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jueves, 10 de abril de 2014

Curiosidades de la imaginería de Semana Santa.



Debo confesar que soy un sevillano atípico. Me marea el barroquismo y de joven me escandalizaba ante el derroche de boato y lucimiento de imágenes y pasos; así como no podía comprender -ni comprendo aun, salvo para alivio de costaleros- el acompañamiento musical de dichos pasos que siempre incluyen banda de cornetas y tambores para las imágenes de Jesús y banda completa para las de la Santísima Virgen. Con esto no quiero decir que sea iconoclasta ni ateo, sino que no me imagino tales elementos como representación de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor más allá de las ganas de lograr un efecto estético que, queramos o no, es bellísimo si sabemos despojarlo de su sentido de tragedia y esperanza.

Pero no me voy a parar en la parafernalia barroca de respiraderos, palios, reposteros, llamadores, cirios, túnicas mantos, coronas, potencias, música... más el olor a incienso, azahar y cera que conforman la atmósfera mágica que envuelve estos irrepetibles desfiles y que los hacen tan atractivos con independencia de las creencias y religiosidad del espectador. Además, es de todos conocido que un buen porcentaje de los nazarenos que acompañan a las sagradas imágenes a la Catedral en sus caminos de ida y vuelta, son ateos confesos y lo hacen por seguir la tradición. Aquí pretendo sólo hacer una pequeña crítica de la imaginería clásica.



Para empezar, algo que sabe todo el mundo pero que, salvo el Cristo Sindónico del Profesor Miñarro -auténtica obra del arte realista de nuestro tiempo que os muestro- bien pocas son las imágenes que tienen los clavos colocados en las muñecas como era lo habitual en las crucifixiones. Todas las imágenes de crucificados tienen los clavos taladrando las palmas de las manos, circunstancia que no hubiera permitido sostener el peso de ningún cuerpo colgado en una cruz. Y en eso tenían sobrada experiencia los romanos.


Pero hay algo que no se conoce demasiado. En la iconografía tradicional se representa a Jesús con la Cruz a cuestas con el Divino Reo portando sus dos palos. Esto es un error de bulto porque, de ser así, obligaría a los sayones a hacer un agujero en el suelo, elevar luego la Cruz con el peso adicional del Condenado, colocarla en su sitio y apisonar la tierra alrededor. Hay que tener en cuenta que este tipo de suplicios terminales y especialmente sádicos estaba encargado a unos pocos individuos capaces de llevarlo a cabo sin desmayarse y no había demasiados soldados dispuestos a ello; así que la técnica era muy diferente:

En el lugar de las ejecuciones ya existían los palos verticales dispuestos desde hacía tiempo (Monte de las Calaveras; por algo se le llamaría así) Los reos cargaban sólo con el palo transversal, la cruceta o cruz, a la que eran clavados por las muñecas una vez llegados al pie del palo del que iban a ser colgados. Una vez hecha tan repugnante operación del clavado, un par de hombres fuertes izaban al condenado hasta que el travesaño quedaba fijado en la parte superior de dicho palo vertical o en alguna entalladura o saliente del mismo si la ejecución se hacía sobre un árbol. Sólo quedaba entonces clavarle los pies a un soporte de madera que también ya estaba fijado al repetido madero vertical, operación que se solía hacer con un solo clavo forzando la postura de los pies del ajusticiado.

Otra cosa más que llama la atención en la iconografía clásica es el perisoma o paño de pureza. Simplemente no existía. Los romanos exponían desnudos a los crucificados, ya que uno de los objetivos de tal tormento era someter a la víctima al escarnio y vergüenza públicos. Ni el puritanismo judío pudo con tan sádica costumbre. Probablemente, Jesús murió completamente desnudo en su Cruz.

Bien, pues ya podemos mirar con algo de pena la imagen de Simón de Cirene ayudando a Jesús a llevar su Cruz. El pobre Simón no lo ayudó, sino que fue obligado a llevarla entera él mismo porque el Divino Reo ya agonizaba por el camino tras la espantosa paliza de su flagelación. Y el centurión se estaba dando cuenta que no llegaba vivo al Gólgota y que iba a privar del espantoso espéctaculo al populacho que reclamaba el suplicio.

Sigo sacándole los colores a la iconografía, ateniéndome a los textos sagrados de manera escrupulosa. Y ahora le toca el turno a la Verónica. Curioso personaje del que no hay ni rastro en los Evangelios canónicos y sí en los apócrifos. Os invito a buscarlo y en parte alguna aparece ninguna piadosa mujer que enjugue el rostro del Señor camino del Calvario. Sí de muchas que se lamentan ante su desgraciado aspecto y su atroz destino. Sin embargo, la existencia de Verónica es tomada casi como dogma de fe y aparece un poco por todas partes cuando se relata el camino al Calvario. Curioso también su nombre que parece proceder, bien de "Vera Iconia" (verdadera imagen) o de Berenice, nombre frecuente en la zona y en la época y que hasta le costó un disgusto a Tito treinta y tantos años después. En cualquier caso, al no aparecer en los textos oficiales me da pie a pensar que fue sólo una piadosa invención sin más motivo que el de presumir alguien de poseer una verdadera imagen de Jesús.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Leo. Ilustrativo todo. Como siempre un maestro José.

José Antonio Utrera dijo...

Gracias, Leo. Como siempre tan amable conmigo. Un beso gordo para tí.