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martes, 10 de junio de 2014

- TECNOLOGÍA VISIGODA (I) -

A estas alturas no resulta fácil enumerar la cantidad de conceptos equivocados que tenemos sobre los hechos históricos. Este cúmulo de errores unido al desconocimiento general de nuestro pasado, hace inevitable que nos sintamos algo avergonzados cuando descubrimos ciertas cosas que chocan frontalmente con nuestras ideas preconcebidas. Nosotros, como legos en la materia, apenas si tenemos alguna responsabilidad de este despiste general pero, a veces, los propios historiadores profesionales son los culpables directos del mismo, ya que muchos se han dedicado a divulgar su materia limitándose a consultar fuentes de otros historiadores más antiguos que ellos, quiénes ya tenían bastante trabajo con ordenar cronológicamente los hechos que conocían, como para encima dedicarse a hacer la crítica de los mismos y de las fuentes anteriores.

Aquí vamos a referirnos a un pueblo invasor tachado de bárbaro con cierta justicia pero no con toda, ya que los humildes o no tan humildes inventos que, suyos o importados, trajeron a la civilización tardorromana, fueron de importancia capital para su desarrollo; aunque a nosotros nos puedan parecer intrascendentes y triviales en esta era informática.

Aunque conocía por fotografías bastantes monumentos de la antigüedad en los que se representaba la figura de un jinete a caballo, no había caído nunca en un hecho muy llamativo hasta que fui consciente de él al ver una foto detallada de la columna de Trajano. En ella, los jinetes representados van sin estribos; posición incómoda que obliga al caballero a sujetarse sólo con rodillas y muslos y reduce seriamente el eficaz manejo de las armas desde lo alto de un caballo, por no hablar de la dificultad añadida que supone el montar y desmontar para una persona de cierta edad; estas representaciones ecuestres se repiten en estatuaria,
relieves, pinturas y mosaicos hasta la caída del Imperio.


Villa romana en Pedrosa de la Vega (Palencia) Escena de caza en la que se ve un jinete sin estribos

Pero los pueblos bárbaros que, en la Navidad del año 406, cruzan el Rhin helado e invaden Europa haciendo lo que quieren a su paso ante un Imperio impotente que sólo puede negociar con ellos, contaban con esa facilidad. Los jinetes godos podían cabalgar más tiempo, a mayor velocidad y menos preocupados por su propia estabilidad que sus enemigos y en el combate podían tener la cintura más libre para girar hacia donde lo requiriera la situación. En definitiva, el estribo era una de las dos armas que usaban aquellos bárbaros para obtener una mayor eficiencia de sus cabalgaduras. He dicho dos y sólo he mencionado una; la otra es más elemental aun, más humilde y más pisoteada en el sentido literal y a ella me refiero ahora.

Nadie puede acusar a los romanos de cuidar mal de sus caballos. Desde los tiempos de la supremacía intelectual griega y tanto en el transporte como en el espectáculo, estos animales habían suscitado tanto interés en aquella civilización que, hasta nuestros días ha perdurado el nombre griego de Felipe que significa “el que ama a los caballos”. Sin embargo, a pesar que los romanos eran conscientes de que las piedras de sus calzadas terminaban por dañar las pezuñas de los animales, lo más que hacían cuando se trataba de un caballo de carreras de gran valor, era colocarle una férula de hierro que rodeaba el casco afectado e impedía que se le abriese.

Pero los bárbaros godos eran mucho más prácticos a pesar de no tener miles de kilómetros de caminos empedrados. Conscientes, como eran, de que su supervivencia dependía muchas veces de la distancia que pudieran recorrer para alejarse de un enemigo superior en armas y número, habían aprendido a calzar a sus caballos con una férula fija de hierro, clavada a sus propios cascos. Esta férula impedía el desgaste de las pezuñas, así como la casi segura lesión de agrietamiento derivada de este desgaste. Así, los caballos herrados de los godos, aparte de su mayor eficacia duraban mucho más tiempo en condiciones de ser montados o de ser empleados en labores de tiro y el sistema de clavado permitía el fácil reemplazo de la herradura cuando su desgaste lo hiciera necesario.

Les ruego me permitan una digresión, también histórica. En el año 9 antes de nuestra Era, Druso Claudio Nerón, llamado también Germánico por sus triunfos militares sobre las tribus de más allá del Danubio, a orillas del Elba sufre una caída de su caballo y, como consecuencia, se fractura una pierna y las heridas se le gangrenan. Su hermano Tiberio, al enterarse, cabalgó reventando caballos las cuatrocientas millas que le separaban de él y llegó justo a tiempo de verlo morir y cerrarle los ojos. Si Druso hubiera montado un caballo herrado y con estribos, quizás no hubiera sufrido este accidente y Tiberio, a la muerte de Augusto, no hubiera heredado el Imperio para desesperación de su madre, la intrigante Livia. ¿Pueden un par de estribos en un caballo cambiar la Historia?


Retrato de familia. Druso, Augusto y Tiberio. Museo Nacional de Arte Romano (Mérida)

Volviendo al tema que nos ocupa, ahora le toca el turno a otro invento visigodo humilde, pero que revolucionó el transporte y del que, aun hoy día, una palabra derivada de ese invento ha pasado a nuestros idiomas occidentales. El invento es el tonel y la palabra derivada del mismo es, naturalmente, tonelada.

Sabido es que el Imperio Romano, tras la caída de Cartago hacia el 160 antes de nuestra Era, dominaba el transporte y el comercio por el Mediterráneo y su influencia se extendía muchos kilómetros tierra adentro de sus riberas. También, como técnicos, sabemos de la importancia de los contenedores empleados para transportar las mercancías bien líquidas, como el aceite o el vino, o sólidas de pequeño tamaño como las frutas o los cereales. Pues bien, también sabemos que el envase preferido y más utilizado para ese transporte era la clásica ánfora de barro, frágil por sí misma, de base picuda que se clavaba en un lecho de arena que llevaban las bodegas de los barcos para que las ánforas pudieran ser transportadas en posición vertical. Este envase era poco práctico, ya que desperdiciaba mucho espacio y era pesado, inestable y de molesta y complicada carga y descarga. De sus pocas posibilidades de reutilización nos habla la existencia del monte Testaccio a las afueras de Roma, formado por los trozos de ánforas rotas o tiestos, como decimos ahora a esas medias ánforas modificadas que nos sirven como macetas.

Todo cambió con la invasión de aquellos pueblos, lo diré otra vez, bárbaros. Quizás por su desconocimiento de la alfarería o quizás por la necesidad y por la abundancia de madera de los bosques germánicos, o por la razón que fuere, el caso es que los visigodos nos trajeron un revolucionario método de transporte que consistía en un conjunto de tablas que se podían ensamblar en forma cilíndrica. La influencia del invento fue tal que los propios romanos le dieron a las tablas el mismo nombre que a las piedras que sostenían sus arcos de medio punto y que ha llegado a nuestro idioma con el nombre de duelas, para distinguirlas de dovelas que es el nombre de tales piedras. Si los objetos a transportar no son líquidos, el ensamblado puede permitirse no ser demasiado perfecto y, en caso contrario, los visigodos sabían asegurar la estanqueidad de los envases.

De cualquier forma, estos envases no son tan frágiles como los de barro, aseguran una mayor eficiencia del espacio, pueden ser sujetos con cuerdas si el objeto a transportar no es muy delicado o, si es necesario, con tiras finas de hierro machihembradas; tampoco hay que olvidar que los visigodos eran grandes herreros(1). Su transporte se puede realizar en cualquier posición y su carga y descarga se realiza por simple rodadura, con lo que bastan un par de palos adosados al costado de un buque para subirlos o bajarlos. No necesitan del pesado lecho de arena en la bodega, ya que son muy estables; son reciclables y finalmente, a unas malas, sus maderas sirven para calentarse y cocinar. Todo son ventajas frente a la pesada ánfora de barro. Se notaba que aquellos bárbaros no disponían de la abundante mano de obra barata y esclava de la que gozaban los romanos.

Hablando de mano de obra abundante y barata, viene a cuento otro asunto sobre el tema que nos ocupa. Todos nos maravillamos ante las ruinas más o menos bien conservadas de algún gran edificio romano y los técnicos solemos darnos cuenta de que las piedras que lo forman suelen ser de dimensiones similares, lo que nos sugiere la idea de un concepto elemental de normalización en el empleo de materiales que, ensamblados de maneras distintas, dan lugar a una gran variedad de formas. Esto sólo es posible realizar si se dispone de talleres que se dediquen a la producción en serie de piedras cortadas y labradas de dimensiones idénticas; y lo mismo cabe decir de aquellas piedras cuya labra es mucho más especial, como son los tambores y los capiteles de las columnas.

Pero ya hemos visto que los visigodos no disponían de tal derroche de medios, quizás porque fueran demasiado caros de mantener y tenían que conformarse con la labra de piedras in situ para tratar de ajustarse a las necesidades de cada momento. El resultado es una clara tosquedad en sus trabajos que contrasta en gran medida con la finura y elegancia de las construcciones romanas. De cualquier forma, no han llegado hasta nosotros demasiados ejemplos de sus construcciones en piedra como para formarnos una idea lo suficientemente clara de sus habilidades como constructores pero, por lo poco que hemos llegado a conocer(2), sabemos que no eran unos salvajes ni mucho menos. Pasemos a los hechos.

Corría el año 661 y el rey visigodo Recesvinto regresaba a Toledo tras una victoriosa expedición contra los vascones quienes se habían dedicado al robo con fuerza por toda La Rioja y el valle del Ebro desde el final del Imperio Romano. Padecía un fuerte cólico nefrítico y se detuvo a descansar en un antiguo balneario romano ubicado en la población actual de Baños del Cerrato en la provincia de Palencia. Al buen Rey se le ocurrió beber el agua de la fuente que aún mana en el lugar y, en muy poco tiempo se recuperó de su enfermedad, por lo que mandó construir un templo en honor de San Juan Bautista. La iglesia, conservada milagrosamente en la actualidad, es conocida como San Juan de Baños y, según una tradición, en ella tuvo lugar la boda del Cid con Jimena.

Este modesto pero importantísimo edificio declarado Monumento Nacional en 1897 y considerado el templo español más antiguo que se conserva completo, alberga dos innovaciones valiosas: una técnica y otra decorativa. Por no hablar de sus arcos y bóvedas de herradura, forma que adoptarían después los invasores musulmanes y propagarían con tanto éxito por todo el mundo que hasta hace muy poco tiempo y con excepción de los especialistas, la mayoría de la gente ha creído que el arco de herradura es una aportación árabe a la Historia del Arte(3).


San Juan de Baños. Ábside con bóveda de herradura.

Pero nos toca hablar de los humildes, pero prácticos, inventos visigodos en el aspecto técnico y, como de costumbre, es inevitable la comparación con la civilización clásica que los precedió. Ya hemos dicho antes que, al disponer de mucha mano de obra, los romanos se podían permitir el lujo de producir capiteles en serie sin importarles demasiado que alguno se dañase en la construcción de un edificio, ya que su reposición sería inmediata; por ello, estos capiteles soportaban directamente las cargas; sin embargo, para los visigodos esto no era así, por lo que se las arreglaron colocando una pieza, decorada o no, en forma de tronco piramidal invertido, llamada cimacio, sobre el más o menos tosco capitel labrado por sus humildes canteros. Así la carga, antes de reposar sobre el capitel lo hacía sobre el cimacio y, en caso de romperse algo en fase de construcción, era esta última pieza la que lo hacía y no el carísimo capitel.


San Pedro de la Nave. Capitel y cimacio.

(Continuará)

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Triente de Leovigildo. (c.580)

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(1) En su época pagana, Thor, el principal de sus dioses, era representado como herrero con un enorme martillo con el que producía el trueno al golpear con él.

(2) Todo hay que decirlo aunque les duela a algunos. Los posteriores invasores islámicos –que no árabes como se dice– han pasado a la Historia como ejemplos de utilización de materiales de acarreo ¿De dónde procedían estos materiales de acarreo? ¿De edificios arruinados como dicen algunos o del derribo deliberado de edificios notables para ser utilizados como cantera, como sugieren las dos primeras fases de la construcción de la mezquita de Córdoba? Quizás nunca lo sepamos y nos quedemos con la duda.

(3) Afortunadamente, en la actualidad, la divulgación de los conocimientos de la Historia ha permitido deshacer esa confusión, al menos en España, porque en Italia por ejemplo, al arco de herradura se le llama “arco moresco”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué chulo Jose !!! Esperando la segunda parte.

Anónimo dijo...

Sumamente interesante.
Hay muchas " verdades históricas " que necesitan una revisión a fondo.

Anónimo dijo...

Siempre aprendiendo contigo. Gracias amigo.

Javier Pérez Nieto dijo...

Muy buen artículo. Felicidades!