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sábado, 31 de marzo de 2018

- SEMANA SANTA DE SEVILLA (VIII) -



- SÁBADO SANTO -

Sevilla es barroca, no lo olvidemos. Y el arte barroco, entre otras cosas, se caracteriza por la exaltación de hasta el más mínimo detalle y por no darle ninguna oportunidad al vacío. Se puede decir que es una representación teatral llevada al límite que fue creada y alentada para ilustrar con toda su fuerza a las personas que, por cualquier circunstancia, no tuvieran acceso a la lectura de los textos sagrados. Por algo nos acusan de exagerados y creo que, a veces, con toda la razón. Pero dejemos aquí esa procesión de procesiones que es el Santo Entierro, en la que participan representaciones de todas las demás hermandades de Sevilla más autoridades civiles, militares y de fuerzas de seguridad en un vistoso cortejo muy del gusto nuestro y para escándalo de extraños y que, para colmo, llevan sobre uno de sus pasos a una imagen de la Muerte cabizbaja y sentada sobre el mundo en actitud pensativa porque sabe que ha fracasado en su aparente triunfo. Pero no nos olvidemos de nuestro objetivo principal. Todos ustedes saben que no estoy aquí para exaltar la belleza de los pasos de tal o cual Hermandad, sino para hablar de nuestra Semana Santa y en ello sigo.

Pocos se plantean qué significa esta aparente calma del Sábado Santo. Parece como si Jesús se hubiera quedado en su tumba prestada y allí descansa y nada más. Creo que no podemos estar más equivocados si pensamos así. Ahora, si me lo permiten, dejo por un momento al Evangelista que nos ha hecho de guía y tomo prestadas las palabras que el Príncipe de los Apóstoles nos dejó en el capítulo tercero de su primera Epístola. Dice así sobre este día:

Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu. En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados

Añadiendo en el capítulo cuarto que:

Por eso hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva

Van cobrando sentido las palabras del Credo de Nicea en las que se nos dice que, tras su muerte, Jesús descendió a los infiernos. No sabemos si en el sentido que ahora le damos a la palabra maldita o en el que tenía cuando ese Concilio de Nicea que sólo se refería al “ínferos” o zonas inferiores pero, en cualquier caso, de esas frases se deduce que el Maestro no se quedó descansando tranquilo hasta la hora de su Resurrección.

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El triunfo del enemigo en derrota se ha tornado: ha muerto el Hijo del Hombre por insidias del Malvado. Mas esa muerte se ha vuelto en victoria que ha logrado un Hombre-Dios que su carne ha dado por los pecados de una humanidad caída; del Hombre ya desahuciado.

En el Reino de la Muerte, el Hombre-Dios se ha encontrado. Viene también como un Muerto, pero un Muerto señalado para sacar a los muertos de la muerte del pasado. El Enemigo se aterra con su poder fracasado: Caído en su propia trampa, la muerte lo ha derrotado. La muerte del Hombre-Dios, que siendo Dios es Humano.

Vencido su poderío, adora al Recién Llegado. Hace poco pretendía por su Dios ser adorado, cuando en figura de hombre el Hombre-Dios fue tentado para que, sin sufrimientos, fuera por siempre alabado como Rey de un pobre Mundo; pero no un Mundo salvado, sino esclavo de poderes que de Dios fueran extraños.

Hace tiempo el Enemigo, cuando el hombre fue creado, cegado por la soberbia, contra Dios se ha rebelado negándose a respetar lo que Dios hubo creado, que a los ángeles iguala y del polvo ha levantado. Un Príncipe, como era, tiene que ser respetado y será Dios el primero en respetar lo pactado. El mundo quedó en sus manos y se sintió abandonado aquel hombre desvalido que su Dios había expulsado de una tierra de delicias, condenándolo al trabajo y a sufrir las intemperies y a comenzar desde abajo. El Enemigo, contento: Sangre y sudor sin descanso atenazaban al hombre, aquel hombre tan odiado por ser obra de aquel Dios donde se ve reflejado. Pero Dios, al expulsarlo, promete a aquel desgraciado que algún día la serpiente que lo había traicionado se quedará sin poder por obra de un Ser Humano.

Para Dios nada es el Tiempo, ya que es obra de sus manos. Infinitas recaídas dan razón al Adversario quien, como dueño del mundo, siembra traiciones y engaños a sabiendas que algún día su poder habrá acabado. Mientras tanto, se gloría en humillar al humano: Muerte, destrucción y miedo, sangre, lágrimas: esclavos. Así cobra su tributo quien a Dios ha traicionado vengándose en la figura que el propio Dios ha formado para ser su semejanza y que él tiene esclavizado. Cree ser dios y demuestra que su poder es malvado aplastando a la semblanza de su Dios que ve lejano.

Mas recibe la visita de un pobre Crucificado que demuestra ser quien Es sin dejar de ser Humano. Siente el poder de su Dios y se arrodilla a adorarlo ¿Qué más le puede ofrecer? ¡No ha podido sobornarlo! ¿Qué puede ofrecer ahora al Dios que lo ha derrotado? Tiemblan las puertas cerradas ante aquel Recién Llegado quien pasea por su reino como Señor que ha ganado una guerra muy antigua, sin dejar de ser Humano. ¿Qué puede ofrecerle a un Hombre que no viene encadenado? Vencido por su Poder, el Enemigo humillado tiene que reconocer que aquel Hombre tan odiado es muy superior a él y como Dios se ha mostrado. Y como Dios ha venido sin dejar de ser Humano para ser reconocido y para ser adorado.











1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta.