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lunes, 6 de octubre de 2014

CRÓNICAS CHECAS (I)



Escudo de la República Checa.
En él figuran los de las tres regiones de Bohemia, Moravia y Silesia.


En estas líneas pretendo hacer un resumen del viaje realizado a la República Checa durante los días 28 de Septiembre al 4 de Octubre de 2014. En absoluto se tratará de una crónica exhaustiva, sino que serán pinceladas un poco a vuela tecla de ese viaje.

- 28 de Septiembre de 2014 -

Los vuelos a la República Checa no salen del aeropuerto de San Pablo de Sevilla, por lo que tuvimos que darnos un buen madrugón para subirnos al AVE que nos dejaría en Madrid dos horas y media después. Una vez en Atocha nos recogió un autobús para dejarnos en la diabólica Terminal 4 del aeropuerto que ahora se llama Madrid Barajas Adolfo Suárez; el aeropuerto de Barajas de toda la vida, para entendernos.

No tengo buenos recuerdos de la Terminal 4. Más que una terminal de aeropuerto ha sido para mí una pista de carreras cargado con el equipaje porque, cuando he tenido que hacer allí algún transbordo, las puertas de salida y embarque estaban lo más separadas posible y los horarios lo más ajustados que se pueda imaginar, todo ello agravado por los sempiternos retrasos de la llegada y los posibles controles de policía en el desembarco de vuelos internacionales. Pero en esta ocasión no había que hacer transbordo allí porque el vuelo era directo Madrid-Praga. Otro gallo nos hubiera cantado de salir desde San Pablo y tener que transbordar en esa pesadilla de T-4.

Tras pasar la facturación y el engorro del control de policía, embarcamos sin más problemas en un incómodo Airbus A-319 de Czesc Airlines en el que, como era de esperar, nadie hablaba español y había que echar mano del inglés como lengua franca para entendernos. Con un poco de aprensión observé que el avión llevaba unos cuantos remiendos en los alerones y en parte del fuselaje, pero me tranquilicé pensando que era mucho mejor un remiendo reciente que una vieja avería encubierta muy bien pintada.

No fue mal el vuelo. El aparato llevaba unas pantallas relativamente cómodas en las que veíamos muchos detalles impresionados sobre un mapa en el que se mostraba el avance del vuelo en tiempo real. Así, conocíamos en todo momento datos sobre el rumbo, los radiofaros por los que pasábamos, la altura, la velocidad, la temperatura exterior y las distancias a los puntos de partida y llegada. El mapa ayudaba a identificar los lugares sobre los que volábamos y así pude identificar montañas, ríos, algún glaciar alpino, la región del Tirol en la que se adivinaba Innsbruck en la distancia y fue una pena que las montañas y la visibilidad no nos permitieran siquiera atisbar Salzburgo. Por fin, una gran sucesión de edificios que salpicaban el paisaje con un color de sus tejados que, vistos desde el avión parecían de cobre bruñido, nos anunciaba que entrábamos en la República Checa.

 Aterrizamos en Praga y, justo al pararse el avión, sonó por los altavoces esa bella parte del poema sinfónico de Smetana llamado Ma Vlast (Mi Patria) dedicado al Moldava. Fue un buen recibimiento que muchos agradecimos recordando que todo lo que en su día fue el Imperio Austrohúngaro es un gran vivero de grandes músicos de los que sus nativos se sienten justamente orgullosos; y que la música en todas sus variantes, pero en especial la clásica desde el barroco hasta la actualidad, se cultiva y aprende por todos desde la más tierna infancia. En ese sentido me dan mucha envidia, todo hay que decirlo.

La recogida de equipajes se efectuó sin problemas y un autobús nos esperaba para llevarnos al muy céntrico hotel Amarilis en la calle de San Esteban (Stepanka) donde nos alojamos durante todo el viaje. Un rato no muy grande para descansar y deshacer las maletas y luego salimos a pie a recorrer parte del centro al anochecer. Estábamos a unos veinte minutos andando del famoso puente medieval llamado Puente de Carlos (Karlov Most) en honor al Rey Carlos IV que cruza hasta la Ciudad Vieja.

Llegados hasta aquí, tenemos que aclarar que Praga está formada por varios conjuntos urbanísticos, por lo que no se puede hablar propiamente de un centro de la ciudad, sino de varios centros situados en cada uno de estos conjuntos. En su día, algunos de ellos, hasta tuvieron ayuntamientos independientes; algo así como pasaba en la España medieval en la que los barrios judíos, moros y cristianos, tenían sus propias murallas y sus propios regidores, abriéndose todos ellos a una plaza central. Aun se conservan trazas de este curioso urbanismo en ciudades como Pamplona.

Según nos dijeron, Praga se asienta sobre suaves colinas; pero ¡vaya con la suavidad! Para un sevillano, encontrarse con una cuesta en una ciudad le suena a blasfemia. Quizá no nos demos cuenta que Sevilla, junto con Cádiz y las ciudades del corredor del Henares de Madrid, es de los pocos sitios llanos que se urbanizaron desde tiempos inmemoriales; el resto de las ciudades del mundo no son tan propicias a las bicicletas. Por desgracia. Pero Praga es una de las ciudades más bellas del mundo y muy pronto íbamos a descubrirlo.


El reloj astronómico de Praga

Otra cosa que me sorprendió fue la cantidad de joyerías. No sé si Praga será la ciudad de Europa con más joyerías por unidad de superficie, pero no andará muy lejos el cálculo. La razón la iré exponiendo en estas Crónicas tomada de las explicaciones de nuestros guías. Y tiene mucho que ver con la caída de la Unión Soviética y el afloramiento de inmensos capitales de orígenes sucios en Rusia.

Anochecía cuando llegamos a la plaza de Staromestske o de la Ciudad Vieja, sede del antiguo Ayuntamiento, donde está situada una de las curiosidades de Praga que más atraen al turista. Se trata del reloj astronómico; llamado así porque no sólo marca las horas sino que también muestra las posiciones del sol y la luna, las estaciones, los signos del Zodíaco y algunas cosas más. Está flanqueado por unas figuras representativas de la Vanidad, la Avaricia, la Muerte y la Lujuria. Sobre la esfera se abren dos ventanas por las que, al dar las horas, se asoman doce figuras que representan a los doce Apóstoles. Corona el conjunto la figura de un gallo dorado.

Al dar las horas, la Muerte toca repetidamente una campana y coloca en posición horizontal su reloj de arena, volviendo a su estatismo al acabar las campanadas horarias. Entonces, el gallo canta y los turistas apaluden el espectáculo. El mecanismo del reloj es de 1410, hecho por el maestro relojero Nicolás de Kadan y el matemático Jan Sindel, mientras que el resto de los mecanismos y figuras fueron añadiéndose a lo largo de la Historia. Este famoso reloj fue casi destruido durante la invasión soviética de 1945,cuando los alemanes concentraron el fuego en la parte vieja de la ciudad en represalia por la propaganda que se emitía desde allí.

Nos fuimos al centro de la plaza y allí pudimos contemplar la estatua levantada en honor de Juan Hus(1), precursor de Lutero que fue quemado en la hoguera durante el Concilio de Constanza el 6 de Junio de 1415. En su honor, la fiesta nacional checa se celebra precisamente ese día, lo que costó algún roce importante con el Vaticano hasta que la figura de Hus fue rehabilitada por Juan Pablo II tras la caída del bloque soviético y la recuperación de las libertades en la entonces Checoslovaquia. En un rincón de la misma plaza se alza imponente la mole, casi tapada por un edificio de principios del XX, de la iglesia gótica de Nuestra Señora de Tyn, antiguamente iglesia principal del movimiento husita, además de la barroca iglesia de San Nicolás que está en restauración y pertenece a los últimos y escasos seguidores actuales de Juan Hus.


Tapadas por un edificio modernista con base neogótica y otro neorrenacentista,
se asoman la torres de la iglesia de Nuestra Señora de Tyn.

Seguimos andando y nos fuimos hasta el puente de Carlos, donde pudimos ver una de las tres torres góticas que lo limitan. Este puente se comenzó a construir en 1357 y se acabó a mediados del siglo XV uniendo la Ciudad Vieja con la Ciudad Pequeña o Malá Strana. En la Ciudad pequeña se alzan las otras dos torres que flanquean ese extremo del puente. Era casi la hora de cenar y no lo recorrimos entero, sino que sólo llegamos a la altura de la estatua de san Juan Nepomuceno, a unos trescientos metros de la puerta de la Ciudad Vieja, volviendo luego al hotel para la cena.


Torre de entrada al Puente de Carlos desde la Ciudad Vieja.

No estuvo nada mal para ser el primer día. De la cena no hablo porque ya tengo alguna experiencia de las comidas centroeuropeas y es mejor correr un tupido velo sobre la opinión que le merece al fino paladar sevillano. Salvo las comidas en general, en todo lo demás fue un bellísimo e inolvidable viaje.

(1) Para más detalles sobre este personaje, véase mi obra Otra Historia de las Religiones. Cap. VI.


Estatua de San Juan Nepomuceno en el Puente de Carlos.
Una turista cumple con el ritual supersticioso de tocar los bronces de su basamento.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Chulísimo. Espero la segunda parte.

Anónimo dijo...

Buena crónica,como si estuviese allí,esperamos.......