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sábado, 10 de mayo de 2014

- DESMONTANDO MITOS (II) -

Ha llegado ya el Hombre a la Tierra
y la Tierra se alegra con ello;
y las cosas reciben su nombre
porque el Hombre se place en hacerlo...


(De mi Retablo de Navidad)

A estas alturas ya va siendo preciso recopilar y ordenar un poco las ideas. Ya está el Hombre sobre la Tierra ¿Quién o qué lo ha hecho posible? Una fuerte corriente de pensamiento me dirá que ha sido el azar y otra, no menos fuerte, lo atribuirá a un Creador Supremo; si bien, esta última, no puede presumir de ser tan científica como la anterior. Pero ¿podría el azar lograr la Creación o, más concretamente, "esta" Creación?

Parece estar fuera de toda duda que este universo se originó por una tremenda explosión que hizo que toda la materia existente, concentrada hasta entonces en un punto, se dispersara. Admitido esto nos quedan muchas preguntas nada banales: ¿De dónde salió esa protomateria concentrada? ¿Qué hizo que se dispersara de golpe para formar las partículas elementales y éstas, a su vez, los átomos y moléculas primigenias? Quizá se puedan seguir secuencias lógicas a partir de algún tiempo, por pequeño que sea, después del Big Bang pero ¿y antes? Y aun siguiendo esas secuencias lógicas ¿por qué la materia tomó esta forma concreta de organizarse, y no otra, para la consecución de las primitivas moléculas orgánicas? ¿Qué camino evolutivo siguieron estas moléculas para, aumentando su complejidad, ser capaces de sacar copias de sí mismas para reproducirse? ¿Por qué ese camino y no otro? ¿Acaso era el único posible? Experimentos biológicos recientes nos demuestran que bien hubieran podido ser otras las soluciones, e igualmente válidas, las adoptadas; pero repito: ¿Por qué éstas y no otras? Algo induce a pensar de manera irresistible que en el caos del Big Bang ya existían pautas de ordenación. Las que fuesen, pero unas pautas determinadas, y no otras, las que dieron lugar a lo que conocemos hoy.

A quienes me acusen de llevar el agua a mi molino les diré claramente que tienen razón. Porque esa misma razón me obliga a pensar así. No me he pasado la vida entera estudiando, viajando, hablando con sabios y meditando hasta la extenuación para callarme a estas alturas cuando ya el tiempo me ha serenado lo suficiente como para que mis ideas se decanten. Razón y Fe. Filosofía, Física, Lógica y todo lo válido que pudiera ponerse por delante. Nada me asustó y siempre traté de coger el toro por los cuernos aunque me embistiera, como sucedió más de una vez. Pero no quiero ponerme como ejemplo.

El caso es que ya nos encontramos con una Tierra poblada e hirviendo de vida. Y llegó la hora en que esa vida podía y debía ser consciente de sí misma. Ese es el significado de comer el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Y se acabó el Paraíso porque la nueva especie tomó consciencia de estar sola y de ser enteramente responsable de sus actos. El Hombre, como especie, emprendía un camino desconocido que lo debía llevar a otros estadíos más avanzados ¿Podría el puro azar guiarlo? Mucho me temo que no. Como tampoco pudo guiar todo el proceso anterior. Todo tuvo que estar planeado minuciosamente desde antes de la existencia del tiempo. Intervienen infinitas variables como para que, de forma espontánea, se llegue hasta aquí.

La nueva especie está aun demasiado cercana a su tronco original. Por decirlo de forma un tanto pedestre, aun el ser humano es demasiado mono y está demasiado pegado a la tierra y a sus influencias. Su alma consciente le conmina a elevarse pero su primitivo cuerpo no puede hacerlo. Tiene que alimentarse, necesita descanso, necesita ser amado, sabe que es mortal y que sus experiencias se perderán con él a no ser que las legue en herencia a sucesores dignos.

Al mismo tiempo también es consciente del mal. Cae enfermo y herido; la caza no siempre aparece a tiempo y pasa hambre; las cosechas se estropean a veces. Con la multiplicación de su especie se ve expuesto a robos y asaltos por parte de sus congéneres. Las fieras no le dan tregua en su disputa por los alimentos. La sed, el calor, el frío, la sequía, las inundaciones y tantos y tantos problemas no le son ajenos. Antes de ser consciente de sí mismo sufría las mismas calamidades, pero no caía en la cuenta de que quizá pudiera tratar de paliarlas o evitarlas. La especie nueva lo hará con brillantez y se impondrá a la cruel naturaleza siempre que le sea posible.

Los acontecimientos se suceden con rapidez. La especie se multiplica y el cazador sabe que él solo no puede abatir una pieza de gran tamaño que le asegure el alimento a una gran familia o a una tribu completa, pero sí aprende rápidamente que un grupo de hombres puede enfrentar con éxito al mamut, al rinoceronte, al búfalo y a la más poderosa de las fieras. Astucia y pensamiento por encima de la fuerza bruta aislada le darán los primeros éxitos y se verá obligado a vivir en grupos para gozar del mutuo apoyo. No obstante, la convivencia en medio de esos grupos no es fácil si no se observan unas reglas elementales de respeto y ayuda entre los miembros del clan. Surge así el concepto de Ley y, con tal concepto, el de pecado o delito que aparta del clan a los transgresores. Así tenemos una de las primeras consecuencias de la hominización y se empieza a dividir a los hombres en buenos y malos.

Recordemos ahora que todos, sin excepción, llevan dentro el anhelo de seguir evolucionando, de elevarse por encima de la crudelísima naturaleza que les maltrata ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo atajar el camino? En su primitiva mente, el hombre intuye la existencia de entidades que no puede dominar y que se portan caprichosamente con él: lo mismo le colman de presentes que lo hacen caer por un barranco o lo matan de hambre. Hay, pues, que aplacar y tener propicias a esas entidades haciéndoles representaciones gráficas, poniéndoles nombres, erigiéndole estatuas, ofreciéndoles alimentos e invocarlas constantemente en busca de sus favores. Las tribus, cada vez más numerosas, se dividen y dispersan poblando la Tierra hasta sus confines. Cada una de ellas adora o venera a sus dioses que no siempre tienen mucho que ver unos con otros. Se diversifican los rituales llegando en muchos casos a verdaderas aberraciones en el culto, como eran los sacrificios humanos. Cualquiera de aquellos cultos conllevaba indefectiblemente la supeditación a poderes de la Naturaleza que, en el mejor de los casos, retendrían al nuevo ser en la ignorancia permanente y sujeto a los caprichos de los sacerdotes, chamanes o intermediarios de esas supuestas divinidades ¿Qué pasó entonces para que el ser humano diera un paso de gigante en el camino de su liberación?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Está aún en ello?

José Antonio Utrera dijo...

Y lo que me queda...