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jueves, 27 de marzo de 2014

El origen de la tapa

Se ve cada cosa producto de la ignorancia que da vergüenza ajena, pero que pasa desapercibida porque la gente no se da cuenta. Así me explico yo la clase de gobiernos que padecemos.

Pero no voy a hablar de política porque acabo de cenar y no quiero vomitar. Hablaré de algo que acabo de prometerle a mi hermana y suelo cumplir mis promesas cuando me dejan. Por ello voy a tratar de ilustar el origen de la tapa y el porqué de su curioso nombre que no tiene nada de caprichoso.

En la Sevilla de principios del XX y hasta muy avanzado tal siglo, existió en la calle Sierpes un lugar llamado Café Madrid que hasta yo conocí y frecuenté en mi juventud como pésimo aficionado al billar que fui. Aquel lugar era muy grande y su principal atractivo, como ya he dicho, era que tenía bastantes mesas de billar que casi había que reservar hora para usarlas, tal era el éxito del negocio. Acudíamos aficionados y profesionales de ese divertido deporte y también una buena pandilla de maricones que se apostaban al lado de la barra para disfrutar viendo posturitas. Eso lo supe después y no volví ¡Faltaría más!

Pues bien, apenas comenzado el siglo había en Sevilla un señorón de los de antes que, aquejado de obesidad mórbida como se dice ahora, los médicos le recomendaron un ejercicio moderado como el billar, por ejemplo. Nuestro gordinflón les hizo caso y allá que fue todos los días a echarse su partidita dándole al taco.

El remedio medicinal tuvo tanto éxito que el buen hombre se aficionó y se pasaba las horas en el Café Madrid dale que te pego a las bolas sobre el tapete. Tantas horas se tiraba allí que a media mañana sentía hambre y como en el Café no se servía comida, mandaba al botones a una taberna cercana a por una copa de buen vino dándole la siguiente orden:

-Me traes una copa de vino pero bien tapada con su tapa ¿Eh?

El botones cumplía fielmente el encargo y llevaba a su ordenante la copa de vino tapada con una hermosa loncha de jamón del mejor. No sé si en aquellos tiempos existía con el precio del jamón el mismo cuento de ahora, pero nuestro protagonista no estaba para reparar en gastos.

El caso es que se puso de moda entre los señoritos de la época pedir el vino con su tapa correspondiente. Del jamón se pasó a los embutidos y así se llegó a una serie de platitos pequeños deliciosos que los camareros recitaban de memoria sin parar ni respirar en cualquier bar o taberna que se preciara y que, más o menos, decía así:

-Calamares fritos, calamares a la riojana, merluza frita, merluza a la vasca, bacalao frito, bacalao al pil-pil, boquerones fritos, boquerones en vinagre, acedías fritas, gambas a la plancha, gambas rebozadas, chipirones plancha, tortillita de camarones, riñones al Jerez, huevas fritas, huevas con mayonesa, mero empanado, pez espada a la plancha, filete empanado, solomillo con papas, carne con tomate, carne mechada, jamón, queso, chorizo, salchichón...- Sin olvidar que, en temporada, no podían faltar los gloriosos caracoles y las cabrillas, deliciosos gasterópodos de especies muy diferentes que se confunden por sistema fuera de Andalucía la Baja.

El tiempo pasó y cerró el Café Madrid. En su lugar existe hoy día un horror muy moderno que más vale no mencionarlo. Pero sigue existiendo la calle Sierpes y la implacable memoria de los que vivíamos entonces y que ya falta poco para que nos extingamos para que venga a reclamar la paternidad de la tapa cualquier idiota de cualquier parte con su porquería llamada "Cacafú de la vaca a la reducción de la salsa de ostras con vino Pedro Jiménez y su santa madre" y te cobre por esa guarrada un chaparrón de euros.

¿Tapitas a mí? ¡Amos, anda!

1 comentario:

Revera dijo...

No está nada mal una tapa de jamón para la bebida. La trascendencia que ha tenido... Slds.