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viernes, 9 de mayo de 2014

- DESMONTANDO MITOS (I) -


Soy consciente que este artículo y los que sigan sobre este asunto van a levantar ampollas. Los pocos lectores que me honran con sus visitas pueden saltárselo si son de los que creen en la verdad literal de la Biblia. Yo no creo en esa verdad literal ni tampoco en las barbaridades teológicas que dicha literalidad ha establecido como los cimientos inmutables ¿Cimientos inmutables de qué?

Desde que aprendí a leer, hace ya demasiados años, muy pronto me dí cuenta de que casi todo lo que explicaban los curas de aquel tiempo no era más que pura farfolla destinada al consumo de tontos, ignorantes y timoratos que veían demonios por todas partes sin darse cuenta que, además de esos demonios omnipresentes, ellos mismos llevaban encima los peores de ellos. Y se hacían sus cómplices con esa actitud.

Cielo, Infierno, Purgatorio, Limbo. Conceptos descritos como lugares cuando el término "lugar" sólo tiene sentido en el universo tridimensional palpable y mensurable donde vivimos o percibimos vivir sin ser conscientes de que ese espacio tridimensional no es más que la sombra de otro superior proyectado en él. Y ese superior que se proyecta aquí es, a su vez, la sombra de otro por encima de él y así sucesivamente hasta llegar a donde ni imaginamos ni podemos imaginar.(1)

Esa es, en mi opinión, la Grandeza de Dios.

Confieso que tuve la gran fortuna de encontrarme a mis tiernos catorce añitos con teólogos que discutían sobre la imposibilidad de tratar como lugares a lo que sólo eran estados de ánimo. Aquello me convenció de no abandonar mis creencias, a pesar de la burricie de tantos y tantos sacerdotes que predicaban cosas absurdas. Al mismo tiempo descubrí(2) la obra del Padre Teilhard de Chardin y aquello cambió mi vida.

No me eran ajenas por entonces la teorías evolutivas; incluso los trabajos de campo del Padre Breuil sobre los restos de hombres llamados primitivos, pero la obra de Teilhard de Chardin tenía la virtud de intentar aunar fe y razón; Teología y Lógica. Como un segundo Galileo que, como era de esperar, corrió su misma suerte al ser silenciado y morir amargado a causa de las tremendas verdades que esbozaba en sus estudios rigurosamente científicos(3). Pero sigamos.

Como sabe hasta el más tonto de los Ingenieros de tercera división, como yo mismo, el segundo principio de la Termodinámica es inamovible: La piedra que cae desde lo alto de la montaña no volverá a subir por sí sola sino que necesitará un aporte de energía extra para hacerla subir de nuevo; la sal se disuelve sola en el agua pero, para extraerla necesita de un aporte de energía adicional. Cualquier tipo de energía puede convertirse en calor, pero no todo el calor generado puede volver a convertirse en la energía original. Y así sucesivamente: La célula se divide para crear células nuevas pero, tarde o temprano, en ese proceso de división cometerá algún error y producirá nuevas células defectuosas o, lo que es peor aun, creará monstruosidades como el cáncer.

Pues bien, en la evolución ocurre todo lo contrario. De los "errores" de multiplicación pueden venir organismos más complejos y avanzados. De lo simple a lo complejo. De lo inorgánico a lo orgánico. De lo orgánico a lo organizado. Del animal inconsciente de sí mismo al ser humano consciente y completamente individualizado. A este proceso, Teilhard de Chardin le llamó Neguentropía; o sea, el proceso inverso a la Entropía que, inexorablemente, condena a todos los procesos de cambio a la degeneración. La Evolución es el ejemplo palpable de la existencia de la Neguentropía.

¿A qué, pues, empeñarnos en creer a pies juntillas el bonito símil de la creación de Adán partiendo del barro? ¿Os imagináis a Dios haciendo muñequitos y soplando luego en sus narices para darles vida? El símil bíblico es muy gráfico: Del barro de la tierra. De los mismos materiales de los que está hecha la Tierra ¿Y qué me decís de Eva? ¿Se cree alguien lo de la costilla(4)? Pues también es un símil muy bueno: De la costilla de Adán. De la misma especie y estirpe que el hombre.

Pero el tiempo avanzaba y, con él, los descubrimientos científicos y paleoantropológicos se sucedían. Ya conocíamos al hombre de Neandertal y al de Cromañón aunque, debido a los escasos conocimientos de Biología de la época, éramos incapaces de saber si eran especies diferentes o la misma especie en distintos estadíos evolutivos. Entonces ¿De qué rama venían Adán y Eva? Para colmo, años después se descubren dos especies humanas nuevas; una en la Isla de Flores y otra en Denisova. Y las que quedan por descubrir, productos de una evolución imparable que había dado en conseguir diferentes ramas a partir de diferentes cepas humanoides ¿A qué carta nos quedamos?

No nos devanemos los sesos. Ahora sólo existe una especie humana sobre el planeta. Especie que no parece descender de ninguna de las anteriores aunque haya podido hibridarse de alguna manera con alguna o algunas de ellas. El hecho que esa hibridación haya dado descendencia fértil nos indica la proximidad entre dichas especies afines y, por tanto ¿qué más nos da proceder de una u otra? El caso es que el animal pensante y reflexivo ya está aquí. Y usa ese poder de reflexión para hacerse las tres preguntas de rigor: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? El humano que pudo y supo formularse esas preguntas fue el verdadero primer ser humano. Humano que muy pronto se apartó de la rama zoológica de la que procedía para constituirse en una especie aparte que, con el tiempo, dominaría a todas las demás. Un nuevo animal pensante ha irrumpido en la Tierra. Uno de sus especímenes ha sido capaz de hacerse esas preguntas y transmitírselas al otro espécimen que tenía más cercano. Hasta ese momento las cosas sucedían porque sí, pero a partir de ese instante todas las cosas tenían que ser explicadas de manera razonable. Ya no se podía vivir sin saber y sin responsabilidad: Se acabó el Paraíso y empezaba la verdadera andadura de la nueva especie.

Precioso relato el del Paraíso Terrenal. Precioso el símil del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal que resume en sí las tres preguntas anteriores y que hace iniciar a la nueva especie su incesante búsqueda de la Verdad. Poco o nada sabemos de ese momento que el citado Teilhard de Chardin resume de manera magistral:

"A la hora señalada el Hombre apareció. Y la faz del mundo cambió"




(1)Leed el diálogo de Platón "La caverna" y meditad sobre lo que habéis leído. Pocas cosas son más ilustrativas. Y no temáis, porque es corto y no aburre en absoluto.

(2)Gracias, Romualdo Molina. Seguro que tendrás un puesto entre los Elegidos.

(3)Para los curiosos, un trasunto de Teilhard de Chardin aparece como el Padre Telemon en la obra "Las sandalias del pescador" de Morris West.

(4)En mi infancia y entorno, los viejos nos decían que el varón tiene una costilla menos que la mujer. Hasta ese extremo llegaba la superstición.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Difícil comentar articulo tan solido y bien estructurado, si no es para felicitar al autor y darle mi más sincera enhorabuena.
¡Qué bien quedan las cosas claras!
Esperando quedo lo que siga.
Un fuerte abrazo.