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jueves, 26 de junio de 2014

-UNA HISTORIA DE MIEDO- Relato de una estafa de proporciones históricas (I)



DIOSES Y DEMONIOS.

Desde que el ser humano se organizó en comunidades y eligió -o les fueron impuestos- jefecillos, jefes y jefazos, esta casta dominante se dio cuenta muy pronto de la veracidad del refrán: "El miedo guarda la viña". Y a ello se dedicaron con todas sus fuerzas, a sabiendas de lo rentable que resulta mantener en vilo a una sociedad más o menos aterrorizada. Cuando, ante el ingenio de la gente, no surtían demasiado efecto los arrestos, torturas y ejecuciones más o menos legales y judicializadas, hubo que echar mano de otras cosas menos tangibles; y estos jerarcas usaron el terror divino. Hasta hubo muchas civilizaciones que exigían tirar a niños al fuego de los templos para aplacar a los dioses. Por no hablar de las ya tardías hecatombes que organizaban los mayas, incas y aztecas, a la menor ocasión para que el sol siguiera saliendo todos los días.

Miedo, miedo y miedo. Esa era la clave.

El miedo era y es rentable. Cayeron aquellas civilizaciones y llegó el momento de organizarse de otra manera. En Oriente, la extrema crueldad de los dirigentes con la población bastaba para tenerlos aterrados y manteniendo una legión de parásitos que vivían maravillosamente bien a costa del hambre de sus administrados. En cambio, en el Occidente romanizado había que buscar otras maneras para intentar compaginar una apariencia de civilización y libertad individual con el imprescindible miedo, necesario para seguir manteniendo en sus lugares de privilegio a la casta de parásitos de siempre. Y para ello, la Iglesia jugó un papel esencial a partir de Constantino.

Así fue. Con altibajos, la Iglesia fue copando más y más poder civil. Y cuando no bastaba ese poder civil ayudado por las fuerzas armadas, siempre se podía seguir aterrorizando con el fuego del infierno que esperaba a los malos súbditos que osaban rebelarse contra el poder de jefes, jefecillos, jefazos... y obispos. Fue intentado -y logrado en muchos casos- hasta anular el pensamiento libre y así los confesores se emplearon a fondo en escudriñar hasta el último rincón de las conciencias en busca de indicios de desafección al orden establecido. Aunque me apresuro a decir que todos estos eclesiásticos no eran más que inconscientes peones de brega de los verdaderos poderosos que, a su sombra, vivían la mar de bien riéndose del pobre pueblo al que mataba de hambre para pagar sus lujos.

Pasaron los años y los poderes civil y eclesiástico seguían reforzándose mutuamente. Hubo algún conato de rebeldía en la América recién descubierta ante los abusos de siempre, con mención especial a las críticas de los predicadores de Santo Domingo quienes, con riesgo de sus cargos y bienestar personal, plantaron cara a los encomenderos que explotaban sin escrúpulos a los indios tratándolos como ganado. Tampoco puedo olvidar aquí la heroica actuación de los jesuitas con sus misiones o "reducciones", como las llamaban entonces, tan magistralmente descritas en la película La misión. Salvo esos casos, en la civilizada Europa la clave siempre era la misma:

Miedo, miedo y miedo(1).

El inexorable tiempo seguía cambiando y el concepto de civilización iba avanzando. Tras la invención y desarrollo de la imprenta que permitió a Lutero la rápida difusión de sus ideas y, con ello, el debilitamiento de aquella ciclópea estructura de inamovible poder, las ideas de libertad se iban abriendo paso penosamente entre los entresijos de una y otra religión. Pero, todo hay que decirlo. La movida de Lutero propició lo mismo o algo mucho peor de lo que pretendió evitar y los nuevos eclesiásticos reformados fueron los primeros en uncirse al carro del poder. Y así fue. Las quemas indiscriminadas de herejes, supuestas brujas y desafectos al poder, alcanzaron en el Reino Unido y Europa Central cientos de miles de víctimas mortales sin contar con otros millones de torturados por capricho. Ante esas cifras, los cinco mil represaliados por la Inquisición Española son una mera anécdota; eso sí, amplificada hasta la extenuación por la Leyenda Negra y creída por los millones de necios e ignorantes que tenemos en nuestra propia España. Véase mi obra Otra Historia de las Religiones o, si quieren ser mucho más rigurosos, la obra del hispanista Henry Kamen titulada La Inquisición Española(2).


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(1)Que se lo cuenten a Miguel Servet en su encuentro con el sinvergüenza de Calvino en Ginebra. Por una apuesta de taberna de fin de semana cruzada entre Calvino y sus amigotes, fue quemado vivo en aquella civilízadísima ciudad para vergüenza eterna.

(2)Como ya he repetido hasta la saciedad, la Inquisición Española jamás creyó en la existencia de las brujas y las trataba como a pobres locas. En la obra Las brujas de Zugarramurdi, de Julio Caro Baroja, se aclara muy bien este concepto. Las escasas quemas de brujas que hubo en España siempre fueron obra de una justicia civil al mando de alcaldes catetos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El miedo sí que mueve montañas Jose.

Mélida dijo...

En el miedo se ha cimentado y continúa haciéndose toda la manipulación imaginable. El miedo es la Gran Arma que esgrimimos contra nosotros mismos y los malvados en la sombra, lo alimentan y sacan provecho. Por eso no hay cosa que combatan más que algún síntoma de pensamiento auto determinado ( por no llamarlo libre )
Me ha gustado mucho.
Me encanta que se levanten losas... aunque salgan bichos. ;)