadero decente, sería ese transporte el que nos llevaría hasta el barquito de verdad que se llamaba Luna de Sevilla. En medio del río la gabarra se adosó al Luna, tendieron un puente y pasamos por fin al barco que nos llevaría de vuelta. En la aglomeración de la entrada, un pedazo de maricón declarado -me enteré después de tal condición- trató de empujarme más de la cuenta y, con toda educación, le dije que no lo hiciera. Se puso a chillar como una rata pisada y tuvieron que calmarlo sus amigas a las que servía de bufón cascabelero aunque, el muy bujarrón procuró darme el viaje acercándose donde yo estaba para escuchar mis conversaciones y tratar de intimidarme. No consiguió su objetivo.

Hacía calor en la cubierta de abajo y me acomodé en la superior bajo la toldilla. Hice bien porque en la cubierta de abajo había un pequeño escenario en el que actuaba un grupo ¿musical? que, al ver la edad de la mayoría de los presentes, se puso a cantar boleros y cosas infumables de los años cincuenta. Parece mentira lo que le gusta el baile a una vieja y allí había un montón de ellas haciendo sus artríticos movimientos en patético espectáculo. Gracias a Dios que sólo estuve el tiempo necesario de pedir un café y llevármelo para arriba a toda prisa y así me evité pesadillas nocturnas y una más que probable depresión.

A babor, Doñana.
Vuelvo a la descripción del camino fluvial. A babor la imponente visión de la mole arbórea de Doñana que, poco a poco iba dejando paso a la marisma y a estribor la sucesión de construcciones cada vez más escasas que nos indicaban que estábamos ya en pleno campo. Anclados a ambos lados, muchos barcos langostineros; unos con sus redes recogidas y otros con ellas desplegadas a punto de empezar a faenar esa misma noche. Poco a poco pasaban a estribor las boyas señalizadoras que, a modo de mojones de carretera, nos indicaban la distancia en millas desde Sanlúcar. Al otro lado empezamos a ver la sucesión de islas de las que el gran Fernando Villalón escribió aquella magistral terceta:

Islas del Guadalquivir
donde se fueron los moros
que no se quisieron ir...

Campos de arroz a ambos lados. Enormes extensiones de cultivos en los que, además, se experimenta con éxito con especies tan foráneas como la estevia y la quinoa. El río está vivo y bien vivo como lo demostraban los cientos o miles de peces que saltaban del agua al paso del barquito. En la margen opuesta a Doñana, a estribor de nuestra marcha, montones de árboles cuajados de nidos de todos los pájaros posibles, amén de torres construidas exprofeso o habilitadas para colocar encima nidos de cigüeñas. Las garzas, garcetas, gaviotas y otras especies más se estaban inflando de pescar al vuelo y las rapaces sobrevolaban todo en busca de ratones del campo o, si se terciaba, alguna incauta avecilla pescadora. Como detalle insólito, al menos para mí, vimos a dos cigüeñas pescando al vuelo con un éxito notorio y sin mojarse las patas.

El río está bien vivo. Incluso había chavales practicando esquí acuático remolcados por barcas veloces. Pensé en ese Parque de Doñana estúpidamente ahogado por el exceso de arbolado que más pronto que tarde lo asfixiará del todo y lo convertirá en un tremendo campo lleno de víboras. Pero, eso sí: Los ecolojetas de siempre se oponen a una intervención más allá de lo que haga la ciega zarpa de la Naturaleza ¿Cómo pretenden que sobreviva allí un animal tan delicado como el lince si no dispone ni de espacio para moverse y cazar entre tanta madera apelotonada? ¿No se dan cuenta que otros animales tan emblemáticos como el ciervo, el corzo y el jabalí son cada vez de menor tamaño y peor salud debido a la endogamia forzosa a la que están sometidos? Y en cuanto al río, quisiera saber cómo han sobornado a quienes han prohibido la pesca y explotación de una especie tan nociva para el río y sus animales como el cangrejo rojo. Dejar en paz esas alimañas supondrá que, a medio plazo, se obturarán los sistemas de riego de arrozales y resto de cultivos, se acabarán las antes abundantísimas angulas que son pasto de esos monstruos colorados quienes de paso, también, se cargan las puestas de huevos del resto de peces. Pero los sinvergüenzas estos subvencionados están felices porque así acaban con la economía de la zona y obligan al siempre castigado campesino andaluz a vivir de los míseros subsidios impidiéndole lograr el sustento con su trabajo honrado.

Entrada a la exclusa
desde el sur.
Apertura de la compuerta
de la exclusa hacia el norte.
El río está vivo, sí. No lo estará mucho tiempo si la ignorante, o algo peor, cerrazón administrativa, sigue impidiendo el necesario dragado de profundidad que lo limpie de limos y permita el paso de buques de carga y pasaje de tamaño mediano que, a través de la nueva exclusa, puedan acceder a un puerto que languidece. No se dan cuenta estos malnacidos que matando la economía de Sevilla y su comarca se condenan a sí mismos. Al parecer no les importa. Prefieren que nos hundamos en el barro y sigamos dependiendo de la caridad ajena para seguir tildándonos de vagos inútiles andaluces.

Arranque del vano central del puente de San Paquito.
Sumido en estos pensamientos empezamos a ver a babor algunos pueblos. La Puebla del Río, Coria del Río y su paseo fluvial que enlaza con Gelves. Más allá, la nueva y reluciente exclusa nos esperaba con el semáforo en verde y allí pasamos por la compuerta sur parando su marcha el Luna ante la compuerta norte. Tiempo de trámites, cierre de la compuerta sur, equilibrado de alturas y apertura, por fin, de la compuerta norte que nos permitió seguir viaje. Al poco, la inconfundible silueta del gigantesco Puente del Centenario que los sevillanos guasones llamamos de San Paquito por su remoto parecido con el Golden Gate de San Francisco, al que supera en altura pero ni de lejos en el número de vanos. Poco más allá, el Puente de las Delicias que daba paso al muelle turístico para barcos casi medianos, pero el nuestro era demasiado pequeño para detenerse y pasamos también bajo el de Los Remedios, antes del Generalísimo, así como también bajo el de San Telmo, para atracar al pie de la Torre del Oro, final de nuestro viaje y casi en pleno centro de Sevilla.

No sé para otras personas, pero no fue nada aburrido para mí el tiempo de travesía. La recomiendo.
Anochecer ante el puente de San Paquito.
La aguja del fondo un poco a la izquierda es la inconfundible silueta de la Giralda.


martes, 17 de mayo de 2016

- PARA MIS AMIGOS -



No me voy a callar, aunque mis voces
quizá no sean oídas ni apreciadas
y sólo encuentre enfrente las miradas
de quienes siempre están pegando coces.

No me voy a asustar de las feroces,
tremendas amenazas vomitadas
por bocas, que en el odio cultivadas,
destilan sus venenos tan atroces.

Yo seguiré clamando en el desierto;
porque desierto es lo que he encontrado
y poco más he visto ser tan cierto.

Pero ese poco más se me ha otorgado
para saber que vivo; que no he muerto
ni mucho menos vivo silenciado.